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Visiones a 45 años de Al-Naksa – III

Fuentes: +972 Magazine/Foreign Policy

Cerrando la selección de análisis en este 45º aniversario de la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental en la Guerra de los Seis Días, comparto otras dos visiones contrapuestas: una pesimista y en perspectiva, desde adentro de la sociedad israelí: la del joven periodista y editor Noam Sheizaf; y un enfoque esperanzado y externo, […]

Cerrando la selección de análisis en este 45º aniversario de la ocupación de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental en la Guerra de los Seis Días, comparto otras dos visiones contrapuestas: una pesimista y en perspectiva, desde adentro de la sociedad israelí: la del joven periodista y editor Noam Sheizaf; y un enfoque esperanzado y externo, desde Washington D.C., escrito por la reconocida analista palestina-estadounidense Nadia Hijab.


Ninguna salida a la vista: la ocupación cumple 45 años

Noam Sheizaf

Hoy, 5 de junio, Israel celebra un doble aniversario: 45 años de la Guerra de los Seis Días y 30 años de la primera Guerra del Líbano. El nombre de esta última es engañoso: la guerra tuvo lugar en Líbano, pero fue un intento más de resolver nuestro «problema palestino» por la fuerza. Israel conquistó buena parte del país vecino (incluida su capital), instaló allí un político títere como presidente, y forzó a la OLP a salir hacia el exilio en Túnez. Pero el plan falló. Cinco años después, una revuelta popular noviolenta [N. de la T: la primera intifada, en 1987] estalló en Gaza y se extendió hacia Cisjordania. Apenas una década después de la ocupación de Beirut, el líder de la OLP Yasser Arafat entraba en Gaza.

El fin de semana pasado, los diarios israelíes dedicaron muchas páginas a la guerra del Líbano. Pero su lección obvia -que la cuestión palestina no se puede resolver por la fuerza, ni se puede hacer desaparecer- casi no fue discutida. Tampoco se hizo ninguna referencia al aniversario de la Guerra de los Seis Días. Lxs israelíes han olvidado a lxs palestinxs. La ocupación militar más larga del mundo está entrando en su 46º año en medio de un silencio ensordecedor.

El palestino no es el único pueblo en el mundo que carece de un estado independiente. Pero hay una diferencia fundamental entre la ocupación israelí de Cisjordania y Gaza y, por ejemplo, la ocupación china del Tibet, por no mencionar la situación del pueblo vasco en España o del pueblo kurdo en Turquía (dos comparaciones hechas a menudo por la derecha israelí). En todos esos casos, el país «ocupante» anexó el territorio y convirtió a la población que vivía en él -a veces contra su voluntad- en ciudadanxs suyxs. Israel nunca hizo eso; dejó que el ejército gobernara el territorio ocupado. La ocupación israelí también es diferente de la ocupación norteamericana en Irak o Afganistán, porque Israel reclama como suya la tierra que ha conquistado, porque está usando los recursos naturales de esa tierra, y porque traslada población judía hacia el territorio ocupado.

La ocupación israelí de Cisjordania es por lo tanto un fenómeno único. Entre un cuarto y la mitad de la población bajo control israelí (el número exacto depende de cómo se calcule la población palestina, y si se cuenta o no a Gaza) no goza de los derechos civiles más básicos ni tiene representación política alguna en el régimen que la controla. Israel es una democracia decente para sus ciudadanxs judíxs. Para lxs palestinxs, es una dictadura brutal.

Yo nací en 1974, siete años y medio después de la conquista de Cisjordania y Gaza. Recuerdo a los jornaleros de los territorios palestinos parados en las esquinas, de mañana temprano, esperando para ser contratados. Más tarde el cantante israelí Ehud Banai escribió una canción popular sobre los palestinos que construían Tel Aviv. Hoy, los palestinos tienen prohibido cruzar la Línea Verde; en su lugar, están construyendo casas en los asentamientos [N. de la T: colonias israelíes en los territorios ocupados].

