«Todos llegaron a vivir la ley de la peste, más eficaz cuanto más mediocre» – A. Camus, La Peste. En otras épocas el anuncio de una enfermedad contagiosa y letal siempre despertó inmediatamente el pánico – y con razón – entre la gente desprevenida. Hoy esta respuesta es ligeramente diferente, pues la urgencia de los […]
«Todos llegaron a vivir la ley de la peste, más eficaz cuanto más mediocre»
– A. Camus, La Peste.
En otras épocas el anuncio de una enfermedad contagiosa y letal siempre despertó inmediatamente el pánico – y con razón – entre la gente desprevenida. Hoy esta respuesta es ligeramente diferente, pues la urgencia de los poderosos por convertir cualquier emergencia en un buen negocio les obliga a añadir un elemento adicional al miedo: la confusión. Para incrementar las ventas de lo que sea y el control político sobre la gente, no basta con que ésta se encuentre aterrorizada: además debe estar desorientada al punto de la parálisis.
Por eso en tiempos de crisis real o imaginaria de la sociedad capitalista, la capacidad de los explotados para comunicarse entre sí es vital. Es en estos momentos cuando se pueden percibir más claramente los límites de las diversas formas de «contra-información». Concretamente, además del teléfono y de algunos impresos de escasa circulación, el correo electrónico y los foros públicos en internet son los únicos medios de comunicación que nosotros, los desposeídos de la tierra, podemos todavía controlar más o menos a nuestro antojo. Por eso debemos cuidarlos, dándoles un uso que nos ayude a orientarnos mejor.
Una vez que los medios comenzaron a informar sobre la peste, era cuestión de horas para que la internet se llenara de extrañas versiones sobre el origen y la naturaleza del mal, sobre su carácter ficticio o su espantosa realidad, sobre su pertinencia política y económica, etc. Así, la gripe porcina es al mismo tiempo el azote de Jehová y la coartada de Calderón, el corolario lógico de la industria pecuaria y la jugada maestra de Donald Rumsfeld, la confirmación del peor delirio conspiranoico y un bluff del que nadie se acordará en seis meses más…
Para algunos esta alucinante profusión de verdades definitivas y contradictorias es la prueba de que vivimos en la plenitud de la democracia informativa, donde todos podemos decir lo que se nos venga en gana porque el orden público nos ha garantizado el Derecho a hacerlo.
En realidad, todo esto demuestra que en nuestra miserable existencia de explotados y oprimidos, estamos tocando fondo: no sólo estamos impedidos de decidir de qué está hecha nuestra vida personal y colectiva, sino que además nos hemos vuelto incapaces de saber qué sucede a nuestro alrededor. Desde hace mucho tiempo el mundo no nos pertenece y ni siquiera nos pertenecen nuestras vidas, pero nunca antes el mundo había sido un lugar tan opaco e indescifrable, un sitio en el que no podemos saber nunca a ciencia cierta qué está pasando. Hoy día, ¿quién sabe con certeza hasta qué punto nuestra vida depende o no de una sórdida maniobra ejecutada por miserables hombres de negocios?
Difícilmente la confusión se va a detener en este punto.
500 mil ciudadanos del orden capitalista se encuentran montados en aviones comerciales a cada minuto del día y de la noche, haciendo inevitable la propagación del virus H1N1, en caso de que realmente ése sea el problema.
Mientras tanto, 210 mil millones de mails se envían diariamente en todo el mundo, y crece a toda velocidad el número de ellos dedicados a «demostrar» que la última peste negra es cierta o falsa, según sea la preferencia del usuario. Esto hace inevitable la profundización del desorden mental, del miedo o de esa indiferencia patológica que termina siendo la única defensa del individuo frente a una realidad que parece desintegrarse bajo sus narices.
