Traducido para Rebelión por Caty R.
Sin sorpresas, Walid Jumblatt, el líder druso del partido Socialista Progresista (PSP) ha vuelto a finales de octubre de 2011 a la dirección de su formación, la cual preside desde hace 34 años sin una competencia que le dispute el liderazgo, según las perores reglas del feudalismo de clan en plena primavera árabe, sobre el fondo de una nueva toma de posición respecto a Siria. La última cabriola de un veleta.
Repaso de la trayectoria errática de un hombre que pudo acceder a la dimensión de estadista y se dejó atrapar por las sirenas de la dolce vita y los chanchullos.
1. Una década prodigiosa
Fue una década prodigiosa. Los compinches, bajo la estela de Siria, sometieron a la República: Rafic Hariri a la cabeza del gobierno, en 1992, a raíz del advenimiento del nuevo orden mundial estadounidense que siguió al hundimiento del bloque soviético, y Walid Jumblatt al frente de un importante ministerio encargado de la reinserción social de las 135.000 familias desplazadas debido a las hostilidades.
En el vértigo de la época, la laxitud ambiental, la apatía de unos, la cobardía de otros y la glotonería de unos y otros, Siria cometió un gran fallo que condicionaría ampliamente los acontecimientos siguientes que tuvo que padecer a lo largo del decenio por frenar la condescendencia de los gestores sirios en el dossier libanés -el militar Ghazi Kanaan y el político Abdel Halim Khaddam-, frente al dominio del multimillonario saudí-libanés en el parque inmobiliario del centro de Beirut, la peana ya inamovible de su liderazgo suní.
La alianza contra natura entre un representante puro del sector capitalista «petromonárquico» y el líder de uno de los pocos partidos políticos árabes que se declaran socialistas, podía sorprender en términos de coherencia ideológica, pero no en términos de drenaje financiero. Aquellos que a continuación serían los censores más severos de la tutela siria sobre Líbano habían sido durante 12 años, de 1992 a 2004, los mejores gestores de la dominación siria sobre su país y habían delegado en Siria el poder real en los planos militar y político en contrapartida de su dominación sobre Líbano. Un acto de alta traición, cometido sin embargo en total impunidad, con el apoyo de sus tutores internacionales, en particular Francia, lista por otra parte a envolverse en la dignidad violada cuando entran en juego sus intereses patrimoniales.
2. El procónsul sirio, general Ghazi Kanaan, el tercero en discordia de esta rebatiña
Socios en el proyecto Elissar, la reconstrucción del litoral del sur de Líbano, y en los proyectos de tierras de Kreyha Sibiline, con el objetivo de servir de base a los refugiados palestinos extirpados de los campos de Beirut, convirtieron el ministerio de Desplazados en el centro operativo de los las prebendas electorales. El diario libanés An Nahar, en la época en que ejercía una función crítica antes de que lo comprase Hariri, el 10 de julio de 1988 estimaba en casi 800 millones de dólares los fondos que habían pasado por el ministerio para operaciones sin ninguna relación con la rehabilitación familiar.
De reinserción fue muy poco, más de prebendas que de necesidades, especialmente para el financiamiento disfrazado de las campañas legislativas y municipales de los partidarios del tándem, para mantener el nivel de la vida de la clientela política o para gratificar a los grandes electores y a los terratenientes. El abuso fue tal que la codicia acabó gangrenando todos los contra-poderes, incluso hasta el punto de que su contramaestre absoluto, el general Ghazi Kanaan, procónsul de Siria en Líbano, se comportaba cada vez menos como «maestre» oponiéndose cada vez a menos cosas, para acabar convirtiéndose en el tercero en discordia de la rebatiña.
Despreciando el delicado equilibrio religioso del escenario libanés y los intereses estratégicos de Siria, pero en beneficio de su propia cuenta bancaria, el procónsul sirio modificó la ley electoral a favor del liderazgo de Hariri, favoreciendo la naturalización masiva de los suníes con el fin de contrarrestar la creciente influencia de los chiíes libaneses y su punta de lanza, Hizbulá, que entró en el ruedo político en 1992, el mismo año que el binacional libanés-saudí.