En una de las visitas de mi abuelo a Israel, alquiló un auto y nos llevó de paseo a Cisjordania. Yo estaba fascinado por los productos jordanos que vendían en las tiendas locales, incluyendo latas de 7up, que no se vendían en Israel. Con el tiempo, a medida que Israel tomó control de la economía palestina, todo fue sustituido por productos de los grandes industriales israelíes.

Mi primera etapa como soldado en los territorios fue el día que se firmaron los Acuerdos de Oslo. Durante mi servicio obligatorio, me asignaron en y alrededor de Gaza, Nablus, Ramalah, Jericó, Belén y especialmente Hebrón (en el medio, hubo también un par de tours por el sur de Líbano). Cuando miro hacia atrás esas experiencias, siento que la mayoría de la gente no entiende la ocupación. Se necesita estar realmente allí para sentirla. Y una vez que lo haces, ella se queda en tí, de una manera u otra.

El régimen que Israel ha impuesto sobre lxs palestinxs no es el más asesino del mundo, ni ciertamente de la historia (con la excepción de la guerra reciente sobre Gaza). El factor más impactante no es el nivel de violencia que Israel emplea contra lxs palestinxs, sino el nivel de control que ejerce sobre ellxs.

La vida de cada palestinx en Cisjordania está a merced de cualquier soldado con que se encuentre. Estamos hablando de millones de personas que no tienen las más elementales garantías que una población civil tiene en cualquier parte. Todos los palestinos son juzgados por tribunales militares, donde los fiscales y los jueces visten el mismo uniforme: el del ejército israelí. Lxs palestinxs no tienen permiso para salir de Cisjordania sin un permiso militar. Son sometidxs a largas colas en los checkpoints y a revisaciones arbitrarias en cualquier momento que se crucen con un soldado. Los soldados entran a los hogares palestinos a cualquier hora del día o de la noche sin orden judicial. Cuando un palestino es maltratado por un soldado, sirve de muy poco presentar una queja, porque el ejército no tiene los controles ni la independencia de una autoridad civil. Lxs palestinxs no son israelíes con menos derechos: son prisionerxs de los israelíes. Yo sé esto porque he visto la ocupación en acción y estuve directamente involucrado en ella.

Y lo peor de todo: un hombre palestino de mi edad no ha sido libre ni un solo día de su vida.

Si eso no es suficiente, ahí están las colonias. La primera surgió menos de un año después de la Guerra de los Seis Días, con la bendición de gran parte de la izquierda sionista. Al contrario de la creencia popular, nunca hubo una discusión real en Israel acerca de las colonias, excepto sobre la ubicación, la naturaleza y el tamaño de ellas. Según el consenso, colonizar Jerusalén Oriental, Cisjordania y Gaza era un juego justo. El resultado: hoy hay más de medio millón de judíxs viviendo al este de la Línea Verde.

Las instituciones democráticas israelíes participaron en la decisión. En cierto momento a fines de los Setenta, Israel decidió que toda la tierra estatal en los territorios estaba disponible para su uso. Las oficinas gubernamentales facilitaron la construcción de viviendas para judíxs en Cisjordania; la Suprema Corte aprobó la confiscación de tierras y el uso masivo de los recursos naturales palestinos; a veces incluso aprobó la confiscación de tierras privadas; y el parlamento israelí también lo aprobó aplastantemente, en las raras ocasiones en que esas cuestiones llegaron hasta él.

El peor período vino después de los Acuerdos de Oslo. El pacto dividió a Cisjordania en tres áreas, dejando la más grande bajo total control israelí [el área C]. La idea era que en seis años se firmaría un acuerdo definitivo que pondría fin a la ocupación, pero eso nunca ocurrió. Entonces, en lugar de dejar que Oslo expirara, Israel hizo otra movida brillante: empezó a actuar como si se le hubiera asignado oficialmente el área C. Hoy Israel construye carreteras, incluso nuevos barrios, espacios comerciales y centros culturales para su población en Cisjordania, al tiempo que empuja a la población palestina de esas áreas hacia sus ciudades y aldeas sobrepobladas. Cientos de casas «ilegales» palestinas son demolidas cada año, y no se otorga permisos para construir nuevas. Este despojo y desplazamiento sistemático se ha venido dando por casi medio siglo. El problema con los asentamientos no son los colonos; es el estado.

