Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.
Cuando estaba en quinto grado su padre la llevó a los Altos del Golán y le mostró el lugar donde había perdido a sus mejores amigos, en la batalla por el fortín de Tel Faher el 9 de junio de 1967. ‘Durante años esa batalla fue una zona emocional inaccesible para él’ dice Nufar Yishai-Karin, psicóloga clínica a quien los años a la sombra del trauma de la batalla de su padre le formaron la conciencia y la dirigieron a su profesión.
‘La guerra me ha preocupado desde que era muy pequeña’ dice. En la escuela secundaria leyó muchos libros sobre la Segunda Guerra Mundial y después siguió con la guerra de Vietnam. Leyó todos los libros y vio todas las películas sobre esa guerra pero, advierte: ‘Si retrocedo a aquella época me doy cuenta de que todavía no captaba que lo que me interesaba eran los crímenes de guerra de los soldados».
Después del servicio militar asistió a la Universidad Hebrea y pasó siete años investigando los procesos que condujeron a los soldados israelíes a maltratar a los palestinos en la primera Intifada, a finales de los ochenta y principios de los noventa. El estudio, que fue la base de su tesis doctoral en psicología clínica, se centró en los testimonios de los soldados sobre los actos de violencia en los que participaron. La tesis se ha adaptado como un artículo que aparece en la edición actual de la publicación Alpayim y figura como coautor el director de la tesis, el profesor Yoel Elizur. El artículo, titulado «¿Cómo se llega a una situación?», oculta los nombres de los soldados implicados, así como las fechas y lugares para proteger a los entrevistados que se escogieron como muestra, miembros de dos compañías de infantería blindada que sirvieron mucho tiempo en Rafah. En un artículo de respuesta, el escritor David Grossman recalcó que ésta no es una historia de individuos, sino de cientos y miles de personas ‘que llevaron a cabo una especie de ‘privatización’ de la maldad inmensa y general’.
Tratamiento en las dunas
La historia empieza con la dura experiencia de la batalla de 1967 en la que luchó el padre de Nufar, Yair Yishai, que ahora tiene aproximadamente 70 años. Se arrastró durante un día entero, la batalla fue un combate cuerpo a cuerpo en el que también se usaron cuchillos. Murieron veintidós soldados de la brigada de infantería del Golán y muchos otros resultaron heridos. ‘Durante años mi padre permaneció callado y triste cuando se hablaba de los errores que se cometieron allí; los soldados subieron al fortín por el lado equivocado y muchos murieron».
‘Cuando yo estaba en décimo grado, uno de los fundadores del Museo de la Brigada del Golán vino a nuestra casa y entrevistó a mi padre sobre su servicio en el ejército y sobre la batalla. Eso lo desbloqueó. Después de eso instruyó a soldados del Golán y además hizo un estudio de la batalla que contribuyó mucho a su salud mental».
Cuando Yishai-Karin fue reclutada en octubre de 1989, casi dos años después de la primera Intifada, sabía que iba a ser una soldado de combate, como todos los hombres. Se crió en Moshav Beit She’arim, en el Valle de Jezreel, donde ahora vive con su hijo de seis años en una casa espaciosa en la que los gatos vagan libremente y una gran bandera israelí ondea en la entrada. Asistió a la escuela elemental en Moshav Nahalal y a la secundaria en el kibutz Yifat.
Durante su primer año en el ejército no estaba contenta. Asistió a un curso de condiciones del servicio, que trataba de los derechos de los soldados, y además participó en talleres de psicología y aprendió a dirigir entrevistas. Después fue enviada al centro de instrucción de Tiberias.
Allí tampoco estaba a gusto. ‘Quería ver de cerca lo que significaba el concepto melting pot‘. Pidió traslado a la brigada del Golán y después la llevaron a la compañía Ashbal, una unidad de infantería blindada. Durante unos 15 meses vivió en una base del sur de la Franja de Gaza, cerca de los antiguos asentamientos de Rafah y Pe’at Sadeh.
