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4-D: 40 años sin saber quién disparó

Fuentes: La Marea

El 4 de diciembre de 1977 mataron a Manuel García Caparrós en Málaga, durante la manifestación multitudinaria por la autonomía andaluza. Hacemos un recorrido desde aquel día hasta ahora.

Les dijeron que había teni­do un accidente de tráfico. «Vino un celador a avisar. Estábamos en casa mi padre, mi madre y yo. Mi padre fue al hospi­tal y no querían que viera el cadáver. Pero nadie puede impedir a un padre ver el cadáver de su hijo». Manuel José García Caparrós murió por un balazo. En el certificado de defunción se lee «hemorragia interna por herida de arma de fuego». No fue un accidente.

Loli -Dolores- lleva 40 años intentando saber quién disparó a su hermano y recordando la imagen de su padre -en pijama- en el rellano de su piso al recibir la noticia. «No po­dían silenciar el asesinato porque ha­bía muchísima gente en la calle ese día», dice.

Es domingo, 4 de diciembre de 1977. Se celebra una manifestación que pide la autonomía andaluza. Hay muchísima gente. Cerca de 200.000 personas salen a la calle en Málaga, a pesar de la lluvia. También García Caparrós, un joven de 18 años que tra­baja en la fábrica de cervezas Victoria y está afiliado a CCOO. La bandera blanca y verde ondea en los balcones, en los árboles, en el monumen­to al Marqués de Larios. Nunca se había dado una manifestación tan numerosa en la ciudad, ni siquiera en las concentracio­nes de adhesión al dictador.

Ese día está considerado el primer paso en la lucha por la autonomía para Andalucía; un año después los partidos se unen para lograr el mayor autogobierno en el menor tiempo posible, se firma el pacto de Antequera; y el 28 de febrero de 1981 se celebra el referéndum que acabará ratificando -con una reforma posterior al resul­tado- la autonomía.

El recorrido parte del Hospital Noble, al lado de la Plaza de Toros, y recorre tres kilómetros, hasta el Puente de las Américas. En el libro Morir por Andalucía, una crónica con­tada por periodistas del diario Sol de España, se destaca el am­biente de la convocatoria: hay niños y ancianos, la fiesta es irrefrenable.

El origen de los incidentes

En el Ayuntamiento suena el cantautor Pepe Suero en los altavoces («Andalucía la que divierte, tiene siglos de resignación / y vende penas a los señores que compran risas por su dolor»). El propio alcalde, el socialista Luis Merino, se había sumado a la convocatoria. «Eso hizo que todo el mundo lo viera como un día festivo donde no iba a pasar nada porque estaban todas las instituciones de acuerdo en que se celebrara la manifestación», afirma Rafael Sa­las, uno de los autores del libro. Hubo una excepción: la Diputa­ción de Málaga.

Su presidente, Francisco Ca­beza -conocido como Pancho-, decidió que solo ondeara la bandera española en el balcón. Cabeza fue uno de los procu­radores que un año antes había votado contra la Ley para la Re­forma Política, una pie­za clave para la Transición. «Si pasaba algo iba a ser allí, en la Diputación. Y pasó», comenta Salas.

La lluvia amaina. García Caparrós acude con dos amigos a la manifestación. Cuando la cabeza de esta llega al final, hasta el Puente de las Américas, en las calles aledañas de la Diputa­ción, los grupos fascistas (Fuerza Nueva y grupos Federación Anticomunista Español) gritan «Viva Andalucía española» para provocar.

No hay respuesta por parte de los manifestantes. Incluso el Partido Comunista -que lleva­ba ocho meses legalizado- está organizado para no responder a esos insultos. 800 militantes a lo largo de la Avenida Generalí­simo (ahora Alameda Principal) se encargan de poner orden, recuerda el periodista Juan de Dios Mellado, coautor del libro.

Sin embargo, un joven trepa por la pared del edificio de la Diputación -mordiendo una bandera blanquiverde- para colocarla en el balcón junto a la rojigualda (a menudo se ha identificado erróneamente a este joven con García Caparrós). «Era una araña humana», describe Mellado. Se abren las puertas del balcón, permanece diez minutos colga­do y lo arrestan. «Entonces un grupo de manifestantes coge naranjas y piedras que había en la plaza y las tira a la fachada», añade el periodista.

Ahí empieza todo. «Parecía un desembarco. La policía lo entendió como un gran ataque. Empezaron a disgregar a los manifestantes. Los grises baja­ban en marcha de los jeeps, po­rra en mano, apaleando a todo el que se encontraban», narra Salas, que cubría la manifes­tación frente al edificio, en la Plaza Queipo de Llano (ahora Plaza de la Marina).