En los últimos años, la ocupación ha alcanzado su nivel más sofisticado. Es el proyecto nacional más grande emprendido por Israel. En él participan los mejores y los más brillantes: la industria de alta tecnología inventa nuevos métodos de control y supervisión de la población ocupada (el ejército se ha especializado tanto en esto que Israel exporta mucho del conocimiendo adquirido en Cisjordania y Gaza hacia otros países ocupantes); los mejores juristas y académicos idean artilugios para permitir la continua apropiación de bienes y privación de derechos; y los diplomáticos más hábiles participan en una guerra de propaganda cuyo fin es convencer al mundo de que lxs palestinxs son culpables de la ocupación. Increíblemente, la comunidad internacional está comprando esta mentira, tratando lo que es básicamente una violación de derechos humanos a escala masiva como si fuera una remota disputa sobre fronteras entre dos naciones soberanas.

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Recientemente asistí a un encuentro con un grupo de académicxs y gobernantes de un país europeo. Estaban genuinamente llenxs de buena voluntad, abrumadxs por el estancamiento del conflicto, preocupadxs por los dos lados y preguntando qué se podía hacer, sugiriendo proyectos conjuntos con ambas sociedades, y otras medidas para construir confianza que «junten a israelíes y palestinxs». Pero esos esfuerzos están destinados a fracasar a todo nivel, y en última instancia he llegado a pensar que contribuyen más a mantener la ocupación que a ponerle fin. Los encuentros entre israelíes y palestinxs pueden parecer prometedores desde afuera, pero continúan siendo incómodos y artificiales, porque las dos partes son desiguales: uno tiene todos los privilegios y el otro no tiene ni los derechos humanos básicos. Nadie espera que los prisioneros se hagan amigos de sus guardias, aun si son los prisioneros más encantadores y los guardias mejor intencionados.

Hay otro problema fundamental: el status quo es bueno para lxs israelíes y malo para lxs palestinxs. Digo esto como israelí que quiere seguir disfrutando de la gran vida que este país puede ofrecerle a (algunos de) sus ciudadanxs. Siendo las dos soluciones -un estado o dos estados- tan costosas y peligrosas, mantener las cosas como están parece ser la mejor opción para los gobernantes israelíes. Mientras tengan poder para mantener el status quo, lo harán. La mayoría de la sociedad israelí está de acuerdo, y la comunidad internacional no está dispuesta a gastar ningún capital político en cambiar de opinión. Los políticos de derecha aquí y en EEUU están vendiéndole a la gente fantasías, como si fuera posible conservar Cisjordania para siempre, o dar a lxs palestinxs el derecho de votar por el parlamento jordano, o una «autonomía mejorada», u otras ideas similares que sólo son nombres codificados del apartheid. Bajo esas circunstancias, los debates sobre las soluciones posibles son ejercicios intelectuales sin sentido. En verdad no hay ninguna salida a la vista.

* Noam Sheizaf es un periodista israelí independiente que vive y trabaja en Tel Aviv. Ha publicado en Ynet, Maariv, Yedioth Ahronoth, The Nation y Haaretz. Tiene la sección «Promised Land» en la revista digital «+972 Magazine». Antes de ser periodista, fue soldado del ejército israelí por cuatro años y medio.

Publicado originalmente en +972 Magazine

¿Podrá Israel sobrevivir a 45 años de ocupación?

