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La derecha recurre al prejuicio lingüístico del franquismo para atizar odio a "su colonia" catalana

Yo también soy Josep Lluís

Fuentes: Rebelión

Doy por sentado que todo el mundo está enterado de la entrevista del portavoz de ERC, Josep Lluís Carod Rovira, en un programa de TVE en el que el público hace las preguntas. Dos ciudadanos groseros y malintencionados -que deberían haber sido apercibidos por el complaciente presentador, más pendiente de su espejo que de hacer […]

Doy por sentado que todo el mundo está enterado de la entrevista del portavoz de ERC, Josep Lluís Carod Rovira, en un programa de TVE en el que el público hace las preguntas. Dos ciudadanos groseros y malintencionados -que deberían haber sido apercibidos por el complaciente presentador, más pendiente de su espejo que de hacer periodismo objetivo- insistieron en llamarle Jose Luis porque «no sé» o «no tengo ningún interés en aprender catalán». Esto es una actitud intolerable porque no se trató de un error lingüístico -disculpable siempre- sino de una premeditada posición política de un sentimiento de superioridad nacional sobre otro, como llamar a propósito Jorge a Bush o Junta a mi Gobierno de Galicia(1). Eran ganas de insultar y de adoptar una posición de fuerza y desprecio sin ningún tipo de argumento serio. Este gesto, que debería ofender a los gallegos pero también a todo español mínimamente solidario, es una evidencia más de que con la derecha española es imposible armonizar el Estado español porque el punto de partida de sus ideas es el de la propiedad de una colonia sometida. Es la permanente asimetría, también en lo lingüístico, que aviva actos tan descerebrados e indefendibles como eficaces en determinado público. En dos líneas: que a Carod no se le ocurre decidir cómo se tiene que organizar un leonés pero el leonés se cree con poder para organizar la vida de Cataluña incluso en contra de una mayoría de catalanes (2).

A mí, que me siento gallego pero me sentiría bávaro si hubiera nacido o me hubiera criado en ese lander del sur de Alemania, la razón me dice que no puedo atribuirme ningún mérito por el hecho de ser gallego o español, que es lo que pretenden excitar los nacionalismos cuando pierden la razón. Los genes tardan muchos millones de años más en ‘absorber’ la influencia constante del entorno y España precisaría varios miles de generaciones con Acebes y Zaplana en el poder para que los humanos de esta parte del mundo tuviéramos algún rasgo nacional propio desde el nacimiento. Me molestaría mucho ver a gallegos empleando la bandera de Galicia como el PP emplea la de España. Es más, si el nacionalismo gallego empleara la bandera de su país como hace el PP con la española, la dirección del partido nacionalista de Galicia correría el riesgo de ir a la cárcel. Puede sonar muy fuerte, pero es cierto que convertir una bandera, la que sea, en una causa en sí misma más allá de cualquier razonamiento acaba convirtiéndose, en poco tiempo, en fascismo. En España, de hecho, eso sucedió durante el franquismo, con una operación emocional en torno a la bandera que consiguió reunir a una parte importante de los españoles contra un imaginario enemigo: la democracia y la libertad que asediaba desde Europa. Y una parte de España, la que hoy se apunta al revisionismo, se creyó entonces lo del contubernio judeomasónico.

Lo que me llama la atención es que esta pérdida de las formas -y el fondo, claro- provocadas por un nacionalismo agresivo (en este caso, el español) son asumidas por algunas personas de gran inteligencia y prestigio en sus profesiones, no sólo por idiotas. Es el mismo proceso mental que ha llevado estos días al Nobel James Watson, inteligente sin duda, a hacer unos comentarios racistas que no se pueden sostener intelectualmente. En ambos casos se debe a la dificultad que tiene nuestra especie para desprenderse de los prejuicios culturales inoculados en los primeros años de vida en determinados ambientes. Por eso es corriente que a lo largo de la historia muchos científicos, al llegar a un tope en sus avances, hayan puesto a un dios donde empiezan las dudas, el mismo dios que tiempo después es sobrepasado por otro hallazgo. Es como aquellos que, cuando encuentran un tope moral o intelectual para argumentar una causa, esgrimen ciegamente una bandera como la solución más fácil. Es más fácil obtener un Nobel o presidir un Gobierno que deconstruirnos éticamente para liberarnos de los prejuicios y analizar desde cero.

Notas:

(1). Nota para lectores de fuera de España: en España, incluso en buena parte de la América de habla hispana que recogió a millones de emigrantes gallegos, todo el mundo sabe que el Gobierno autonómico de esta esquina de la Península se llama Xunta de Galicia, tanto en gallego como en checo y en arameo. Por eso es una maldad política referirse a ella como Junta de Galicia, y de igual modo a la ‘Generalidad’ de Catalunya.

(2). Admitamos que la derecha hace apostolado sobre un suelo abonado durante cuarenta años, pero no es menos cierto que también en el PSOE y en un sector de IU existe un gran impulso del nacionalismo español asimétrico. Los dos impertinentes ciudadanos del programa de TVE no tienen por qué identificarse necesariamente con el partido en el que todos estamos pensando. España es un Estado de difícil encaje con estas posiciones intolerantes.