John Berger a sus 80 años, captado en su motocicleta, sobre la cual ha recorrido Europa desde hace seis décadas. Pasión por las altas velocidades sobre neumáticos y la imaginación, la inteligencia a toda su potencia. El gran escritor inglés, colaborador de La Jornada, indica que gran parte del material del volumen que se dará […]
John Berger a sus 80 años, captado en su motocicleta, sobre la cual ha recorrido Europa desde hace seis décadas. Pasión por las altas velocidades sobre neumáticos y la imaginación, la inteligencia a toda su potencia. El gran escritor inglés, colaborador de La Jornada, indica que gran parte del material del volumen que se dará a conocer en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, no se ha publicado siquiera en Gran Bretaña
La Jornada Ediciones y Editorial Itaca acaban de publicar en coedición Con la esperanza entre los dientes, de John Berger, primer libro del autor británico, nacido en 1926, que se difunde primero en castellano que en inglés. Los textos de este volumen alumbran el oscuro periodo histórico que atravesamos. No obstante, no es un libro pesimista. Berger junta claves que nos ayuden a entender los caminos, los saberes, los atisbos surgidos de diferentes rincones, propuestos por culturas, colectivos y personas que en la naturalidad de su propia vida rechazan el mundo que el capitalismo nos impone.
La vastedad de la obra de Berger -conocido mundialmente como crítico de arte, narrador, pintor, poeta, guionista, filósofo y analista político- podría hacerlo inasible si no fuera porque ésta mantiene una coherencia interna: la irrenunciable premisa de buscarle sentido a la existencia, en la infinidad de encrucijadas que una vida contiene y que van de lo más íntimo, imaginante y creativo, a lo más social y político. Aquí, habla en entrevista exclusiva para La Jornada.
Modestia, ante todo
Esta es la primera vez que un libro mío se publica en castellano antes que en inglés y aparece justamente en México, en un continente donde hay tantos escritores a quienes admiro, como Eduardo Galeano, Roberto Juarroz, Juan Gelman, Julio Cortázar, Luis Sepúlveda o Carlos Fuentes. Y siento a la vez orgullo y modestia, hermanos gemelos que se alternan sucesivamente. Siento orgullo de que algo de lo que tenga que decir los alcance allá en México; que algo de lo que digo sea relevante, pese a la gran distancia. Y la modestia llega por la apertura que encuentro en México. Por la disposición de su gente a escuchar mis palabras y que éstas valgan. Por el cariño y enorme cuidado puestos en este libro. Ante eso, siento mucha modestia.
Muchos de los artículos y notas de este libro no se han publicado siquiera en Gran Bretaña, mi país de origen. No porque allá exista alguna suerte de censura. Lo que existe es una cierta indiferencia. Y recuerdo de inmediato a Ryszard Kapuscinski, quien falleció recientemente, y a quien admiré como escritor y periodista.
Lo curioso es que en los obituarios aparecidos por su muerte hubo mucho reconocimiento hacia él pero casi nadie habló del modo en que por 20 o 30 años fue capaz de remontar, de subvertir, la censura. Escribiendo de Africa o de cualquier otra parte, describía maravillosamente lo que miraba, pero de un modo tal que sus lectores polacos (en un tiempo en que la prensa polaca estaba muy censurada) pudieran leer de un modo natural, casi ingenuo, algo que se aplicaba también a ellos por la situación imperante en Polonia. Con ingenio colosal, su trabajo tuvo una natural manera de remontar la censura.
Si relaciono a Kapuscinski con este libro que acaba de salir en México es porque su publicación y Kapuscinski me confirman que la imaginación puede conectar. Esta conecta eventos con eventos, aun aquéllos que no son iguales o semejantes, algo en lo que Kapuscinski era muy hábil, pero también conecta a la gente con la gente, y con sus preocupaciones, por todo el mundo. Y si lo logra a veces, ni siquiera importa cuánta gente conecta, porque eso no vale la pena ni es posible cuantificarlo. Uno no puede cuantificar a la gente. Así que pienso en Tom Waits, el músico y cantante, que dijo alguna vez: »cuando uno escribe una canción, la idea es construir un camino por el que alguien más pueda circular alguna vez».