‘Llegué a Gaza en el verano de 1990 y me integré en una unidad que había empezado el servicio en febrero», recuerda. ‘Había cerca de 55 soldados, incluidos muchos mandos, que habían sido transferidos a unidades de combate. Se trataba de trabajar sobre las condiciones del servicio, una especie de asistencia social. La misión era ayudar a los soldados con problemas, lo que significaba sobre todo escucharlos. Hablaba con ellos durante la guardia de noche porque entonces estaban más comunicativos».
Casi nada más llegar ocurrió un incidente que le conmocionó. Algunos de los soldados que habían llegado aproximadamente una semana antes que ella se las habían arreglado para desordenar las cosas. Detuvieron a una persona y la dejaron olvidada durante tres días en la ducha. «Me hablaron de ello y de que no sabían como tratarlo’. Su tesis cita a uno de los soldados que estuvo implicado en el incidente: ‘Cuando construyeron las duchas con un generador, por lo que tendríamos agua caliente todo el tiempo, la ducha de ‘geiser’ se abandonó y el personal decidió utilizarla como celda de detención. Metimos allí a un tipo y nos olvidamos de él durante tres días… Estaba esposado y amordazado, no podía hablar, ni moverse ni hacer nada. A los tres días alguien, no recuerdo quién, pasó por allí y se acordó’.
Yishai-Karin dejó la Franja de Gaza ‘conmocionada por lo que había visto, pero principalmente preocupada por la impotencia del ejército, por el hecho de que tomaban una unidad y la dirigían de tal forma que la violencia formaba parte de las vidas de los soldados. Después de eso me pasé siete años de mi vida investigando e intentado entender lo que había pasado’.
Disparando como locos
Yishai-Karin empezó sus estudios de psicología en octubre de 1991. ‘Ya durante el servicio militar supe que ésta iba a ser mi investigación. Estaba especialmente interesada en averiguar por qué algunas personas en estos grupos trabajan para traer un cambio a mejor, qué hay en su personalidad, qué los hace así y qué pasa en ese tipo de situación’.
Uno de sus maestros, el profesor Yoel Elizur, era reservista en la unidad de salud mental del ejército. Según Elizur, la unidad tenía una rama de investigación buena en los años noventa pero no pudo conseguir la autorización para realizar un estudio sobre la violencia de los soldados. ‘La tendencia que prevalecía entonces era la de imponer silencio sobre cualquier asunto y decir que los soldados actuaban generalmente bien’, dice.
Yishai-Karin, que conoció la especialización de Elizur sobre el tema, se le acercó con su idea de investigación y él aprovechó la oportunidad. El estudio incluyó entrevistas con 18 soldados y tres oficiales que sirvieron con ella en dos unidades de infantería blindada. Conoció a la mayoría de ellos en el servicio militar. Entrevistó personalmente a cada uno en su casa durante unas horas y grabó las entrevistas; todavía tiene las cintas. El conocimiento previo indujo a los soldados a confiar en ella implícitamente y se sinceraron totalmente contándole enseguida los crímenes que habían cometido: asesinatos, masacres, fracturas de huesos a niños, humillaciones, destrucción de las propiedades, robos.
Casi la mitad de los 21 entrevistados son asquenazíes y la otra mitad «mizrahimíes» (judíos de ascendencia norteafricana y de Oriente Próximo). La mayoría son nativos (de Israel) y de familias de clase media. Hay miembros de moshavims (pueblos agrícolas cooperativos) y kibbutzims, residentes de ciudades mixtas como Jerusalén, Acre y Ramle y también algunos de Tel Aviv y de comunidades de clase alta como Herzliya Pituah y Ramat Hasharon. El artículo de Alpayim se centra en una compañía de la que procedían 14 de los entrevistados.
El artículo describe el embrutecimiento de algunos soldados, así como que otros permanecían pasivos y una minoría intentaba luchar contra las injusticias que perpetraban. En el grupo de los embrutecidos estaba el tipo de soldado impulsivo, el que aprovechaba las oportunidades para desahogarse, a veces con entusiasmo.
Testimonio: ‘Salí en mi primera patrulla… mis compañeros simplemente disparaban como locos… yo también empecé a disparar como todos los demás… creo que estaba sereno, pero la primera vez que sales y sostienes el arma en serio, que no estás entrenando ni haciendo ejercicios en las cuevas o en las dunas y no tienes un mando que te mira por encima del hombro cuando disparas… de repente eres responsable de lo que haces. Coges el arma y disparas, haces lo que quieres».
