Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Introducción del editor de TomDispatch
¿No es extraño que, no importa lo terribles sean las noticias del Golfo, los medios todavía no pueden dejar de presentar una narrativa de esperanza influenciada por BP? Mi periódico local publicó hace poco el siguiente titular: «Señales de esperanza al capturar BP cantidades récord de petróleo». El artículo se basa en un informe de BP de que, el jueves pasado, su tristemente inadecuado y mal ajustado «tapón» había capturado más de 25.000 barriles de la fuga de petróleo -es decir, cinco veces más de lo que afirmó durante mucho tiempo que se derramaba de su pozo averiado (25 veces más de lo que había sugerido originalmente).
Ante cálculos semioficiales del orden de 35.000 a 60.000 barriles vertidos por día (y esas cifras aumentan regularmente), esto representa una extraña versión de noticias esperanzadoras. No presagia nada bueno que, a finales de julio, cuando un nuevo «tapón», más grande, «más ajustado» se haya instalado, BP apunta a capturar hasta 80.000 barriles al día (es decir 20.000 barriles más de lo que había reconocido públicamente que podía salir del fondo del Golfo). En todos los artículos semejantes, la verdadera narrativa de esperanza, sin embargo, involucra los pozos de alivio, el primero de los cuales está ahora dentro de «60 metros» del pozo averiado. Usualmente, la fecha indicada para que uno de esos pozos alivie el derrame se indica como «comienzos de agosto» o «mediados de agosto» y se dice regularmente que la perforación de esos pozos avanza «más rápido de lo previsto».
Sean cuales sean las «señales de esperanza», sin embargo, ya han sido desprestigiadas por el continuo vertido de la realidad. El mismo día en el que BP anunció su captura de 25.000 barriles, también se informó de que inmensas cantidades de metano se estaban esparciendo dentro del Golfo. Evidentemente, esto generalmente no se habría considerado (o se había informado poco al respecto), a pesar de que metano en altas concentraciones puede agotar el oxígeno del agua y así sofocar la vida marina, creando vastas zonas muertas e inhibiendo la descomposición natural del petróleo vertido. Según John Kessler, oceanógrafo de la universidad A&M de Texas, el vertido de Deepwater Horizon representa «la más vigorosa erupción de metano en la historia humana moderna».
Mientras tanto, si se lee con cuidado, se notará que esos pozos de alivio no son algo seguro. Puede que no cumplan la tarea hasta el otoño o incluso, en el peor de los casos, Navidad, o (incluso en un caso peor) podrían fallar enteramente, dejando que el pozo derrame petróleo y gas natural (con su metano) durante lo que se piensa serían entre dos y cuatro años más. Y no olvidemos el mal tiempo generalizado, así como la estación de los huracanes que llega al Golfo, la posibilidad de que el revestimiento del pozo se pueda resquebrajar o erosionar -lo que quiere decir aún más derrame o fuga- y que una «limpieza» en la cual según el secretario del interior Ken Salazar, el ecosistema del Golfo sería «restaurado y tonificado», no podría lograrse, como escribió recientemente Naomi Klein , «por lo menos en un plazo que podamos concebir fácilmente».
Peor todavía, el desastre en el Golfo se trata en gran parte como una pesadilla que ocurrirá una sola vez. No es así. Considerad nuestro potencial Chernobyl estadounidense sólo como un precursor de un futuro repleto de «inesperados» mega-desastres energéticos, como sugiere Michael Klare, colaborador regular de TomDispatch y autor del invaluable Rising Powers, Shrinking Planet.