La triple alianza funcionó de maravilla con una armoniosa repartición de los papeles: el líder progresista libanés aportaba su aval patriótico al multimillonario libanés-saudí, gran proveedor de petrodólares, bajo la férula del militar sirio cegado por la codicia.
3. Abdel Halim Khaddam, el bien nombrado
La invasión estadounidense de Irak hizo volar en pedazos ese lindo andamiaje y ahogó en sangre aquel idilio tan lucrativo. Con el iraquí Sadam Husein derrocado, el líder palestino Yasser Arafat confinado en su residencia de Ramala y su presunto sucesor, Marwan Barghouti, encarcelado, el camino estaba despejado para la emergencia de un nuevo líder suní en el flanco norte de Israel. Hariri y Jumblatt, ejerciendo de estrategas de salón, hicieron su elección en el vicepresidente sirio Abdel Halim Khaddam, el antiguo depredador de Líbano, pero cuya inmensa calidad residía, a sus ojos, en que no solo era un sirio suní, sino además y sobre todo era su compadre en los negocios, para tomar el relevo del liderazgo suní y paliar la pérdida de Bagdad, la antigua capital del imperio abásida.
Rafic Hariri dimitió el 20 de octubre de 2004 para ponerse al frente de la oposición antisiria, pero el magisterio de este antiguo leal a Damasco fue breve. Cuatro meses. Fue asesinado, el 14 de febrero de 1995, en el mismo lugar que escapó a su bulimia inmobiliaria, el prestigioso hotel Saint Georges, desencadenando un cataclismo devastador. Siria se retiró de Líbano, su exprocónsul Ghazi Kanaan se suicidó, víctima de su laxitud y su cobardía. El tercero en discordia, único superviviente del trío, Walid Jumblatt, sería arrastrado por un torbellino que le dejaría exangüe después de cinco años de vértigo.
Un detalle chocante: el hombre encargado del dossier libanés en Siria durante treinta años, el mismo a quien temían las diversas facciones libanesas y las cancillerías árabes y occidentales, el que provocaba las tormentas y ordenaba la calma, y en ese sentido primer responsable de las derivas sirias en Líbano, el vicepresidente de la República Abdel Halim Khaddam, promovido como salvador supremo de Siria y de Líbano, antes de que lo relegaran al olvido de la historia, se aferró como a un salvavidas a la organización de los «Hermanos Musulmanes», la misma que se lanzó al asalto del poder, en febrero de 1982, con el fin de poner la zancadilla al régimen baasista del cual era uno de los pilares, a cuatro meses de la invasión israelí de Líbano.
El bien llamado Khaddam, cuyo patronímico en árabe significa literalmente «el servidor», renegó singularmente de su militancia después de sangrar abusivamente a Líbano y operó, por codicia, la reconversión más escandalosa de la historia política reciente. Al final acabó de mayordomo de su correligionario suní libanés Rafic Hariri.
Ampliamente gratificado por su traición con un suntuoso regalo -la residencia del nabab petrolero griego Aristóteles Onassis, en la calle más famosa de la capital francesa, la Avenida Foch-, el renegado tuvo que librar una batalla ante la justicia francesa para mantenerse en el lugar, mientras que su subordinado francés, el expresidente Jacques Chirac, tuvo derecho a un apartamento con vistas al Sena en el Quai Voltaire, en París. Judas traicionó a su señor por treinta monedas. Algunas traiciones, ciertamente, valen su peso en oro, pero desacreditan al renegado para toda la eternidad.
En la embriaguez del momento, la laxitud ambiental, la apatía de unos y la cobardía de los otros, Siria cometió dos fallos principales que la condicionaron ampliamente y por los que tuvo que sufrir a lo largo del decenio: la elección de los gestores del expediente libanés.