Nadia Hijab

Esta semana se conmemora el 45º aniversario de la ocupación de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Oriental por parte de Israel. Hace una década, yo me sumé a un pequeño grupo de estadounidenses que planteaban que la ocupación era el talón de Aquiles de las violaciones de los derechos humanos del pueblo palestino cometidas por Israel durante décadas. Pensábamos que nuestra dedicación, nuestra diversidad étnica, religiosa e ideológica y nuestro compromiso con el derecho internacional iban a lograr que nuestro mensaje de «fin de la ocupación, respeto a los derechos humanos» llegara al sistema político y a la sociedad norteamericana. Después de todo, existía un consenso internacional sobre la «inadmisibilidad de la adquisición de territorio mediante la guerra«, un principio básico del derecho internacional consagrado en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, que llamaba a Israel a retirarse de los territorios conquistados en la Guerra de los Seis Días, iniciada el 5 de junio de 1967.

Aunque la organización que fundamos [US Campaign to End Israeli Occupation] ha crecido desde entonces hasta representar a cientos de miles de estadounidenses, la ocupación israelí parece más afianzada que nunca. Israel ha cimentado su control sobre la tierra y el agua palestinas, asentando a más de medio millón de colonxs en los territorios ocupados y empujando a lxs palestinxs hacia enclaves cada vez más pequeños, todo ello en flagrante violación del derecho internacional. Y aun así continúa recibiendo el apoyo de EEUU, incluyendo el respaldo diplomático en la ONU y la gigantesca ayuda militar.

Israel también se ha beneficiado de la aquiescencia de la Autoridad Palestina y la OLP en el moribundo «proceso de paz» iniciado por los Acuerdos de Oslo hace casi 20 años. Estos supuestos «líderes» actualmente se rehúsan a participar en las negociaciones mientras Israel continúe con su colonización, pero todavía no se han retirado definitivamente del proceso, aun cuando el único resultado tangible ha sido la pérdida inexorable de tierra y derechos palestinos.

Peor aun: no tienen una estrategia alternativa clara, y no han querido invertir en acumular el poder necesario para conquistar los derechos del pueblo palestino, a pesar de que habría varios caminos posibles -diplomáticos, económicos, de movilización de la sociedad civil árabe e internacional- para desafiar efectivamente a Israel.

Los dirigentes palestinos han tratado en vano de jugar dentro de los límites impuestos por el marco de Oslo, como el esfuerzo de buscar la membresía en la ONU para los pedazos de tierra desconectados que hoy llaman «Palestina». Pero temen romper completamente con Israel y perder aun los mínimos privilegios que éste les otorga, así como la ayuda económica de EEUU y Europa, necesaria para su supervivencia. Su falta de estrategia e inhabilidad para gestar el necesario contra-poder contribuye, voluntaria o involuntariamente, a que Israel continúe violando los derechos humanos del pueblo palestino.

En contraste, Israel ha seguido una estrategia clara por más de seis décadas: más tierra palestina, con menos población palestina. Habiendo dejado efectivamente 60% del territorio de Cisjordania fuera del alcance de lxs palestinxs mediante el Muro de separación y otras formas de cierre, ahora se ha concentrado en expulsarles de Jerusalén Oriental, anexada ilegalmente sin el reconocimiento de ningún país del mundo. Para ello aplica una combinación de medidas burocráticas tales como: negativa de permisos de construcción; altísimos impuestos; desalojos y demolición de viviendas; anulación de permisos de residencia en Jerusalén a las personas que son descubiertas estudiando o trabajando fuera de la ciudad -aunque sea en la vecina Ramalah.

De vez en cuando los líderes israelíes lanzan un globo de ensayo para probar la forma de su esperado resultado final. La semana pasada, por ejemplo, el ministro de Defensa Ehud Barak sugirió que Israel podría tomar «acciones unilaterales» de retiro de los territorios si las negociaciones fracasan. Los recientes ataques contra la UNRWA [N. de la T: organismo de asistencia a lxs refugiadxs palestinxs y sus descendientes] son parte de una continua campaña de Israel para cuestionar el derecho de lxs refugiadxs y exiliadxs palestinxs a regresar a sus hogares y tierras, e incluso a existir.

