Ensayista, filósofo de una pieza, autor teatral, activista político incansable, colaborador y alma de Rebelión y de otros medios alternativos, traductor, Santiago Alba Rico, autor entre otros libros de La Ciudad Intangible y, Capitalismo y Nihilismo, acaba de publicar en Pol.len edicions ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor. En este libro centramos […]
Ensayista, filósofo de una pieza, autor teatral, activista político incansable, colaborador y alma de Rebelión y de otros medios alternativos, traductor, Santiago Alba Rico, autor entre otros libros de La Ciudad Intangible y, Capitalismo y Nihilismo, acaba de publicar en Pol.len edicions ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor. En este libro centramos nuestras conversaciones.
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-Te pregunto en esta ocasión (si me permites seguir abusando de tu tiempo, no será la última vez) por el libro y sus alrededores que diría Víctor Sánchez de Zavala. Sobre el título: «¿Podemos seguir siendo de izquierdas?». ¿Lo dudas? ¿Por qué los interrogantes? ¿Qué podemos ser si no somos de izquierdas?
-Podría buscar la polémica y decir que quien plantea las dudas no soy yo sino el que hace semejante interpretación. Si la pregunta fuera «¿podemos seguir queriendo a nuestros hijos?» o «¿podemos seguir cuidando a los enfermos?» sólo habría dos alternativas: o considerar la pregunta retórica (con un rotundo «debemos» como respuesta) o considerar al que la formula un cínico o un nazi. Para mí es obvio que la única manera de establecer o conservar un mundo en el que lo normal sea querer a los propios hijos y cuidar a los enfermos tiene que ver con un alineamiento político a la izquierda, pero no se puede ignorar que hay mucha gente que vota a la derecha y quiere querer a sus hijos y cuidar a los enfermos. Podría ocurrir, además, que estemos ya viviendo o estemos a punto de vivir en un mundo en el que -al contrario- haya que comerse a los propios hijos y abandonar o descuidar a los enfermos, en el que ser de izquierdas podría no ser realista o constituiría incluso un obstáculo para la supervivencia individual. Bueno, mi libro quiere reflexionar sobre estos dos niveles: el de un «decirse» de izquierdas que deja fuera a las mayorías sociales (que quieren querer a sus hijos y cuidar a los enfermos, como nosotros, y desconfían de nuestras prácticas y nuestros discursos) y el de un «ser» de izquierdas que debe consistir, con independencia de cómo lo llamemos, en impedir, boicotear, deshacer una realidad en ciernes que no nos deja querer a nuestros hijos ni cuidar a los enfermos. Es decir, necesitamos un programa común que sirva para oponerse al mismo tiempo a las privatizaciones de la sanidad o la educación en España y a las dictaduras en el mundo árabe, a la deuda en Europa y al imperialismo en América Latina, al capitalismo global y al exterminio de inmigrantes en las fronteras nacionales. Si no lo encontramos, no sólo no podremos decirnos de izquierdas sino que no podremos serlo.
-Te pregunto más adelante por algunas o por casi todas las cuestiones que acabas de señalar. «Panfleto en si menor» es el subtítulo: ¡no me dirás que ahora vas a vindicar los panfletos! Me recuerdas aquel filósofo trasnochado según muchos que recogió parte de su obra en cuatro volúmenes a los que llamó «Panfletos y Materiales».
-Sabes mejor que nadie que Sacristán no es un filósofo trasnochado. Algunos de sus panfletos son extraordinarios. También el Manifiesto Comunista es un panfleto. Y algunas de las obras mejores de Chesterton («Lo que está mal en el mundo», por ejemplo) también lo son. O pensemos en «El derecho a la pereza» de Lafargue o en «Los grandes cementerios bajo la luna» de Bernanos. El género panfleto, como todos los géneros, ha producido grandes obras y grandes bodrios. Yo siempre lo he reivindicado como género y más en un contexto cultural, político y tecnológico en el que la lectura debe entrar en el cuerpo al mismo tiempo que en la mente. El panfleto es un centauro: mitad pensamiento mitad movilización. Por eso es fácil hacerlo mal.