Las cargas de la policía están alentadas por los gritos de la ul­traderecha. Piden que ataquen duramente a los manifestan­tes. «Miles de malagueños hu­yen de los botes de humo y las balas de goma. Al propio alcal­de, Luis Merino, le alcanzó una pelota de goma en la pierna», asegura Salas. El ayuntamiento se convierte en un refugio. Poco antes, el am­biente seguía siendo festivo.

La manifestación se parte en dos. El Puente de Tetuán se­para a la avanzadilla del resto. Hacia el oeste, en el Puente de las Américas, suena el him­no de Andalucía y el diputado socialista Rafael Ballesteros pronuncia un discurso. Desco­nocen los gritos, el impacto de las pelotas de goma y los botes de humo en la parte de atrás de la concentración. Poco después, la tensión es tal que Francisco de la Torre -en­tonces diputado de UCD y ac­tual alcalde de Málaga- se dirige a la policía rogándole que no disparen.

¿Por qué hizo la policía uso de las armas de fuego? El periodis­ta Mellado, que se encontraba aquel día junto a De la Torre, cree que esos agentes no esta­ban preparados: «Eran oficinistas de cuartel, creyeron verse rodeados por los manifestan­tes. Unos regresaban desde el Puente de las Américas y otros avanzaban desde la Diputación. Tuvieron miedo y dispararon». Además, algunos agentes se ha­bían quedado sin material anti­disturbios.

Las conversaciones entre los policías lo certifican. Entonces escanear el transmisor era fá­cil. Con una emisora de radioaficionado bastaba, dice Rafael Salas. «Había gritos entre los propios agentes. Si los manifes­tantes estaban asustados, ellos también», añade. En la transcripción de la cinta grabada se escucha: «Pegad muy fuerte, muy fuer­te, muy fuerte, al que veáis. No dejad que la gente se mueva».

Los testigos de entonces señalaron que fue uno de ellos quien disparó a García Capa­rrós. «Era grueso. Un policía grueso, de cierta edad». «Los disparos los realizó un policía muy gordo» (Diario 16). El pe­riodista Mellado también lo vio: «Fue un policía grueso, como dices. De unos 50 años. Fuerte. Lo vi claramente con la pistola en la mano unos 15 metros. Lo describí. En alguna fotografía se ve (de lejos) mirando a la cámara». Había otra teoría que apuntaba a que el asesino fue un joven de ultraderecha que supuestamente había disparado desde un edificio. Esta hipótesis perdió fuerza por la unanimidad en los testimonios.

La investigación

Aun así, el caso fue sobreseído y los testigos fueron silenciados. La falta de interés en bus­car responsables tenía que ver con la connivencia aún de las fuerzas franquistas. Y también con evitar que las «débiles costuras» de la Transición saltaran por los aires. «He intentado durante muchísimos años ver mi acta de la comisión de investigación en el Congreso. Y no me dejan verla», asegura Mellado.

La investigación fue una to­madura de pelo, repite tres veces. En 2005, Rosa Burgos, secretaria judicial en Málaga, accedió al sumario (161/1977) y las actas de la comisión de investigación que se llevó a cabo en el Congreso. Hace diez años certificó que la bala era del calibre 9 mm y la pistola, de la marca Star. Era la que entonces usaba la Policía Armada.

«No se acla­ró quién disparó porque no se quiso», dice Rosa Burgos. Lo explicaba en el libro La muerte de García Caparrós (2007). Un ejemplo: la chaqueta con el agujero de bala fue en­tregada a su familia en lugar de utilizarse como prueba. Su padre, al llegar a casa, la escondió detrás de la nevera. «Hubo un pacto de silencio», cuenta. El coraje y la perseverancia de esta secretaria judicial que en sus ratos libres investigaba el caso le condujo a las iniciales de un responsable: el cabo primero de la policía M.P.R. Según Burgos, el día que el policía es citado alega padecer una enfermedad. Después el abogado de la acusación particular, de García Caparr ó s, pide la prueba de balística del policía M.P.R. En un informe de balística se habla de las similitudes entre la bala testigo y la pistola que pertenecía a M.P.R. «Creo que es cuando se da el cambiazo a la bala y se pide un último informe de balística donde se dice una cosa bestial: se duda de si la bala había estado en un cuerpo humano, una pared o una madera. Es que ya es… se desploma uno al leer ese despropósito de investigación «, concluye Burgos.

Estos días se han filtrado las actas de la investigación del Congreso que permanecen bajo secreto y el sumario del caso. Lo ha hecho la revista malagueña El Observador con motivo de la publicación del nuevo libro de Rosa Burgos, Las muertes de García Caparrós. Un mes antes, la Mesa del Congreso autorizó a la diputada malagueña por IU Eva García Sempere a consultar esas actas de manera limitada, es decir, con los nombres de los implicados tachados y sin la posibilidad de hacer copias. «Sigue habiendo interés en que nada rompa el relato idílico de la transición y todo aquello que resulte incómodo prefieren dejarlo tapado con un manto de silencio», denuncia la diputada, que señala que el informe del Ministerio de Gobernación realizado el 14 de diciembre de 1977 ya asume que el autor del disparo fue un policía.

