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Será posible si hay amor y coraje

Volver a atar el nudo gordiano de la vida

Fuentes: Rebelión

“La naturaleza o Pacha Mama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos. Toda persona, comunidad, pueblo o nacionalidad podrá exigir a la autoridad pública el cumplimiento de los derechos de la naturaleza. (…)”. (Constitución de la República del Ecuador – Artículo 71)

Este libro –Repensando los fundamentos del derecho para la protección de la vida– nos invita a adentramos en una lectura que nos confronta con un tema vital: la protección de nuestra existencia. Vivimos una realidad cargada de escenarios preocupantes, pero también esperanzadores. Parecemos embarcados en un tren que se enfila aceleradamente a un despeñadero, pero a la vez registramos innumerables intentos y acciones conscientes para recurrir al freno de mano, al tiempo que se propone cambiar de rumbo y de ritmo.

Flávia Alvim de Carvalho y José Luiz Quadros de Magalhães, autores de este sugerente texto, nos conducen por este recorrido. Empiezan transitando por los laberintos del “antropoceno”, transformado en una fuerza geológica que está cambiando dramáticamente los equilibrios del planeta. Descubren, también, con claridad que esa fuerza es el resultado de un sistema que acumula destruyendo y extinguiendo, el capitalista. Y rescatan, por igual, aquellos esfuerzos para recuperar la racionalidad de la vida, a partir de la solidaridad y el parentesco interespecies, reconociendo una verdad indiscutible: los seres humanos somos naturaleza, una especie más entre tantísimas otras.

Ella y él, nos guían por las discusiones jurídicas desde la perspectiva del derecho ambiental, rescatando las potencialidades y limitaciones de su constitucionalización; así se adentran en los casos de Brasil y Sudáfrica, incluyendo un análisis jurídico de la tan promocionada civilización ecológica china. Avanzan en el terreno del derecho ecológico en sus varias aproximaciones, analizando varios e interesantes casos concretos, que recogen profundas y valiosas críticas al sistema, pero que no escapan del mundo del “antropoceno”.

Flavia y José Luiz dan un paso más. Llegan a un terreno desde el que se pone en entredicho gran parte de la justicia imperante, al aceptar a la naturaleza como sujeto de derechos. Una constatación jurídica que encontró un formidable impulso en la Constitución de Ecuador[1], con repercusiones múltiples en Nuestra América y en otras regiones del mundo. Y en este empeño, la autora y el autor proponen enfrentar los varios y complejos desafíos construyendo “vías alternativas para salir del pantano moderno”: exactamente de eso se trata, superar la Modernidad y todos sus estúpidos sentidos comunes.

Así, quienes proponen este libro nos recuerdan que el derecho de tener derechos siempre ha exigido y exige un esfuerzo permanente. Nos dicen que no es fácil cambiar aquellas normas e instituciones que niegan avances en el ámbito de la jurisprudencia. Con sus reflexiones y proposiciones, sin embargo, nos dan pistas de cómo transformar estructuralmente las sociedades y, porqué no decirlo, la misma civilización.

A partir de estas primeras y muy rápidas aproximaciones, en este texto introductorio, queremos centrar nuestra atención en la trascendencia de los derechos de la naturaleza.

La naturaleza, objeto de explotación y dominación

La separación -política- entre cultura (“civilización”) y natura (naturaleza), fue una de las acciones ideológicas más brutales de la Modernidad. Así quedó expedita la vía para dominar y manipular la naturaleza, con creciente y al parecer imparable fuerza y brutalidad en la civilización capitalista. Y ese permanente intento de tratar de someter a la naturaleza no solo que llega a límites insostenibles, sino que, con su efecto boomerang, comienza a pasar factura a la Humanidad. Cual jinetes del apocalipsis nos llegan gigantescas inundaciones e impresionantes sequias, fríos y calores extremos, monumentales incendios forestales, cada vez más frecuentes huracanes en todas las esquinas del planeta.[2]

Los seres humanos hemos conseguido alterar los equilibrios de la Tierra. Así, el antropoceno nos recuerda que estos fenómenos extremos son lo menos “naturales” que existe, pues son de origen antrópico. A pesar de la tozudez de los negacionistas de todo cuño, bien sabemos que ninguna región, ninguna población, ningún mar en la Tierra está ya a salvo de los daños que actualmente provoca el colapso climático. No negamos que la Humanidad provoca estos tremendos desajustes, pero la responsable no es cualquier Humanidad, es la Humanidad del capitalismo: el capitaloceno. Una civilización que sofoca la vida tanto de los seres humanos como de la naturaleza a fin de alimentar el poder que conocemos con el nombre de capital.