Tom
Vendrán más pesadillas energéticas al estilo de BP
Cuatro panoramas para el próximo mega-desastre energético
Michael Klare
El 15 de junio, en su testimonio ante el Comité de Energía y Comercio de la Cámara, los jefes ejecutivos de las principales compañías petroleras de EE.UU. argumentaron que el desastre de Deepwater Horizon de BP fue una aberración -algo que no habría ocurrido con una supervisión corporativa adecuada y que no volverá a ocurrir una vez que se hayan introducido medidas adecuadas. Es falaz, si no una mentira absoluta. La explosión de Deepwater Horizon fue el resultado inevitable de un esfuerzo implacable por extraer petróleo de sitios cada vez más profundos y más peligrosos. De hecho, mientras la industria continúe con su implacable e imprudente busca de «energía extrema» -petróleo, gas natural, carbón y uranio obtenidos de áreas geológica, ecológica y políticamente inseguras- más calamidades semejantes están destinadas a ocurrir.
Al comienzo de la era industrial moderna, los combustibles básicos eran fáciles de obtener de grandes depósitos de energía cercanos en sitios relativamente seguros y amistosos. El ascenso del automóvil y la extensión de los suburbios, por ejemplo, fueron posibilitados por la disponibilidad de petróleo barato y abundante de grandes reservas en California, Texas y Oklahoma, y de las aguas poco profundas del Golfo de México. Pero esos depósitos de carbón, gas y uranio y otros equivalentes se han agotado. Esto significa que la supervivencia de nuestra civilización centrada en la energía depende cada vez más de suministros obtenidos de ubicaciones arriesgadas -profundas bajo tierra, alejadas en el mar, al norte del círculo ártico, en complejas formaciones geológicas, o en entornos políticos inseguros- Eso garantiza el equivalente de dos, tres, cuatro, o más desastres del estilo del vertido del Golfo en nuestro futuro energético.
De vuelta en 2005, el presidente de Chevron, David O’Reilly, describió la situación de modo tan terminante como podía hacerlo un ejecutivo petrolero. «Una cosa es clara,» dijo, «la era del petróleo fácil se acabó. La demanda aumenta como nunca antes… Al mismo tiempo, muchos de los campos petrolíferos y gasísticos del mundo son viejos. Y los nuevos descubrimientos de energía ocurren sobre todo en sitios donde los recursos son difíciles de extraer, física, técnica, económica e incluso políticamente».
O’Reilly prometió entonces que su firma, como los demás gigantes de la energía, haría todo lo necesario para conseguir esa «difícil energía» a fin de satisfacer la creciente demanda global. Y demostró ser un hombre de palabra. Como resultado BP, Chevron, Exxon, y el resto de los gigantes de la energía lanzaron una campaña para obtener combustibles tradicionales de lugares peligrosos, creando el marco para el desastre del Golfo de México y otros que seguramente le seguirán. Mientras la industria permanezca en ese camino, en lugar de emprender la transición hacia un futuro de energía alternativa, más catástrofes semejantes serán inevitables, no importa cuán sofisticada sea la tecnología o escrupulosa la supervisión.
La única pregunta es: ¿Cómo será el próximo desastre Deepwater Horizon (fuera de otro desastre Deepwater Horizon)? Las alternativas son muchas, pero hay cuatro panoramas posibles para futuras calamidades energéticas de una escala como la del Golfo. Ninguna de ellas es inevitable, pero cada una tiene realmente una base plausible.
Panorama 1: Terranova – Plataforma Hibernia destruida por iceberg
Aproximadamente a 300 kilómetros de la costa de Terranova, en lo que los locales llaman «Iceberg Alley» [Callejón de los Iceberg] se encuentra la plataforma petrolera Hibernia, la mayor instalación de perforación mar adentro del mundo. Construida a un coste de unos 5.000 millones de dólares, Hibernia consiste en una instalación «de superficie» de 37.000 toneladas montada sobre una estructura de base de gravedad (GBS) de 600.000 toneladas de acero y hormigón depositada en el piso del océano, a unos 79 metros bajo la superficie. Esta instalación mamut, normalmente dotada de 185 miembros del personal, produce unos 135.000 barriles de petróleo diarios. Cuatro compañías (ExxonMobil, Chevron, Murphy Oil, y Statoil), más el Gobierno de Canadá, participan en la sociedad conjunta establecida para operar la plataforma.
