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[Crónicas sabatinas] Más acá y por debajo del soberanismo-independentismo

¿Y qué piensa -y que debería pensar- la CUP de todo esto?

Fuentes: Rebelión

El país no necesita mártires, sino constructores. No queremos mártires, así se queden vacías las horas cívicas. El mártir es un personaje vistoso, demasiado emotivo; es el último refugio para los ‘héroes’ revolucionarios, sobre todo si proceden de la pequeña burguesía. El mártir es demasiado vistoso, y los personajes vistosos no sirven para el socialismo; […]

El país no necesita mártires, sino constructores. No queremos mártires, así se queden vacías las horas cívicas. El mártir es un personaje vistoso, demasiado emotivo; es el último refugio para los ‘héroes’ revolucionarios, sobre todo si proceden de la pequeña burguesía. El mártir es demasiado vistoso, y los personajes vistosos no sirven para el socialismo; piensan demasiado en sí mismos. El mártir es el último aventurero; en otro siglo, pudo haber sido una pirata o un negrero. El mártir es un individualista, equivocado de lado. El mártir es un masoquista; si no puede vencer en el triunfo, procura sobresalir en la derrota. Por esto, le gusta ser incomprendido y perseguido. Necesita al torturador; e inconscientemente lo crea. ¿El mártir no será un flojo? No tiene la constancia para vivir revolucionariamente; por esto quiere morir, en espera de convertirse en personaje de vitrina. Porque el mártir tiene algo de figurón y de torero. El grupo político desplazado tiende a la mística del martirio; procura sublimar la derrota. En cambio, el pueblo no tiene vocación de mártir. Cuando el pueblo cae en el combate, lo hace sencillamente, cae sin poses, no espera convertirse en estatua. Por ello, necesitamos videntes, políticos, técnicos, obreros de la revolución; pero no mártires. No hay que dar la vida muriendo, sino trabajando. Fuera los slogans que dan culto a la muerte. Alguien dijo: ‘El peso lo llevan los bueyes, y no las águilas’. Para la revolución social desconfiamos del entusiasmo adolescente. Los mártires son adolescentes. Y hay adolescentes de 50 años de edad. La revolución es algo demasiado serio para tomársela a la ligera. La revolución es violenta: es una operación quirúrgica social; por esto no hay que entusiasmarse con el bisturí. Dicen que la revolución es laica; pero si nos descuidamos podemos caer en todos los mitos idolátricos de culto a la personalidad, al esfuerzo, al melodrama… Pero, revolución y melodrama no combinan. Porque la revolución necesita hombres lúcidos y conscientes; realistas, pero con ideal. Y si un día les toca dar la vida, lo harán con la sencillez de quien cumple una tarea más, y sin gestos melodramáticos

Luis Espinal Camps (1980)

  

Muy brevemente. Estamos tocando ya las vacaciones. Intento escribir con la máxima afabilidad y respeto. Tengo muchos amigos admirados en la formación.

Un artículo de Pau Luque, investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, estaba dedicado a las (o a la) CUP. Su título: «Izquierda e independencia». Se publicó en el global-imperial el 2 de julio  Pau Luque Sánchez 2 JUL 2015 – 00:08 CEST (El País)

Resumo:

Existe una vieja disputa teórica acerca de si el nacionalismo, o el independentismo, y el ideario de izquierdas son compatibles, señala PL. Tiene razón: desde hace un porrón de años.

Desde las filas independentistas de izquierdas, señala, «últimamente se ha venido sacando pecho del hecho de que muchas instituciones burguesas catalanas (patronal, bancos, partidos democristianos) se han desentendido del proceso independentista. Esto mostraría que el proceso tendría un marcado carácter izquierdista». No es así, como es de toda evidencia. De este modo «no sólo sería compatible ser de izquierdas e independentista, sino que además sería la izquierda la que encabezaría el proceso». PL señala razonablemente: «ignoraré, por mor del argumento, que Artur Mas no pasaría por ser precisamente el sosias político de Antonio Gramsci». No, no lo es. No tengamos duda de ello.