Tiempo de barbarie
Con la esperanza entre los dientes. Es curioso. Al pensar en el título, de inmediato pienso en tres historias. La primera es un pasaje de un relato de Emine Sevgi Ozdamar, una maravillosa narradora turca: »si ves a una persona ciega, no la presiones. Ponte junto ella y cierra un ojo, para que te sienta cerca. Si en la calle te cruzas con un mudo, recoge una piedrita y póntela en la lengua». Aunque esto no tenga que ver con la esperanza entre los dientes de forma directa, en otro sentido tiene tanto que ver.
Hay una historia sufi de hace ocho siglos. Un hombre viaja y está muy hambriento. Tiene tanta hambre que se aproxima a un palacio. Toca a la puerta. Y los dueños sueltan a un perro, uno muy feroz y amenazante se aproxima. Busca una piedra, para mostrársela al perro y desalentarlo. Pero además de tener hambre tiene mucho frío, hace mucho frío. Tanto que las piedras están pegadas al suelo. Y entonces el hombre dice: cuando le avientan un perro fiero a un hombre hambriento y las piedras están pegadas al piso, estamos en un tiempo de barbarie.
Y debemos recordar que esta historia puede ocurrir hoy, aunque se narre desde hace ocho siglos, y que dentro de ella subyace un »pero… pero… pero…» muy humano: el reconocimiento de una alternativa, porque los tiempos no deberían ser de barbarie.
Es como esa amiga palestina que me envió por celular un mensaje escrito que decía: »¿la diferencia entre optimismo y esperanza? En ausencia de esperanza lo que queda es una entereza inextinguible». Sí. La esperanza tiene un corazón generoso, es una respuesta en la oscuridad y puede nacer justo cuando todo parece perdido.
Respuesta hecha en la oscuridad
Hay una gran diferencia entre esperanza y optimismo. Hoy en Europa la gente habla de optimismo y pesimismo. ¿Eres optimista? Pero no es como en el caso del orgullo y la modestia, que son gemelos. El optimismo es un cálculo, hecho a la luz de datos colectados. Es lo que hacen los inversionistas. Como lo suyo es un cálculo, si no es cínico, por lo menos es escéptico. La esperanza es algo muy diferente. Es una respuesta hecha en la oscuridad. ¿A qué?, no estoy seguro que podamos saberlo, pero es una respuesta hecha a oscuras. Vivimos tiempos oscuros pero tal vez se nos olvida que muchas otras épocas han sido oscuras, lo cual no ha extinguido todas las luces. Estas continúan.
Hoy, especialmente en Europa, la esperanza está conectada con una promesa que atañe al futuro. En los dos siglos anteriores la esperanza existe en la promesa de un progreso que uniforma en ciertos sentidos. La promesa siempre proclamada por el capitalismo -el enriquecimiento y el progreso tecnológico, etcétera- y la esperanza proclamada, no tanto por Marx sino por el socialismo realmente existente, de que después de ese socialismo se lograría el comunismo.
Para el pensador mexicano Gustavo Esteva el capitalismo y el socialismo realmente existente se basan en la premisa de que tenemos que tener mucho pero que para compartirlo debe haber plenitud. Como tal, la prioridad no se sitúa en compartir sino en acumular. »Hoy no fío, mañana sí», reza el letrero que muchas tiendas de abarrotes mexicanas fijan en sus instalaciones.
De modo natural, la igualdad viene aparejada a la frugalidad. El verdadero compartir ocurre cuando hay muy poco. Y ese verdadero compartir no implica compartir únicamente los pocos o pequeños pedazos de algo compartible. Lo que en el fondo se comparte es el mismo acto de compartir. Lo cual es de un enorme valor humano. Junto con compartir lo escaso, lo frugal, llega también la posibilidad de compartir decisiones. Compartir las decisiones es un acto político. No es la política de los partidos. Tampoco es la política como se entiende normalmente, con toda la engañifa de las elecciones, algo que prosigue. Hablamos del corazón de la política. Y por supuesto los zapatistas entienden muy bien esto.
