Traducido por Manuel Talens
Quienes están familiarizados con los israelíes saben que viven completamente desinformados sobre las raíces del conflicto que controla sus vidas. Son capaces de utilizar argumentos rocambolescos que sólo tienen sentido dentro del discurso israelí, pero ninguno en absoluto fuera de las calles judías. Argumentos de este tipo son: «¿Por qué insistirán estos palestinos en vivir en nuestra tierra (Israel), por qué no se van a Egipto, Siria, Líbano o cualquier otro país?» Otra perla de sabiduría hebraica suena más o menos así: «¿Qué pasa con estos palestinos? Les damos agua, electricidad, educación y lo único que quieren es tirarnos al mar.»
Por muy extraño que parezca, incluso los israelíes de la denominada «izquierda» -e incluso la «izquierda» culta- no saben quiénes son los palestinos, de dónde vienen y qué defienden. No logran entender que, para los palestinos, Palestina es su hogar. Parece un milagro, pero los israelíes no logran entender que Israel fue erigido a expensas del pueblo palestino, en territorio palestino, en aldeas palestinas, en pueblos, campos y huertos palestinos. No se dan cuenta de que los palestinos que viven en Gaza y en los campos de refugiados de la región son gente desposeída de Ber Shive, Yafo, Tel Kabir, Shekh Munis, Lod, Haifa, Jerusalén y de otros muchos pueblos y aldeas. Si uno se pregunta cómo es que los israelíes no conocen su propia historia, la respuesta es bastante simple: nunca se la han enseñado. Las circunstancias que llevaron al conflicto israelo-palestino permanecen ocultas para ellos. Las huellas de la civilización palestina anterior a 1948 en este territorio han sido borradas. No solamente la Nakba, es decir, la limpieza étnica de los palestinos autóctonos, no forma parte de la memoria colectiva israelí, sino que ni siquiera se menciona o se discute en ningún foro académico u oficial de Israel.
En el centro de casi todas las ciudades israelíes suele haber un memorial con una estatua formada por extraños tubos casi abstractos. Se trata de la Davidka, un mortero israelí de 1948. Vale la pena señalar que fue un arma extremadamente ineficaz. Su metralla no alcanzaba más de 300 metros y causaba un daño muy limitado. A pesar de que era casi inofensiva, producía mucho ruido. Según el discurso histórico oficial israelí, los árabes (es decir, los palestinos) simplemente huían de sus hogares cuando escuchaban la Davidka en la lejanía. Según el discurso israelí, los judíos (es decir, los «nuevos israelíes») tiraban unos cuantos fuegos artificiales y los «cobardes palestinos» corrían como idiotas. En el discurso oficial israelí no se menciona ninguna de las muchas masacres orquestadas que llevó a cabo el recién creado ejército sionista y las unidades paramilitares que lo precedieron. Tampoco se mencionan las leyes racistas que impiden el regreso de los palestinos a sus hogares y sus tierras [1].
La razón es muy sencilla: los israelíes desconocen la causa palestina. Por eso, sólo pueden interpretar la lucha de los palestinos como una demencia asesina e irracional. En el autista universo judeocéntrico sionista, el israelí es una víctima inocente y el palestino un asesino salvaje. Esta grave situación, que deja al israelí en tinieblas con respecto a su pasado, destruye cualquier posibilidad de futura reconciliación. Dado que el israelí carece de la menor comprensión del conflicto no puede imaginar ninguna solución posible, salvo la exterminación del «enemigo». Al israelí únicamente se le permite conocer los diversos discursos fantasmáticos del sufrimiento judío. El dolor palestino le es completamente ajeno. El «Derecho al Retorno» de los palestinos le suena a chiste divertido. Incluso los «humanistas israelíes» más progresistas no están dispuestos a compartir el territorio con sus habitantes autóctonos. A los palestinos esto no les deja muchas opciones, salvo la de liberarse a sí mismos contra todo pronóstico. En el lado israelí no existe interlocutor alguno dispuesto a hablar de paz.
La pasada semana hemos sabido un poco más sobre la capacidad balística de Hamás. Está claro que Hamás se ha contenido bastante con Israel durante largo tiempo. Se abstuvo de extender el conflicto a todo el sur de Israel. Se me ocurre que los lanzamientos de Qassams que han llovido esporádicamente sobre Sderot y Ashkelon no eran más que un mensaje de los palestinos sitiados. En primer lugar era un mensaje a la tierra que les robaron, a sus huertos: «Amada tierra nuestra, no te hemos olvidado, seguimos luchando por ti. Más pronto que tarde regresaremos y empezaremos de nuevo donde lo dejamos.» Pero también era un claro mensaje a los israelíes: «Vosotros que estáis ahí, en Sderot, Beer Sheva, Ashkelon, Ashdod, Tel Aviv y Haifa, seáis conscientes o no, estáis viviendo en nuestra tierra. Ya podéis empezar a desalojar, porque tenéis los días contados; se acabó nuestra paciencia y nosotros, el pueblo palestino, ya no tenemos nada que perder.»