PL cree, sin embargo, «que lo que se querría representar como un proceso contra la burguesía es, en realidad, un proceso sin la burguesía». Nótese, añade, «que lo que no parece interesarle a la burguesía es el proceso, que juzga incierto. El objetivo final, un nuevo Estado, en cambio, no debería ahuyentar a la burguesía». ¿Por qué? Porque sería, «como cualquier otro Estado, un lugar donde invertir. No parece que haya nada esencialmente antiburgués en un nuevo Estado». Los negocios son los negocios aquí y en Pekín. Y desde luego también en el Estado en el que se piensa y publicita. Por eso, prosigue PL, «produce extrañeza que la izquierda celebre esto como una victoria igualitarista, como si una hipotética victoria contra el Estado español equivaliera, por definición, a una victoria del socialismo o la socialdemocracia». Dejemos aparte lo de la socialdemocracia, pero es evidente que no, que de victoria socialista por sí mismo, por alcanzar-construir un nuevo Estado, nada de nada.

Afrontemos, pues, comenta PL, la vieja cuestión. «¿Es compatible ser de izquierdas e independentista? Una respuesta bizarra consistiría en decir: por supuesto, ahí están David Fernàndez o Oriol Junqueras». A los hechos, a los nombres me remito. «Ambos de izquierdas e independentistas. Si fuera verdad que no es compatible aunar ambas cosas, estas personas, simplemente, no existirían». Q.e.d. diría un Euclides muy despistado.

Pero izquierda, señal PL y tiene razón por supuesto, así como independencia, «son conceptos, no personas. Y aunque nadie pueda interpretarlos de forma exclusiva, tienen un contenido mínimo que hay que asumir si queremos compartir un mismo marco semántico en el debate». Difícilmente alguien podrá afirmar, sostiene razonablemente, «que izquierda quiere decir emancipación de todas las clases desfavorecidas -este le parece a él uno de sus contenidos mínimos indisputables- y a la vez excluir a una parte de esas clases desfavorecidas de un proyecto político, como lo es la independencia». Lo que parece querer decir a veces, matiza generosamente PL, «la izquierda independentista es emancipación sí, pero de los nuestros y con los nuestros». Remarco: de los nuestros y con los nuestros. Con los de aquí. Los de. Cat. En el caso de las CUP, con los de los Países Catalanes.

Alguien podrá decir que ha confundido ser independentista con ser nacionalista. «En la cuestión de la emancipación, alguien que se diga de izquierdas debería encontrar dificultades, al armar un proyecto político, para distinguir entre los nuestros y los otros. Y no me refiero a que se excluya a la gente que vive en Cataluña que se considera española, algo que casi ningún independentista afirma». Casi ningún independentista… está muy bien la cuantificación indefinida.

PL se refiere a que se excluye a todos los que no viven en Cataluña (y aunque sea catalanes: en Madrid hay unos cuantos). «Es cierto que la emancipación de todos los desfavorecidos del mundo suena como algo utópico», comenta con un uso usual de utopía que podía mejorarse. «Pero esto no justifica que por una razón tan arbitraria como el hecho de haber nacido en un determinado lugar, los españoles -o aquellos que viven fuera del territorio catalán- se queden fuera del proceso emancipatorio, pues así es presentado el proyecto independentista por parte de la izquierda independentista». ¿Cómo es presentado por algunos que no hacen a veces suficiente hincapié? De este modo: «como la construcción de un país justo».

Añade PL, tal vez sin necesidad de ello: «Lo dicho se aplica también a quienes piensen que la pervivencia de las fronteras actuales de España supone, por definición, una victoria de la izquierda». ¿Quién afirma una barbaridad así? «El principio guía, desde la izquierda, debería ser, creo, el de eliminar paulatinamente fronteras, no mantener -ni tampoco crear nuevas- fronteras». Buen programa de la hora. Una de las señas de identidad de la izquierda no nacionalista (perdón por el añadido innecesario).