La plataforma Hibernia está reforzada para resistir un impacto directo de uno de los icebergs que regularmente surcan este trecho de agua, ubicado sólo a unos pocos cientos de kilómetros de donde el Titanic chocó con un iceberg y se hundió en 1912. Dieciséis gigantescos nervios de acero sobresalen de la GBS, posicionados de manera que absorban el golpe de un iceberg y lo distribuyan por toda la estructura. Sin embargo, la GBS misma es hueca, y contiene un contenedor de almacenamiento para 1,3 millones de barriles de petróleo crudo -unas cinco veces la cantidad liberada en el vertido del Exxon Valdez en 1989.
Los propietarios de la plataforma Hibernia insisten en que el diseño resistirá un choque incluso del mayor iceberg. A medida que avanza el calentamiento global y se derriten los glaciares de Groenlandia, sin embargo, bloques masivos de hielo saldrán flotando hacia el Atlántico del Norte en una trayectoria que pasa por Hibernia. Si se agrega el incremento de la actividad de tormentas (otro efecto del calentamiento global) a un aumento en la frecuencia de los icebergs, tenemos una fórmula para doblegar las defensas de Hibernia.
El panorama es el siguiente: Estamos en el tormentoso invierno de 2018, una situación que no es poco común en el Atlántico del Norte en esa época del año. Los vientos exceden los 130 kilómetros por hora, la visibilidad es cero, y los aviones de observación de icebergs no pueden despegar. Olas inmensas se elevan a alturas de 15 metros o más, dejando paralizados en los puertos a los gigantescos remolcadores que los propietarios de Hibernia utilizan para apartar los icebergs de la plataforma. La evacuación del personal por barco o helicóptero es imposible.
Sin advertencia previa, un gigantesco iceberg impulsado por la tormenta choca contra Hibernia, rompiendo la GPS y derramando más de un millón de barriles de petróleo a las aguas agitadas. La instalación en la superficie se separa de la estructura de base y cae al océano, matando a los 185 miembros del personal. Toda conexión con los pozos submarinos se rompe y 135.000 barriles de petróleo comienzan a fluir al Atlántico cada día (aproximadamente el doble de la cantidad que actualmente sale del vertido de BP en el Golfo de México). Es imposible llegar al área por avión o barco por el constante mal tiempo, lo que significa que no se pueden emprender reparaciones de emergencia durante semanas -no hasta que por lo menos otros cinco millones de barriles de petróleo se han derramado en el océano- Como resultado, uno de los caladeros más prolíficos del mundo -los Grandes Bancos de Nueva Escocia, New Brunswick, y Cabo Cod- resulta totalmente envenenado.
¿Suena exagerado? Pensadlo otra vez. El 15 de febrero de 1982, una gigantesca plataforma de perforación semi-sumergible, Ocean Ranger, estaba operando en el mismo sitio que ocupa ahora Hibernia cuando fue impactada por olas de 15 metros en una tormenta y se hundió, dando muerte a 84 miembros de la tripulación. Como no se estaba perforando, no hubo consecuencias ecológicas, pero la pérdida de la Ocean Ranger -una plataforma muy parecida a Deepwater Horizon- debería recordar hasta qué punto son vulnerables estructuras, que de otra manera son fuertes, ante la furia invernal del Atlántico Norte.
Panorama 2: Nigeria – Cenagal del petróleo de EE.UU.
Ahora Nigeria es el quinto proveedor principal de petróleo de EE.UU. (después de Canadá, México, Arabia Saudí y Venezuela.) Preocupados desde hace tiempo por la posibilidad de que la agitación política en Oriente Próximo pueda disminuir el flujo de petróleo de Arabia Saudí, precisamente cuando los principales campos de México llegan a un estado de agotamiento, los funcionarios estadounidenses han trabajado duro para aumentar las importaciones de Nigeria. Sin embargo, la mayor parte del petróleo de ese país proviene de la atribulada región del Delta del Níger, cuyos residentes empobrecidos reciben pocos beneficios pero todo el daño ecológico de la extracción de petróleo. Como resultado, han tomado las armas en un intento de lograr una mayor participación en los ingresos que el Gobierno nigeriano cobra de las compañías energéticas extranjeras que realizan las perforaciones. A la cabeza en esta campaña está el Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger (MEND, por sus siglas en inglés), un grupo variopinto de guerrilla que ha demostrado notables éxitos en la desestabilización de las operaciones de la compañía petrolera.