En paralelo, los crecientes problemas sociales, que van muchas veces de la mano de los problemas ambientales, configuran la otra cara del problema: pobreza y desigualdad, hambre y enfermedades, violencias e inequidades múltiples, consumismo e individualismo a ultranza. Y en este contexto las élites no han podido / ni quieren escuchar los mensajes de la naturaleza, menos aún los reclamos de las crecientes masas de empobrecidos y marginados. Los privilegiados defienden a como de lugar su posición.

Así no sorprende el surgimiento de nuevas y más violentas guerras, como concluyen la autora y el autor de este libro. No se trata simplemente de guerras convencionales, genocidas, represivas, económicas, psicológicas, mediáticas, cibernéticas… Ella y él nos hablan de “guerras híbridas”, entre las que se destaca la “guerra de los afectos”, mediante el uso sofisticado de la Inteligencia Artificial. Todas guerras con las que los poderes imperiales defienden sus posiciones y privilegios. No sorprende, entonces, el incremento del autoritarismo, la corrupción y el debilitamiento de las de por si frágiles instituciones democráticas y la misma destrucción de la naturaleza.

Así las cosas, reconozcamos que también con la desesperada e inútil carrera en pos del “desarrollo” -un fantasma inalcanzable- desde mediados de la década de los años 40 en el siglo XX, se consolidaron las bases para un sistema globalizante cuyas sombras agobian a gran parte de la Humanidad. En suma, estamos confrontados de forma brutal y global con la posibilidad cierta del fin de la existencia para millones de seres humanos. Y mientras tanto, el capitalismo, la civilización de la mercancía y del desperdicio[3], en su búsqueda incesante del “progreso”, va mutando y transmutando, sigue reptando como las víboras luego de que cambian de piel. A la postre, los países “subdesarrollados” y también los que se consideran “desarrollados” se encuentran cobijados por “las alas depredadoras del progreso”, al decir de Walter Benjamin[4]; “progreso” que demanda la permanente acumulación de bienes materiales y que exige incluso brutales sacrificios humanos y ambientales como requisito para seguir en esta brutal carrera…

Tal es la complejidad de las dificultades que atravesamos, que bien podemos decir que las ideas fuerza de la Modernidad, el marco ideológico que sostiene tanta barbarie, no dan más. Esas ideas e imaginarios se caen a pedazos, pero, aún así, mantienen una fuerte preminencia en el planeta.

 Naturaleza como sujeto, volver a atar el nudo de la vida

Es evidente, entonces, que no bastan respuestas que nos mantengan dando vueltas en el propio terreno. Es inútil y hasta irresponsable creer que repitiendo una y otra vez lo mismo podemos encontrar una salida a problemas cada vez más complejos. Inclusive los avances en el ámbito de la justicia ambiental y también de la justicia ecológica, enraizados en el antropocentrismo, no son suficientes. A la postre, más de lo mismo será siempre más de lo peor.

Necesitamos, pues, salir de la trampa antropocéntrica. Los derechos ambientales, por más potentes e innovadores que sean, al ser antropocéntricos, no son suficientes. En lugar de mantener y ahondar el divorcio entre la naturaleza y el ser humano, hay que propiciar su reencuentro, algo así como intentar atar el nudo gordiano roto por la fuerza de una concepción de vida depredadora y por cierto intolerable. Como demandó el filósofo francés Bruno Latour, nos toca “volver a atar el nudo gordiano atravesando, tantas veces como haga falta, el corte que separa los conocimientos exactos y el ejercicio del poder, digamos la naturaleza y la cultura”. [5]

Empalmando ambas, la política cobra una renovada actualidad. El reencuentro simbólico de los seres humanos -que somos naturaleza- con la naturaleza tiene, entonces, una significación política. Nos invita a ver el mundo con otros ojos y a procesar cambios profundos desde posiciones emancipadoras para superar todas aquellas apreciaciones e instituciones que se nutren de la estupidez del sentido común dominante, que otorga derechos a las empresas y los niega a la naturaleza o que propicia un crecimiento económico permanente en un mundo con claros límites biofísicos, para citar apenas dos casos aberrantes.

