La nación para varios pensadores se puede identificar con las élites que controlan el poder. Aunque también prevalece el criterio de que una nación existe si existe la voluntad de crearla. Había un filósofo que decía, «si usted tiene problemas, cree un estado nación, eso le traerá más problemas, pero al menos tendrá una nación.» […]
La nación para varios pensadores se puede identificar con las élites que controlan el poder. Aunque también prevalece el criterio de que una nación existe si existe la voluntad de crearla. Había un filósofo que decía, «si usted tiene problemas, cree un estado nación, eso le traerá más problemas, pero al menos tendrá una nación.» (1) Todos estos son conceptos que se discuten desde hace muchos años y que aún no tienen una respuesta definitiva.
Si a cada uno de los lectores le preguntaran ¿qué es la nación? de seguro formularían tesis bien elaboradas con criterios válidos, y eso es una riqueza, porque da muestras felices de ser un tema que nos impela en diversos momentos de nuestra vida. Lo que intentamos con este artículo es dar algunas pistas, para esa pregunta que a veces nos hacemos en nuestros barrios debate.
No es nada descabellado plantear la idea de que la nación es un grupo humano que comparte elementos comunes y se diferencia de otro; a sabiendas de que nos referimos a un concepto que se mantiene en constante evolución. Para la mayor parte de las personas, sociedad y nación son sinónimos.
Ahora no es lo mismo cuando hablamos del binomio estado- nación, que requiere para su consecución de la existencia de un territorio. Quizás uno de los etnólogos que mejor comprendió la diversidad de criterios para definir nuestra nación fue Fernando Ortiz, por eso habló de un «ajiaco» en el que se mezclan lo español, lo africano y otros ingredientes diversos. Aunque conozco varios amigos que les gusta mucho más el singularísimo de Virgilio Piñeira, y su acierto a la hora de hacernos comprender que también somos interpelados por «la maldita circunstancia del agua por todas partes, que aporta una relación muy especial con lo foráneo, incluso de temor, porque al no ser un país de grandes recursos, dependemos mucho de lo que llega de fuera.» (2)
En Cuba el concepto de patria se antecede al de nación, de ella se habla desde el siglo XVII, incluso dentro de las corrientes reformistas; no podemos soslayar que para ese contexto la nación estaba indisolublemente ligada a España y al pueblo sólo pertenecían aquellas personas con la capacidad de leer. Los demás, eran prescindibles habitantes de un territorio colonial. Para Carlos Manuel de Céspedes la nación era el estado- nación independiente, por lo que su consecución debía pasar con urgencia por un proceso libertario.
El historiador inglés Eric John Ernest Hobsbawm decía que sólo se puede entender el nacionalismo, si se comprende cómo se construye la nación desde abajo. En otros momentos de su obra desde una construcción sistémica del pensamiento de Ernest Gellner, logra establecer que uno de los principios claves de la nación es de que por sí sola, no crea nacionalismo.
Es oportuno mencionar que Cuba tiene un desfasaje histórico con respecto al ciclo independentista que se da en América Latina. Aunque podemos vislumbrar la construcción de una idea de nación a partir de grandes pensadores como el obispo Juan José Díaz de Espada, José da la Luz y Caballero o el presbítero Félix Varela; ellos sobre todo se acercan a esta concepción desde la idea de patria o patriotismo. Al hablar del tema nación no podemos omitir que la conciencia nacional de Cuba toma un sentir muy profundo con el triunfo de la Revolución.
En el año 1994 el gobierno convocó a una reunión que se llamó «La Nación y sus Emigrantes,» algo con lo que alguno de los asistentes como Emilio Cueto (3) no estuvieron de acuerdo y proponían cambiarlo a «La Nación con sus Emigrantes», ya que consideraron que ellos también formaban parte de nuestra sociedad; idea que cobra mayor vigencia en los tiempos actuales. Donde podemos hablar de una nación emigrada que pasa también por las familias o el destino de los que se van, a todos nos une un punto crucial, nuestra «Casa Cuba», como bien llamara Monseñor Carlos Manuel de Céspedes a este «chispazo de tierra y de mar». Esperamos no se convierta por la desazón pública actual en un mero elemento trillado, que sólo cobre popularidad cuando aparezca su bandera puesta en la cintura de Laura Pauisini; ya que también nosotros los nuevos criollos, tenemos el deber de reinventarnos nuestra Isla día tras día y defender sus símbolos de la vulgaridad.