Hay gente que lleva años sin ver televisión y que trata de no levantar la vista del suelo mientras camina por la calle. Es gente que odia recibir mensajes publicitarios de cualquier tipo, o llamamientos a esto o lo otro, vengan de donde vengan. No prestan atención. Sólo escuchan y hablan con personas, porque sólo en la conversación sus ideas y emociones se pueden transformar a partir de una interacción humana real, viviente. Tarde o temprano una persona sana se harta de que le digan lo que tiene que pensar, qué debe sentir, a quién debe creerle y de quién debe desconfiar, cómo debe verse a sí misma y qué es lo que tiene que desear y hacer. Sin embargo, no importa lo que uno haga, viviendo bajo el capitalismo uno siempre está expuesto a recibir órdenes o recomendaciones imperiosas provenientes de empresas, organismos estatales, agrupaciones políticas y religiosas, anónimos «blogs» y «colectivos», hombres y mujeres de buen corazón, seres desesperados…
Esta verborrea insensata sólo empeora las cosas. El intercambio de información por medios electrónicos debe servir para que tengamos, dentro de lo posible, una percepción más coherente y lúcida del mundo. Tener un mínimo de orientación sirve para sentirse más seguro; sentirse seguro es un antídoto contra el miedo y lo hace a uno menos susceptible a la manipulación.
Internet puede ser un arma, y debemos utilizarla con inteligencia si no queremos que se vuelva contra nosotros, así como hemos dejado que los demás medios de comunicación se conviertan en armas que los ricos y poderosos usan para mantenernos confundidos y sumisos.
Basta ya de hacer declamaciones grandilocuentes, queriendo hacer parecer en nuestros mails que acabamos de descubrir la verdad definitiva, y que los demás deben actuar de acuerdo con nuestra visión. ¿No bastaría con enumerar y ordenar los hechos conocidos, tratando de orientar a los demás, sin más ambición que ayudar a hacer retroceder el miedo y la estupidez?
*Algunos hechos *
La gripe existe: todos lo sabemos por experiencia propia.
Diversos virus causantes de gripe afectan a humanos y animales, y en ocasiones mutan pasando de unos a otros.
Las condiciones de insalubridad facilitan la aparición y propagación de infecciones, así como la mutación de los virus que las provocan.
La insalubridad generalizada resultante de la primera guerra mundial propició la pandemia de «gripe española», que enfermó a la mitad de la población mundial y mató al 5% de ella.
Podemos mencionar al menos cuatro factores que han facilitado la aparición y diseminación de infecciones virales cada vez más peligrosas, en los últimos 50 años:
– El desarrollo de la industria pecuaria
– La fabricación de armas biológicas con fines militares
– La expansión de la industria farmacéutica y de biotecnologías
– El empeoramiento de las condiciones de vida de las poblaciones explotadas, hacinadas y estresadas en enormes ciudades.
Estos son hechos reconocidos por todo el mundo, y se dan dentro de un marco general que podemos describir como el gran caos capitalista.
Este es un sistema al que es inútil tratar de atribuirle alguna coherencia, porque no la tiene, excepto por la coherencia con que busca perpetuarse a costa de la vida en este planeta. Limitémonos por ahora a describir las fuerzas motrices que lo mantienen funcionando: la preservación de la propiedad privada, la extracción de valor del trabajo vivo, el incremento ilimitado del lucro mediante la producción y compraventa de mercancías. Todo lo demás en este mundo existe o deja de existir en función de estas realidades básicas, que dan forma a lo que llamamos «capitalismo».
Cuando el gobierno de EEUU empezó a bombardear en secreto a Cuba con bacterias y virus letales en 1961, lo hizo para asegurar el funcionamiento del capitalismo privado occidental. Cuando el gobierno cubano denunció en foros internacionales esos ataques biológicos, lo hizo para asegurar el funcionamiento del capitalismo de Estado en Cuba. Ambos capitalismos han funcionado, pese a todo, y los ataques biológicos sobre la isla han continuado por más de 40 años, favoreciendo toda clase de mutaciones virales no sólo en el Caribe, sino por todo el mundo.