Seamos claros, la situación en Israel es bastante grave. Hace dos años los misiles de Hezbolá estallaban en el norte de Israel. Esta semana Hamás ha demostrado que es capaz de servir un cóctel de venganza balística también en el sur. Tanto en el caso de Hezbolá como en el de Hamás, Israel se quedó sin respuesta militar. Sin duda puede matar civiles, pero no consigue detener los lanzamientos de misiles. El ejército israelí carece de los medios necesarios para proteger a Israel, a menos que cubrirlo con un sólido techo de cemento armado sea una solución viable. En última instancia, puede que estén pensando en hacerlo.
Pero esto no es el fin de la historia: en realidad es sólo el comienzo. Cualquier experto en Oriente Próximo sabe que Hamás puede tomar el control de Cisjordania en cuestión de horas. De hecho, la Autoridad Palestina y Fatáh se mantienen gracias al ejército israelí. Y cuando caiga Cisjordania, la numerosa población israelí del centro quedará a merced de Hamás. Para quienes no sean capaces de entenderlo, esto sería el fin del Israel judío. Puede que suceda hoy, en tres meses o en cinco años, la única incógnita que falta por saber es cuándo sucederá y, cuando lo haga, todo Israel estará a tiro de Hamás y Hezbolá. La sociedad israelí se colapsará y su economía se derrumbará. El precio de una vivienda unifamiliar en el norte de Tel Aviv será equivalente a un refugio en Kiryat Shmone o Sderot. El día en que un solo misil alcance Tel Aviv, el sueño sionista se habrá terminado.
Los generales israelíes lo saben, los dirigentes también. Ésta es la razón por la que han convertido la guerra contra los palestinos en un proceso de exterminación. No está en sus planes invadir Gaza, lo que quieren es completar la Nakba. Lanzan bombas sobre los palestinos para aniquilarlos. Quieren que desaparezcan de la región. Está claro que no va a funcionar, los palestinos permanecerán y el día del retorno a su tierra se acerca cada vez más conforme Israel pone en marcha sus tácticas más mortíferas.
Aquí es exactamente donde entra en juego el escapismo israelí. Israel ha sobrepasado el «punto sin retorno». Su aciago destino está profundamente grabado en cada bomba que lanza sobre civiles palestinos. Israel no puede hacer nada para salvarse. No tiene estrategia de salida. No puede negociarla porque ni los israelíes ni sus líderes comprenden las coordenadas básicas del conflicto. Israel carece de poder militar para terminar la batalla. Puede matar a los dirigentes palestinos, lo lleva haciendo durante años, pero la resistencia y la persistencia palestinas son cada vez más encarnizadas en vez de más débiles. Un general de la inteligencia militar israelí ya lo predijo en tiempos de la primera Intifada: «Para vencer, los palestinos tienen que sobrevivir». Han sobrevivido y están venciendo.
Los dirigentes israelíes lo saben. Israel lo ha intentado todo: retirada unilateral, bloqueo con privación de alimentos y, ahora el exterminio. Creyó poder evitar el peligro demográfico comprimiéndose en un pequeño y familiar gueto judío. No funcionó. Es la persistencia palestina en forma de política de Hamás lo que define el futuro de la región.
Lo único que les queda a los israelíes es aferrarse a su ceguera y a su escapismo para ignorar su infausto destino, que ya es algo inmanente. En su caída, los israelíes entonarán sus conocidos himnos victimistas. Como están imbuidos de una realidad supremacista y egocéntrica, se verán finalmente inmersos en su propio dolor y seguirán completamente ciegos al dolor que infligen a los demás. Cuando lanzan bombas, los israelíes son el único grupo social que funciona como un solo hombre, pero basta con que se les haga el menor daño para que todos ellos se conviertan en mónadas de vulnerable inocencia. Es esta discrepancia entre la imagen que tienen de sí mismos y la manera en que los vemos desde fuera lo que convierte al israelí en un monstruo exterminador. Es esta discrepancia lo que los incapacita para conocer su propia historia, lo que los imposibilita para entender por qué alguien querría destruir su Estado, lo que no los deja descifrar el significado del Holocausto para evitar el siguiente, lo que les impide formar parte de la Humanidad.
Una vez más, los judíos volverán a errar hacia un destino desconocido. En cierto modo, hace tiempo que yo inicié mi propio viaje.
Nota
[1] Ley del Retorno sólo para judíos: Law of Return 5710-1950. Véase también: Israel’s «Right of Return» for Jews only but no Right of Return for Palestinians
Fuente: Living on Borrowed Time in a Stolen Land
Gilad Atzmon es músico, escritor y activista. Nacido y criado en Israel, se considera a sí mismo como un palestino de lengua hebrea y desde el exilio londinense lucha con su arte a favor de la liberación del pueblo palestino.
El escritor y traductor Manuel Talens es miembro de los colectivos de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala.