«Traducir una crisis multidimensional ecológica y social compleja como el cambio climático a toneladas de dióxido de carbono equivalentes (CO2 ) -que podemos medir, contar, poseer, asignarles un precio y comerciar- no sólo reduce nuestra visión de lo que serían acciones verdaderamente transformadoras, sino que permite que actores e intereses sigan operando en el sistema […]
«Traducir una crisis multidimensional ecológica y social compleja como el cambio climático a toneladas de dióxido de carbono equivalentes (CO2 ) -que podemos medir, contar, poseer, asignarles un precio y comerciar- no sólo reduce nuestra visión de lo que serían acciones verdaderamente transformadoras, sino que permite que actores e intereses sigan operando en el sistema actual como hasta ahora » (Camila Moreno)
Durante los próximos días se celebrará en Madrid la COP25 (Conferencia de las Partes) sobre el Cambio Climático, con nuevos informes del IPCC instando a revisar los objetivos marcados en cumbres anteriores, ya que a la luz de los nuevos datos y proyecciones se muestran claramente insuficientes. La nueva Cumbre se centrará, como las anteriores, en revisar los objetivos de reducción de emisiones GEI durante los próximos años, para intentar controlar la evolución del calentamiento global del planeta, y sus desastrosas consecuencias en todos los órdenes. Pero a pesar de que el efecto del calentamiento global es lo que recibe en cada cumbre mayor atención, por ser además lo más ampliamente documentado durante las últimas décadas, este fenómeno no da cuenta, por sí solo, de las múltiples dimensiones del colapso ambiental que se nos avecina. Y ya no se trata solo de potenciales impactos en determinados indicadores, sino de perversas y encadenadas transformaciones que están ya alterando y destruyendo las condiciones de reproducción de la vida en nuestro planeta. Existen multitud de asuntos que en estas cumbres no se tratan (o al menos no directamente), y que están influyendo en que dichas condiciones tengan efecto. Por ejemplo, no se habla del pico del petróleo, ni del agotamiento de los recursos naturales, ni de la imperiosa necesidad de basar nuestros modelos económicos en otras fuentes energéticas. Tampoco se trata el imperioso cambio cultural que necesitamos, con el consiguiente cambio en nuestras escalas de valores.
Pero sobre todo, no se insiste (y debería hacerse en cumbres internacionales de este tipo, que son el mayor escaparate mundial donde se habla del tema) en que nuestra vida sobre la Tierra, llegado este momento, necesita ir modificando sus hábitos, costumbres, fundamentos, actitudes y procedimientos, es decir, necesitamos vivir de otra manera, producir, distribuir, consumir y desechar de otro modo, valorar otras opciones, si es que pretendemos continuar viviendo sobre la faz de la tierra. De nada nos servirán cien cumbres como las que se celebran actualmente, si el único objetivo que se marca, y a todo lo que se aspira, es a disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero, para poder controlar el calentamiento global. Esa evolución es solo la punta del iceberg, es únicamente el lado más visible de las profundas transformaciones que nuestras sociedades necesitan. Pero en vez de ello, la lógica capitalista insiste en sus planteamientos. Y cuando concede (tras décadas de intentos de concienciación por parte de los grupos ecologistas y de la izquierda política, social y mediática) ligeros cambios, lo hace de forma parcial, infantil, ingenua, incompleta, reduccionista e insuficiente. Hemos conseguido tan solo que el capitalismo admita plantearse y reducir la compleja interrelación de factores que inciden en las transformaciones climáticas, en unas pocas, siquiera una, variable. Un solo indicador resume todos los objetivos que supuestamente hemos de alcanzar. Pero la realidad es mucho más compleja que alcanzar ese indicador. Precisamente porque alcanzarlo implica remodelar muchísimos otros aspectos de nuestra civilización, de los cuales precisamente no se habla en estas cumbres.
Se va generando, porque el capitalismo así lo exige, un reduccionismo radical que exige que simplifiquemos nuestra realidad social, productiva, energética, económica y cultural, y la expresemos bajo una cuantificación: ¡No más de 1,5ºC! Así como la economía parece ser que se reduce al crecimiento, y éste se refleja en el PIB, el cambio climático parece verse reflejado solamente en la cantidad que tomamos como límite para que el planeta no continúe su calentamiento. Craso e infantil error. Las múltiples dimensiones del colapso civilizatorio al que estamos asistiendo no pueden reducirse a un solo aspecto, como el calentamiento global. Porque…¿qué hay de los fuertes intereses corporativos que hay que vencer para alcanzar dicho objetivo? ¿Y para mantenerlo y reducirlo? ¿Se habla de decrecimiento en estas cumbres? ¿Se habla de la necesidad de pensar, actuar y consumir de otro modo? ¿Se habla de renunciar a los valores del mundo capitalista? ¿Se cuestionan valores como la soberanía energética y alimentaria de los pueblos? ¿Se habla de animalismo en estas cumbres? ¿Se habla de ecosocialismo y de ecofeminismo en estas cumbres? ¿Se habla de redefinir las necesidades humanas y su satisfacción? ¿Se insta a los gobiernos a que elaboren políticas en este sentido? ¿Tiene sentido omitir todos estos elementos de debate, y organizar una cumbre que se centre únicamente en los grados que nos podemos «permitir» que el planeta se caliente?
En última instancia, una crisis civilizatoria de la envergadura de la que nos amenaza, fundamentada bajo patrones de antropocentrismo, patriarcal y monocultural, basada en el mantra del crecimiento económico sin límites, y creada bajo el patrón extractivista, no puede ser despachada únicamente declarando un nuevo límite temporal y de calentamiento global. Ha de ir acompañada de las medidas concretas que todos los países han de tomar para poder alcanzar dichos objetivos, y precisamente ahí es donde estas cumbres no quieren entrar. Porque entrar a debatir todo ello es entrar a cuestionar la propia lógica capitalista, cuyos intereses creados son aún lo suficientemente potentes como para que no sean abiertamente cuestionados. Una cumbre climática no puede ser despachada como un simple asunto técnico, con un objetivo cuantificable. Una cumbre climática debe exponer y debatir a fondo sobre los cambios económicos y culturales que necesitamos, sobre los cambios civilizatorios a los que aspiramos, y sobre los nuevos indicadores que han de medirlos. Pero ya estamos acostumbrados a que el capitalismo siempre intenta esquivar el asunto, reducir la problemática, esquematizar la posible solución, no cuestionar los fundamentos del sistema, y redirigir la receta hacia aspectos meramente superficiales.
El capitalismo jamás podrá comprender (y por ello las cumbres climáticas estarán destinadas al fracaso si se organizan bajo estos pilares) que para superar (o siquiera defendernos ante) el caos climático en ciernes, hacen falta otros modos y estilos de vida. Hacen falta otros objetivos vitales, otros parámetros económicos, otros prismas culturales. Pero el capitalismo se conformará con parchear por aquí y por allá, y se limitará a diseñar recetas que no amenacen sus propias estructuras, y que no alteren las conceptualizaciones que afectan a lo que entendemos por bienestar, desarrollo, progreso y crecimiento. Precisamente es todo esto lo que nos amenaza. Son las propias visiones, actitudes y modos de vida capitalistas los que nos han traído hasta aquí. Nuestro enfoque mental y civilizatorio es el que tiene que ser roto, porque la forma en que describimos y enmarcamos los problemas ya predetermina el tipo de posibles soluciones y respuestas que podremos darles. No podemos fijarnos en el dedo, como popularmente se dice, porque estará tapándonos la luna.
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