Tanto la pandemia de gripe que se extendió desde China hacia el resto del mundo en 1957, como la epidemia que infectó a medio millón de personas en Hong Kong en 1968, se explican porque en esos años hubo un importante desarrollo de la industria avícola en China meridional, y un notable incremento en la rapidez de los transportes y vuelos internacionales. Ambos son aspectos inseparables de la expansión capitalista de post-guerra, tanto en su variante privada como en la estatal. Tanto en 1957 como en 1970 el contagio pasó a Estados Unidos, donde mató a miles de personas, gracias al transporte de tropas que habían estado haciendo la guerra, primero en Corea y luego en Vietnam, a fin de incrementar las ganancias de la industria armamentística occidental.
En 1965 en EEUU había 53 millones de cerdos repartidos en un millón de granjas. Hoy existen más de 65 millones de cerdos en apenas 65 mil instalaciones. Este infernal hacinamiento, con todas sus nocividades sanitarias, no responde a otra cosa que a la necesidad de concentrar los capitales para favorecer el incremento de las ganancias.
En 1998 en Carolina del Norte estalló una epidemia de gripe letal entre cerdos de criadero. Entonces se descubrió que el virus causante había entrado en un proceso de mutaciones aceleradas, que podía tener derivaciones impredecibles. La ONU tomó nota de esta amenaza más de una vez, transmitiéndole su «preocupación» a los jefes de la OMS, sin que ello resultara en ninguna medida de prevención ni control. ¿Apelando a qué criterio iban a impedir o siquiera a limitar el derecho de la empresa privada a producir lo que sea y como sea para asegurar sus ganancias? ¿Al criterio de la salud humana?
A mediados del 2006 se comprobó el primer caso de trasmisión entre humanos de la gripe proveniente de las aves, debido a una recombinación viral. Desde entonces se han hecho numerosas advertencias en el sentido de que tal recombinación inevitablemente vuelva a darse, por la extensión cada vez mayor del mal entre animales de criadero y entre personas. Las previsiones son oscuras si se considera que la pandemia de 1918 tuvo una tasa de mortalidad del 2,5%, mientras que los recientes brotes gripales tienen una mortalidad treinta veces más alta.
Justo un año antes del brote de gripe en México, un informe del Pew Research Center sobre la producción en granjas industriales, advertía: «la continua circulación de virus en las enormes concentraciones animales puede incrementar las oportunidades de aparición de nuevos virus, debido a mutaciones o recombinaciones que podrían generar virus más eficientes en la transmisión entre humanos». La comisión alertó también de que el uso indiscriminado de antibióticos en las factorías porcinas estaba propiciando el auge de infecciones estafílocóquicas resistentes, mientras que los vertidos residuales generaban brotes de escherichia coli y de pfiesteria (el protozoo que mató a mil millones de peces en los estuarios de Carolina y contagió a docenas de pescadores).
También se hicieron numerosas advertencias de que la composición y dosificación del antiviral oseltamivir, producido por la empresa austríaca Roche, estaba aumentando la resistencia del virus H5N1, aumentando sus posibilidades de mutar en una cepa más agresiva y resistente aún.
Todas las advertencias fueron inútiles.
Granjas Carroll, en Veracruz, es un enorme criadero porcino propiedad de Smithfield Foods, la mayor empresa de cría de cerdos y procesamiento de productos porcinos en el mundo. En su sede de Perote comenzó hace algunas semanas una virulenta epidemia de enfermedades respiratorias que afectó al 60 por ciento de la población de La Gloria. El hecho fue informado por el periódico La Jornada, a partir de las denuncias de los habitantes del lugar, quienes desde hace años llevan una dura lucha contra la contaminación de la empresa y que por ello han sido reprimidos por las autoridades. Granjas Carroll declaró que no está relacionada ni es el origen de la actual epidemia, alegando que la población tenía una gripe «común». No se hizo ningún análisis para saber exactamente de qué virus se trataba.
El famoso Centro de Control de Enfermedades de Atlanta no se dio cuenta de lo que estaba pasando hasta seis días después de que el gobierno mexicano empezara a aplicar medidas de emergencia. Las alertas emitidas desde entonces por ese Centro, y por la OMS, son gesticulaciones verbales que con suerte funcionarán como simples «recomendaciones»: hagan lo que hagan los gobiernos, no podrán limitar los efectos desastrosos desencadenados por esa fuerza ciega que es la empresa capitalista, que existe para extraer valor del trabajo humano y transformarlo en ganancia, y que no puede respetar otra ley que la de la competencia por el lucro con las demás empresas.