4. La segunda muerte de Kamal Jumblatt.
En lo que aparece como un caso raro de remisión en los anales del Alzheimer político, Walid Jumblatt recordaría entonces que su padre, Kamal Jumblatt, el líder de la coalición palestina progresista en la época de la guerra civil libanesa, fue asesinado antes, cerca de un control sirio. El antiguo comensal asiduo de Siria, esposo en segundas nupcias de la hija de un exministro sirio de Defensa, el general Charabati, aureolado con el título de «hijo de mártir», se puso entonces a la cabeza para reclamar venganza, ocho años después del asesinato de su progenitor.
La llamada de la sangre tiene razones que escapan al entendimiento. Tarde, pero oportunamente bienvenida, permitió al antiguo huérfano autoproclamarse líder de la oposición antisiria. Catapultado a «hacedor de reyes» por los medios de comunicación occidentales de los cuales se había convertido en el favorito, su promoción marcó, por las negaciones que implicaba, la segunda muerte de su padre.
Para los observadores informados del escenario árabe, en efecto, Kamal Jumblatt fue asesinado dos veces. La primera, físicamente, el 17 de marzo de 1977, y la segunda vez moralmente por los incesantes virajes de su hijo Walid, hasta el punto de ganarse el calificativo poco brillante de «derviche girador» de la política libanesa, poniendo en ridículo al glorioso partido fundado por su padre, el Partido Socialista Progresista (PSP), para convertirlo en el «partido del saltimbanqui permanente» con gran consternación de los compañeros de viaje de su padre, el cual confirió a su comunidad drusa una gran superficie política con respecto a su importancia numérica (1).
De una sobriedad ascética, ese Premio Lenin de la Paz vivía diariamente sus convicciones y tenía como interlocutores habituales a seres de un gran desprendimiento: Nehru y Gandhi (India), Tito (Yugoslavia) y Nasser (Egipto), las figuras legendarias del Movimiento de los No Alineados. El hijo, Walid, cuya juventud tumultuosa por momentos se fascinó con el ritmo de los soldados de plomo, fue un habitual de la buena carne y la buena mesa, de las increíbles noches de los palacios parisinos, de la divina botella y de la dolce vita italiana.
Uno de los pocos líderes de un partido socialista del mundo árabe, Walid fue el principal socio del multimillonario libanés-saudí Rafic Hariri, el principal beneficiario de su maná, el aval de los negocios clientelistas sirios, un asiduo visitante de los dirigentes sirios y su señor feudal en Líbano, más allá de las necesidades de la realpolitik, de la misma forma, por otra parte, que el exprimer ministro asesinado.
El hombre que declaró públicamente su deseo de que Irak fuera el cementerio de sus invasores, un nuevo Vietnam, cambió bruscamente en lo que aparece retrospectivamente como la mayor metedura de pata estratégica de su carrera y por la que sufrió desastrosamente en términos de crédito moral. Al apostar por el triunfo de los estadounidenses, se colocó de entrada en su estela hasta el punto de combatir contra Siria al lanzar diariamente sus filípicas a Damasco, su lugar de peregrinación semanal durante 30 años.
Rompiendo con sus antiguos aliados de la guerra y secundado por los tránsfugas de la izquierda mutante neoconservadora, el antiguo trotskista mundano Samir Frangieh y el blandengue comunista Elias Atallah, Walid se puso al frente de una coalición heteróclita que agrupaba a sus más feroces enemigos de ayer, en especial Samir Geagea, el líder de las milicias cristianas, el excompañero de viaje de Israel y uno de los grandes carniceros de la guerra civil libanesa, y su principal proveedor de fondos, Rafic Hariri para constituir el «Club Welch, nombre del subsecretario de Estado de EE.UU. David Welch, que teledirigía sus actividades.
Instigado por su tutor estadounidense, el trío apostó implícitamente por una derrota de Hizbulá en la guerra destructora de Israel contra Líbano en julio de 2006. Más allá de toda decencia se lanzó, desde el final de las hostilidades, en el proceso de la milicia chií al grito de «Al-Hagiga» (la verdad) antes que a buscar la condena de Israel por su violación de las leyes de la guerra y por la destrucción de las infraestructuras libanesas. Niño bonito de la Internacional Socialista y correa diplomática en el plano internacional del Partido Laborista israelí, Walid Jumblatt interrumpió bruscamente su levitación después de dos reveses que resonaron como una burla, haciéndole dudar de la pertinencia de su enfoque.