Teodor Shanin nos ayuda a profundizar este compartir. Shanin le debe muchas de las maravillas que ha escrito acerca de los campesinos a Alexander Chayanov, quien afirmó que la erradicación del campesinado en favor de la colectivización de la agricultura sería el suicidio del socialismo. Y tenía razón. Como tenía razón fue fusilado en 1937. Pero su punto es el siguiente: en el capitalismo los obreros trabajan activamente para producir algo y les pagan sólo lo suficiente para sobrevivir siendo aptos para reproducirse, y luego trabajan para producir plusvalía para el capitalista. En cambio, en la economía campesina, en la vía campesina de trabajo, ocurre algo diferente, porque lo que les arrebatan -mediante diferentes instancias legales o sacándole ventaja a lo que los campesinos producen- ocurre primero. Luego, lo que le queda a los campesinos es producir ellos mismos para sobrevivir, por lo cual producen según sus necesidades, y nada más, lo cual es duro en extremo. Así que la noción de la acumulación es muy diferente.
Esto nos trae al presente (porque todo lo anterior es el antecedente histórico), donde por todo el mundo, en diferentes proporciones y diferentes regiones del planeta, existe una gran economía no oficial, en parte legal, con frecuencia ilegal, de la que nadie puede sacar cuentas porque es clandestina.
Además de ser clandestina es también algo muy personal, es decir, de persona a persona, es muy íntima. No es ni la economía del capitalismo ni la del Estado. Es una economía de intercambios que ocurren en formas muy personales, de modos comunitarios, y que tiene gran versatilidad -pues la gente cambia de roles sin que haya contratos, tan sólo con la palabra, por la confianza en las personas, en la palabra de los otros.
Shanin habla de esto. Tras el colapso de la economía rusa, la gente supuso que habría una hambruna generalizada en Rusia. Y por supuesto hubo muchas pérdidas humanas, mucho sufrimiento y mucha hambre. Esto lo ha estado investigando Shanin, muy recientemente. No ocurrió tal hambruna generalizada en el campo debido a la existencia de esta economía no oficial, de intercambios. Una economía comunitaria de intercambio.
Rozamos lo eterno
Desde el siglo XIX se ha entendido la esperanza como una promesa que atañe al futuro. Una visión alternativa de la esperanza es aquélla que implica anhelar con toda nuestra fuerza el infinito, ahora. Esto significa devenir y no sólo ser pasivamente. Este devenir, transformarnos, implica aspirar a algo que aparentemente no es inmediato. Tal vez es algo que trasciende cualquier inmediatez y tiene que ver con lo eterno. Es Spinoza (el filósofo favorito de Marx) quien afirma que si nuestras respuestas a lo que existe, si aquellas respuestas que él llama »adecuadas» (y que no guardan un interés inmediato propio) implican una receptividad a todo cuanto existe, entonces, de hecho, rozamos lo eterno. En otras palabras, lo eterno no es algo que debamos aguardar, es algo que se hace presente en esos fogonazos momentáneos de conexión, de »adecuación», algo que nos sostiene y a lo cual pertenecemos.
La promesa de un movimiento en pos de la justicia es su victoria futura, mientras que las promesas de los momentos de los que hablo (incluyendo las innumerables decisiones personales, los encuentros, las iluminaciones, los sacrificios, los nuevos deseos, los pesares y, finalmente, las memorias que ese movimiento hace emerger y que, en estricto sentido, serían incidentales a dicho movimiento), tienen un efecto instantáneo. En su intensidad vital o su tragedia, tales momentos incluyen las experiencias de una libertad en la acción. (La libertad sin acciones no existe.) Momentos así son trascendentales -como ningún »resultado» histórico puede serlo, pues rozan lo eterno. Y aunque son frecuentes los momentos que contienen lo eterno de algún modo, casi todos ellos son extremadamente duros, y pueden implicar sacrificio, dolor, un dolor compartido, y fatigas, fatigas, fatigas, porque la vida es muy dura. Es importante no olvidar que son frecuentes, y que pueden ser muy duros.
