Egipto se resiste a restaurar las relaciones diplomáticas plenas con Irán, congeladas por casi 30 años, a pesar de los gestos de buena voluntad que ha emitido el régimen islamista. Expertos atribuyen esa actitud a la presión de Estados Unidos. «Alineado con las directivas desde Washington, El Cairo continúa apelando a excusas superficiales para justificar […]
Egipto se resiste a restaurar las relaciones diplomáticas plenas con Irán, congeladas por casi 30 años, a pesar de los gestos de buena voluntad que ha emitido el régimen islamista. Expertos atribuyen esa actitud a la presión de Estados Unidos.
«Alineado con las directivas desde Washington, El Cairo continúa apelando a excusas superficiales para justificar su negativa a normalizar el vínculo con Teherán», dijo a IPS el legislador egipcio Hamdi Hassan, de la opositora y proscripta, aunque tolerada, Hermandad Musulmana.
Los pronósticos de un acercamiento entre los dos países proliferaron en julio, al presentarse en Irán un documental que retrataba al asesinado presidente egipcio Anwar Sadat como «traidor» por haber firmado el acuerdo de paz de 1979 con Israel.
El filme, «Ejecución de un faraón», es una apología del asesino de Sadat, Jaled al-Islambouli, calificado de «mártir». Pero no se trata de una producción iraní, sino qatarí, y el término «traidor» fue introducido por la institución que la tradujo, ajena al régimen de Mahmoud Ahmadinejad.
De todos modos, el gobierno egipcio dirigió expresiones de inusual enojo al iraní. El canciller Ahmed Aboul-Gheit condenó la película «en los términos más fuertes posibles» y consideró «desafortunado que una sociedad islámica como la de Irán ataque a este gran líder nacional».
Teherán rompió relaciones con El Cairo a raíz de los acuerdos de Camp David con Israel, patrocinados por Washington. Hubo muestras aun peores de hostilidad durante la mayor parte de los años 80, cuando Egipto apoyó al régimen de Iraq, encabezado entonces por Saddam Hussein, en su guerra contra Irán.
Además, la cercanía de Egipto con Estados Unidos –que no oculta su deseo de aislar, e incluso de atacar, a Irán– mantuvo congelado el vínculo.
Sin embargo, algunos acontecimientos alimentaron las especulaciones sobre un acercamiento, y aun sobre la posible restauración de las relaciones plenas.
El presidente Ahmadineyad expresó el año pasado la disposición de su país a restablecer el vínculo. «Si el gobierno egipcio está dispuesto, abriremos nuestra embajada en El Cairo ese mismo día», afirmó.
El gobierno de Hosni Mubarak nunca respondió a la oferta, seguida por varias visitas de altos funcionarios iraníes a la capital egipcia.
El presidente del parlamento de Irán, Gholam Ali Adel, asistió en enero a la reunión de la Organización de la Conferencia Islámica en El Cairo, la primera a esa ciudad desde los años 70 de un parlamentario iraní destacado.
Dados los contactos de alto nivel ahora en curso, a muchos les sorprendió la vehemente reacción del gobierno egipcio ante el documental, del que Teherán se distanció, entre otras razones, porque nunca fue emitido por la televisión estatal.
Un diplomático iraní dijo a medios de prensa de su país que la película es una «producción independiente» que «no representa la posición oficial de la República Islámica».
Pero los funcionarios egipcios continuaron dejando sentado su malestar.
La censura más tajante procedió de Mohammed al-Tantawi, gran jeque de la Mezquita Al-Azhar, principal autoridad mundial de la corriente sunita del Islam y que, sin embargo, responde en última instancia al gobierno de Egipto.
Tantawi aseguró que Sadat es un mártir y acusó en una declaración escrita a los productores del filme de cometer el «más atroz de los crímenes».
En agosto quedó claro que el gobierno iraní no tenía responsabilidad en «Ejecución de un Faraón», una producción original del canal de noticias satelitales Al Jazeera, con sede en Qatar, luego traducida al iraní por una institución independiente que se tomó la libertad de insertar la palabra «traidor» al identificar a Sadat.
A pesar de la evidente desvinculación de Teherán con la película, El Cairo no emitió ninguna disculpa o retractación oficial tras sus airadas recriminaciones.
En otro claro gesto de buena voluntad, Irán invitó formalmente el mes pasado a la Universidad Al-Azhar a instalar una filial en Teherán, con el objetivo de «reforzar las relaciones» entre los dos países y «promover el entendimiento entre sunitas y chiitas».
Tantawi rechazó la oferta. «No tenemos intención de abrir una filial de Al-Azhar en Irán», dijo al diario independiente Al-Dustour. «Decidimos romper relaciones con Irán a causa del filme.»
Desde entonces, la prensa egipcia especula sobre las razones reales de la retórica inusualmente dura empleada hoy por el gobierno hacia el régimen de Ahmadineyad.
«Aun cuando la película no estaba asociada con el Estado iraní, la agresiva respuesta de la cancillería fue una luz verde para renovar la disputa entre sunitas y chiitas», escribió el analista político Mohammed Abdel-Hadi en su columna para el diario independiente Al-Masri Al-Youm, publicada el 27 de agosto.
Azuzar el conflicto religioso «promueve el enfoque oficial, según el cual un acercamiento entre Egipto e Irán sigue siendo imposible», explicó Abdel-Hadi.
Para otros observadores, la intolerante actitud egipcia es una muestra del «servilismo» del gobierno de Mubarak hacia Estados Unidos.
«El Cairo, siguiendo directivas de Washington, siempre busca excusas para no restablecer las relaciones con Irán», dijo a IPS Magdi Hussein, secretario general del islamista y semiilegal Partido Laborista. «El gobierno exageró el asunto para alimentar la hostilidad hacia los iraníes.»
«Nadie toma en serio» las declaraciones de Tantawi, quien «ha perdido toda credibilidad religiosa porque sus opiniones sólo reflejan el deseo del régimen» de Mubarak, según Hussein.
«Irán ha tenido muchos gestos, pero Egipto no ha dado ni un solo paso», agregó Hassan. «Habrá relaciones plenas cuando Egipto sea amo de su propio destino. Hasta que eso no suceda, seguirá tratando de conformar los dictados sionista-estadounidenses.» (FIN/2008)