Solo el hecho de superar aquel mandato que ordenaba y ordena aún dominar, derrotar y hasta destruir la naturaleza, en nombre del “progreso”, que se mantiene desde la colonia hasta estos años republicanos, con todo tipo de gobiernos, ya es en si un paso civilizatorio. Y este paso es y será posible, como siempre, gracias a luchas políticas. En la actualidad sobre todo gracias a las luchas de resistencia y re-existencia de los pueblos originarios y campesinos, así como de innumerables y diversos sectores populares y de movimientos sociales de trabajadores y de mujeres, que defienden sus derechos, sus territorios, sus comunidades, sus culturas, tejiendo acciones de lucha dentro y fuera de nuestros países.

Para muestra de estas acciones bien podemos recuperar la resistencia de los pueblos indígenas del Xingu, que enfrentaron la construcción de la represa de Belo Monte, en Brasil, levantando incluso la bandera de los derechos de la naturaleza, teniendo como referente la Constitución de Ecuador[6]; a pesar de que no tuvieron éxito, esas acciones configuran un ejemplo de dignidad y nos dan una señal clara sobre la universalidad de dichos derechos, tal como acontece con los derechos humanos.

Así emerge en el mundo -con creciente fuerza- el desafío transformador de reconocer los derechos de la naturaleza, pasando de un enfoque antropocéntrico a uno socio-biocéntrico que reconozca la indivisibilidad e interdependencia de toda forma de vida y que, además, mantenga la fuerza propia de los derechos humanos. El fin es fortalecer y ampliar los derechos a la vida: “los derechos existenciales”, como los propone el filósofo y economista mexicano Enrique Leff.[7] Una tarea que surge desde abajo, desde los territorios, con presencia en el ámbito nacional y, más temprano que tarde, también en el internacional, en clave con la justicia ecológica y climática global.

La tarea no es fácil, reconocen Alvim de Carvalho e Quadros de Magalhães, en este sugerente libro. Se tolera reconocer derechos casi humanos a personas jurídicas, pero no a la vida no humana. Esta complicación no es nueva. Siempre fue así en el largo proceso de emancipación de los seres humanos. Cada ampliación de derechos en su momento fue impensable. La emancipación de los esclavos o la extensión de los derechos a afroamericanos, a mujeres y a niños/niñas fueron rechazadas por considerarse absurdas. En suma, el “derecho a tener derechos” se ha conseguido siempre con luchas políticas para cambiar las visiones, costumbres y leyes que niegan derechos. Luchas indispensables para hacer realidad su cristalización, tal como acontece con los derechos humanos de todo tipo, como lo son los derechos de las mujeres y de los afro e indígenas; derechos que siguen siendo demandados en una permanente disputa, pues estamos lejos de su vigencia plena.

En este complejo escenario, el tránsito de la “naturaleza objeto” a la “naturaleza sujeto” cobra cada vez más fuerza. Esta última noción vive en muchos pueblos indígenas y afro desde tiempos inmemoriales. Esta transición se nutre también de muchísimas luchas para proteger la naturaleza en diversas partes del planeta y también de múltiples entradas provenientes de diversos ámbitos científicos, jurídicos, teológicos, incluso literarios.

Y, así, este empeño fructifica aceleradamente. Los avances son inocultables. Son decenas de países, en todos los continentes, los que caminan hacia el reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derechos o que ya los han cristalizado a través de leyes u ordenanzas. A modo de ejemplo, reconociendo lo difícil que es aterrizarlos en la práctica, se puede reconocer los avances legales en Colombia, Bolivia, India, Nueva Zelanda, EEUU, Panamá, España, Alemania, entre otros tantos países. Cada uno de estos y otros muchos procesos nos ofrecen una multiplicidad de aportes y enseñanzas, en los se encuentran interesantes iniciativas derivadas de diálogos de saberes con diversas comunidades indígenas o afro, así como de rescate de otras entradas en la jurisprudencia como son los derechos bioculturales.

Derechos de la naturaleza, puerta para un giro copernicano

Requerimos un mundo re-encantado alrededor de la vida, con diálogos y reencuentros entre seres humanos, en tanto individuos y comunidades, y de todos con la naturaleza, entendiendo que somos un todo; naturaleza que guarda “los misterios del Universo, del origen de la materia y de la vida”, como maravillosamente afirman Flavia y José Luiz. Precisamos lecturas que superen aquellos binarismos obtusos y que nos encasillen en estrechas filosofías antropocéntricas, a partir de las que, de una u otra forma, se reproducen nuevas jerarquías y hasta nuevas estructuras de dominación. Eso nos demanda procesos de aprendizaje y des-aprendizaje, para volver a aprender y reaprender descolonizando sin pausa nuestro pensamiento.