Uno de los hallazgos más chocantes del estudio es que los soldados disfrutaron la borrachera de poder tanto como del bofetón de violencia que recibieron. ‘En un momento u otro de su servicio, la mayoría de los entrevistados disfrutó infligiendo violencia’, señala Yishai-Karin en la tesis. ‘Disfrutaban de la violencia porque rompía la rutina y les gustaban la destrucción y el caos. También disfrutaron del sentimiento de poder, de la violencia y de la sensación de peligro’.
Testimonio: ‘¿La verdad? Cuando hay caos me gusta, disfruto. Es como una droga. Si no voy a Rafah o no hay algún disturbio una vez a la semana, me pongo frenético’.
Otro soldado: ‘Lo más importante es que te exime del peso de la ley. Sientes que tú eres la ley. Eres la ley, el que decide… como si desde el momento en que dejas el lugar que se llama Eretz Yisrael (la Tierra de Israel) y entras por el puesto militar de control de Erez en la Franja de Gaza fueras la ley. Eres Dios’.
Todo está permitido
La insensibilidad de algunos soldados supone una indiferencia extrema ante el sufrimiento de los árabes: ‘Estábamos en un furgón de armas cuando aquel tipo, de unos 25 años, pasaba por la calle y sin más, sin ninguna razón, no nos lanzó una piedra, no hizo nada, un estampido y una bala en el estómago. Alguien le disparó al estómago, el tipo quedó agonizando en la acera y nosotros seguimos impávidos. Nadie le echó una segunda mirada’.
Hubo algunos soldados que desarrollaron una dura ideología que sostiene que incluso los hechos menores requerían una respuesta brutal. ‘Un niño de tres años no puede lanzar piedras, no puede herirte haga lo que haga, pero un muchacho de 19 sí puede. Con las mujeres no tengo ningún problema. Una me lanzó una chancla y yo le di puntapiés aquí (señalando la entrepierna), se lo rompí todo allí. No puede tener hijos. La próxima vez no me tirará chanclas. Cuando una de ellas me escupió le di con la culata del rifle en la cara. Ya no tiene con qué escupir nunca más’.
Algunos soldados se singularizaron en el estudio como ‘propensos a dejarse llevar’ -es decir, son arrastrados por sus oficiales y compañeros- y había algunos que nunca habían alzado una mano contra nadie antes del servicio militar. «En el momento que se cruza la línea roja no sólo se rompe, se quiebra, se hace añicos y desde ese momento todo está permitido’, testificó un soldado.
Otros soldados creyeron que la Intifada era una guerra y que ellos tenían que ser profesionales y mantener la ‘pureza de las armas’, la moralidad en la guerra. Pero la realidad de la situación y la fraternidad entre los combatientes incitó a algunos de ellos a encubrir a sus compañeros a pesar de que saquearon las viviendas donde realizaron las búsquedas y acosaron sexualmente a las mujeres árabes.
La mayoría de los soldados que fueron entrevistados recordaron con lucidez su primer encuentro con la brutalidad. En un caso, mientras todavía estaban en el entrenamiento básico, sirvieron como escoltas de un grupo de sospechosos. ‘Cogieron a los árabes, los oficiales al mando ordenaron que los pusieran en el autobús entre la puerta trasera y el último asiento, sólo pónganlos entre los asientos. De rodillas. Entonces nos dijeron: dentro de dos minutos, -y éste sólo es un entrenamiento básico- dentro de dos minutos todos tenemos que estar en el autobús. Que nadie camine sobre los asientos… Y todos empezamos a pisotearlos (a los árabes) y a caminar sobre ellos a la carrera… era un invierno muy malo. Había menos de 4 grados, llovía y granizaba… Todos tuvieron que salir en medio de la noche… no les dieron tiempo para vestirse, algunos iban en chanclas y camisas de manga corta… abrimos las ventanas y les arrojamos el agua de las cantimploras para que se helasen… Los machacamos totalmente a golpes… Y quiero decir totalmente».