El Departamento de Energía de EE.UU. (DoE) estima la capacidad de producción de petróleo de Nigeria en unos 2,7 millones de barriles diarios. Debido a la actividad insurgente en el Delta, sin embargo, la producción real ha caído significativamente por debajo de esta cifra. «Desde diciembre de 2005, Nigeria ha sufrido un aumento del vandalismo contra oleoductos, secuestros y ocupaciones de instalaciones petroleras por militantes en el Delta del Níger», informó el departamento en mayo de 2009. «Los secuestros de trabajadores petroleros para obtener rescate son comunes y las preocupaciones por la seguridad han llevado a algunas compañías de servicios a retirarse del país».
Washington considera que la insurgencia constituye una amenaza para la «seguridad energética» de EE.UU. y por lo tanto un motivo para ayudar a los militares nigerianos. «La interrupción del suministro de Nigeria representaría un golpe importante para la seguridad petrolera de EE.UU.», señaló el Departamento de Estado en 2006. En agosto de 2009, en una visita a Nigeria, la secretaria de Estado Hillary Clinton prometió aún más ayuda militar para utilizarla en la protección del petróleo.
Éste, por lo tanto, es el panorama Nº 2: Estamos en 2013. La insurgencia del Delta no ha hecho más que aumentar, reduciendo la producción de petróleo de Nigeria a un tercio de su capacidad. La demanda global de petróleo es sustancialmente superior y sigue aumentando, mientras la producción cae por doquier. Los precios de la gasolina han llegado a 5 dólares por galón en EE.UU. sin que haya un final a la vista, y la economía parece orientarse hacia otra profunda recesión.
El Gobierno civil en Abuya, la capital -que apenas funciona- es derrocado por una junta militar dominada por musulmanes que promete imponer el orden y restaurar el flujo de petróleo en el Delta. Algunos elementos cristianos de las fuerzas armadas desertan pronto y se unen al MEND. Las instalaciones petroleras en todo el país son atacadas de repente; los oleoductos son atacados con bombas, mientras secuestran o matan a los trabajadores extranjeros del petróleo en cantidades récord. Las compañías petroleras extranjeras, que llevan la voz cantante, comienzan a clausurar sus operaciones. Los precios globales del petróleo se disparan.
Cuando una docena de trabajadores petroleros estadounidenses son ejecutados y una cantidad similar secuestrada por un nuevo grupo rebelde, el presidente se dirige a la nación desde el Despacho Oval, declara que la seguridad energética de EE.UU. está en peligro y envía a 20.000 soldados marines al Delta para unirse a las fuerzas de Operaciones Especiales que ya se encuentran en el lugar. Las importantes instalaciones portuarias se protegen inmediatamente, pero la fuerza expedicionaria estadounidense se ve pronto literalmente ante un cenagal de petróleo, un paisaje casi inimaginable de vertidos de petróleo en el cual combaten contra una serie de insurgencias entrelazadas que no muestran señales de desaparecer. Las bajas aumentan mientras tratan de proteger remotos oleoductos en un pantano impenetrable que no es diferente del Delta del Mekong famoso por la Guerra de Vietnam.