La cultura nacional es el quehacer humano que se identifica con la nación. En Cuba estamos llenos de cosas que no son autóctonas, pero que también por adopción ya son parte de nuestra cultura nacional. Es importante no caer en clichés ni fanatismos, porque pocos nos imaginamos La Habana sin esos carros americanos que nuestro imaginario popular convirtió en almendrones. Durante la visita de Obama hubo una persona que hizo un comentario bien entusiasta, él decía: «¿cuál es el temor a que nos norteamericanicen, si nosotros cogimos el jazz, la pelota y los carros y se los devolvimos con la etiqueta made in Cuba?»(4) Lo importante es que asumamos lo foráneo sin desvalorizar lo autóctono, podemos ver miles de súper héroes con grandes poderes, pero lo que sería un crimen de lesa humanidad es engavetar a Elpidio Valdés.
La nación también es un proyecto económico sustentable y la manera en la que la diseñamos debe ir cambiando día a día en correspondencia con los desafíos contextuales. José Antonio Saco en una de sus polémicas con Gaspar Betancourt Cisneros, El Lugareño, le dijo que «la nación no es un sentimiento es un cálculo.» (5)
La nación tiene que tener elementos estables como el idioma. Jorge Mañach durante la Revolución del 30 habló de la necesidad de completar la conquista de la nación, en este caso él hacía alusión a la alta cultura, un espacio donde todavía no habían calado con profundidad los intereses nacionales.
Hoy vemos florecer en algunos sectores importantes de la población cierta apatía nacional, vinculada estrechamente con la desesperanza económica. El pedagogo e intelectual cubano Enrique José Varona, siempre que podía trataba de abogar por el rescate de aquello que nos representa sin ocultar sus orígenes. A veces parece sorprendernos cuando nos damos cuenta de que «nuestro himno nacional tomó inspiración de la Marsellesa y nuestra bandera fue diseñada por un venezolano y ondeó por primera vez en Estados Unidos, no en Cuba, el escudo incluye en su representación geográfica fragmentos de otros territorios y la flor nacional proviene de Asia» (6); es decir, que nuestros símbolos son parte también de un diálogo con distintos elementos del mundo y eso, no nos hace menos autóctonos.
El concepto de Revolución es algo novedoso que asume nuestra nación a partir del año 2000 como uno de los aportes de mayor raigambre nacional. Esto, partiendo de aquella idea que Fidel expresó en palabras a los intelectuales: «La Revolución sustituye a la nación entera.»(7) Hoy podemos corroborar que para no pocos cubanos al hablar de Revolución se habla de todo y eso puede coartar una historia nacional de mayores dimensiones. Esto se puede atestiguar fácilmente cuando seguimos la filatelia del país y constatamos que pueden variar otras cosas, pero siempre habrá un sello dedicado a ese inolvidable primero de enero.
Es oportuno recordar que cuando hablamos de Estado, sólo hacemos referencia a ese órgano que representa a la clase dominante que ocupa el poder. «En el mundo entero cuando se habla de la nación cubana, las personas asocian la Isla con las figuras de Martí, el Che o Fidel, cuya imagen no se puede usar»; (7) es ineludible apuntar que un pueblo nunca tiene pocos símbolos y siempre ofrece múltiples caminos para ser transitados, sólo resta que su gente puede soñar un poco más allá.
Hoy también existe una generación en Cuba que asocia nuestro nacionalismo con los inolvidables muñequitos rusos. Para cualquier sovietólogo, sería una utopía que un chofer montado en un Moscovich se pregunte por la representatividad de su vehículo, pero nosotros sí podemos analizar que dentro de ese artefacto va toda una época de nuestra historia, como también las hay en esas lavadoras y ventiladores soviéticos que aún siguen funcionando. No debemos dejar de reconocernos como una Isla, ni tampoco podemos minimizar la influencia del elemento ruso, americano y religioso presente en cada una de las etapas de nuestro país.
