Traducido para Rebelión por L.B.
A la caída de la tarde el pastor fue a acostarse temprano, como tiene por costumbre. Hace frío en la tienda, no hay electricidad y solamente una pequeña lámpara proyecta una tenue luz que se mantiene encendida hasta que llega el momento de dormirse. Abd al-Rahman Shinran dedicaba algunos instantes a ver la televisión (que funciona con batería). Sólo se captan con nitidez las cadenas jordanas, las israelíes apenas se ven. Aproximadamente a las 8 o 9 -no lo recuerda con exactitud- apagó la lámpara y se fue a dormir. Toda su familia estaba reunida en la tienda: su mujer y sus tres hijos, de edades comprendidas entre los dos meses y los cuatro años. Todos ellos estaban acostados, envueltos en abrigos y sábanas, la única protección de que disponen para combatir el frío de la noche. Durante toda la jornada Shinran había pastoreado a sus 120 ovejas y al atardecer había conducido rebaño al redil, le dio de comer y de beber y lo ordeñó, siguiendo una rutina tan antigua como la Biblia.
El pastor tiene 27 años y no sabe ni leer ni escribir. Cuando es preciso estampa su firma con el dedo. Es nativo de esta tierra de Wadi Rahim, cercana a Khirbet Susya, al sur de la región del Monte Hebrón. Ha vivido aquí durante toda su vida, entre la zona de pastos y las tiendas situadas junto a las cuevas, en las que se busca refugio durante las gélidas noches de invierno. Tiene por vecinos a sus cuatro hermanos, todos los cuales viven en el campo de tiendas y cuevas. En su mundo no existe ni la política, ni Kadima, ni Olmer, ni Haniyeh. Sólo tienda, familia y rebaño.
La tienda no tiene puerta: permanece abierta a todos los vientos. Al otro lado de la carretera están los colonos de Susya y de Havat Yair, la comunidad satélite aneja, dispuestos a entregarse al sueño. Tejados de teja roja, césped exuberante, un centro de lujo construido con fondos proporcionados por la Lotería Nacional. Sin embargo, la noche del pasado sábado parece que no todos los colonos se fueron a dormir. Algunos se embarcaron en un ejercicio de «entrenamiento nocturno» cuya finalidad era hacer imposible la vida de sus vecinos y obligarles a marcharse.
Tres familias de pastores han abandonado ya Khirbet Susya. Las familias Halis, Hadar y Harini, integradas por cerca de 30 personas, han huido aterrorizadas por sus vecinos, los colonos judíos. Ahora la familia Shinran permanece en primera línea de combate, a aproximadamente tres kilómetros del asentamiento judío y a tan sólo unos centenares de metros del puesto de avanzadilla del asentamiento. Los palestinos ya tienen prohibido llevar a pastar sus animales al espacio de terreno que se extiende entre ellos y los colonos, pero eso no basta para satisfacer a éstos.
Estuvimos aquí en vísperas de la festividad de Yom Kippur del año 2001, después de que los pastores palestinos hubieran sido expulsados del lugar y hubieran regresado respaldados por una sentencia de la Corte Suprema de Justicia, hubieran sido expulsados otra vez y de nuevo fueran reintegrados.
La noche del sábado, después de la lectura de la Torá del Vayakhel-Pikudei -los capítulos finales del Libro del Éxodo, que comienza diciendo: «Entonces Moisés reunió a toda la comunidad israelita y les dijo: Éstas son las cosas que el Señor os ha ordenado. Durante seis días podréis trabajar, pero durante el séptimo día observaréis el Sabath y descansaréis»-, un grupo de israelíes se reunió para cumplir su sagrada tarea: otra «escaramuza de pastores» en los terrenos de pastoreo situados entre dos Susyas -la una palestina y la otra una colonia israelí.
El verano pasado Shinran casi perdió sus ovejas. Estaba cuidando su rebaño, y mientras él y los suyos acampaban cerca del pozo, componiendo otra estampa bíblica, un grupo de colonos judíos armados se acercó y le amenazó con confiscar sus animales. Los gritos de Shinran alertaron a sus vecinos, que llegaron corriendo, y tras ellos vino la policía, que se comportó como suele hacerlo habitualmente en los casos de «escaramuzas de pastores»: cuatro pastores palestinos, incluyendo al anciano padre de Shinran y a dos de sus primos, fueron llevados detenidos y sólo fueron liberados dos semanas más tarde tras abonar una fianza de 10.000 shekels.
