Ponencia presentada a Simposio «El Perú y la cultura. 90 años de la revista Amauta» por el Presidente de la Asociación Amigos de Mariátegui
Escogí está cita del genial conductor de la Revolución Socialista de Octubre para iniciar mi homenaje a los 90 años de la revista «Amauta», por dos razones: Porque es una manera práctica de explicar el verdadero origen de la publicación que recordamos; y porque estamos en la antesala del centenario de la Revolución Rusa que, como dijo Mariátegui, fue «la obra de hombres heroicos y excepcionales, y, por este mismo hecho no ha sido posible, sino una máxima y tremenda tensión creadora».
Pues bien. Los caprichos de la vida y los quehaceres de la historia nos han colocado ante una realidad que no habíamos previsto: celebramos los 90 años de la revista Amauta, en los umbrales del centenario de la epopeya del 17, aquella que abrió las puertas de un mundo nuevo, que 80 años más tarde quedara postergado porque, finalmente, la humanidad no estaba aún preparada para ver realizado el futuro.
El sueño continental
La revista «Amauta» fue sin duda, un sueño de Mariátegui. También tuvo otros: la formación del Partido que llevaría sus ideas a la acción, la formación de una vanguardia sindical que haría historia; y un legado que se recuerda siempre no para rendirle una pleitesía formal, anecdótica y alambicada, sino para extraer de ella sus más ricas experiencias.
Aunque pase el tiempo, y aunque los años se vayan sucediendo, las ideas de Mariátegui -sus escritos y sus obras- no sólo mantienen vigencia. Como en los viejos odres, fermentan y afirman nuevos sueños que hoy alumbran, precisamente, nuestro continente.
Por eso, también, resolví denominar mi ponencia de esta tarde como «La Revista Amauta y el Proceso Continental». Una manera de aludir a la América que se fue, a la que hoy se perfila en nuestro tiempo, y a la que vendrá. Todas ellas, iluminadas por las idea de José Carlos, considerado casi unánimemente el más importante pensador marxista de América Latina.
Hay muchas maneras de definir la actividad de Mariátegui. Para unos, fue un político activo. Para otros, un intelectual de nota. Para los más, un hombre de cultura. Pero, para todos, un gran humanista, una personalidad multifacética que abordó todos los planos de la actividad y todos los ángulos de la vida.
Una de sus actividades principales, fue el periodismo. Desde el inicio de su vida pública, dedicó mucha de su voluntad a lo que hoy se llaman «las tareas de la prensa». Inicialmente -como todos sabemos- trabajó para ese diario -«La Prensa»- como ayudante de tipografía, un oficio que ya no existe. Su proximidad al Teletipo -que hoy, tampoco existe- lo puso en conexión con el mundo, y abrió los ojos a una visión internacionalista del proceso social, que hoy todos admiran, pero pocos practican.
Mariátegui trabajó después en «El Tiempo», que -como recuerda Juan Gargurevich- «daba connotaciones heroicas a las acciones de los bolcheviques»·- Allí, publicó jugosos envíos sobre cultura y vida remitidos desde Italia, escritos mientras combinaba sus amoríos de Frascatti con las tertulias literarias de la intelectualidad peninsular aterrada ante el arribo del fascismo; y las aguerridas luchas obreras, que le hacían frente. También trabajó en » El Turf», como cronista hípico; y en «Colónida», una sugerente publicación de la época; y luego en «Variedades», revista de la cual se hizo casi un colaborador permanente. Obsesivo entonces, en lo que hoy se llama «la batalla de las ideas».
Pero de su propio esfuerzo salieron otras publicaciones, como «La Razón», cuyo antecedente de clase estuvo signado por las luchas obreras de entonces: La jornada de 8 horas y el accionar de los primeros gremios -panaderos, gráficos y textiles- con los que Mariátegui mantuvo siempre una cooperación constante. Fue un 14 de mayo, cuando salió a luz ese vocero de combate que José Carlos había anunciado a su amigo Isaías de Piérola, cuatro meses antes, un 24 de enero de 1919.
Y luego «Nuestra Epoca», una revista de la que pudo editar apenas dos números, y que le deparó la brutal agresión de un oscuro oficial de ejército, que no tuvo ideas, sino puños. También, aunque efímera, estuvo de por medio «Claridad», convertida por Mariátegui en vocero de la Federación Obrera Local
Pero en materia de periodismo, su obra cumbre fue, sin duda, la revista «Amauta». Apareció en la primera semana de septiembre de 1926, y -como anunciara premonitoriamente en su presentación- salió «para hacer historia»
En las líneas de su prólogo, Mariátegui nos lega lo que bien puede considerarse la esencia de la publicación. Nos dice, en efecto: «consideramos siempre al Perú dentro de panorama del mundo… Esta revista vinculará a los hombres nuevos del Perú, primero con los de los otros pueblos de América, enseguida con los de los otros pueblos del mundo».
Y así lo hizo. Los temas de América, estuvieron en su primera preocupación.