Si realmente entendemos que la necesidad del cambio está presente, es hora de volver a atar el nudo gordiano de la vida desde las más diversas aproximaciones posibles y desde las múltiples diversidades existentes. Dicho esto, no se trata simplemente de volver a la naturaleza, sino simplemente de recuperar la racionalidad de la vida.

Incorporar a la naturaleza como sujeto derechos en una constitución o en una ley, siendo un acto formalmente antropocéncrico, si realmente se quiere que estos derechos existenciales se desarrollen en la realidad concreta, implica en esencia una obligación para transitar hacia visiones y prácticas biocéntricas. Si incorporamos la lógica de los cuidados ampliamos el espectro desde las vigorosas acciones y propuestas de los eco-feminismos, que plantean, inclusive, recuperar la visión del cosmos orgánico que tenía en el centro una tierra viva y femenina que fue superado por un enfoque mecanicista del mundo, que otorgó un papel pasivo a la naturaleza.[8] Además, defender a la naturaleza, -inclusive en un puro ejercicio de egoísmo ilustrado- es defendernos a nosotros mismos, pues los humanos somos naturaleza y sin naturaleza nuestra existencia se vuelve imposible. Integrar la esencia de la Pacha Mama o madre tierra, propia de la indigenidad, contribuye a caminar en los indispensables senderos de la plurinacionalidad, entendiendo siempre que quien en realidad nos da el derecho a existir es esa Madre. ¡Aquí se encuentra el origen de todos los derechos!

Dicho esto, en medio del actual colapso ecológico, ya es hora de entender a la naturaleza como la base de los derechos colectivos e individuales de libertad. Así como la libertad individual solo puede ejercerse dentro del marco de los mismos derechos de los demás seres humanos, la libertad individual y colectiva solo puede ejercerse dentro del marco de los derechos de la naturaleza. De forma categórica concluye el profesor alemán Klaus Bosselmann: “sin derechos de la naturaleza la libertad es una ilusión”.[9]

En la práctica legal, esto significa que a partir de la vigencia de los derechos de la naturaleza ya no existe ningún derecho para mercantilizar a la madre tierra y menos aún para destruirla, sino solo un derecho a una relación ecológicamente sostenible. Las leyes humanas y las acciones de los humanos, entonces, deben estar en concordancia con las leyes de la naturaleza, que no son ni lineales ni estáticas. Entonces, la vigencia de los derechos de la naturaleza responde a las condiciones materiales que permiten su cristalización y no a un mero reconocimiento formal en el campo jurídico. Y su proyección, por lo tanto, debe superar aquellas visiones que entienden a los derechos como compartimentos estancos, pues su incidencia de debe ser múltiple, diversa, transdisciplinar.

Y esto supone cuestionar, en especial, el régimen de propiedad. “El reconocimiento de la naturaleza como sujeto de derechos implica una crítica y una alternativa a los derechos de la propiedad, tal como ha sucedido con otros sujetos de derecho, por ejemplo. con las personas que pertenecen al pueblo afrodescendiente.  Cuando las personas afrodescendientes eran esclavas, el derecho permitía comprarlas y venderlas porque eran parte de los objetos apropiables. Ya como sujetos, salieron del mercado y el derecho a la propiedad dejó de aplicarse. De la misma manera debería suceder con la naturaleza: si es sujeto de derechos debe tener un régimen jurídico ajeno al derecho a la propiedad”, en palabras del exjuez constitucional ecuatoriano Ramiro Ávila Santamaria.[10] 

Es urgente, entonces, que los objetivos del manejo económico se subordinen a las leyes de los sistemas naturales, sin olvidar en ningún momento el respeto a la dignidad de la vida humana. Una nueva economía debe echar abajo aquel andamiaje teórico, que vació de materialidad la noción de producción y separó por completo el razonamiento económico del mundo físico. Ese proceso supuso la ruptura epistemológica que desplazó la idea de sistema económico, con su carrusel de producción y crecimiento, al mero campo del valor[11]; para asegurar la acumulación del capital. Y “el resultado de nuestro divorcio de la integración e interacción con nuestra madre, la tierra, es que ella nos está dejando huérfanos, no sólo a los que se llaman indios, indígenas o pueblos originarios en diferentes grados, sino a todos”, como con mucha claridad resume Ailton Krenak, citado en este libro.