Sin embargo, aun cuando Israel gana batallas en este conflicto de un siglo por la tierra de Palestina, parece cada vez más probable que pierda la guerra. La colonización y limpieza étnica están llamando la atención mundial sobre la injusticia originada con la creación de Israel; y cuando los mismos métodos son usados en el presente, queda en evidencia la discriminación racial subyacente en lo que es realmente un proyecto colonialista.

En efecto, al referirse a lxs inmigrantes africanxs, un político de alto rango -el ministro del Interior Eli Yishai- dijo recientemente: «Muchas de las personas que están llegando al país son musulmanes que piensan que el país no nos pertenece a nosotros, los hombres blancos«. También declaró: «Los infiltrados, junto con los palestinos, van a llevarnos rápidamente al fin del sueño sionista«.

La naturaleza del régimen israelí en los territorios ocupados está siendo descrita en libros e informes, novelas, películas, mapas e infografías que muestran las barreras que separan a la población y las carreteras segregacionistas. En los últimos años, todo esto ha llevado a un cambio enorme en la actitud de la opinión pública hacia Israel.

El cambio en el discurso ha generado una respuesta creciente a la campaña iniciada por la sociedad civil palestina por boicot, desinversión y sanciones (BDS) contra Israel. Personas y grupos están boicoteando los productos de las colonias israelíes en territorio ocupado, y muchxs artistas están negándose a actuar en Israel. En Europa, grupos financieros y gobiernos están desinvirtiendo fondos de pensiones de las compañías que lucran con la ocupación israelí. La conferencia mundial de la Iglesia Metodista Unida, que concluyó recientemente en Florida, llamó al «boicot de productos fabricados en las colonias israelíes establecidas en territorio palestino«.

Aunque todavía ningún país ha dado pasos hacia la aplicación de sanciones contra Israel, Sudáfrica y Dinamarca [N. de la T: y Suiza] recientemente decidieron que los productos israelíes fabricados en los territorios ocupados deben ser etiquetados como tales; en 2009 Gran Bretaña oficialmente recomendó a los comerciantes hacer lo mismo, agregando que etiquetar un producto de las colonias como fabricado en Israel es un delito, pues constituye un engaño a lxs consumidorxs.

Aunque el impacto acumulado del boicot, la desinversión y las acciones de lxs consumidorxs todavía no se puede medir, se sabe que algunas compañías como Veolia han perdido billones de dólares. Ciertamente Israel y sus aliados están tomando en serio la campaña de BDS y analizando sus repercusiones. Por eso buscan presentar a Israel como un estado moderno y hospitalario, inician acciones penales contra las iniciativas de boicot, y persiguen a los grupos pro-palestinos en las universidades europeas y norteamericanas.

No obstante, es cada vez más difícil ignorar la brutalidad de la ocupación, así como la negación del derecho al retorno de lxs refugiadxs, y la discriminación hacia lxs ciudadanxs palestinxs de Israel. El país corre el riesgo de convertirse en un paria internacional, como el ex Primer Ministro Ehud Olmert anticipó en 2007, aun sin poder o sin querer frenar el proyecto colonizador. Y un número creciente de palestinxs está renunciando a la solución de dos estados en favor de un futuro estado de Israel/Palestina donde todxs lxs ciudadanxs gocen de libertad, justicia e igualdad, sin importar su religión u origen étnico. Ciertamente la ocupación israelí está mostrando su talón de Aquiles, pero por caminos que uno no hubiera podido imaginar hace 45 años.

* Nadia Hijab es una analista política palestina nacida en Siria y educada en Líbano, que vive en EEUU desde 1989. En 2010 fundó y dirige Al-Shabak: The Palestinian Policy Network (un ‘think tank’ virtual que nuclea a más de 60 pensadorxs palestinxs de todo el mundo). También fue fundadora e integra el cuerpo de asesores de «The US Campaign to End the Israeli Occupation». Otros espacios de su actuación han sido el PNUD, la Universidad de Columbia y el Institute for Palestine Studies.

 
 

Publicado originalmente en Foreign Policy

Traducción de ambos textos del inglés: María M. Delgado

Tomado de http://mariaenpalestina.wordpress.com/