El escenario americano
El escenario americano, a inicios de siglo XX era dialécticamente, similar y diferente al actual. Similar porque irradiaba la voluntad dominante de los Estados Unidos sobre todo el continente. Y diferente porque los pueblos -en ese entones- no habían asimilado aún la conciencia que hoy asoma en cada recodo del camino americano.
Estaba en vigencia plena la denominada «Doctrina Monroe», que proclamaba la decisión yanqui de apoderarse de territorios y riquezas de cada uno de nuestros países en función de los intereses de Washington. Ya había ocurrido también la agresión militar norteamericana contra México, que le desgajó buena parte de su territorio. Y la intervención militar en Cuba, voluntad signada por John Quincy Adams, para quien » la anexión de Cuba a nuestra República Federal era indispensable para la unidad y la continuidad de la propia unión»
La infantería de Marina de los Estados Unidos se hallaba presta a desembarcar en los países situados al sur del Río Bravo, de acuerdo a los dictados que emanaran de la Casa Blanca, donde las «guerras de conquistas» amasaban el pan y la fortuna de millones. Después, vendrían otros acontecimientos. De todos ellos se ocupó Mariátegui, convencido, como estaba que «los pueblos de América española se mueven en una misma dirección. La solidaridad de sus destinos históricos no es una ilusión de la literatura americanista».
Fue a partir de esa idea, que Mariátegui acuño el término «Nuestra América» y lo usó para referirse a todos los países del continente unidos por una misma lengua -el español- y una misma historia. Antes que él, sin duda, la expresión había iluminado el pensamiento del Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí. Pero aun antes, fue Bolívar, el hombre del verdadero sueño americano.
Por el Libertador, Martí dijo: «Bolívar, está en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aun las botas de campaña, porque lo que él no dejo hecho, sin hacer está hasta hoy, porque Bolívar tiene que hacer en América, todavía». Y vaya que lo tiene que hacer.
La Revolución Mexicana, de la que se ocupara Mariátegui en «Variedades», en enero de 1924, encontró en Amauta apoyo constante. Como lo encontró también la heroica lucha de Sandino en las sierras de Las Segovias, cuando se batía victoriosamente contra la presencia yanqui en las tierras de Nicaragua; o como ocurriera con los sufridos pueblos de Paraguay y Bolivia, enfrentados en una acción armada organizada, alentada y financiada por los guerreristas del Imperio.
No de vemos olvidar lo que en torno al tema, nos dijera Mariátegui: «El deber de la inteligencia, sobre todo es, en Latinoamérica, más que en ningún otro sector del mundo, el de mantenerse alerta contra toda aventura bélica. Una guerra entre dos países latino-americanos sería una traición al destino y a la misión del continente».
Un itinerario de solidaridad y lucha
Una fugaz revisión de las páginas de Amauta, nos permite apreciar cabalmente el sentido global de esta voluntad inter nacionalista y solidaria. Veamos cómo la causa continental se expresaba allí
En el número 1 de la revista se aborda el tema de México con un artículo de Ramiro Pérez titulado «La Iglesia contra el Estado en México» denunciando a los curas vinculados a la oligarquía y al poder extranjero. En el segundo número, se publica un artículo de Haya de la Torre titulado «Romain Rolland y América Latina» en el que su autor vincula al eximio creador de «Juan Cristóbal» con los ideales de n nuestro continente.
En el número 3, y reiterando su interés por México, incorpora una nota en torno a la cinemateca. En el siguiente, entrega una interesante reflexión de Luis Alberto Sánchez sobre la cultura hispanoamericana, y otra de Manuel Seoane sobre el nacionalismo. En el número 5, la revista nos proporciona una bella muestra de la pintura de Diego Rivera, el artista más destacado de la Revolución Mexicana y un artículo de Vasconcelos sobre América Latina.
En el número 6, se incorpora un artículo sobre nacionalismo y revolución, de Antenor Orrego; y otro titulado «La hora de América» de Félix del Valle, que concluye en el número 7.
El número 9, -mayo, 1927- que diera lugar s la clausura de la revista por parte de la policía y pretexto a la denuncia en torno al «complot comunista», se insertó un polémico trabajo de Jorge Basadre -«Mientras ellos se expanden»- que implicaba una cronología sintética de la intervención yanqui en el norte de Panamá. Este artículo, como se recuerda, desato la furia del embajador de los Estados Unidos en el Perú, que exigió la clausura de la revista, lo que en verdad ocurrió, aunque por poco tiempo.
En el número 10, se incluye un análisis del panorama político mexicano y en el siguiente una nota de Waldo Frank: «El redescubrimiento de América», que continúa en el número 12 complementándose con tres artículos de gran interés sobre la Revolución mexicana. En el 13 se publica la Resolución de la Liga Anti imperialista sobre América Latina; y en el siguiente un artículo de gran valor titulado «Novísimo retrato de José Martí»; y en el 15, un estudio de Abelardo Solís sobre el ocaso de la dictadura en Venezuela.