¿Suena poco plausible? Considerad lo siguiente: en mayo de 2008 el Comando de Entrenamiento y Doctrina de EE.UU. y el Comando Conjunto de Fuerzas realizaron una simulación de crisis en el U.S. Army War College en Carlisle, Pensilvania, que presentaba precisamente un panorama semejante, también fijado en el año 2013. La simulación: «Unified Quest 2008» estaba vinculada a la formación del Comando África de EE.UU. (Africom), la nueva organización de combate establecida por el presidente Bush en febrero de 2007 para supervisar las operaciones militares estadounidenses en África. Una crisis relacionada con el petróleo en Nigeria, se sugería, representaba uno de los panoramas más probables para una intervención de fuerzas estadounidenses asignadas a Africom. Aunque el ejercicio no aprobó explícitamente una acción militar de este tipo, dejó pocas dudas de que una reacción semejante sería la única alternativa posible para Washington.
Panorama 3: Brasil – Ciclón se desata sobre instalaciones petrolíferas «pre-sal»
En noviembre de 2007, la compañía petrolera semi-estatal de Brasil, Petróleo Brasileiro (Petrobras), anunció un notable descubrimiento: en un área del sur del Atlántico, a unos 290 kilómetros de la costa de Rio de Janeiro, había encontrado una gigantesca reserva de petróleo enterrada bajo 2,4 kilómetros de agua y una gruesa capa de sal. Llamado petróleo «pre-sal» por su singular ubicación geológica, se calcula que el depósito contiene entre 8 y 12.000 millones de barriles de petróleo, convirtiéndolo en el mayor descubrimiento en el Hemisferio Occidental en 40 años. Más perforaciones de prueba de Petrobras y sus socios revelaron que el descubrimiento inicial -en un campo llamado Tupí- está vinculado a otros yacimientos «pre-sal» en aguas profundas, llevando el potencial total mar adentro a 50.000 millones de barriles o más. (Para ponerlo en perspectiva, se cree que Arabia Saudí posee reservas de 264.000 millones de barriles, y EE.UU. de 30.000 millones.)
Con este descubrimiento, Brasil podría «pasar de ser un productor mediano a ser uno de los mayores productores del mundo», dijo Dilma Rousseff, Ministra de la Presidencia del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, considerada como su más probable sucesora. Para asegurar que el Estado brasileño ejerza el control en última instancia sobre el desarrollo de esos yacimientos, el presidente da Silva, «Lula», como se le conoce genralmente, y Rousseff han introducido legislación en el Congreso brasileño para otorgar control a Petrobras sobre todos los nuevos campos de la zona. Además, Lula ha propuesto que los beneficios de los campos pre-sal se canalicen a un nuevo fondo social para aliviar la pobreza y el subdesarrollo en el país. Todo esto ha creado un inmenso interés del Gobierno en el desarrollo acelerado de los campos pre-sal.
La extracción de petróleo a 2,4 kilómetros bajo del agua y debajo de 3,9 kilómetros de tierras movedizas y sal requerirá, sin embargo, la utilización de tecnología aún más avanzada que la empleada en Deepwater Horizon. Además, los campos pre-sal están entremezclados con capas de gas a alta presión (como parece que ha sido el caso en el Golfo), aumentando el riesgo de una explosión. Brasil no experimenta huracanes como el Golfo de México, pero en 2004 sus costas fueron asoladas por un ciclón subtropical sorpresa que alcanzó la fuerza de un huracán. Algunos climatólogos creen que tormentas similares a huracanes de este tipo, que solían ser desconocidas en el Sur del Atlántico, se harán más comunes a medida que aumenta el calentamiento global.
Lo que nos lleva al panorama Nº 3: Estamos en el año 2020, para cuando el área pre-sal frente a Río albergará cientos de plataformas de perforación en aguas profundas. Imaginad, entonces, un ciclón subtropical con vientos de fuerza de huracán y masivas olas que repentinamente afecta esta área, derribando docenas de plataformas, dañando la mayoría de las demás y eliminando en horas una inversión de más de 200.000 millones de dólares. Por haber recibido una advertencia de varios días, la mayoría de las tripulaciones de esas plataformas han sido evacuadas. Vientos inusitados, sin embargo, derriban varios helicópteros matando a 50 trabajadores petroleros y miembros de las tripulaciones. Para aumentar ese horror, fallan los intentos de sellar tantos pozos submarinos a profundidades semejantes, y petróleo en cantidades sin precedentes históricos comienza a derramarse en el Atlántico Sur. A medida que el ciclón crece hasta alcanzar su fuerza máxima, olas gigantescas llevan inexorablemente el petróleo hacia la costa.