*¿Ponerle límites al capitalismo? *
Es esta fuerza ciega e incontrolable la que va a determinar en última instancia la evolución de la gripe porcina. Si por fortuna el actual brote pandémico se detiene ahora o en tres meses más, o si mejor aún resulta al fin y al cabo ser una farsa mediática… eso no cambia en nada el hecho de que la gigantesca expansión de la industria pecuaria, farmacéutica y biotecnológica en todo el mundo seguirá generando las condiciones para que nuevos agentes patógenos surjan, muten y se diseminen, poniendo en peligro de muerte inmediata a millones de personas.
La demorosa, incoherente e ineficaz reacción de los organismos internacionales y de los gobiernos frente a la pandemia, no debe ser condenada a la ligera, como si dichos organismos pudiesen reaccionar mejor dentro de un orden mundial cuya única finalidad es la ganancia capitalista.
¿Y si los centros de investigación y control bacteriológico, así como las agencias mundiales dedicadas a «cuidar la salud de la población», estuvieran en manos de gente honesta y competente? El enorme complejo industrial dedicado a la explotación de animales, la producción alimentaria y de fármacos tiene una influencia económica y política tan grande, que ningún organismo puede oponerse a sus intereses. Sería como tratar de convencer a un virus de que no destruya al organismo en que se ha alojado: la empresa capitalista es una organización que existe para succionar energía viviente y transformarla en dinero. Hará lo que sea para alcanzar ese objetivo: hacinará a millones de aves, cerdos y peces en monstruosas instalaciones de pesadilla, saturará a los animales con antibióticos para evitar que mueran por las horribles condiciones en que se les mantiene, dejará caer miles de toneladas de residuos tóxicos sobre poblaciones humanas indefensas, obligará a sus empleados a trabajar sin resguardos sanitarios suficientes, negará su responsabilidad cuando todo esto se traduzca en una epidemia mortífera, y así sucesivamente… con tal de incrementar las ganancias producidas por esta brutal explotación. Si alguna vez algún gobierno o agencia es capaz de limitar estas atrocidades, será sólo como resultado de alguna catástrofe de proporciones, en la que mueran millones.
Esta es la realidad. Estamos hablando de enfermedades evitables, al igual que la mayoría de las que afectan a la población. Pero suprimir las condiciones que facilitan el desarrollo de estas epidemias pasa por suprimir la industria capitalista así como sus resguardos políticos y militares. Pasa por suprimir las investigaciones militares sobre bacterias y virus, una muy lucrativa rama de la industria bélica. Además habría que desmantelar la industria farmacológica que produce medicamentos y los inocula prácticamente a la fuerza, a fin de aumentar sus ganancias. Por último, sería necesario transformar el modo en que las sociedades producen e intercambian los bienes y servicios, ya que el modo actual de producirlos conlleva inevitablemente la concentración de millones de personas en estructuras urbanas caóticas e insalubres, en condiciones que debilitan al organismo humano haciéndolo cada vez más dependiente de fármacos que a la larga lo debilitan aún más… En esto como en todo lo demás, la conclusión definitiva es que mientras más se desarrolle y expanda el capital, más degradadas estará la existencia humana.
*No se necesita una conspiración *
Algunos comentaristas han denunciado la evidente complicidad entre grandes empresas y organismos públicos en la preparación de la actual pandemia. Se sabe que continuamente se realizan experimentos militares que implican peligrosas mutaciones virales, pero casi no se ha hablado de la empresa Baxter, una de las mayores farmacéuticas del mundo, que en el 2006 distribuyó por varios países de Europa oriental vacunas aviares contaminadas con el virus de gripe humana H5N1, favoreciendo la mutación del virus; y que hasta hoy no ha habido ni una investigación al respecto…
Es verdad que la actual pandemia tiene efectos beneficiosos para el gobierno de Calderón en México, que sirve a los planes imperialistas norteamericanos, que abre perspectivas de enormes ganancias para la industria farmacológica, la de suministros médicos y la de investigación científica, y que, por si fuera poco, ayudará a dinamizar otros sectores económicos como el de los medios de desinformación masiva y el de la seguridad pública.
