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15-M: Dignidad, fraternidad y ejemplaridad (II): O como hermanos, o como idiotas

Fuentes: Rebelión

«Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.»(Martin Luther King) O como hermanos, o como idiotas Algunos confunden fraternidad con ñoñez. Piensan que abogar por tratarnos como hermanos no es propio de gente seria, realista y práctica. Tienden a ver […]

«Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.»
(Martin Luther King)

O como hermanos, o como idiotas

Algunos confunden fraternidad con ñoñez. Piensan que abogar por tratarnos como hermanos no es propio de gente seria, realista y práctica. Tienden a ver en ello un enfoque sentimental, incluso sensiblero. Desconocen la imperiosa necesidad, basada en su eficacia, del valor que nos ocupa. No entienden que los humanos, sin sentirnos fraternalmente unidos, estamos condenados a disgregarnos, a dispersarnos y a enfrentarnos. Justo lo que busca el Sistema, especialista en debilitar al pueblo promoviendo el individualismo insolidario, el aislacionismo y la guerra social («izquierda» vs. «derecha», autóctonos contra inmigrantes…).

Martin Luther King (MLK) sí comprendía cuánto necesitamos la fraternidad: «O aprendemos a vivir como hermanos, o moriremos como idiotas.» No parece la frase de ningún ñoño (como su vida, caracterizada por el valor y la fe). Somos seres carentes, vivimos bajo múltiples amenazas… y estamos en un mismo barco. Nos irá mucho mejor si remamos juntos, si juntos achicamos agua cuando la nave se inunda, y si vemos en el de al lado, y en el de la otra punta, a un hermano.

Ciertamente, el estrecho parentesco carnal que evoca la fraternidad no implica siempre afinidad ni buenas relaciones. Es ése un símil insuficiente. Los llamados «lazos fraternales», de hecho, no son innatos ni fruto de mudables sentimientos. Se fundan más bien en el respeto a la dignidad humana, en la consideración de que el otro es tan fin en sí mismo como uno: no menos persona, no menos yo.

Pero la fraternidad va más allá del respeto a la dignidad. Es una oferta de amistad sin distingos. Da igual que el otro ya sea amigo que adversario (incluso opresor). Consiste en verle como víctima, igual que yo, de sus limitaciones de cualquier tipo. Implica una empatía ilimitada, que no debe confundirse con aprobación incondicional ni con defensa de la impunidad. Su sinónimo más cercano es sencillamente amor, pero privando al término de connotaciones sentimentalonas o vanamente románticas.

¿Fraternidad del 15-M?

Se han podido ver destellos fraternales en el todavía muy joven movimiento español por la dignidad. La radical igualdad asamblearia, el respeto al uso de la palabra por cualquiera en sus ágoras, la defensa del diferente («todos somos hermanos, nadie es ilegal»), las acciones contra los desahucios. En el antipaternalismo del 15-M, en la renuncia al afán de protagonismo por parte de sus portavoces -que siguen siendo anónimos-, en la defensa de los derechos comunes a todos, cabe apreciar una cierta vocación de fraternidad.

Pero, hasta donde nos es dado saber, muy limitada. Apenas pasa del igualitarismo expreso, de las proclamas y de la solidaridad, todo ello hermoso y útil, pero insuficiente. En concreto, el impulso solidario -por definición– se queda en lo circunstancial, refleja un «Hoy por ti, mañana por mí», no llega ni a la compasión bien entendida, mucho menos a la hermandad de espíritu. Y, lo que es mucho peor, hasta en el seno del movimiento, de sus movilizaciones, hemos podido presenciar tensiones debidas a que en algún caso ni siquiera se respetaron derechos elementales (como cuando durante la marcha del 19 de junio en Madrid se molestó repetidamente a un manifestante que portaba una bandera constitucional española, pese a que insistía en sus razones -nada provocadoras- para llevarla). O a que se profieren insultos y descalificaciones gratuitas a las fuerzas de orden público. Por no hablar de los esporádicos brotes violentos, que ciertamente no definen al movimiento sino que delatan la presencia de infiltrados.

El salto hacia una fraternidad irrestricta debiera caer de su peso: es justamente la ausencia de espíritu fraternal en los amos del Sistema lo que se está denunciando. La antifraternidad de los que le chupan la sangre al pueblo, de quienes con sus hechos se niegan a sí mismos la condición, no ya de hermanos, sino de humanos (condición que, no obstante, es nuestro deber moral seguir reconociéndoles). La soberbia de los que anteponen su afán de lucro y de poder a los derechos humanos. El supremacismo de esos ricachos que siempre ganan y quieren seguir ganando siempre, aunque ahora se hagan los generosos al tiempo que sus directivos se suben el sueldo un 24%. El despiadado hegemonismo de los que se inventan guerras, a la postre hiperreales, para satisfacer su infinita codicia de dinero y poder.

Es desearse y sentirse superiores lo que lleva a esos humanos, no menos mortales que nosotros, a practicar semejante barbarie. Pero no es sólo ver su yo por encima del nuestro, sino además engordarlo a costa nuestra, negándonos el derecho a vivir en paz, o simplemente a vivir. No dejan de ser nuestros hermanos, pero se conducen como demonios.

¿Seremos, a la postre, como ellos? ¿Imitaremos las conductas que en ellos reprobamos? ¿Practicaremos una fraternidad sólo selectiva, aun a riesgo de caer en la trampa de la «rivalidad mimética», como llama René Girard al enfrentamiento que acaba asemejándonos a nuestros adversarios? Por ese camino, el 15-M desembocaría en un fiasco no muy diferente del «Terror» de la Revolución Francesa, que proclamaba entre sus consignas la fraternidad mientras en sus guillotinas apenas se secaba la sangre.