El número 17, es ciertamente el más conocido. No porque corresponda al aniversario de esa publicación, sino sobre todo porque señala un punto de quiebre: la revista se orienta resueltamente hacia el socialismo, luego de la ruptura con Haya de la Torre. En el 18, no obstante esa ruptura, Mariátegui incluye en la revista un artículo en torno a la cultura de América, de Antenor Orrego.
El número 20. Además, entrega un meditado trabajo de Jesús Silva Herzog sobre México y su revolución. En el numero 21, hay un estudio de Tristán Marof sobre Bolivia y la nacionalización de las minas; y en el número 22 incorpora dos valiosas notas en torno a América latina. Una sobre la situación económica de Venezuela y la otra sobre la guerra de El Chaco, que se desencadenaría más tarde.
En el número 23 inserta una nota sobre la plástica revolucionaria en México, un artículo referido al Termidor Mexicano y otra a la disputa de El Chaco. En el número 25 vuelve a escribir Luis Alberto Sánchez, En el número 26 toma en cuenta un importante trabajo de Esteban Pavletich sobre la Revolución Mexicana y una nota sobre el Congreso Mundial anti imperialista de Francfort.
El número 27, dedicado a la URSS con un balance del primer Plan Quinquenal para la industria del Estado; publica una emotiva foto de Sandino y su Estado Mayor colocando una ofrenda floral en Veracruz en homenaje a quienes cayeron resistiendo la agresión de los infantes de marina yanquis.
Y en el 28, el último en el que pudo intervenir Mariátegui, está también un escrito de Pavletich en torno a la Revolución Mexicana.
América Latina en nuestro tiempo
América Latina vive hoy los años del bicentenario de su Independencia. Por su suelo se oye el trepidar de los caballos y el ruido de los sables de los Libertadores. San Martín y Bolívar retornan a nuestra vigilia con un reclamo que no podemos eludir: hay que concluir la obra. La Independencia no puede quedar a la mitad, so pena de verse mellada y destruida.
Como ocurriera antes con ellos, que tuvieron que enfrentarse a enemigos muy poderosos; hoy nosotros tenemos el reto de batirnos contra el Imperio y quienes, en nuestra propia tierra, asumen el papel de sus vasallos.
Hace años ya que América Latina dejó de ser el granero de las grandes corporaciones y se convirtió en un campo de batalla en el que, de un lado, se sitúan los pueblos, y de otro, las oligarquías parasitarias ligadas al Gran Capital.
La batalla está planteada. Surge, desde las bases de la sociedad latinoamericana, una nueva demanda. Las sociedades de nuestro continente no toleran ya las alambradas de la dominación imperial y buscan romperlas para afirmar un nuevo derrotero. El nuevo reclamo tiene un nombre: el socialismo del siglo XXI
El denominado «Socialismo del Siglo XXI» no es, por cierto, un sello inmutable. Es simplemente, una común voluntad de lucha que une a diversos pueblos de nuestro continente. En él, no existe el «pensamiento único» ni el «modelo para todos».
Cada país tiene su historia, su propio proceso social, sus caminos y sus hombres. Pero todos tienen como rasgo distintivo el deseo de forjar una sociedad mejor, más humana y más justa; es decir, libre de explotación, de atraso social y de miseria.
Para todos estos efectos resulta indispensable alcanzar dos objetivos: rescatar el poder del Estado en manos aún de oligarquías envilecidas y en derrota, y asumir una política independiente y soberana que nos permita liberarnos de la tutela del Imperio, recuperar nuestras riquezas básicas y administrar los Estados en función de los intereses de los pueblos.
Y esto, pasa por respetar los derechos de los trabajadores, proteger el medio ambiente, incluir a las poblaciones originarias, preservar la biodiversidad, cautelar la herencia cultura, asimilar el pluralismo y garantizar la participación ciudadana en las decisiones nacionales.
El Imperio lo sabe. Y no está dispuesto a permitir propósitos que excedan sus propios cartabones. Por eso los Golpes de Honduras -2008-; Paraguay -2012- Brasil -2016-. Pero por eso también la campaña infame de calumnias, mentiras y vilezas, que descarga de modo cotidiano contra la Venezuela Bolivariana; la transformación Ciudadana, en Ecuador; la Revolución Sandinista, en Nicaragua; la tierra de Evo Morales, nuestra hermana Bolivia.
Por eso también la ofensiva de los medios para dividir al movimiento popular, contraponer a unos con otros, promover enemistades en nuestras propias filas, alentando en unos la vanidad siempre despierta; y en otros, la egolatría, nunca dormida.
Que las reflexiones de hoy en torno a la obra de Mariátegui, nos sirva para entender su siempre vivo mensaje. Pongámoslo sobre la mesa:
«El movimiento clasista entre nosotros, es aún muy incipiente, muy limitado, para que pensemos en fraccionarle y escindirle. Antes de que llegue la hora, inevitable acaso, de una división, nos corresponde realizar mucha obra común, mucha labor solidaria»
Muchas gracias
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