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1908

Fuentes: Rebelión

No, no es una marca de coñac ni, tampoco, colonia alemana. 1908 es el año de la fundación del Santo Hospital Civil de Basurto de Bilbao. El 13 del próximo noviembre cumplirá 100 años este hospital diseñado por el arquitecto Enrique Epalza, inspirándose en otro alemán, en el de Eperdorff de Hamburgo. «Durante largos siglos […]

No, no es una marca de coñac ni, tampoco, colonia alemana. 1908 es el año de la fundación del Santo Hospital Civil de Basurto de Bilbao. El 13 del próximo noviembre cumplirá 100 años este hospital diseñado por el arquitecto Enrique Epalza, inspirándose en otro alemán, en el de Eperdorff de Hamburgo.

«Durante largos siglos el hospital fue principalmente un lugar de refugio para indigentes y viajeros. Generalmente tenían el mismo origen: un convento, una Villa o un rico particular que construían un edificio y legaban una renta destinada a su funcionamiento. Concebido con espíritu de caridad, casi siempre su administración se encomendaba a una orden religiosa cuyo objeto principal era recoger enfermos dándoles acogida, pero no entraba en su función curar enfermedades graves de corta duración», escribe la doctora Celina Ribechini en un excelente relato sobre la sanidad en Bilbao, apoyándose -cosa habitual en ella- en documentos sólidos de archivo e investigación.

En 1908 escribió el vecino de Bilbao la Vieja 9, 1º, Anastasio Arostegui, la siguiente carta a su real majestad Alfonso XIII:

A los reales pies de su R.M. Alfonso XIII.

El que suscribe vecino de esta Villa con el debido respecto a su Real Majestad Expone: que siendo pobre y enbalido de la pierna idquierda y por lo tanto ser inútil para todo trabajo, acude a su R. M. en demanda de algun socorro para poder metigar algun tanto su situación precaria a causa de estar prohibida la mendecidad y encontrarme en la mayor miseria. Duios guarde a sus M. muchos años para bien de la patria (sic).

Y aunque sin duda en aquel Bilbao pobre Aniceto se sirviera de algún ilustrado, tampoco la cultura de éste encerraba -como se ve- poesía y filigrana. El Ayuntamiento le comunica en septiembre que se presente en la Sección Central de este Ayuntamiento «con el fin de recibir un socorro». Y Arostegui firma haber recibido dos pesetas. Era el Bilbao de los obreros y las minas.

Pero había otro Bilbao, el de las instituciones, el «demócrata», el Bilbao del alcalde, del obispo, gobernador y explotadores caritativos…