-¿En sí menor? ¿Por qué en sí menor? ¿Para no hacer mucho ruido? ¿Por modestia político-cultural?
-La propuesta del editor era titular el libro: «¿qué significa ser de izquierdas?». Yo no lo sé y la pregunta misma podía suscitar la ilusión en el lector de una respuesta en Sí Mayor. La tradición marxista ha estado jalonada de profundísimos pequeños Síes -el Marx «científico», el Lenin táctico, el Gramsci social y «cultural»- que nos han enseñado muchísimo. Pero, a contrapelo de estos ejemplos, el discurso de izquierdas está lleno hoy muchas veces de Síes Mayores, trompeteados con abrumadora seguridad, que ocultan a menudo una enorme pereza de analizar y conocer. Tenemos respuesta para todo, como las religiones, como las derechas, pero sin portales de Belén ni sentido del humor. A medida que se ha ido reduciendo nuestra capacidad para incidir en la realidad, nos hemos ido volviendo más y más predicadores; más sermoneadores abstractos que conocedores y accionadores concretos. Por eso, sustituí el título propuesto por otro en el que primaba la duda o se atenuaban las certezas y añadí ese subtítulo porque -salvo en el caso del amor- los síes deben ser siempre menores y tomar en cuenta los contextos sociales y materiales. Como te decía antes, de lo que se trata es de saber si, aquí y ahora, podemos decirnos de izquierdas y podemos ser de izquierdas de la misma manera. No está en cuestión la fecundidad teórica y política de nuestra tradición sino su incrustación en un «sentido común» muy promiscuo en el que, junto a valores éticos elementales, hay también «hedonismo de masas», consumismo e indiferencia mercantil frente a las conexiones políticas dolorosas. ¿Cómo seguir siendo de izquierdas junto a una mayoría social que es -al mismo tiempo- conservadora y nihilista, pero de la que no podemos obviamente prescindir -y a la que no podemos imponer nada desde fuera?
-Te pregunto también más adelante sobre esa mayoría social y nihilista. Lo has editado en Pol.len edicions. ¿Qué editorial es esa? En cuanto a Tinta de Primavera…
-Pol.len es una joven editorial de Barcelona que apuesta por la eco-edición y la cultura libre y que ya ha publicado algunos títulos interesantes, precisamente en la colección Tinta de Primavera, en la que yo mismo colaboré el año pasado prologando la reedición de las viñetas de Soro («Massius y Presus») con el prólogo de Vázquez Montalbán de los años setenta.
-¡Menudo dueto! Leo en el índice siete capítulos y una «mochila ecológica«. ¿Y eso de la mochila ecológica que es?
Esto es lo que explica la página de la editorial, donde se pueden encontrar informaciones adicionales: «Tinta de Primavera es ecoedición acreditada, con una mochila ecológica que informa del proceso de minimización del impacto ambiental, declarado de modo transparente ejemplar a ejemplar. Tinta de Primavera es otra punta de lanza del Parlament de l’Ecoedició, experimentando la reducción del daño social y ambiental que permite el software libre y la cultura libre» http://www.pol-len.cat/coleccions/tintadeprimavera/presentacion.
-Has dedicado el libro a Eduardo Fernández Rubiño, ¡qué suerte que tienen algunos! Por cierto, si no es una indiscreción, ¿quién es Eduardo F.R.?
-Eduardo Fernández Rubiño es un joven militante, estudiante de filosofía, en el que se combinan casi todas las virtudes que necesitamos: formación, rigor, brillantez táctica, sensibilidad, discurso, y un conocimiento vivido de las dificultades y potencialidades de nuestra época. No quisiera debilitar sus méritos añadiendo que, además de todo esto, es en algún sentido mi hijo: no por lo que haya podido aprender de mí ni, por supuesto, porque lo haya parido yo, sino por lo mucho que lo quiero desde que nació.