Otro soldado describe una de las primeras veces que entró en una casa para arrestar a un árabe, ‘un absoluto gigante, de unos 30 años quizás. Hechos una furia le gritamos que se tumbara, le golpeamos pero no se tumbó, quería escapar… Se presentan aquellos cuatro tipos y le arrojan piedras por todos los lados y le pegamos… ¡Túmbese en el suelo! ¡Túmbese! ¡Túmbese! Hasta que al final se tumbó… Lo llevamos al cuartel, perdió el conocimiento… y unos días después murió’.
Algunos mandos subalternos alentaron la brutalidad e incluso la ejercieron. ‘Después de dos meses en Rafah llegó un (nuevo) oficial al mando… Hicimos la primera patrulla con él. Eran las 6 de la mañana, Rafah estaba bajo toque de queda, no había más que algún perro en las calles. Sólo un niño de cuatro años que jugaba en la arena. Estaba construyendo un castillo en el patio de su casa. Él (el oficial) de repente salió corriendo y todos corrimos con él. Era de los ingenieros de combate. Todos corrimos con él. Agarró al muchacho, -Nufar, yo sería un degenerado si no le dijese la verdad- le rompió la mano aquí, por la muñeca. Rompió su mano por la muñeca y su pierna, aquí. Luego caminó sobre su estómago tres veces y lo abandonó. Nosotros estábamos allí todos, con la cara larga, mirándole asustados… La vez siguiente que salí con él en otra patrulla los soldados ya estaban empezando a hacer lo mismo».
Soldados de conciencia
Un incidente provocó una crisis que empezó cuando un comandante de escuadra de la brigada insensible maltrató a tres adolescentes atados. Un soldado de conciencia llamó a otro comandante de la escuadra que era paramédico. Éste le dijo a Yishai-Karin que cuando llegaron los primeros auxilios los tres muchachos palestinos ya estaban totalmente ensangrentados, sus ropas empapadas de sangre y temblaban de miedo. Tenían las manos atadas y no se atrevían a moverse. Estaban de rodillas».
El comandante de escuadra y el soldado de conciencia reprendieron al brutal comandante del escuadrón, pero el comandante del pelotón no los respaldó: ‘¡Ustedes deben saber que lo que han hecho ambos es muy grave!’, les dijo, ‘¡hablarle así! Deben saber que podría castigarlos’.
Los dos soldados que recibieron esta reprimenda le contaron lo sucedido a otro soldado y éste decidió contarlo en la siguiente reunión de la brigada con el comandante de la división. Después de escucharlo y pedir los testimonios de los otros dos soldados, el comandante de la división le preguntó al comandante brutal qué tenía que decir al respecto. Pero él se negó a responder delante de los soldados. El comandante de la división lo apartó del sector y pidió que la policía militar investigara el incidente. El comandante de la escuadra fue condenado a tres meses en prisión.
Recordando este episodio que rompió la conspiración de silencio en la compañía, Yishai-Karin señala que todos los demás soldados apoyaron al comandante de escuadra brutal, incluso aquellos que pensaban que había ido demasiado lejos y merecía un castigo. Ante el credo sacrosanto de la fraternidad de los combatientes y la lealtad al grupo, los soldados de conciencia fueron considerados traidores, porque ‘ningún soldado debe ir a la cárcel a causa de ningún árabe’.
¿Cómo se explica esta conducta?
«La compañía Ash’har, que se formó antes de que llegásemos nosotros, es un desvarío, extremadamente inhumana. La falta de supervisión de los mandos dejó su huella y las cosas que hicieron antes de que llegáramos fueron extremas. Por ejemplo la historia del niño y la de las patadas en la entrepierna».
‘Los soldados de la compañía de Ashbal’, continúa, ‘eran de mayor calidad. Algunos habían sido despedidos del curso de pilotos. Se produjo una lucha feroz entre las dos compañías, que realmente era una lucha entre culturas e incluso una lucha de base socioeconómica. Hay una conexión entre el ambiente de una persona y su conducta. Es algo como la parodia de la película de Assi Dayan Halfon Hill No Answer: una reflexión sobre las diversas formas de ‘israelismo’, incluyendo, por ejemplo, al delicado actor iraquí que no entiende qué está haciendo allí y planea hacerse contable».