El regreso a su tierra fue doloroso: la capitulación en campo abierto ante Hizbulá durante el pulso que su adjunto mal informado, Marwan Hamadé, su amigo del alma, había emprendido en mayo de 2008 contra la organización chií, así como la liberación por ese mismo Hizbulá un mes después del druso pro palestino Samir Kantar, el decano de los presos árabes en Israel. Esos dos hechos resonaron como una traición de sus ideales anteriores, hasta el punto de convertirse en el hazmerreír de la opinión militante del Tercer Mundo.
5. Marcha atrás
Teniendo en cuenta ese estado de cosas, Walid inició entonces un lento proceso de marcha atrás. A golpes de sucesivos reajustes y bailes dudosos intentó volver a centrarse, es decir a alejarse de sus nuevos amigos, para recuperar sus marcas junto a sus antiguos amigos. En una palabra, a operar una nueva traición como quien no quiere la cosa.
Su última ocurrencia, con su tortuosa formulación, lo que dice y lo que calla, constituye un modelo del género. La hizo, sin sorpresa, contra sus aliados más recientes, los cristianos maronitas, y ese nuevo giro figurará en los anales políticos libaneses como un caso de manual de las alianzas giratorias propias del sistema Jumblatt. Esta, sin embargo, acabará desorientando a sus más fieles aduladores occidentales, especialmente la prensa francesa.
Adornándose con la cualidad de novato que no tiene desde hace siglos, el que está considerado como uno de los cocodrilos más correosos de la marisma política libanesa, sin miedo al ridículo acusó a sus nuevos aliados maronitas, a quienes combatió ferozmente durante veinte años, de pertenecer a un «género viciado» y de haber pretendido meterle en un conflicto con la comunidad chií, por alusión «al asunto de la red autónoma de transmisiones» de Hizbulá. Para la satisfacción de sus objetivos, ciertamente, el hombre no se para en barras. La acusación, lanzada en un mitin electoral celebrado en su feudo de la montaña drusa de Chuf, se publicó de una forma sesgada gracias a una filtración en una cinta de vídeo difundida por una cadena satelital el 20 de abril de 2009.
En este caso, Jumblatt no vaciló en tomarse algunas libertades con la verdad histórica, ya que su narrativa será la causa de su acercamiento a Hizbulá y constituye una justificación a posteriori de su vuelco. Su humillante derrota militar frente a la milicia chií ya había dado el golpe de gracia a su presunción.
6. Un extraño caso de hundimiento político en directo para la salvación del liderazgo familiar.
La historia conservará de su agitada carrera un perfecto ejemplo de hundimiento político en directo con el anuncio, el 2 de agosto de 2009, del repudio de su alianza con sus antiguos socios de la coalición occidental, y su giro espectacular a favor de Siria, a cuyo presidente Bachar al Assad había jurado llevar ante la justicia de la Corte Penal Internacional.
Dirigiéndose al congreso general del Partido Socialista Progresista, el mismo hombre que fue considerado durante cinco años la clave de la coalición antisiria en Líbano, dio la campanada entregándose a una autocrítica en toda regla de su política anterior, confesando que su viaje a Washington en 2006, poco antes de la constitución del Tribunal Especial sobre Líbano, constituía un «punto negro» en su trayectoria política, lo mismo que su convergencia con los neoconservadores estadounidenses que «sembraron el desorden y destruyeron Irak y Palestina»
Reafirmando su anclaje en la izquierda, el jefe druso confesó que había atravesado un «período de extravío» en el que se había dejado llevar por consideraciones opuestas a los usos del combate político, pero que le incumbía a él establecer «nuevas relaciones con Siria que sirvan de eje de su nueva política árabe». Lamentó su «participación en la celebración de la fiesta del Partido Falangista y el hecho de haber aceptado sin protestar la proyección de una película insultante sobre Nasser», el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, líder del nacionalismo árabe de la década de 1950 y artífice de la primera nacionalización exitosa del Tercer Mundo: la nacionalización del Canal de Suez.