Alguien dirá, con ello finaliza PL, «que he confundido ser independentista con ser nacionalista. Y es que hay algunos independentistas de izquierdas que rechazan ser nacionalistas». David Fernàndez, que parece una persona aguda y sensible, son palabras de PL que yo comparto desde luego, «dentro y fuera del Parlament, es uno de ellos». Sería interesante, sugiere PL, «que explicara por qué el territorio que él quiere que se independice se distribuye entre Salses y Guardamar y Fraga y Maó y no, pongamos, entre El Port de la Selva y Córdoba y Vilafranca del Penedès y Sarzana». Más claramente por si fuera necesario: «Cómo se las arregla para afirmar que el territorio susceptible de secesión se centra en la primera delimitación territorial sin caer en los criterios tradicionales del nacionalismo es un misterio para algunos de los que le seguimos con interés».

Parafraseando infielmente, nos advierte PL, una frase del maestro José María Valverde «que alguna vez ha citado el propio David Fernández», parece «que, en relación con el nacionalismo, algunas ideas mueren en la izquierda y, por misteriosos vericuetos del destino, las resucita la misma izquierda».

Será eso o no será eso. De hecho, no recuerdo el momento en el que José Maria Valverde comentó lo que PL trae oportunamente a nuestra memoria.

Seguro que DF puede responder perfectamente la pregunta de PL. No es mi tarea. Yo podría añadir algunas más:

1. Si alguien aspira a la independencia de los Países Catalanes, ¿obra bien estratégicamente si favorece la independencia de una parte, la parte central? De Cataluña en este caso.

1.1. ¿No habría que pensar los efectos de esa deseada -no es mi deseo por supuesto- independencia en el resto de países y territorios que se aspira a independizar y unir en un único Estado, el Estado PP.CC.?

2. ¿Una fuerza comunista puede estar a favor de la independencia aun a riesgo de partir por la mitad a las clases trabajadoras del propio país? ¿Cabe una independencia en contra del deseo y aspiración de gran parte de las clases trabajadoras catalanas, aunque ese deseo, construido como todos los deseos, sea mayoritario entre las clases medias del país?

3. ¿Es posible un proyecto de transformación social, por moderado que sea, visto lo visto, pensando en la ciudadanía griega, en la actual UE?

Y así siguiendo. No canso. Mis preguntas, mis dudas centrales, no son ahora esas ni otras similares.

Es ésta, una tan solo:

A un comunista catalán o de los países catalanes, a un socialista que esté orgulloso de serlo y no sea un socialliberal camuflado, ¿no debe importarle la situación de las gentes trabajadoras y desfavorecidas de Cáceres, Ceuta, Sevilla, Zaragoza, Toledo, A Coruña o Gasteiz? ¿Le importa pero menos que la situación de las gentes de Nou Barris o Santa Coloma de Gramenet?

Si la respuesta es negativa, ¿para qué construir un Estado que nos diferencie y separe? ¿Para estar en mejores condiciones para solidarizarnos con ellos años después e intentar formar parte de un mismo colectivo de lucha y resistencia? ¿Ese es el procedimiento más razonable? ¿Cómo podría concretarse? ¿Es posible si pensamos con un poco de calma y concreción? ¿O es que en verdad no nos importa tanto la situación de esas gentes que hablen otra variante del latín de la que hablamos nosotros (que también hablamos esa variante)?

Más claramente: ¿no nos importa o no nos importa la vida y los sufrimientos de gentes con las que estamos relacionados con mil vínculos familiares, históricos, culturales, etc? Si es así: quin és el per què de tot plegat? ¿Para darles por saco al PP, al neofranquismo y sus prolongaciones? ¿Basta con eso? ¿Medimos bien las consecuencias de ese combate, vivido con honestidad por muchas personas pero no por todas? ¿No estamos ayudando a levantar un enorme muro interior u otro con los hermanos de fuera que también deberíamos considerar de casa nostra?

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.