El periodista Vicente Almena­ra, experto en temas judiciales, explica que incluso con el cam­bio en dicha ley, el caso de Ca­parrós «tiene poca trayectoria judicial, pero es bueno aclarar quiénes fueron los responsa­bles de un hecho tan oscuro». Rosa Burgos considera que es posible que se reabra «si aparecen nuevos testigos». «Hubo muchísima gente en la manifestación y algún testigo importante seguramente hay que haya permanecido callado todo este tiempo», señala. «Lo que ocurre es que sería ya muy difícil porque tendrían que identificar al autor y el autor a lo mejor ha muerto…». La propia fami­lia Caparrós, consciente de esto, dice que quiere «ponerle cara, nombre y apellidos a quien manchó el nombre de todos los andaluces. No pedimos nada más».

Caparrós cayó en la esquina de la calle Comandante Benítez, que a las pocas horas se llenaría de flores y coronas. La bala entró por su axila izquier­da. No tar­da más de diez minutos en morir. A las tres menos veinte ingresa en el hospital. Su her­mana Loli tenía 13 años cuando murió: «A las cinco llega a casa el celador diciendo que había tenido un accidente».

A Loli le tocó avisar a su otra hermana, Paqui, que trabajaba en una confitería en el centro de Málaga. Entonces Paqui tiene 16 años. Hace turno de maña­na y de tarde. Vuelve a su casa al mediodía, solo para comer, y de vuelta al trabajo. «En el au­tobús que solía coger estaban diciendo que habían matado a un muchacho. Llegué a casa, almorcé y sobre las cuatro volví otra vez a trabajar como si no pasara nada». Poco después, su hermana llega con la noticia. Ese muchacho del que habla­ban en el autobús era su herma­no. «Cuando salí por la mañana de trabajar ya lo habían mata­do», cuenta Paqui.

Eran cuatro hermanos. Ma­nuel José era el único varón. Purificación -la mayor- estaba recién casada (él fue el padrino de su boda). Volvió de viaje ese mismo día a Málaga. Las hermanas dicen que a partir del asesinato lo perdieron todo: «Te encierras en la casa y sabes que esa puerta no la vas a volver abrir para él. La pena se queda dentro».

Las protestas por su muerte siguieron a la convocatoria por la autonomía. El mismo domingo por la tarde hubo una mani­festación en contra de la policía y del presidente de la Diputa­ción. «Málaga parecía Beirut tras la guerra» los dos días si­guientes, reflexiona el periodista Ra­fael Salas. Sobre todo la extre­ma izquierda («acostumbrada a la clandestinidad y a la lucha contra el franquismo») participó en las protestas. El martes hubo una huelga general.

La imagen de las barricadas en el centro de Málaga contrasta con la de la multitud que espera en el cementerio. Cuando llega el ataúd se abre un pasillo con un silencio absoluto. Al entrar, todos levantan el puño. Se había pasado del verde y blanco al luto. «No se me olvida ese ruido, el de todos esos puños levantándose a la vez. Era el ruido de la historia», comenta el periodista Salas.

Fue el suceso más dramático en el origen de la Autonomía. El 5 de diciembre la bandera anda­luza ya sí ondea en el balcón de la Diputación. Lo hace a media asta. Los propios trabajadores han comprado una y la han colgado en el balcón. Piden la dimisión del presidente, Francisco Cabe­za, que deja el cargo a las pocas horas.

Las hermanas García Caparrós llevan cuarenta años hablando de él. Lo llaman Manuel. Loli lo describe: «Era alto. Medía 1,90». Hace una pausa. «Era tímido». Se le quiebra la voz. «Era muy trabajador». Se le en­rojecen las mejillas. «Ahora se le considera un mártir, pero lo mataron».


Un policía grueso

Caparrós es una de las 2.663 víctimas de la Transición. En el documental El día que murió Caparrós, el primer pre­sidente de la Junta de Andalu­cía, Rafael Escuredo, dijo que «el asesino tenía nombre y ape­llidos y se había publicado en al­gún libro». En las investigaciones recogidas en La muerte de Caparrós en la transición política (2007) Rosa Burgos se dirige a unas iniciales: M.P.R. También se ha señalado reiteradamente que el autor había sido -con casi total segu­ridad- un cabo de la policía, «grueso». El periodista Juan de Dios Mella­do cuenta que intentó hablar con él y no lo consiguió. Considera que es su mayor frustración profesional: «Hace tres años me dijo otro po­licía: ‘Olvídate, ese hombre ha muerto'».

Fuente: http://www.lamarea.com/2017/12/03/102024/