Ya que el ataque impulsado por la tormenta no se puede detener, las famosas playas blancas como la nieve de Rio de Janeiro pronto están cubiertas de una capa de pegajoso petróleo negro, y en cosa de semanas, partes de las aguas costeras de Brasil se han convertido en un «océano muerto». Los esfuerzos de limpieza, cuando finalmente comienzan, resultan ser excesivamente difíciles y costosos, aumentando infinitamente la carga financiera del Estado brasileño, agobiado ahora por una Petrobras destrozada y en bancarrota. Mientras tanto, la lucha por sellar todos los pozos pre-sal con filtraciones en la profundidad del Atlántico resulta ser una tarea hercúlea mientras, un mes tras el otro, el petróleo se sigue derramando en el Atlántico.
Panorama 4: Mar chino del este -un enfrentamiento por gas submarino
Hubo un tiempo en el cual la mayoría de las guerras entre Estados se libraban por disputas fronterizas o por conflictos territoriales. Actualmente, la mayoría de las fronteras se fijan por tratados internacionales y se libran pocas guerras por los territorios. Pero aumenta un nuevo tipo de conflicto: contiendas por fronteras marítimas disputadas en áreas que contienen valiosos recursos submarinos, particularmente depósitos de petróleo y gas natural. Semejantes disputas ya han ocurrido en el Golfo Pérsico, en el Mar Caspio, los mares chinos del este y del sur, y otras masas de agua limitadas. En cada caso, los Estados circundantes reivindican amplias zonas mar adentro que se superponen, causando -en un mundo que puede estar cada vez más hambriento de energía- disputas potencialmente explosivas.
Una de ellas es entre China y Japón por su frontera común en el Mar chino del este. Según la Convención de las Naciones Unidas sobre la Ley del Mar, que ha sido firmada por ambos países, cada cual puede ejercer control sobre una «zona económica exclusiva» (EEZ) que se extiende a 200 millas náuticas (unos 370 kilómetros) de su línea costera. Pero el Mar chino del este sólo tiene 579 kilómetros en su punto más ancho entre los dos países. Ya veis el problema.
Además, la convención de la ONU permite que los Estados continentales reivindiquen una EEZ ampliada, que se extiende a su plataforma continental exterior (OCS). En el caso de China, eso significa casi toda la distancia a Japón -o por lo menos es lo que dicen los chinos- Japón insiste en que la frontera mar adentro entre los dos países debería estar a mitad de camino entre ellos, o sea unos 290 kilómetros de cada costa. Eso significa que ahora hay dos fronteras en disputa en el Mar chino del este. Como lo quiso el destino, en el área gris entre ellas se encuentra un promisorio campo de gas natural llamado Chunxiao por los chinos y Shirakaba por los japoneses. Ambos países pretenden que el yacimiento está dentro de su EEZ y que sólo ellos pueden explotarlo.
Durante años, los funcionarios chinos y japoneses se han estado reuniendo para solucionar esta disputa -sin resultados. Mientras tanto, cada lado ha tomado pasos para iniciar la explotación del yacimiento de gas submarino. China ha instalado plataformas de perforación hasta la línea intermedia reivindicada por Japón como su frontera y perfora ahora en busca de gas; Japón ha realizado estudios sísmicos en el área gris entre las dos líneas. China afirma que las acciones de Japón representan una infracción ilegal; Japón dice que las plataformas chinas están absorbiendo gas del lado japonés de la línea intermedia, y que por lo tanto está robando su propiedad. Cada lado ve esta disputa a través de un prisma extremadamente nacionalista y no parece dispuesto a ceder. Ambos lados han desplegado fuerzas militares en el área en cuestión, tratando de demostrar su determinación de imponerse en la disputa.
