La arrogancia del conquistador matando saberes y mundos de vida se proyecta sobre el presente extractivista y amenaza con destruir otros futuros posibles. De la explotación del Potosí a las explotaciones de los salares y humedales para la extracción de litio. El sistema exige no parar de «producir», en territorios y cuerpos, con ritmos frenéticos, establecidos por financistas, administradores del poder y científicos. Apuntes breves para un diagnóstico sobre la época.
En el principio fue la «fiebre del oro». Desmató* los bosques y sus pueblos. La arrogante «Razón» imperial se consolidó sobre el epistemicidio originario. Su obra dilecta, nació infectada de indolencia congénita. La ciencia occidental se desentendió de la vida. Le cedió los suelos a los mercaderes y las aguas a los ingenieros. Más tarde, confió la energía a los físicos y el gobierno de la vida en común a los especialistas en finanzas, dichos “economistas”. Y así nos fue.
Ahora de esos suelos cosechamos hambrunas, pandemias y sindemias de todo tipo. Las aguas se revuelven en forma de sequías, tempestades e inundaciones crecientes. El agua y el alimento —bases de nuestras energías vitales, de nuestra salud y convivencia— han sido convertidos en vectores de contaminación, enfermedades, hostilidades y muerte.
Los físicos nos devolvieron la energía en forma de la más poderosa arma de destrucción masiva, incluso con poder para exterminarnos a nosotros mismos. Y los financistas terminaron de crear los mecanismos que nos mantienen esclavizados a una maquinaria de producción destructiva presuntamente imparable. Se nos ha inculcado que esa maquinaria no se puede detener porque, en tal caso, “todo sería peor…”. Se nos dice que esa máquina tiene que seguir funcionando, creciendo y aumentando su velocidad para que, alguna vez, “resuelva” todos nuestros problemas y cure todos nuestros males. Producir, producir, producir.
A medida que esta maquinaria avanza, más nos hundimos en un pozo de impotencias, sufrimiento y desesperación. Finalmente, los financistas han logrado convencernos de que nuestra “libertad” es la sujeción a semejante maquinaria… Su mandato crece a expensas de nuestras capacidades y condiciones de autodeterminación (y felicidad). Hoy estamos buscando la “libertad” en los callejones más oscuros de lo que nos esclaviza y nos oprime.
La fiebre del oro, desde el principio de desmatamento, es el combustible originario que alimenta la maquinaria. Hoy sigue explotando más a fondo las entrañas del planeta y los cuerpos. Nos ha sumido a la voracidad insaciable de los “comedores de tierra” que están provocando la “caída del cielo”, como dice Davi Kopenawa.
Esta maquinaria no sólo está asfixiando el aire que respiramos. Está colapsando la gracia en nuestras vidas. No hay vida más penosa que una vida sin gracia… Pero si no la detenemos, va a acabar hasta con la gracia misma de vivir.
*Desmatar o desmatamento es un neologismo del idioma portugués. Significa desmontar/deforestar, pero es un juego de palabras que remite a matar. El maestro Carlos Walter Porto-Goncalves nos enseñó que «desmatar es matar».
Horacio Machado Aráoz. Integrante del Equipo de Ecología Política del Sur (Citca-Conicet-UNCA). Publicado originariamente en Grupo de Ecología Política del Sur.
Edición: Darío Aranda
Fuente: https://agenciatierraviva.com.ar/violencia-colonial-continuidades-y-futuros-por-disputar/