‘Los dos soldados de conciencia pertenecían a familias que se dedicaron mucho a los hijos. Uno era hijo de una psicóloga y un gerente de fábrica y el otro de un oficial de carrera, un teniente coronel. En ambos casos las madres se implicaron, lo que significaba que recibían grandes paquetes todas las semanas. Los dos eran soldados extraordinarios. Se abrieron paso a través del entrenamiento básico y tenían bastante tiempo para pensar sobre lo que era correcto y lo que no de las actuaciones de la compañía en Rafah. Sus oficiales al mando tenían unos horizontes mucho más estrechos, provenían de un ambiente diferente y ahí fue donde chocaron las culturas. El comandante de escuadra que fue a prisión sufrió el trauma de su vida porque después de todo lo que había hecho estaba preso por golpear a unos jovenzuelos atados. Ahora vive en Estados Unidos. La mayoría de los soldados que entrevisté se quedaron en el país, menos cinco o seis’.
¿Cómo se las arregló para impedir que se vengaran de los «traidores» que los delataron?
‘Vinieron a consultarme; el soldado paramédico y el que habló al comandante de la división. Éste último estaba aturullado y muy asustado. Después de que el comandante de división salió fui a los cuartos de los sargentos y me encontré al comandante de escuadra que había infligido la paliza. Todos le consolaban. Dudé durante un minuto y entonces les dije que si cualquiera se atrevía a hacer algo yo no me quedaría callada. No tuve que preguntar, sabía que estaban planeando una venganza. Antes de que acabara la frase saltaron todos, ¿cómo me atrevía? Estaba claro para mí que tenía que trazar mi línea. Mi estatus era tan bueno que me perdonaran. Alguien dijo enseguida: «Ella se ocupa de las condiciones de los soldados, de todos nosotros».
‘En mi tesis comparé la situación con la de familias en las que se dan la explotación sexual, el incesto o la violación y se guarda el secreto. Así es como funcionaba la unidad, no se acusa a un miembro de la familia. Es un mecanismo básico que tenemos todos, estos soldados nos representan a todos’.
Instintos cavernícolas
Los dos soldados de conciencia, el testigo de la paliza a los jóvenes indefensos y su compañero paramédico, fueron trasladados fuera de la compañía. Al primero lo enviaron a un grupo de francotiradores, al otro a un curso avanzado para paramédicos y después ambos emprendieron el curso de oficiales. El soldado que reveló la historia al comandante de la división fue condenado al ostracismo. Todos lo boicotearon y lo persiguieron hasta que finalmente lo sacaron de la compañía y le asignaron un puesto bajo en el escalafón.
Los dos primeros soldados volvieron a la compañía como oficiales e iniciaron un proceso dirigido a ‘inculcar una cultura profesional’. En su opinión, la compañía experimentó una metamorfosis y los soldados, en general, refrenaron el comportamiento brutal.
En su estudio, Yishai-Karin examinó cómo afectaban mentalmente a los soldados las maldades que cometían. Descubrió que los dos soldados de conciencia ‘fueron los únicos entrevistados de la muestra con una narrativa de crecimiento personal, victoria moral y un sentido de utilidad con respecto al servicio militar. Ambos estimaron que se debía a que no tenían ninguna duda acerca de lo que estaban haciendo’.
Yishai-Karin continúa viendo a los soldados que entrevistó como buenas personas. ‘Desde el punto de vista de la estructura del ejército, estábamos en compañías de infantería sin batallón, conectados directamente a una brigada blindada que durante la mayoría del tiempo se estableció en los Altos del Golán. No había ningún comandante del batallón para dirigir las cosas y el comandante de la brigada también era de los cuerpos blindados. Nadie entendió realmente lo que estaba pasando en la compañía y no había nadie para comprobar nada. El comandante general de órdenes del sur, Matan Vilnai, (ahora parlamentario laborista y viceministro de defensa) visitó la compañía y llevó a soldados rasos a charlas ‘de hombre a hombre’, pero prevalecían los mecanismos de negación y ocultación y nunca le contaron nada de lo que pasó, aunque lo intentó. Una de las conclusiones del estudio es que hay que tener en cuenta los mecanismos de ocultación porque son naturales y siempre aparecerán».