Éste, por lo tanto, es el panorama Nº 4: Estamos en el año 2022. Sucesivos intentos de solucionar la disputa fronteriza mediante negociaciones han fracasado. China ha instalado una cadena de plataformas de perforación a lo largo de la línea intermedia reivindicada por Japón y, según los funcionarios japoneses, ha tendido tubos de perforación submarinos profundamente dentro del territorio japonés. Un gobierno derechista ultranacionalista ha tomado el poder en Japón, prometiendo imponer finalmente el control sobre el territorio soberano japonés. Buques de perforación japoneses, acompañados por escoltas navales y aviones de caza, se envían al área reclamada por China. Los chinos responden con sus barcos de guerra y ordenan a los japoneses que se retiren. Las dos flotas convergen y comienzan apuntarse con cañones, misiles y torpedos.
En ese momento, se impone la «niebla de la guerra» (en la famosa frase del teórico Carl von Clausewitz). Cuando un barco chino se acerca peligrosamente a un buque japonés en un intento de ahuyentarlo, el capitán del buque entra en pánico y ordena a su tripulación que abra fuego; otras tripulaciones japonesas, desobedeciendo órdenes de sus oficiales superiores, hacen lo mismo. Dentro de poco, se desarrolla una batalla naval generalizada, con varios barcos hundidos y cientos de bajas. Aviones japoneses atacan entonces las plataformas chinas de perforación cercanas, produciendo cientos de víctimas adicionales y otro desastre ecológico en aguas profundas. En ese momento, mientras ambas partes llevan refuerzos y se preparan para una guerra generalizada, el presidente de EE.UU. hace una visita de emergencia a la región en un esfuerzo desesperado por negociar un alto el fuego.
Un panorama de este tipo no deja de ser plausible. Desde septiembre de 2005, China ha desplegado un escuadrón naval en el Mar chino del este, enviando sus barcos directamente hasta la línea intermedia, una frontera que existe en documentos japoneses pero que no es, claro está, visible a simple vista (y por lo tanto se puede violar fácilmente). En una ocasión, los aviones navales japoneses volaron cerca de un barco chino de una manera que debió parecer amenazadora y llevó a la tripulación a apuntar sus cañones antiaéreos hacia el avión que se acercaba. Por suerte no hubo disparos. ¿Pero qué habría ocurrido si el avión japonés se hubiera acercado un poco más, o si el capitán chino hubiese estado un poco más preocupado? Uno de estos días, cuando esos suministros de gas sean más valiosos y la situación se haga más delicada, el resultado podría no ser tan benigno.
Son, evidentemente, sólo unos pocos ejemplos de por qué es seguro que ocurrirán catástrofes como la de BP en un mundo que depende cada vez más de suministros de energía obtenidos en ubicaciones remotas y peligrosas. Aunque no se puede garantizar que suceda alguna de estas calamidades específicas, es seguro que algo semejante ocurrirá, a menos que ahora adoptemos pasos drásticos para reducir nuestra dependencia de combustibles fósiles y aceleremos la transición a un mundo poscarbono. En un mundo semejante, la mayor parte de nuestra energía provendría de fuentes renovables, eólicas, solares y geotérmicas que son de lo más común y que no hay que buscar a un kilómetro o más bajo el agua o en el norte obstruido por el hielo. Tales recursos generalmente no estarían ligados al tipo de disputas fronterizas o territoriales que pueden producir futuras guerras por recursos.
Hasta entonces, preparaos. El desastre en el Golfo no es una anomalía. Es una flecha que muestra nuestras futuras pesadillas.
Michael T. Klare es profesor de estudios de Paz y Seguridad Mundial en el Hampshire College. Su último libro es Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Energy (Metropolitan Books).
Copyright 2010 Michael T. Klare
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