Según el diccionario de cubanismos de Argelio Santiesteban, el camaján es «un vividor en sentido peyorativo». El adjetivo, originalmente asociado a la desprestigiada politiquería rural, se inventó para señalar mordazmente a quienes trataban de sacarle el mayor placer a la vida con la menor cuota de trabajo y sacrificio. Hablando mucho y haciendo nada. Como […]
Según el diccionario de cubanismos de Argelio Santiesteban, el camaján es «un vividor en sentido peyorativo». El adjetivo, originalmente asociado a la desprestigiada politiquería rural, se inventó para señalar mordazmente a quienes trataban de sacarle el mayor placer a la vida con la menor cuota de trabajo y sacrificio. Hablando mucho y haciendo nada.
Como si de una segunda parte se tratara, «El Camaján» viene a continuar lo que ya aclaraba el libro de «Los Disidentes». En esta nueva entrega el protagonista principal y único es Elizardo Sánchez Santa Cruz- Pacheco, miembro de la llamada disidencia cubana en el interior de la isla.
Elizardo Sánchez comienza su carrera política en 1959 como miembro del Partido Socialista Popular y ferviente defensor de la Revolución cubana. De ahí pasó a funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde ocupó diferentes puestos, y en 1962 se convirtió en profesor de Filosofía Marxista en la Universidad de La Habana.
En ese tiempo, Elizardo Sánchez llegó a formar parte de un pequeño grupo radical que criticaban duramente a los dirigentes revolucionarios y les acusaban de «no estar suficientemente a la izquierda».
Veinte años después, durante la época Reagan, Sánchez Santa Cruz ya se hallaba en el otro extremo del arco político. A mediados de los ochenta, parece que la Sección de Intereses de Estados Unidos (SINA) ya le había captado con el objetivo de crear y promover grupos disidentes, que ayudaran en la labor de desestabilización que la administración norteamericana se había propuesto.
El libro detalla y documenta las peripecias en los diversos grupos por los que transitó, y los encuentros y desencuentros con otros dirigentes que trataban de desempeñar idéntico papel.
No hay nada especialmente llamativo durante todos esos años. Únicamente una cierta sensación de desconsuelo al comprobar cómo estas personas son capaces de vender su dignidad y su vida -por cantidades de dinero realmente miserables- con el único fin de favorecer a un contado número de millonarios cubanoamericanos, y haciendo a la vez el juego al gobierno estadounidense, cuyo interés por la anexión de la isla de Cuba no puede ser más evidente.
Elizardo Sánchez es uno de esos tristes personajes que son capaces de hacer o decir lo que le mandan, por un puñado de dólares. Cantidades, en cualquier caso, que pueden ser significativas en el interior de un país económicamente débil como es Cuba, pero mezquinas viniendo de quien vienen y teniendo en cuenta la rentabilidad que les revierte gracias a las actuaciones de sujetos como Sánchez Santa Cruz.
Pero hasta aquí la historia no aporta nada nuevo. Muchos han sido los que han abrazado esta forma de vida, por encima de principios y convicciones. [Un ejemplo bien conocido es el de Zoe Valdés –Soez Valdés la llaman algunos, por su propensión al realismo sucio– que de furibunda funcionaria procastrista en París pasó a todo lo contrario cuando cayó rendida ante las baratijas que le ofrecía el sistema capitalista. Ganadora de premios amañados, marioneta de editores filofranquistas, y un montón de méritos aún por recibir, siempre y cuando en sus declaraciones enseñe los dientes y se muestre agresiva con quien molesta a sus mentores. Los últimos de su ya larga lista -Manu Chao y Fernando Pérez, director de la película Suite Habana– se han convertido en víctimas por su honestidad intelectual y su dignidad artística. Términos evidentemente inexistentes en el diccionario moral de la Valdés].
Pero volvamos a «El Camaján». Lo curioso de esta historia (al fin y al cabo, la razón de ser del libro) es que, llegado un momento, Sánchez Santa Cruz decidiera colaborar con los servicios de seguridad cubanos, al ver que los acontecimientos -con respecto a la tan cacareada caída del sistema cubano- no se desarrollaban de acuerdo con los planes del exilio de Miami (y por extensión del Departamento de Estado norteamericano).
Es a partir de ese punto (la segunda parte del libro) cuando Elizardo muestra su verdadera personalidad y sus dotes para «nadar y guardar la ropa». De unos sigue recibiendo dinero, de otros seguridad y cierta libertad de movimientos. A los primeros continúa complaciéndoles, aunque con un discurso más conciliador y premeditadamente ambiguo; a los segundos les facilita información muy valiosa sobre las actividades y las conexiones de la llamada «disidencia interna».
Gracias a este doble juego, Sánchez Santa Cruz consiguió eludir el macro-juicio contra 75 disidentes acusados del intento de desestabilización del sistema político y social cubano, con el apoyo material de determinados sectores y potencias extranjeras.
Aún faltan por determinar dos cuestiones: qué fue lo que impulsó a los servicios de seguridad cubanos a quemar a este agente y si aún quedan más camajanes en las filas de la disidencia. Algo que a buen seguro también preocupará a la extrema derecha de Miami.
«El Camaján», Arleen Rodríguez/Lázaro Barredo. Editora Política. La Habana, 2003.
Puedes descargarte el libro pinchando aquí.