‘El ejército no proporcionó entrenamiento regular a esa unidad y apenas les dio permisos. No tuvieron la oportunidad de recuperarse con un poco de descanso. El entrenamiento dirigía la unidad hacia un ejército regular en lugar de a una milicia, pero la unidad obtuvo sólo un tercio del entrenamiento que se suponía que necesitaba. Los soldados aducían que cuanto más tiempo pasara la unidad en el campo más violenta se volvería y más propensa a imponer el orden. Alegaron que el ejército era consciente de la tendencia hacia la violencia y la alentaba porque de esa manera podrían asignar menos mano de obra.
‘Hay dos medios que el ejército adopta para dirigir la violencia de la guerra en las direcciones apropiadas’, continúa, ‘particularmente la herencia de la batalla y el entrenamiento. Esos medios no se utilizaron en la Intifada. Los dos oficiales de conciencia pensaron por sí mismos e introdujeron ‘ejercicios de Intifada’ antes de entrar en acción. Si un soldado entrena, sabe lo que se espera de él, así que su conducta se ajusta a las normas del ejército y no a los instintos cavernícolas».
«En cuanto a la herencia de la batalla, la traje al ejército desde mi casa. Mi padre me habló de la (primera) guerra de Líbano. Era comandante de una compañía de reconocimiento. En una ocasión un gran número de chiíes furiosos se congregaron en la entrada de la base y los soldados se pusieron tensos. Mi padre y otros soldados se adentraron valientemente entre la multitud, hablaron con la gente y la tranquilizaron. Mi padre me dijo que en aquel tiempo cualquiera que no conociera a los árabes y se sintiera presionado por los hechos estaba predispuesto a dispararles. Esa es una historia que oí siendo una muchacha, en 1983».
‘Después de esto, en la Intifada, vi una y otra vez cómo la presión causa reacciones extremas y violentas. Había un comandante de la compañía que enfatizaba y siempre causaba grandes alborotos. Lo que se echa en falta es la herencia de la batalla, como la historia de mi padre en la que se prueba el valor sin recurrir a los disparos. La herencia de la batalla es algo que hay que construir, que deben transmitir los cuerpos educativos y que hace mucha falta».
¿Puede resumir el mensaje del estudio?
‘El mensaje podría ser demasiado complejo para un artículo de prensa. Freud habla del instinto agresivo destructivo. En una carta a Einstein en 1932, Freud escribió: ‘Meditando sobre las atrocidades grabadas en las páginas de la historia, sentimos que el motivo ideal ha servido a menudo como un camuflaje para la lujuria de la destrucción’. Eso ha existido en todo el mundo, en todos los idiomas y en todas las religiones a lo largo de los cientos y miles de años de historia y probablemente incluso antes. Hay algunas culturas que son más violentas, sí, pero la violencia aparece en todas las culturas. Hay situaciones que provocan y hacen que la violencia brote a la superficie».
‘No hay nada sorprendente en la reacción de los soldados que fueron enviados allí’, continúa Yishai-Karin, ‘en una situación de abandono, sin vigilancia del mando superior, sin una investigación psicológica real, sin ningún examen, actuaron sobre la base de los instintos y las emociones. Pero a pesar de todo lo que pasó allí, no pocos soldados fueron exculpados de forma honorable gracias a sus valores, el apoyo de sus familias, la profesionalidad y la moderación. Las opiniones políticas no tuvieron ninguna influencia en su conducta; las opiniones políticas cambian de acuerdo con la conducta, no al revés.
Original en inglés: http://www.haaretz.com/hasen/spages/909589.html
Dalia Karpel nació en 1950. Se graduó en la universidad de Tel Aviv en 1980 en Estudios de Cine y Televisión. Desde 1977 trabaja como directora de cine y periodista en periódicos israelíes, revistas y cadenas de televisión.
Carlos Sanchis y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, al traductor y la fuente.