Pero tenemos que vivir el presente, y nuestras relaciones, de un modo muy diferente al que nos propone la visión que del mundo se implanta por todas partes. Podemos resistirla -casi nadie cree en ella- es algo que uno escucha, que nos difunden por los medios. Y podemos resistirla mediante las acciones de las que hemos hablado, mediante el tipo de relaciones que hemos mencionado, pero debemos rechazar por completo su vocabulario actual. No me parece que valga la pena argumentar en sus términos. Debemos crear otro vocabulario, por completo. Hay ciertos términos que perdieron totalmente su sentido. Términos usados en la actualidad, como »desarrollo» o »democracia» y el modo en que se utilizan.
Resistimos, sobre todo (es muy importante escuchar a Franz Fanon), cuando nos negamos a juzgarnos con los criterios de nuestros opresores. Cuando rechazamos los valores de la manipulación. Cuando rechazamos no sólo los términos de nuestros opresores sino la historia como ellos la cuentan. Debemos recordar que la peor ocupación es tener invadidos el espíritu y el pensamiento.
Entonces, algo más que tenemos que hacer es prestar una atención cuidadosa a lo que nos circunda. Dado que la visión dominante del mundo -ésa que no necesariamente aceptamos- nos ensordece, no nos percatamos de que asume una escala temporal muy breve y limitada. Aun en sus propios términos. Sólo le compete la máxima ganancia en los próximos cuatro minutos, en el lapso de las próximas 24 horas. Cuando mucho abarca los próximos cinco, diez años. Esta es una increíble limitación de la perspectiva. Nunca había existido algo así en la historia. Con una visión tan limitada, es inevitable ignorar las escalas temporales diversas que existen en todo lo natural que nos rodea, incluidos nosotros mismos. Se puede ser una persona que mira una cabra, y únicamente la contempla en términos del precio y la comercialización de la leche, en vez de estar en la mirada que fluye de nosotros y a nosotros. Pero si pensamos en la existencia de la leche y en todo lo que va de ella y viene a ella, en todo su ciclo, ahí hallamos también señales de esperanza en escalas temporales muy vastas.
El infinito nos circunda y habita
Personalmente, cuando dibujo, flores, árboles, rostros de personas, me impacta la infinita complejidad de lo existente, una especie de empalme perfecto, un orden que ocurre ante mis ojos. Y que está ahí, visiblemente. Es algo físico, no es metafísico. Eso sugiere la noción de lo creativo. La creación humana, la creación de lo existente. Podríamos hablar de un infinito en otro sentido, sea microscópico o macroscópico. Pero es visible, en la complejidad de lo que embona, y está ahí. Cuando dibujo, recibo sus signos, ¿tal vez es una plegaria? Es una señal de lo infinito que nos circunda y nos habita.
Por último, si la imaginación conecta, es crucial reavivar nuestra relación con los muertos. En inglés el término es remember y en castellano es remembrar, que significan comúnmente el acto de traer a la memoria, recordar. Qué significan literalmente. Significa reunir de nuevo a los miembros que fueron separados. Aun en francés, el término rappeler, usado como recordar, implica un llamado a reunir lo apartado. Si Giambattista Vico está en lo correcto cuando afirma que humano viene de humanitas, humare, es decir, el acto de enterrar a los muertos, este acto de enterrar es un acto de mantener la memoria, de re-membrar, de reconectar los miembros que han sido separados, y esto es absolutamente intrínseco a la imaginación humana, a la identidad humana. Ese acto de remembrar es por supuesto un honrar a los muertos, pero es algo más. Tal vez entonces dejar que Roberto Juarroz, el poeta argentino (ver el poema número 61 de su Sexta poesía vertical, 1975), nos hable de esa relación y de nuestra búsqueda:
Miro un árbol.
Tú miras lejos cualquier cosa.
Pero yo sé que si no mirara este árbol
tú lo mirarías por mí
y tú sabes que si no miraras lo
que miras
yo lo miraría por ti.
Ya no nos basta
mirar cada uno con el otro.
Hemos logrado
que si uno de los dos falta,
el otro mire
lo que uno tendría que mirar.
Sólo necesitamos ahora
fundar una mirada que mire por
los dos
lo que ambos deberíamos mirar
cuando no estemos ya en ninguna parte.