-Al nombre del joven militante afortunado has añadido, «la izquierda que seremos». ¿Cómo será esa izquierda que seremos aunque no estemos entonces para disfrutarlo y apoyar en lo que sea posible?
-Una izquierda que aborde y penetre el mundo real, que es lo que hizo Marx, en lugar de citar a Marx (al que Marx nunca citó). Y esto implica, además de leer a todos los grandes autores, marxistas o no, y rendir homenaje a todos nuestros héroes, ajustar cuentas, en la teoría y en la práctica, con la ética, la democracia y el sentido común, cuya consistencia correosa contiene, junto a muchas opacidades reaccionarias o alienantes, muchos vínculos «liberadores». En definitiva, una izquierda que sea al mismo tiempo revolucionaria, reformista y conservadora. Pero como imagino que de esto hablaremos más adelante -es el tema central del panfleto- me limitaré ahora, pensando en los que son como Eduardo, a centrarme en un punto aparentemente banal: se tratará de una izquierda que considerará también los momentos de placer, y hasta los de inconsciencia social, momentos verdaderos de lucha y de construcción política.
-Voy a copiarte mil veces, si tengo ocasión, ese «en lugar de citar a Marx (al que Marx nunca citó)» y sí, desde luego, pensaba preguntarte después por la tríada RRC. Antes de ello. Has presentado el libro estas semanas en varias ciudades de Sefarad. ¿Qué tal ha ido? ¿Qué tal ha estado la acogida?
-Razonablemente bien, teniendo en cuenta el restringido círculo de mis lectores. He estado, sobre todo, muy bien acompañado, como sabrás, pues tú mismo participaste en la presentación de Barcelona haciéndome algunos comentarios y preguntas tan incisivas como comprometidas. A mi lado han estado, en Madrid, Oviedo y Barcelona, personas a las que admiro y con las que estoy en deuda: Yayo Herrero, Carlos Fernández Liria, Luis Alegre, César Rendueles, Esther Vivas, Pau Llonch, Teo Pardo y el citado Salvador López Arnal.
-Gracia por la referencia y la compañía. El libro se abre con tres citas: Eluard, Chesterton y Marx. Empiezo por la última: «En el capitalismo la vida misma aparece como un simple medio de vida». Es de los Manuscritos del 44, del jovencísimo Marx de 26 años. ¿Y eso por qué? ¿Toda vida en el capitalismo aparece no como vida propiamente sino como medio de vida? ¿A quiénes aparece así? ¿Y qué consecuencias tiene esa aparición demediadora? ¿Nos das algún ejemplo de esa transformación regresiva?
-Creo que es difícil resumir mejor, en una fórmula más sucinta y más trágica, las consecuencias antropológicas y sociales de esa maquinaria de producción de riqueza abstracta (y dolores concretos) que el propio Marx describirá años más tarde en El Capital. De esto me he ocupado en otros libros -como La Ciudad Intangible, Capitalismo y Nihilismo o El Naufragio del Hombre-: el capitalismo es un permanente proceso constituyente y, por lo tanto, un permanente proceso destituyente incapaz de distinguir entre cosas de comer, cosas de usar y cosas de mirar, porque se las come todas por igual. El consumo, como momento social privilegiado, convierte la destrucción en el motor mismo de todas las relaciones sociales y, por tanto, deja fuera de juego, como imposible o incompatible, la sociedad misma. No hay sociedad capitalista. Eso es un oxímoron. O hay sociedad o hay capitalismo, como demostró de manera definitiva Karl Polanyi en La Gran Transformación. La mercantilización de todos los vínculos y todos los objetos, con la «obsolescencia programada» como aguijón planificado (el capitalismo es también un montón de «planes») convierte cada vida -casi cada mirada y cada afecto- en un medio para la reproducción de la vida. Una especie de complejísima, trabajosísima, sofisticadísima, economía de pura subsistencia: eso es el capitalismo.