Otra escaramuza tuvo lugar hace una semana, el martes pasado. Issa, hermano de Shinran, de 24 años de edad, pastor como su hermano, llevó su rebaño a pastar. A eso de las 10 de la mañana tres colonos judíos surgieron súbitamente y atacaron a Issa con gas. Le rociaron los ojos y la boca con el contenido de un pequeño bote de gas. Issa se desplomó al suelo, retorciéndose y asfixiándose. Un grupo de soldados que acertó a pasar por allí salvó a las ovejas, que los colonos judíos amenazaban con robar. El protector local de los pastores, el plomero jerusalenita Ezra Nawi, fue convocado al lugar y se llevó a Issa a la clínica de Yatta. Issa permaneció dos días acostado en su tienda, con los ojos llorosos. Otro incidente que había concluido en paz.
Sin embargo, la noche del pasado sábado las cosas acabaron de forma distinta. Como siempre, Abd al-Rahman se acostó cerca de la entrada de la tienda para poder vigilar desde allí su rebaño. Su mujer y sus hijos dormían en un rincón más al interior de la tienda. A eso de la medianoche, Abd al-Rahman se despertó al sentir un fuerte golpe en la cabeza. Cuando volvió en sí vio a un numeroso grupo de personas embozadas que estaban dentro de su tienda. Levantó las manos para protegerse la cabeza y entonces recibió tres golpes más en el cráneo. Dice que le golpearon con palos y cuchillos. No tiene ni idea del tipo de armas que emplearon los asaltantes, pero su cabeza comenzó a sangrar. Estaba a punto de desvanecerse cuando los asaltantes lo arrastraron al exterior, frente a la tienda, donde siguieron golpeándolo salvajemente. Su mujer e hijos se despertaron en medio de la pesadilla y comenzaron a gritar aterrorizados. Aziz, el hermano de Shinran, se abalanzó al exterior desde la otra tienda, convencido de que a su hermano lo había mordido una serpiente. También a él le dieron una paliza.
A Abd al-Rahman le golpearon en manos y piernas y a Aziz le acuchillaron el brazo. Adb al-Rahman oyó a los asaltantes hablar en hebreo pero no comprendió ni una palabra. Eran aproximadamente diez personas y todos llevaban kippas negras. Shinran los describe como «gente alta».
Se despertó toda la familia extensa -el padre, los hermanos y las cuñadas-, y todos comenzaron a gritar pidiendo auxilio. En total, el incidente duró 10 minutos, tal vez 15, hasta que los pogromistas reptaron de nuevo a la colonia judía de Susya.
Naturalmente, se volvió a reclamar la ayuda de Ezra Nawi, quien llegó a eso de la 1:30 de la madrugada procedente directamente de su casa de Jerusalén: «Cuando llegué, Abd al-Rahman yacía en el suelo, sangrando, tenía la cabeza envuelta en toallas. Aziz también estaba sangrando. Todos estaban aterrorizados. Son escenas con las que estoy muy familiarizado, escenas en las que todo el mundo acaba sangrando«. Antes de ponerse en camino hacia Susya, Nawi trató de que la policía lo acompañara. «La policía se desentendió completamente«, dice, «al fin y al cabo, sólo son árabes«. Pero cuando llegó al lugar el ejército ya estaba allí. Un médico vendó las heridas de los dos hermanos y una ambulancia militar se los llevó al cruce de Ziv, donde lo transfirieron a una ambulancia palestina que se los llevó al hospital Alia de Hebrón. Nawi los siguió en su propio coche.
Las gastadas sandalias de Abd al-Rahman permanecen bajo su destartalada cama del hospital Alia, una institución del Gobierno. De vez en cuando, personas que vienen a visitar a otros pacientes se asoman a la habitación para ver al superviviente. Tiene la cabeza y la cara vendadas; presenta tres cortes en la cabeza y heridas en brazos y piernas. Outsiders, reza la leyenda inscrita sobre su descolorida camiseta. A su hermano le dieron el alta el domingo. Musa Abu Hashhash, un maravilloso activista de la organización de derechos humanos B’Tselem, se reunió con el hermano y recogió su testimonio, que coincide exactamente con el relato de los hechos que Abd al-Rahaman nos hizo a nosotros.
¿Existe alguna relación entre ambos sucesos?
Portavoz de la policía: «No veo ninguna relación. Dejo a su criterio el establecer la relación«.
¿Qué va a pasar ahora? Abd al-Rahman no tiene ni idea. Esta noche sus dos hermanos, que viven en Yatta, van a dormir en su tienda. Tal vez hayan organizado turnos de guardia. «La tienda no tiene puertas, ¿sabe usted?, y el pasto tampoco«, dice con una frágil sonrisa de impotencia, sentado en la cama del hospital con la cabeza y la cara cubiertas de vendas, mientras que, espoleado por la sed, engulle ansiosamente el yogurt que le ofrece la enfermera.
Texto original en: http://www.haaretz.com/hasen/spages/700747.html