Esa nueva economía o economías -para una nueva civilización[12]– deben aceptar que la naturaleza establece los límites y alcances de la sustentabilidad y la capacidad de renovación de los sistemas. Es decir, si se destruye la naturaleza se destruye la base de la economía misma. Esto conmina a evitar la eliminación de la diversidad, reemplazándola por la uniformidad que provoca, por ejemplo, la mega-minería, los monocultivos o los transgénicos. Escribir ese cambio histórico, es uno de los mayores retos de la Humanidad, sino se quiere arriesgar su existencia sobre la tierra.

Así, en vez de considerar a la naturaleza como un stock “infinito” de materias primas y un receptor “permanente” de desechos, una post-economía debería plantearse como metas mínimas la sustentabilidad y la autosuficiencia de los procesos económico-naturales; procesos compuestos de múltiples y complejas interacciones y lógicas, que se retroalimentan de diversas formas. En ese sentido, el fetiche del crecimiento económico permanente en un mundo finito debe morir, para dar paso a procesos que combinen el decrecimiento económico con el post-extractivismo.[13] Este empeño no supone mantener en ningún caso los niveles de opulencia de pocos segmentos de la población en el Norte global, que también están presentes en el Sur.

Por cierto, estas acciones no pueden caer en la trampa ni del “desarrollo sustentable” ni del “capitalismo verde” con su brutal práctica del mercantilismo ambiental. La tarea no consiste en volver “verde” al capitalismo, sino en superar el capitalismo. Asimismo, no podemos caer en la fe ciega en la ciencia y la técnica, las cuales deberán reformularse para garantizar el respeto de los derechos existenciales. En definitiva, ciencia y técnica -a la par con una nueva economía- deberán subordinarse al respeto de la armonía / el equilibrio entre seres humanos y seres no humanos.

Asumir este reto demanda un giro copernicano en todas las facetas de la vida, sea en el ámbito jurídico, económico, social y político, pero sobre todo cultural. Los derechos de la naturaleza, en suma, nos posibilitan otras lecturas de la dura realidad que atravesamos, al tiempo que nos dan herramientas para cambiarla desde sus raíces.

Repensando la protección de la vida desde la democracia de la tierra

Ampliemos la demanda de Flavia y José Luiz, que nos invitan a repensar las bases del derecho para la protección de la vida. Pensemos en otras economías para otra civilización. Sintonicémonos con la Democracia de la tierra, que radica en la relación armoniosa con la naturaleza, con comunidades basadas en la justicia social, la democracia descentralizada y la sustentabilidad ecológica. Es decir que este esfuerzo político -siempre político- fructificará solo si hacemos real la vigencia plena de la justicia social y la justicia ecológica, con procesos radicalmente democráticos, pues, si uno solo de esos tres factores tiende a cero, el resultado final también tenderá a cero.

Escribir ese cambio histórico es el mayor reto de la humanidad si no se quiere arriesgar la existencia humana sobre la tierra. En síntesis, requerimos un mundo reencantado alrededor de la vida, con diálogos y reencuentros entre seres humanos, en tanto individuos y comunidades, y de todos con la naturaleza, entendiendo que somos un todo. Con esos múltiples diálogos, priorizando aquellos con los grupos de la indigenidad, tradicionalmente marginados, se puede transitar hacia visiones y prácticas pluriversales[14], en clave de buenos convivires.[15]

Ese trajinar nos invita a descolonizar la historia, tanto como a superar los estúpidos sentidos comunes y las engañosas imágenes de la Modernidad. Romper con sus muchas y diversas camisas de fuerza, las reales y las simbólicas, es una tarea urgente. También lo es recuperar el pasado como parte de una continuidad histórica con proyección de futuro, en tanto proceso atado a las luchas de resistencia y re-existencia frente a los interminables procesos de conquista y colonización. En definitiva, lo que cuenta es recuperar, sin idealizaciones, el proyecto colectivo de futuro de todas las comunidades y los movimientos emparentados intrínsecamente con la vida, y de propiciar procesos de construcción y reconstrucción de todas las formas de vida digna posibles en nuestras sociedades, marginando la explotación de los seres humanos y no humanos. Todo esto potenciando lo local y lo propio, Estados distintos, así como renovados espacios locales, nacionales, regionales e inclusive globales de toma de decisiones, y una creciente horizontalidad del poder para desde allí construir espacios democráticos de gestión; lo que, a su vez, nos demanda nuevos mapas territoriales y conceptuales.