-La cita de Chesterton está fuera de mis posibilidades. Los de lógica y mates somos bastante bivalentes y lineales. «Yo sostengo que el pensamiento y el arte humano más elevado consisten casi enteramente en trazar una línea en alguna parte, aunque no en cualquier parte». ¿Y que línea es esa a la que alude Chesterton? ¿Dónde no debe trazarse? Por cierto, ¿Chesterton es un pensador de izquierdas aunque sea en sí menor? ¿Por qué tu simpatía por él?
-La línea, las líneas, los límites. Esta cita está directamente relacionada con la de Marx. Vivir entre seres humanos significa definir, circunscribir, poner límites, que es precisamente lo que el capitalismo no puede hacer: «el capitalismo es un monstruo que crece en el desierto», dice el propio Chesterton, y el desierto se caracteriza por la ausencia de límites (ausencia hasta tal punto insoportable para los humanos que nuestros ojos lo llenan enseguida -el desierto- de espejismos). ¿Qué líneas o límites son inseparables de las sociedades humanas? La tierra (con el horizonte al fondo), la ley (con la rebelión en el costado) y los cuerpos (con la muerte dentro). No hay ni belleza ni ética sin las líneas trazadas -más o menos rectas o zigzagueantes- por la naturaleza, el contrato social y el dolor de los cuerpos. Vivir es chocar; vivir en sociedad es chocar contra límites comunes; ser libre significa autoimponerse ciertos límites (eso es Kant y también Chesterton). La política consiste básicamente en la gestión común de los límites comunes -mientras que el capitalismo es insocial e impolítico porque no sólo no reconoce esos límites sino que los considera obstáculos o frenos. Chesterton no era de izquierdas, aunque en su juventud fue socialista, pero sí fue siempre anti-capitalista y de un modo lúcido, certero, radical; y fue además conservador en un sentido que yo reivindico en mi libro: la conservación del «hombre común» como fuente y destinatario de todas las revoluciones. La discusión, sin duda, tiene que ver no con las líneas -el horizonte común- sino con el lugar donde debemos trazarlas. Por eso Chesterton fue de derechas. Convertido a un heterodoxo catolicismo, condenó la plutocracia pero también el aborto y se opuso al imperialismo inglés, pero también al voto femenino. Hay que trazar líneas pero no en cualquier parte. ¿Dónde? Eso es lo que tiene que establecer un programa conservador de izquierdas.
-Eluard, Eluard… ¿Por qué el poema de Eluard? ¿Qué nos dice el poema en tu opinión? ¿Por qué hemos olvidado tanto a Paul Eluard?
-Yo mismo me sorprendí de hasta qué punto había olvidado a Paul Eluard -que leí mucho en mi adolescencia, sobre todo su ingenuo y hermoso Liberté de 1942- cuando cayó en mis manos, por casualidad, este poema suyo sobre «la ardiente ley del hombre». ¿Por qué me gustó? Porque, aunque no esté de moda (y quizás por eso la propia izquierda ha dejado de leer y citar a Eluard), habla justamente de otra «ley», no reductible a la lucha de clases, de algo así como «una condición humana» que atravesaría la historia y fraguaría, mejor o peor (en el capitalismo muy mal), en todas las sociedades, una ley o condición, legítimo objeto de estudio, con la que la izquierda debería contar si quiere, al mismo tiempo, conservar y transformar el mundo. Hacer vino con uvas, niños con cuerpos, enemigos con hermanos, ¡menuda chapuza! Pero con esa chapuza tenemos que trabajar, nos guste o no. En el principio era la chapuza; y sobre ella, contra ella, los humanos intentamos no matarnos antes de morirnos. Esa chapuza -junto con la diferencia sociedad/historia- es uno de los ejes de mi panfleto.
-Vayamos ahora al vientre de la ballena, al primer capítulo del libro. ¿Me acompañas?
-De acuerdo, como quieras.
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