En las calles céntricas de La Habana se respira la habitual tranquilidad, el espíritu caribeño de siempre, una semana después de anunciarse la enfermedad del Comandante
El alma cubana, además de reacia a la agonía, tiene la peculiar cualidad de revertir los sucesos novedosos, en pocas horas, a rutina. Por lo que a cualquier alboroto noticioso se le apaga el interés casi al igual que una vela soplada por vientos de huracán.
No es ésta una conducta acogida a la superficialidad, sino más bien un tipo de estrategia de vida que lo insólito, una vez digerido, lo transforma en calma tolerante.
Por lo que era suceso común que ayer, en el boulevard comercial de la calle San Rafael en el municipio capitalino de Centro Habana, se percibiera un clima de sosiego en el atiborrado paisaje humano que caracteriza a esta zona comercial.
Ante la pregunta sobre la situación de Fidel Castro, la respuesta más habitual era la de gestos y seños fruncidos que parecían decir: «Y a éste ¿qué le pasa?».
Sólo una señora, mayor de 60 años, que caminaba masticando una cuña de pizza respondió diciendo: «Mi hijo, tú no escuchas las noticias, Fidel está bien y ahorita vuelve».
La ausencia de respuestas y el desinterés por el tema te hacen sentir como el mendigo que, después de horas rogando una limosna, termina el día con una solitaria moneda en la vasija.
Sólo un conductor de bici-taxi, ante la posibilidad de ganarse un cliente, comentó: «Brother, deja ese asunto, el tigre (Castro) sólo está herido».
En el populoso enclave de restaurantes privados del Barrio Chino, ante el insistente reclamo de hablar sobre el estreno de una realidad sin Fidel Castro en el Gobierno, las repuestas derivan hacia la queja del escaso turismo que hay en la capital.
Un vendedor de libros viejos, que había dado prioridad en su estante a los textos publicados sobre Fidel Castro, se manifiesta igualmente contrariado porque había imaginado que era un buen momento para incrementar la venta de libros sobre el líder de la revolución isleña. «Es la última revolución viva que queda en el mundo, y estoy seguro que va a llegar el momento en que vendrá una avalancha de gente para comprar libros sobre la revolución. Y yo estoy preparado para esa demanda», afirmó el citado librero.
Sólo hay un coche patrulla de la policía en la calle principal del Barrio Chino y los agentes del orden recostados sobre automóvil mantienen la mirada vigilante en las cinturas cimbreantes de las mulatas que caminan por la acera.
Da igual los barrios habaneros por los que transites, el paisaje de una calma sabia es siempre el mismo. Y por mucho que insistas en preguntar sobre lo que puede ocurrir mañana, siempre de un modo u otro, te dicen: «Cuando eso ocurra, ya veremos qué hacer».