También es verdad que el estado de emergencia derivado de la pandemia servirá para reforzar el control despótico de los Estados sobre las poblaciones explotadas, como ya se ha visto en México, donde la Cámara de representantes aprovechó los días de pánico para decretar casi en secreto medidas que intensifican el control policial e ideológico sobre la gente: utilización de agentes encubiertos, intervención de llamadas telefónicas y de correos electrónicos, uso irrestricto de información personal proporcionada por las empresas, vigilancia policial intensiva de internet, legalización del allanamiento de morada, fin de la enseñanza de la filosofía en las escuelas, etc.
No es menos cierto que la Cumbre del G7 celebrada el 2 de abril anunció la necesidad de impulsar potentes incentivos económicos para paliar la crisis mundial. Dos semanas después Obama se reunió en México con el presidente Calderón, quien al cabo de siete días convocó a sus ministros a una reunión de emergencia, tras lo cual el secretario de salud José Córdoba anunció la aparición del virus de influenza. Al día siguiente el G7 declaró que la economía mundial debía ponerse en marcha este año y que para ello se lanzarían todas las acciones necesarias; anuncio que fue secundado por la empresa farmacéutica Sanofi Aventis, que prometió invertir 100 millones de euros en una nueva planta de vacunas y «donar» 236,000 dosis a México como apoyo al control de la enfermedad. También se sabe que en marzo el presidente mexicano había comprometido la compra a empresas francesas de vacunas anti-influenza por 100 millones de euros
Las piezas encajan lo bastante bien como para que descartemos una mera casualidad.
Sin embargo, no tiene sentido hablar de una conspiración, si por ello entendemos un plan diseñado con minuciosidad y ejecutado con precisión en cada detalle, por unos monstruos enceguecidos por la sed de poder. En todo caso, si tal conspiración existiera: ¿qué podríamos hacer nosotros, simples proletarios, sin poder elevarnos a esas alturas para poner las cosas en orden allá donde se decide todo? ¿Manifestarnos en las calles para obligar a nuestros amos a explotarnos y manipularnos con un poco más de conmiseración? ¿Elegir a otros representantes, más benignos y menos codiciosos, que nos dominen con más respeto?
La única conspiración que debe importarnos es la conspiración de la que casi todo el mundo se ha hecho cómplice, y que pretende que el modo de producción capitalista, este modo de producir nuestra vida por intermedio de empresas y del Estado, es insuperable y eterno.
El modo de producción capitalista es el sacrificio de miles de millones de vidas, en favor del crecimiento imparable de cifras abstractas almacenadas en sistemas informáticos, cifras que a fin de cuentas expresan el poder de un puñado de sicópatas sobre el mundo entero.
Ese poder se derrumbaría en un abrir y cerrar de ojos si dejáramos de sustentarlo con nuestra pasividad y conformismo de cada día.
Puede que en verdad la pandemia de gripe sea una operación mediática para atemorizarnos.
Puede ser también que secretamente hayan inoculado un virus para enriquecerse una vez más a costa de nuestro sufrimiento, nuestro miedo y nuestra muerte.
Puede que todo haya sido un accidente imprevisto y que ahora los poderosos estén tratando de lucrar de él de la mejor forma posible, como hacen siempre.
Sea lo que sea, ir por ahí aventurando hipótesis conspirativas es quedar reducido a una simple antena repetidora de la confusión generalizada. Asimismo, es inútil decirle a la gente que todo este tiempo ha estado dormida y que al fin «ha llegado la hora de despertar», de «abrir los ojos». No tiene sentido llamar a la gente a organizarse, a denunciar y «moverse» si uno no está dispuesto a decirle en pos de qué han de moverse, ni contra qué exactamente. La gente vive paralizada en el fuego cruzado de órdenes contradictorias provenientes de ese mundo fantasmagórico que son los medios electrónicos y la propaganda: «muévete», «quédate quieto», «duerme», «despierta», «libérate», «obedece», «piensa», «habla», «ríe», «diviértete», «cree», «no les creas»…
¿Por qué iban a darle más crédito a uno que a cualquier otro?