El espíritu fraternal es, en todo caso, un medio indispensable para el éxito de la lucha del 15-M por una sociedad más justa. Incluso, bien mirado, es una meta aún más importante que los objetivos concretos del movimiento. Aunque éstos no se lograran a corto o medio plazo, si los «indignados» devinieran realmente fraternales habrían conseguido algo todavía mucho más valioso.

¿Ejemplaridad del 15-M?

El movimiento español por la dignidad viene sin duda mostrando rasgos ejemplares. Ha movilizado de la noche a la mañana, casi «de la nada», a cientos de miles de personas. Despertando y concienciando a muchos, promoviendo la justicia; luchando con pasión, pero haciéndolo en general de manera pacífica. Dejando, incluso, en un segundo plano necias querellas menores -como las de los nacionalismos periféricos- en beneficio de una común disposición por salvaguardar la soberanía popular en todo el territorio español (algo evidenciado «gráficamente» en las recientes marchas que, procedentes de toda España, confluyeron en la capital). Un bagaje que, a dos meses y medio de su nacimiento, ya ha tenido algún impacto en los responsables del Poder (lo demuestra la acogida, aunque sea a regañadientes, de ciertas iniciativas suyas: promesas de reformar el sistema electoral, exigencia a la banca para que comparta esfuerzos, eliminación de algunas prebendas de los políticos, moratorias hipotecarias…).

Pero no mucho más. El Sistema aún no tiembla. Apenas se le ha rozado. Y otras actitudes, menos positivas, no contribuyen precisamente a conmover sus cimientos. Ya hemos mencionado antes algunas pero añádanse espectáculos innecesarios como el exhibicionismo de cuerpos desnudos el pasado domingo en Madrid, ante el Ministerio de Sanidad y el Banco de España (¿alguien podrá explicarnos qué utilidad tiene la ofensa al pudor de las almas sensibles?). O el pestilente olor a (ilegal) hachís que, por momentos, surca las asambleas y las manifestaciones. O, digámoslo con la misma claridad, la falta de respeto a los demás que muestran quienes fuman tabaco en medio de esas aglomeraciones humanas. Eslóganes como «Queremos un pisito como el del principito» tendrán su gracia, pero quizá también reflejan envidia social. Si un día el movimiento llega a ser fuerte de verdad, cabe preguntarse cómo se conducirá de no haber corregido antes aspectos como ésos. ¿No acabará dando rienda suelta a la necia prepotencia que es propia de la ebriedad colectiva?

Con todo, esos detalles no son lo peor, son más bien sus síntomas. El egoísmo es más profundo. El grueso de culpa en la presente crisis económico-financiera ya sabemos quién lo tiene, pero no se olvide que millones de ciudadanos participaron también estos años de la fiebre especulativa. Una actitud miope, cuando no miserable. Como la de quienes se quejan ahora, y en gran parte con razón, de la «Ley Sinde» (el 15-M tiene entre sus motores originarios a la corriente NoLesVotes, nacida contra aquélla). Una ley impuesta por el Imperio con propósitos muchos más aviesos (aún) que los que suelen notarse. Pero que encuentra un buen grado de justificación en los altísimos niveles de piratería típicos de nuestro país.

Son ejemplos de cómo una visión alicorta y autocomplaciente en las masas acaba provocando o facilitando el desastre. Y no está claro que se haya aprendido la lección. Delatando, además, una seria falta de fraternidad. El que especula con una vivienda también contribuye a la burbuja y a su ulterior reventón, dañando así al conjunto de la sociedad. Quien piratea está violando derechos de autor que pertenecen a hermanos suyos, además de facilitar excusas para el recorte de libertades en la Red. He aquí actitudes que no parecen superadas, ni siquiera ampliamente reconocidas en el seno del movimiento 15-M. Y que remiten a un egoísmo ancestralmente arraigado.

Lo decía ya hace décadas Ralph Abernathy, compañero y sucesor de MLK: «La verdad del problema es que estamos enfermos. Nuestro pueblo [los negros] sufre una enfermedad contagiosa creada por la sociedad capitalista del hombre blanco. Es triste reconocerlo y confesarlo: disponemos de la vacuna, tenemos la medicina para curar la enfermedad, pero no tenemos el amor necesario para aplicar este medicamento al enfermo» (cit. en Joan Llarch, Martin Luther King, Barcelona, Juventud, 1970). Lo decía también el propio King, cuando afirmaba que buena parte de sus conciudadanos estaban «enfermos de riqueza». Una etiqueta que, como las sabias palabras de Abernathy, no parece menos aplicable a la mayoría de los españoles actuales, incluidos muchos no tan ricos y desde luego igualmente reacios a cambiar su estilo de vida.

Pero mal podemos condenar unas conductas basadas en el más grosero materialismo si nosotros mismos somos incapaces de sacudírnoslo.

Conclusión

El 15-M necesita la (auto)crítica constructiva, imprescindible para conservarse vivo, fresco y audaz. Sólo a través de ella y de la lucha responsable podrá depurarse para ser realmente útil. No conseguirá más que éxitos engañosos si no se desmarca radicalmente del espíritu y la filosofía, antifraternales, que caracterizan a los políticos, usureros y belicistas que nos gobiernan (y a los que inspiran sus pasos por detrás de bastidores).

No hay futuro sin dignidad, fraternidad y ejemplaridad.

Blog del autor: http://lacomunidad.elpais.com/periferia06/2011/7/30/15-m-dignidad-fraternidad-y-ejemplaridad-ii-o-como-hermanos

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.