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Aniversario 60 del Estado israelí

Violencia y terrorismo en el Medio Oriente

Fuentes: Rebelión

¡Terrorismo islámico! Es la etiqueta más común que cuelgan los voceros occidentales y que reproduce incansablemente la gran maquinaria de propaganda que constituyen sus poderosos medios de prensa, tratando de imprimir una explicación falseada para la espiral de violencia que ya no solo sacude al Medio Oriente. También utilizan apelativos como fundamentalismo, fanatismo y extremismo, […]

¡Terrorismo islámico! Es la etiqueta más común que cuelgan los voceros occidentales y que reproduce incansablemente la gran maquinaria de propaganda que constituyen sus poderosos medios de prensa, tratando de imprimir una explicación falseada para la espiral de violencia que ya no solo sacude al Medio Oriente.

También utilizan apelativos como fundamentalismo, fanatismo y extremismo, siempre colocándole el apellido de islámico y hay que reconocerlo, han logrado permear o al menos confundir a sectores de la opinión pública con estos conceptos. Ellos, el colonialismo primero y el neocolonialismo devenido en imperialismo después, son maestros en la manipulación de ideas.

Las guerras y la violencia en el Medio Oriente como en muchas otras partes del mundo, tienen larga historia, pero para encontrarle una explicación a los conflictos actuales, no es necesario retroceder a la época de las conquistas de Alejandro Magno, ni a los enfrentamientos entre antiguos imperios, ni siquiera a las pretensiones colonizantes de las cruzadas, aunque tal vez estas últimas constituyeran una especie de adelanto de lo que ocurriría unos diez siglos después.

A finales del siglo XIX, el Imperio Otomano, en franca descomposición, aún dominaba buena parte del Medio Oriente mientras las grandes potencias colonialistas de Europa trabajaban para despedazarlo y apoderarse de una región considerada estratégica por su emplazamiento geográfico y sus recursos naturales. Todavía el petróleo no se había convertido en savia vital para el desarrollo moderno.

La coyuntura para lograrlo surgió cuando Turquía se alió a Alemania en la I Guerra Mundial, hecho aprovechado por Francia e Inglaterra para intensificar su penetración en la región, buscando el apoyo de fuerzas árabes bajo la promesa, incumplida después, de permitirles establecer un reino árabe independiente. Ambas potencias firmaron de forma secreta en 1916, el Tratado Sykes-Picot, mediante el cual se distribuían la región trazando fronteras de acuerdo con sus intereses, en lo que puede considerarse el inicio de la tragedia que llega hasta nuestros días.

La ocupación colonial se impuso a sangre y fuego reprimiendo el naciente movimiento nacionalista e independentista árabe, que incluyó el bombardeo de Damasco por los franceses y la utilización por los británicos de gases mortales contra los patriotas iraquíes.

El sionismo, corriente política extremista, surgió a finales del siglo XIX basándose en el concepto de que los fieles de la religión judía en cualquier parte del mundo, constituían una nación y un pueblo especial elegido por Dios, al cual según se narraba en el Antiguo Testamento, este había otorgado el derecho a ocupar la tierra prometida en Palestina. Argumentando discriminaciones y persecuciones, sus ideas, rechazadas por muchos judíos en un inicio, fueron impulsadas después por el dinero del gran capital en el Viejo Continente y encontraron respaldo en los gobernantes británicos, que creyéndolo útil a sus intereses, otorgaron en 1917 -mediante un documento conocido como Declaración Balfour-, el derecho a iniciar la ocupación de ese territorio para constituir allí lo que llamaron un hogar nacional para el pueblo judío.

Por ese entonces, la casi totalidad de la tierra en Palestina era propiedad de la población árabe que había vivido allí desde siempre, por lo que Inglaterra concedió a los sionistas algo que no le pertenecía. Ello dio lugar a la violencia que se iniciaría desde los años 20 y cuya escalada se mantiene hasta hoy.

Los sionistas consumaron la ocupación expulsando a los palestinos de decenas de pueblos y ciudades, mediante una campaña terrorista que estos han calificado como la nakba (tragedia), la cual culminaría con la constitución del estado de Israel el 14 de mayo de 1948, hace ahora 60 años (8 de mayo según el calendario judío). Se crearía también otro problema, el de millones de palestinos refugiados en países vecinos.

Ya por entonces, los intereses imperialistas estadounidenses atraídos por el petróleo, habían desplazado en lo esencial a los británicos en el Medio Oriente y el inicial conflicto palestino se extendía convirtiéndose en el conflicto del Medio Oriente, insertándose paulatinamente en el marco de la confrontación este-oeste. El enclave sionista devino hasta nuestros días en base para los planes de dominación de Washington y para frenar los movimientos nacionalistas y de liberación en la importante región.

Paralelo a este proceso histórico, se produjo una fuerte y creciente penetración sionista en los círculos de poder de los Estados Unidos, que confluyendo con sus corrientes políticas más conservadoras y reaccionarias, promovieron varias guerras y llevaron a cabo en los últimos años, la criminal invasión y ocupación de Iraq; amenazan con atacar a Irán y Siria; y propugnan la toma del poder en el Líbano por fuerzas que le sean afines. Son también los responsables de que continúe el martirio palestino al rechazar el reconocimiento de los derechos de este pueblo.

Imperialismo y sionismo mancomunados, emplean cualquier método: cárceles secretas, secuestros y torturas; campos de concentración; utilización de armamentos de todo tipo, así como una permanente campaña no menos letal, de terrorismo mediático.

Y continúan gritando: ¡Terrorismo islámico!

Pero no, qué va… Ni Allah, Dios o Jehová, tienen que ver con esto. La violencia y el terrorismo fueron sembrados por el colonialismo, y los cultivó y siguen haciéndolo el imperialismo y el sionismo.

Cese la filosofía del despojo y finalizará la filosofía de la guerra, dijo Fidel en Naciones Unidas hace varias décadas y sus palabras tienen hoy más vigencia que nunca.

Ernesto Gómez Abascal es Embajador de Cuba en Turquía