En noviembre de 1908 tuvo lugar la inauguración del nuevo Hospital Civil de Bilbao. Habían transcurrido ocho años largos desde que la entonces reina regente, María Cristina, acompañada de su hijo Alfonso XIII pusiera la primera piedra. En esta ocasión la presencia real fue delegada en el infante don Fernando María de Baviera, quien, acompañado por el ministro de Estado señor Allende Salazar, llegaría a Bilbao en el tren expreso de Madrid la mañana misma de la inauguración. Con ellos viajaron los ayudantes del infante, marqueses del Zarco y Pulido, y el gobernador civil de Vizcaya conde de Aresti, que salió a recibirles al límite de la provincia. En la Estación del Norte les esperaban las autoridades civiles y militares, representantes en Cortes y numerosas personalidades. Después de los cumplimientos de rigor y de revisar el infante la compañía de Garellano, que le hizo los honores, se organizó la comitiva para dirigirse a Basurto, encabezada por el automóvil ocupado por el presidente de la Junta de Caridad don Gregorio de la Revilla y otros miembros de la misma. Les seguía el vehículo, que conducía al infante acompañado por el alcalde de Bilbao señor Ibarreche y a continuación, en una larga fila de coches, se acomodaban el ministro de Estado, el gobernador civil, los diputados a Cortes señores Chavarri, Zubiría e Ibarra, los senadores don Federico Echevarria y don Pablo de Alzola, éste luciendo uniforme de gentil-hombre, el general Castellón, los ayudantes del infante, el comandante de Marina y otras personalidades. Fuerzas de la guarnición cubrieron el trayecto comprendido entre la Estación del Norte y la Plaza de Zabalburu, formando el regimiento de Garellano en toda la calle de Hurtado de Amezaga y hallándose destacado en la citada plaza el escuadrón de lanceros de Borbón. Una compañía de miñones daba guardia al palacio de Zabalburu y en el resto del trayecto se encontraban distribuidas parejas de seguridad de la policía gubernativa y municipal. Una vez la comitiva hubo llegado a Basurto se dirigieron a la capilla del hospital. A su puerta el infante fue recibido por el obispo de la diócesis y el presidente de Junta de Caridad, para después, bajo palio, avanzar hasta el presbiterio donde ocuparía una tribuna dispuesta al efecto junto a la destinada al ministro de Estado. Se celebró una misa rezada oficiada por el obispo para, a continuación, entonar un solemne Te Deum con acompañamiento de orquesta. Terminada la ceremonia religiosa, se llevó a cabo en la sala de Juntas el acto oficial de la inauguración presidido por el infante. Terminados los actos oficiales el infante y su séquito recorrieron las diversas estancias del establecimiento elogiando su construcción e instalaciones. Luego, en comitiva, marcharon al palacio de Zabalburu donde tenían preparado un almuerzo, para, finalizado éste e invitados por la Junta, trasladarse a la localidad de Las Arenas. Acomodados en nueve automóviles llegaron hasta el puente transbordador y cruzaron la ría a Portugalete desde donde embarcaron en el vapor Elcano, de la Junta de Obras del Puerto, que les llevó hasta el Real Sporting Club para ser obsequiados con un lunch y después, otra vez en el Elcano, llegar hasta Baracaldo y visitar la fábrica de Altos Hornos.

Aproximadamente a las siete de la tarde dieron por terminada su visita. Los coches, que les habían llevado horas antes a Las Arenas, estaban esperándoles para conducirles de nuevo al palacio de Zabalburu, donde se organizó una cena en honor a las autoridades locales. A su terminación los asistentes se trasladarían al Teatro de los Campos Elíseos, inaugurado pocos años antes, considerado como uno de los mejores ejemplares arquitectónicos del Art Nouveau, introducido en Europa a finales de XIX y principios del XX.

Acabado el espectáculo se retiraron a descansar al palacio de Zabalburu para, al día siguiente y antes de regresar a Madrid, acudir al Santuario de la Virgen de Begoña. Bajo palio hizo su entrada el infante hasta el sitial de honor, que tenía preparado en el presbiterio, flanqueado a su derecha e izquierda por el ministro de Estado y el alcalde de Begoña. Después de celebrada la misa pasaron a la sacristía para contemplar las joyas de la Virgen y después regresar a la Estación del Norte, donde se hallaban congregadas todas las autoridades y numerosas personalidades. Una compañía de Garellano con bandera y música hizo los honores ejecutando la Marcha real.

Eso sí, antes de partir el infante entregó al alcalde 1.000 pesetas para que las repartiera entre los pobres. El despilfarro institucional conlleva el recorte social en el erario público.

¿Y todo este largo relato para contar una inauguración de hace 100 años que tanto nos recuerda a las de hoy? En el «Todo Schubert», montado en el palacio de Euskalduna de Bilbao a inicios de marzo del 2008, el invitado por la cara en torno a su alcalde Azkuna fue, una vez más, el Bilbao institucional y gandul, el pijo. El otro Bilbao pagaba. Nada extraño que el filósofo Santiago Alba Rico, tras recorrer el mundo de las gentes y los pueblos y ver la explotación de los muchos por los pocos -cual el viejo Job- exclame indignado: «Je suis un démocrate. Je suis un connard«. Soy un demócrata. Soy un cabrón.