Los derechos de la naturaleza, que no pueden ser asumidos dogmáticamente como el único ni el mejor prisma y la única ni la mejor herramienta que disponemos, nos posibilitan otras lecturas de la dura realidad que atravesamos, al tiempo que nos dan instrumentos para cambiarla desde sus raíces. Su potencial radica en su capacidad de provocar y movilizar. Y en este empeño, “contra los afectos negativos sólo hay una solución que resista al miedo y a la cobardía: el coraje, es decir, actuar con amor, con el corazón”, como nos conminan Flávia y José Luiz.

Economista ecuatoriano. Profesor universitario. Ministro de Energía y Minas (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente (2007-2008). Candidato a la Presidencia de la República del Ecuador (2012-2013). Autor de varios libros. Compañero de luchas de los movimientos sociales.


[1] Alberto Acosta (2019); “Construcción constituyente de los derechos de la naturaleza – Repasando una historia con mucho futuro”, en el libro La Naturaleza como sujeto de derechos en el constitucionalismo democrático, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito.

[2] No confundir con fenómenos propios de la naturaleza como son erupciones volcánicas, los terremotos, caídas de meteoritos…

[3] Jürgen Schuldt (2013). Civilización del desperdicio. Psicoeconomía del consumidor. Universidad del Pacífico. Lima.

[4] Walter Benjamin [1940] (2005); Tesis sobre la historia y otros fragmentos, edición y traducción de Bolívar Echeverría. Contrahistorias, México.

[5] Bruno Latour (2007); Nunca fuimos modernos – ensayo de antropología simétrica, Siglo XXI Editores, Buenos Aires.

[6] La demanda señaló que “podía ser más didáctico claro y oportuno aplicar los derechos de la naturaleza por la destrucción del territorio de Xingu”. Consultar la AÇÃO CIVIL PÚBLICA AMBIENTAL com Pedido de Liminar em face de: Norte Energia S/A (NESA) – concessionária de Uso de Bem Público para exploração da UHE Belo Monte, CNPJ/MF 12.300.288/0001-07, com sede no Setor Bancário Norte, Quadra 02, Bloco F, Lote 12, salas 706/708 (parte), Edifício Via Capital, Brasília/DF, CEP 70.041- 906.

[7] Enrique Leff (2021). “Ecología política, derechos existenciales y diálogo de saberes: horizontes de otros mundos posibles”, en Alberto Acosta, Pascual García, Ronaldo Munck – editores (2021); Posdesarrollo – Contexto, contradicciones y futuros. UTPL – Abya-Yala. Quito.

[8] Este punto es fundamental. Debemos rescatar estas aproximaciones propias del eco-feminismo, que nos remiten a trabajos pioneros como el de Carolyn Merchant [1982] (2023); La muerte de la naturaleza – Mujeres, ecología y Revolución Científica, Siglo XXI, Colección Otros Futuros Posibles, Buenos Aires.

[9] Klaus Bosselmann (2021); “Ohne Rechte der Natur bleibt Freiheit Illusion”. Disponible en https://www.rechte-der-natur.de/de/aktuelles-details/119.html

[10] Ramiro Ávila Santamaría (2023) “La naturaleza podrá ser coautora de una canción”. Disponible en https://gk.city/2023/11/01/la-naturaleza-sujeto-de-derechos-propiedad-intelectual/?utm_source=GK&utm_campaign=19a0231709-EMAIL_CAMPAIGN_2023_10_31_11_42&utm_medium=email&utm_term=0_-19a0231709-%5BLIST_EMAIL_ID%5D

[11] Consultar en José Manuel Naredo (2009); Luces en el laberinto – Autobiografía intelectual, editorial Catarata, Madrid.

[12] Invitamos a leer este texto de Alberto Aosta, John Cajas-Guijarro (2020); “Buscando fundamentos biocéntricos para una post-economía – Naturaleza, economía y subversión epistémica para la transición”, en el libro Voces Latinoamericanas – Mercantilización de la naturaleza y resistencia social, coordinado por Griselda Günther Monika Meireles, Universidad Autónoma Metropolitana, México.

[13] Alberto Acosta, Ulrich Brando (2018); Pós-extrativismo e decrescimento: saídas do labirinto capitalista, Editora Elefante, Brazil.

[14] Ashish Kothari, Ariel Salleh, Arturo Escobar, Federico Demaria, Alberto Acosta – editores (2021); Pluriverso: dicionário do pós-desenvolvimento, Editora Elefante, Brazil.

[15] Alberto Acosta (2018); O Bem Viver. Uma Oportunidade Para Imaginar Outros Mundos, Editora Elefante, Brazil.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.