Para muchos cubanos el ideal nacional está muy permeado por la ideología y entonces cuesta trabajo intentar soñar una nación desde otras aristas diferente al sempiterno socialismo. Se hace urgente recuperar esos atributos espirituales que también deben formar parte de nuestra identidad, y combatir todas esas lacras históricas que nos acompañan en variopintos escenarios. Por ejemplo, Francisco de Arango y Parreño junto a José Antonio Saco estuvieron entre los ideólogos de la nación cubana, pero desde un pensamiento totalmente blanco; hoy continuamos luchando por erradicar ese tipo de mentalidad racista impregnada en el quehacer cotidiano.
Existe una relación religiosa entre los sujetos que se dicen de una nación y la nación misma. Cuando finalizó la «guerra de independencia» había pocos cubanos, pero ellos fueron capaces de mantener en vilo el espíritu de la nación, a pesar de recibir una gran influencia norteamericana. Nadie puede absolutizar y decir que en esos primeros años del siglo XX cubano, la cultura norteamericana se tragó nuestra cultura nacional. Un fenómeno que suele repetirse en diferentes momentos de nuestra historia. Por ejemplo, ahora mismo la juventud hace lo imposible por vestir con la marca Supreme; una buena pregunta sería conocer si nuestra cultura está preparada para absolver todos los productos que llegan en un mundo cada vez más globalizado.
Hay quienes afirman que andamos pisando la frontera de lo cubano y que una gran parte de nuestra nación se encuentra posicionada en el muro del malecón, preguntándose hacia dónde quiero ir. Aunque resulta oportuno sortear que los artífices de la Revolución recibían una mayor influencia de la cultura norteamericana que la juventud cubana actual, y eso no les impidió soñar y luchar por un proceso autóctono de libertad nacional.
A lo mejor en otra época de batallas ideológicas nos costaba mayor trabajo asimilarlo, pero ya va siendo tiempo de admitir que la nación es su gente en cualquiera de los espacios del mundo que ocupen; nuestra Isla dentro de poco pudiera estar en la misma circunstancia que Puerto Rico, con la mitad de su población fuera, y eso es un proceso demográfico que no está muy lejos de nosotros.
La construcción de una nación requiere de mitos, las revoluciones son eclosiones que generan símbolos y la clase que detenta el poder los asume de una forma o de otra, pero los mitos tampoco son inmunes al tiempo y cada generación merece hacer sus propias revoluciones. Aquí de seguro muchos antropófagos del estatismo pueden navegar en una tabla por el pensamiento de Cintio Vitier, quien decía que «siempre nos podemos escaparnos de lo que sucede en nuestra nación, al menos espiritualmente.» (9) Pero, espero si no es mucho pedir, que al menos durante algún momento del año, dediquemos un instante a pensar también cómo la soñamos.
Notas
(1) Nota tomada por el autor durante la charla ofrecida por Yoel Cordoví, vicepresidente del Instituto de Historia de Cuba, en el Centro Fresa y Chocolate en un debate sobre la Nación y su imaginario.
(2) Marrón Karina; La Nación y su imaginario. 150 años después; en http://www.temas.cult.cu/
(3) Emilio Cueto -nacido en la Habana en 1944- reside en Estados Unidos desde 1961, es considerado uno de los grandes culturalistas vivientes de nuestra Nación. Nota tomada por el autor de la exposición de la periodista Karen Brito, durante el panel: la nación y su imaginario, ofrecido en el Centro Fresa y Chocolate el jueves 27 de septiembre.
(4) Ibídem (1)
(5) Ibídem (2)
(6) Palabras de Raúl Valdés (Raupa), diseñador, durante un debate sobre la nación en el Centro Fresa y Chocolate, nota del autor.
(7) Palabras a los intelectuales; www.uneac.org.cu/noticias/
(8) Nota tomada por el autor de la exposición de Emilio Cueto intelectual católico cubano, durante el panel: la nación y su imaginario, ofrecido en el Centro Fresa y Chocolate el jueves 27 de septiembre.
Bibliografía
Cuevas Torres Eduardo; Espada y escudo de la nación cubana; http://www.lajiribilla.cu/
En la alborada de la nación cubana; http://www.josemarti.cu/en-la-
Marrón Karina; La Nación y su imaginario. 150 años después; en http://www.temas.cult.cu/
Palabras a los intelectuales; www.uneac.org.cu/noticias/
Fuente: http://www.desdetutrinchera.
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