La infancia asoma a la vida con el dolor hecho carne. No son juegos donde se aprieta un botón y se mueve un ejército. La sangre que corrió por los kibutz israelíes en estos días quedó en las manos de Hamas. Que no es el pueblo palestino cotidiano que busca desde hace décadas sobrevivir y resistir. En medio de la decisión de las grandes potencias que se alinean detrás de Israel y no miran a los ojos de la niñez.
Enseñamos vida. “Nosotros enseñamos vida, señor/Nosotros los palestinos enseñamos vida después que ellos, hayan ocupado el último cielo”. Rafeef Ziadah, poeta, periodista y activista por los derechos humanos libanesa de ascendencia palestina, respondió así a la pregunta que le hizo un periodista, mientras Gaza (entre diciembre del 2008 y enero del 2009) era regada con fósforo desde aviones israelitas.
El ataque llegó a través de un micrófono, en forma de acusación y se le clavó directo en las fibras de la resistencia. “¿No crees que todo estaría bien si simplemente dejáis de enseñar a vuestros hijos a odiar?, preguntó el periodista. “Nosotros enseñamos vida, señor”, respondió Rafeef, eligiendo contestar pronunciando bien las palabras, dibujando en la boca su mejor sonrisa y sosteniendo, como un prendedor afilado en su pecho, la más autóctona de las costumbres palestinas: la del duro ejercicio de vivir resistiendo.
Rafeef, como la mayoría de las infancias en Palestina, nació en un campo de refugiados. De familia de refugiados palestinos en el Líbano, es la tercera generación que sobrevive al apartheid que Israel lleva en su tierra desde la “limpieza étnica” de la Nakba (catástrofe en árabe) en 1948. Tuvo la suerte de poder migrar, y vivió la mayor parte de su infancia como una golondrina, deportada entre países que, por su origen, se negaban a darle la ciudadanía. “Ilegal” decían los papeles en cada sitio donde su familia intentaba formar un hogar. “Palestina” supo y sabe ella, desde que nació. Escribe desde pequeña y a sus 44 años sabe que la poesía la salvó: poder proferir ese alarido bárbaro por los tejados -y oficinas de la burocracia migratoria- del mundo, escribir esos gritos en un cuarto oscuro, que dicen que existen.
Ya cuentan siete las generaciones que han nacido en campamentos de refugiados. Este 2023, la ONG Save the Children ha denunciado que es el año con más niños muertos a manos de la ocupación israelí en Cisjordania. Yusef, un niño entrevistado el año pasado por la organización, figura entre los muertos. En 2022 Yusef contaba que su sueño era “mirar cualquier cosa de camino a la escuela, como pájaros y plantas. Quiero ver las cosas que siempre imagino. No quiero oler gas o ver a soldados por todas partes. No quiero tener miedo de salir a la calle. No quiero que mi madre tenga miedo a que pueda resultar herido o que pasee por las calles buscándome por temor a que los soldados israelíes me hayan herido”, dijo.
Niñez en Palestina
“Siempre estoy enferma, no sé, no puedo hacer nada, ya ves todo esto, empieza diciendo mientras señala los restos de un edificio bombardeado. “¿Qué esperas que haga? ¿Arreglarlo? Sólo tengo 10 años”. Nadine muestra su impotencia al mundo frente a la injusticia que invade su tierra y explica que le gustaría ayudar: “Ya no puedo lidiar con esto. Sólo quiero ser médico o cualquier cosa para ayudar a mi gente, pero no puedo. Sólo soy una niña. Ni siquiera sé qué hacer. Me asusto, pero no tanto. Haría cualquier cosa por mi gente, pero no sé qué hacer. Sólo tengo 10 años. Cuando veo todo esto, literalmente lloro todos los días. Me digo a mí misma: ¿por qué nos merecemos esto? ¿qué hemos hecho para que esto ocurra?”.
Sin respuestas, Nadine cuenta a cámara su sueño de ser médica, para curar a su pueblo. El video es de 2021. No lo sabemos pero, es probable que Nadine sea hoy una de las entre 500 y 700* niños que son detenidos y encarcelados al año por el ejército israelí: en los últimos 20 años han sido capturados más de diez mil. Más de diez mil niños son detenidos para ser encarcelados por el único delito de nacer palestinos.
Ser niño en Palestina es habitar uno de los 19 campos de refugiados y vivir bajo un régimen de apartheid, impuesto por Israel desde 1967, en su propia tierra. Es abrazar la libertad como bandera y horizonte bajo la vigilancia de los puestos de control y el muro ilegal. Es no poder circular para asistir a la escuela. Es nacer en los puestos de control militares y estar sometidos a constantes violaciones del derecho internacional. Ser niño es trabajar en familia para cosechar frutos que serán robados, es crecer en la tierra donde cementan el agua para que mueran de sed y los recursos naturales son saqueados. Significa que Israel se reserve el derecho a impedir el viaje a otros países o recibir visitas de amistades o familia.
Ser niño en Gaza es sumar a los juegos el cuidado de heridos por bombardeos y habitar ruinas, imaginando palacios. Las infancias palestinas padecen desnutrición y anemia y viven con angustia las deficientes condiciones higiénicas. El desplazamiento y hacinamiento aumenta las probabilidades en mujeres y niñas de ser agredidas sexualmente. Ser niño en Palestina supone vivir discriminado, bajo leyes racistas como la Ley del Estado Nación Judío, sin posibilidad de reagrupación familiar ni ciudadanía.
Ser niño en Palestina es luchar contra la indiferencia de un mundo que elige borrar su historia, para alinearse detrás del capital. Pero ser niño, ser niña en Palestina es también haber crecido con la fuerza de quienes empujan hasta hacer crecer ese verano invencible en el pecho, con la firmeza y la dulzura de los que, sin necesitar demasiado, se pintan con la fuerza de la lucha y la rebeldía, otro cielo donde lo que desparrama el viento no son cohetes, misiles y balas, sino los colores de su identidad hecha bandera.
Ser niño en Palestina es festejar cumpleaños entre escombros que fueron hogar, es correr el sentido del miedo, y desafiarlo hasta convivir con él y domesticarlo y convertirlo en una mascota para abrazar con sus seres queridos, con la conciencia de los que aprendieron que cada segundo puede ser el último.
Es resistir, para volver a enseñar esa lección histórica de vida y resistencia que escriben desde hace 75 años: esa que protagonizan firmes, con determinación y fuerza, ante la impavidez de un mundo que hace caso omiso a las reiteradas violaciones de derechos humanos que Israel comete en la ocupación de su tierra.