Jumblatt, cuyo liderazgo se basa en el sistema comunitario, indicó que había establecido una alianza con las fuerzas de la derecha debido a las circunstancias que prevalecieron a raíz de del asesinado del ex Primer Ministro Rafic Hariri, pero que esa alianza circunstancial ya no tenía razón de ser.
Aunque su nuevo giro restableció a Walid Jumblatt en el regazo tradicional de su dinastía familiar, el campo progresista y antiimperialista podría haber marcado el final de su carrera política, un acto de desembarque voluntario a favor de su hijo Taymur, para eternizar a su comunidad, los drusos, sanción inevitable de una trayectoria errática que estuvo a punto de desacreditar para siempre el legado político del cual era heredero, así como a la comunidad que lidera y sobre la cual pesa ya la sospecha repetida de connivencia con Israel, debido a la participación de los drusos en el cuerpo de guardias fronterizos israelíes.
Con casi un millón de individuos, repartidos esencialmente en la intersección de cuatro países (Líbano, Siria, principalmente en la meseta del Golán ocupada por los israelíes, Israel en la región del Monte Carmel, y Jordania), Walid Jumblatt deberá apelar al movimiento chií libanés para reanudar la relación con los diversos componentes de su comunidad y preservar el papel de Líbano como referencia histórica y religiosa de los drusos.
«Los suníes tienen como gran protector a Arabia Saudí, los chiíes a Irán, los drusos sólo pueden elegir entre Israel, el mar o si no, Siria, la cual nos garantizaría el anclaje árabe de los drusos», dijo a manera de justificación. Una obviedad que él sin embargo ha tendido a descuidar con el riesgo de abrasarse y de aniquilar a su comunidad.
El que desde hace mucho tiempo figura como patrocinador de las fuerzas socialistas del mundo árabe ha tenido que pagar un fuerte tributo al restablecimiento de su credibilidad, con el fin de asegurarse el anclaje permanente de su sucesión filial, colocándose bajo la tutela de hecho de Hizbulá, su garante en su camino de Damasco, señal indiscutible del final de un increíble período de levitación surrealista, que costó la vida a dos de sus antiguos compañeros de viaje, Gébrane Tuéni y su colega tránsfuga Samir Kassir.
El hombre cuyos los malabarismos colmaban de alegría a sus diligentes aduladores ya es previsible. Definitivamente. Oveja descarriada en el pantano político libanés, Walid Jumblatt regresó al redil en el camino de Damasco, bajo los auspicios del líder de Hizbulá, su garante ante el poder sirio.
Prueba irrefutable de su anclaje irreversible en su regazo natural es el consejo que este antiguo artífice de la revolución antisiria en Líbano dio el 24 de julio de 2010 a su antiguo compañero de viaje, Saad Hariri, de aflojar la presión al Tribunal Especial Internacional sobre Líbano, al que considera un elemento de división del país e instigador de una nueva guerra civil. El líder druso del Partido Socialista Progresista Libanés ha citado como ejemplo su caso personal, arguyendo que el asesinato de su propio padre, Kamal Jumblatt en 1977, no dio lugar al establecimiento de una jurisdicción penal internacional.
Sin duda consciente de la pesada responsabilidad en el establecimiento del Tribunal Especial sobre Líbano, despreciando la legalidad libanesa, y en la orientación de la investigación debido a sus propias acusaciones, Jumblatt reconoció que habían abusado de él por medio de la declaración de testigos falsos que lanzaron sus acusaciones contra Siria. Sostuvo públicamente que el voto de la Resolución número 1559 del Consejo de Seguridad, de 2004, en la que se requería a Siria que retirase sus tropas de Líbano fue «una resolución maléfica que bajo cuerda pretendía el desgajamiento de Líbano de su entorno árabe».
