El término “ventana de oportunidad” ha sido introducido en el discurso político durante estos últimos años. Según he oído, procede del inglés.
En última instancia, su significado es similar a lo que siempre se ha dicho relativo a que hay que aprovechar las oportunidades. O sea, nada nuevo bajo el sol. Eso sí, dicho en plan más docto, porque eso de la ventana le da su punto.
Bajando a lo concreto, se afirma que, aún en medio de esta crisis sistémica en la que vivimos (climática, bélica, económica, pandémica,…), existen posibilidades de lograr mejoras progresistas. Se afirma así que el voto que dio el bloque de progreso en el Congreso para conformar el actual Gobierno PSOE-UP (a favor Más País, PNV, Compromis, BNG, Nueva Canaria, Teruel Existe; abstención de ERC y EH Bildu), sirvió para abrir una ventana de oportunidad, materializada después en la aprobación de distintas leyes y presupuestos generales.
En principio, no creo que haya mucha gente que esté en contra de aprovechar las oportunidades (debilidades ajenas, coyunturas favorables..) para sus proyectos. Renunciar a lo anterior y apostar tan solo por las grandes y heroicas batallas, puede quedarse en un mero brindis al sol. Ahora bien, también es cierto que cogerle un excesivo cariño a la búsqueda de oportunidades puede conducir al puro oportunismo; es decir, a degradar tu estrategia de cambio y convertirla en una mera táctica supeditada a los límites admisibles por el sistema que pretendes transformar.
En el Congreso español son varios los ejemplos que pueden ponerse de este aprovechamiento de las “ventanas de oportunidad” por parte de los grupos que conforman el “bloque de progreso” que sustenta al actual gobierno PSOE-UP. Por lo general, los partidos suelen justificar su postura favorable a los proyectos del Gobierno afirmando algo así como: “si bien ésta no es la ley que hubiera elaborado nuestro grupo, se han/hemos introducido en su texto toda una serie de enmiendas que servirán para mejorar la vida de la gente”, y pasan seguido a detallar las conquistas logradas gracias a sus negociaciones y virtudes conseguidoras.
Pero hablemos de casos concretos. Por ejemplo, los Presupuestos Generales del Estado (PGE). En los correspondientes a los de 2020, 2021, 2022 y 2023, la votación final ha venido a ser 188/189 votos a favor (grupos del Gobierno, ERC, PNV, EH Bildu, Más País, Compromís…), 160 en contra (PP, VOX, Cs, Junts, CUP…) y 0/1 abstención (BNG). Es decir, los votos favorables de varios de los partidos del bloque de progreso no eran necesarios para que esos presupuestos salieran adelante. Si hubieran sido abstenciones o, incluso, negativos, también hubieran sido aprobados. Así pues, la excusa de que “si me hubiera opuesto o abstenido hubiera sido peor”, no vale.
Concretemos aún más. Los PGE de 2023 han sido denominados por el Gobierno “los más sociales de la historia”. A pesar del pomposo nombre, contienen una subida de un 25% en las partidas militares, a sumar al incremento de un 60% habido en años anteriores. Igualmente “social” parece ser la subida salarial para la Policía y la Guardia Civil, de un 38%. Y qué decir del incremento de sueldos para el funcionariado (2.700.000 personas), que será de un 2,5%-3,5%, cuya pérdida de poder adquisitivo deberá sumarse al 15% acumulado de años anteriores; o el de las pensiones (9 millones de personas), que tal como ha denunciado el Movimiento de Pensionistas de Euskal Herria, con la subida prevista del 8,5% no se recupera el poder adquisitivo perdido estos dos pasados años, sino que se consolida la pérdida del mismo. Tampoco las partidas en Salud han salido muy bien paradas, según denuncian las movilizaciones sanitarias que hoy atraviesan la geografía estatal.
Por otro lado, cuando se habla de ventanas de oportunidad se olvida a menudo decir qué es lo que pasa con las puertas y balcones de ese mismo edificio. Porque mientras haya que subir trepando hasta aquellas (segundos y terceros pisos) para poder lograr pequeños derechos, hay quienes tienen las puertas abiertas de par en par para arramplar con todo. Es el caso de los oligopolios bancarios, eléctricos, energéticos y grandes cadenas de distribución, auténticas mafias para quienes el juego sucio es mero deporte y tienen en su ADN el saber sortear la política social-liberal de cataplasma, tirita y parafetamol de este Gobierno. Llegó la pandemia y la guerra, ¡hagan juego!: los seis grandes bancos acaban de anunciar unos beneficios de 21.849 millones, los mayores de los últimos años; el resto del IBEX-35 no se queda muy lejos. Mientras tanto, hablar de reforma fiscal es puro sacrilegio.
Es evidente que tener una subida salarial o de pensiones que no recupere el poder adquisitivo es mejor, o menos malo, que no tener ninguna. Pero de esta manera, con el transcurso de los años lo que se consigue es pasar de un nivel de vida mediodigno a otro ajustado, de ahí a otro de penuria y finalmente se acaba en la más completa pobreza, eso sí, con derecho a alguna prestación caída de los presupuestos más sociales de la historia y a que te rebajen unos puntos en el IVA de una compra disparada. Nadie discute, pues, que 5 sea mayor que 4, ni que 4 es mayor que 3 y este último superior a 2… Pero esta no es sino la estrategia que puede conducir al cero absoluto.
Aunque la legislatura está ya acabando, sobre la mesa quedan aún importantes partidas por jugar. Es el caso, entre otros, de la Ley Mordaza, Ley de Vivienda, Ley del “solo sí es sí”, o la reforma de las Pensiones (de la de Secretos Oficiales mejor olvidarse, según parece), que siguen cocinándose en la trastienda. De todas formas, como estamos en vísperas electorales, la política del postureo y las frases ampulosas lo inunda todo. Nadie sabe bien que hay detrás de las palabras, sus tonos y los gestos que les acompañan. Ante ello, mi deseo es que, más que alguna ventana, se abran puertas y balcones. Que se haga corriente y se airee el edificio, que sigue oliendo muy mal.