Si de lo que se trata es de mostrar un enemigo contra quién luchar, hay que mostrar uno al que tenga sentido denunciar y atacar al bajarse del bus el lunes por la mañana, o al ir de camino al supermercado, o mientras se trabaja por un salario, o durante una asamblea del barrio, o en una sala de clases.
El capitalismo no es una conspiración orquestada por Donald Rumsfeld y sus amigotes, es un tipo de relación social que rige en el mundo entero, y en la que todos y cada uno de nosotros toma parte. Es esa relación social en que tratamos nuestra propia actividad humana, nuestra capacidad de crear y producir, nuestra sociabilidad, nuestra fuerza de trabajo, como si fuera una mercancía más que se compra y se vende en el mercado. Si millones de personas se negaran a seguir reproduciendo esa relación social, si se negaran a vender su fuerza de trabajo por dinero, ese sería el principio del fin del sistema tecno-industrial, militar y político que nos oprime.
*¿Reaccionar a la emergencia o acabar con el sistema? *
Da lo mismo que la gripe porcina sea o no sea una farsa. ¿Acaso es mucho más terrible morir de una pulmonía que morir de aburrimiento y de frustración, día tras día, vendiendo la vida a cambio de un salario, sea bueno o malo? ¿Acaso deberíamos espantarnos ante la posibilidad de sufrir una gripe mortal, cuando nos hemos acostumbrado a vivir respirando gases tóxicos, comiendo alimentos químicamente alterados, sin tiempo para descansar, conversar, hacer el amor, soportando el hacinamiento, el cansancio y la tensión constantes? Lo que define al capitalismo no son sus excesos, sino la aplastante normalidad de su funcionamiento cotidiano.
La enajenación del individuo bajo el capitalismo alcanza su punto culminante cuando éste reacciona atemorizado ante una pandemia de gripe, o indignado ante la posibilidad de que sea una farsa, después de haber tolerado tranquilamente las miserables condiciones de vida que en primer lugar hicieron posible la pandemia o su simulación engañosa.
El capitalismo no es peor hoy día de lo que era hace un mes, antes de que se hablara de la peste. Es sólo que hoy día está más completo. Y lo estará más aún en el futuro, cuando la acumulación de absurdas catástrofes y confusiones nos haga sentir que realmente estamos en el infierno.
Pero si el capitalismo sólo se está aproximando a su realización más plena, ¿cómo es que seguimos siendo indiferentes a la guerra librada durante generaciones contra el capitalismo?
En 1918, cuando la pandemia de gripe mató a unas 60 millones de personas, en muchos poblados los únicos que se salvaron de la enfermedad fueron los que se negaron a ser vacunados.
Por la misma época, en todo el mundo: de Petrogrado a la Patagonia, de Canadá a la India, de China a Italia, de Argentina a Alemania, millones de explotados se movilizaron espontáneamente para acabar con este orden social que los humillaba y asesinaba, igual que a nosotros hoy día. La huelga general, la insurrección, el sabotaje, la propaganda escrita y verbal, la organización y la acción directa fueron algunas de sus armas, y siguen siendo armas válidas y necesarias contra este sistema de muerte, hoy tanto como ayer.
Pero por sobre todo, lo que ha permitido a tantos hombres y mujeres levantarse contra la monstruosa opresión capitalista, desde hace siglos, ha sido la convicción de que merecían vivir una vida mejor, de que era posible recuperar la comunidad humana, y que valía la pena cualquier esfuerzo por alcanzarla. Sin esa voluntad de comunización, sin esa conciencia de clase que vuelve hermanos a los que luchan y que delimita claramente la posición del enemigo, será en vano todo esfuerzo por salir de esta época infame y vergonzosa.