7. El vértigo de la tormenta árabe
El antiguo torbellino de la vida política libanesa ya está «bajo control». En cuarenta años de carera política Walid Jumblatt ha engordado considerablemente su capital financiero y ha dilapidado otro tanto su crédito moral. El exlíder de la coalición palestina progresista de dimensión internacional aparece ahora como un reyezuelo druso de envergadura política local, reducido al poco glorioso papel de señor feudal de una comunidad ultraminoritaria, el antiguo correveidile de una coalición occidental asfixiada, reciclado en un papel de apoyo a Hizbulá.
La tormenta árabe ha girado la veleta, suscitando un renovado e incomprensible deseo de reposicionamiento y un deseo incontenible de libertad. Enredado en sus contradicciones, el hombre ha optado por la huída hacia delante. Fiel a sí mismo, sólo a sí mismo y la eternidad no le cambiará, el lugar de retiro que ha elegido no han sido la isla de Elba o Santa Elena, sino la Île Saint Louis, en la orilla del Sena en París, confirmación de su irresistible gusto por el lujo, marca de fábrica de ese señor feudal que sin embargo se declara socialista y progresista.
Su última pirueta en la cadena de televisión «Al Manar», el 14 de octubre de 2011, una oda a las monarquías árabes de Jordania y Marruecos, aliadas ocultas de Israel, y a Arabia Saudí, foco del integrismo mundial y de la regresión social, y no a Túnez y Egipto, que derrocaron a sus dictadores, ha constituido la última contorsión de una vida de veleta, una singular forma de despedirse de la Historia.
El hombre que denunciaba regularmente la «patrimonialización» del poder de Estado por los dirigentes árabes finge ignorar que él mismo recibió en herencia, a los 28 años, la sucesión familiar, el liderazgo de la comunidad drusa, y que por otra parte él mismo se prepara para legársela, en total incoherencia, a su hijo Taymur.
El que fue durante mucho tiempo centro del juego político libanés ahora es un hombre descentrado cuyas derivas ideológicas e indecente oportunismo le han convertido en un personaje excéntrico. En su fuero interno este hombre, en realidad inteligente, sin duda ha debido de lamentar esa trayectoria curvilínea que incidirá pesadamente en el juicio que la historia hará de su gestión.
Un flaco consuelo de este embrollo sería que el hundimiento de Walid Jumblatt sirviera de ejemplo a todos sus compadres que han contaminado la vida política libanesa y han machacado el país desde su independencia en 1943. Ese es al menos el deseo formulado por el patriarca maronita Béchara Ar Rai, una renovación del compromiso político haciéndose eco del secreto deseo de amplios sectores de la población libanesa que desean librarse de un personal político del cual han tenido que sufrir avatares más allá de toda decencia.
Notas
(1) La comunidad drusa cuenta en la actualidad con casi un millón de personas repartidas principalmente en la intersección de cuatro países: Líbano (350.000), Siria (450.000 personas, especialmente en la meseta del Golán ocupado por los Israelíes y en Jabal al Arab), Israel (75.000 en la región del Monte Carmel) y Jordania (20.000). Nacida de la creencia en la naturaleza divina del sexto califa fatimí Al Hakim bi Amri-Illah (996-1021), Líbano constituye la referencia histórica y religiosa de la comunidad. El alto lugar de la espiritualidad drusa está situado al sur de Líbano, en la ciudad de Hasbaya, en la región fronteriza siria-libanesa-israelí.
Para recordar: Hariri de père en fils: Hommes d’affaires et premiers ministres, René Naba, Harmatán, 2011.
Diez años después del apocalíptico ataque a los símbolos de la hiperpotencia estadounidense, los principales vectores de influencia occidental en la tierra de Oriente fueron pulverizados, desde el comandante Massud Shah a Benazir Bhutto, pasando por Rafic Hariri. El jefe del clan estadounidense-saudí en Líbano, el antiguo Primer Ministro, fue un actor principal de la pantomima de Oriente Medio y, debido a eso, víctima principal del discurso disyuntivo occidental. Para originar la «financiarización» de la vida política nacional Rafic Hariri explotó, al estilo de una burbuja financiera.
Fuente: http://www.renenaba.com/liban-