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Y después ¿qué?

Fuentes: Gara

El anuncio por parte de ETA del alto el fuego permanente me pilló en México. México es un país que se ha interesado siempre por los problemas de Euskal Herria, pero queda lejos y los ruidos de aquí eran simples ecos allá. La distancia entorpece una lectura más adecuada de los detalles aunque proporciona, no […]

El anuncio por parte de ETA del alto el fuego permanente me pilló en México. México es un país que se ha interesado siempre por los problemas de Euskal Herria, pero queda lejos y los ruidos de aquí eran simples ecos allá. La distancia entorpece una lectura más adecuada de los detalles aunque proporciona, no menos, una perspectiva que en estos casos ayuda a una comprensión más desapasionada de lo que sucede. Es con este espíritu con el que voy a relatar lo que pensé mientras gozaba y me cansaba por tierras de América.

Me alegró, como es obvio, el anuncio. Y me sorprendió a medias. No me sorprendió en sentido general puesto que venía cantándose desde hacía tiempo, y con signos claros, una tregua o alto el fuego. Sí me sorprendió, sin embargo, que se hiciera en ese momento. Me imaginaba que todavía quedaban días e incluso bastantes meses. Desconozco las causas últimas de la fecha y me limito, por tanto, a expresar mi sorpresa a medias. Y, junto a la sorpresa, no oculto la satisfacción; al menos por tres razones. La primera porque así desaparece un tipo de violencia que se manifiesta en las consecuencias negativas de aquellos que mueren, son heridos, amenazados o viven en peligro. La segunda porque es una ocasión, más o menos cercana, para que los presos vayan saliendo de las cárceles. Y la tercera porque se crea, eso al menos parece, el clima o condiciones en las que una necesaria negociación vaya dejando las cosas en su sitio; que es tanto como decir que se comience a delinear el mapa y calendario para que, por fin, la sociedad vasca, libremente, elija la forma de comunidad en la que quiera vivir. Se me dirá que las tres razones son tan obvias que apenas merecen comentario. Puede ser. Es más raro, sin embargo, tomarlas a las tres juntas. Y eso es lo que interesa: que se avance desde distintos frentes hasta obtener un buen resultado final. A ese resultado, y a buen seguro, habrá que añadir otros aspectos que aquí no toco pero que, paso a paso, se irán haciendo patentes.

Lo expuesto supone que se va a dialogar o hablar, y negociar o tomar decisiones. Es ahí en donde surge cierto pesimismo por mi parte. Porque para negociar hay que conocer los problemas, poseer talento, cintura y una perspectiva de conjunto nada corta. No sé quiénes se encargarán de dicha labor y qué tipo de organismos se verán implicados en la tarea. Lo que uno conoce o sospecha no da, repito, mucho margen al optimismo. Deseo firmemente confundirme. Pero también desearía hacer un poco de prospectiva ya que, en caso contrario, nos limitamos a repetir como papagayos lo que se va publicando. Por eso, tal vez no es- tará de más hacerse una idea de qué es aquello que podremos alcanzar, políticamente hablando, los vascos; por supuesto, y antes de nada, la capacidad de decidir, que es tanto como referirse a la libre determinación. Aunque la autodeterminación es un concepto relativo y en modo alguno algo absoluto. De ahí que si se eligiera la independencia en sentido estricto pronto podrí- amos encontrarnos con que mucho de lo que ya existe sería inamovible, estando como estamos dentro de Europa. La independencia, en consecuencia, se establecería en un marco que limitaría nuestras posibilidades materiales. Más aún, tengo la impresión de que un proyecto no muy distinto al que se establece en el Plan Ibarretxe, y que sabe mucho a Quebec, acabaría convenciendo incluso a los más proclives a una independencia total. Porque la cosoberanía podría satisfacer las aspiraciones de los vascos y aplacar las voces más opuestas del lado contrario. Todo un juego de bolillos, no lo niego. Y todo sin tener que conceder, por eso, que sea un partido el que se lleve el gato al agua. Lo que se logre será, como es natural, fruto de aportaciones distintas, de cesiones y de concesiones. Entre un Estatuto que nació viejo y una independencia de rompe y rasga se inscriben otras independencias que la imaginación sabrá coordinar. Pero, eso sí, nada de imposición y todo con decisión.

Existe otro aspecto que me preocupa, no sé si es ésta la palabra, más. Imaginemos que obtenemos todo lo deseado y que el pueblo vasco refrenda la mayor de las libertades políticas para Euskal Herria. Y ¿qué? La pregunta es ésa. Y ahora ¿qué? Si vamos a seguir como hasta el momento en, por ejemplo, la vida cultural, para ese viaje no hacían falta esas alforjas. Entiéndaseme bien. No digo que la cuestión territorial sea baladí, que no esconda un fuerte y respetable componente ideológico o que no sea sino la radicalización de la democracia. Pero queremos más. Además de la forma, queremos contenido. Si todo queda igual, si ciertos agujeros de la sociedad vasca no se tapan, si el páramo cívico-cultural continúa siendo el mismo, entonces no se ha sabido ganar todo lo que debería estar detrás de un esfuerzo que no se limite a recuperar signos y fronteras. Es ahí, repito, donde comienzan mis dudas. Se me objetará que lo primero es lo primero y que todo lo demás, como en el Evangelio, vendrá por añadidura. No lo creo. Pienso más bien en términos del filósofo Bloch: el principal tema de la utopía es el presente. Quien no se preocupe ya por lo que sucederá mañana permanecerá en la pura estrategia, en aquellas tomas de posiciones que, llamándose provisionales, se eternizan. Y nada cambian.

Unido a ello se sitúa el asunto de las alianzas. Uno es bastante clásico; o anticuado, si se quiere. En este sentido pienso que, con todo el respeto del mundo a las minorías, existen formas de ser y de vivir en comunidad que deben prevalecer si es que, realmente, tiene algún sentido continuar hablando del pueblo (mal que les pese a algunos) vasco. Existe por aquí un runrún, y que dura desde hace tiempo, según el cual en Euskadi se reproduciría el tripartito que hemos visto en Catalunya y que ahora está de capa caída. De esta manera se haría con el poder político una coalición formada por Batasuna, PSOE y Ezker Batua. Supongo que es improbable. No obstante quiero añadir también que si se da, algunos, entre los que me encuentro, nos haríamos tan cosmopolitas que podríamos acabar pidiendo la nacionalidad peruana. Porque sería el parto de los montes. Tanto esfuerzo para parir un ratón.

* Javier Sádaba – Filósofo