Diferentes estudios sobre migraciones internacionales realizados recientemente, han concluido que la crisis climática ha sido un factor más importante para los procesos migratorios que los factores económicos y políticos existentes. Es decir, que catástrofes socioambientales como sequías, tornados, grandes precipitaciones, terremotos, tsunamis, incendios, tuvieron un mayor peso que factores como crisis económicas y persecuciones ideológicas, […]
Diferentes estudios sobre migraciones internacionales realizados recientemente, han concluido que la crisis climática ha sido un factor más importante para los procesos migratorios que los factores económicos y políticos existentes. Es decir, que catástrofes socioambientales como sequías, tornados, grandes precipitaciones, terremotos, tsunamis, incendios, tuvieron un mayor peso que factores como crisis económicas y persecuciones ideológicas, lo que muestra un nuevo escenario de calentamiento global de enormes consecuencias para la sobrevivencia de los seres humanos en la Tierra.
De ahí que nociones como migrantes climáticos, desplazados climáticos, refugiados climáticos, entre otras, son cada vez más usadas por diferentes medios, lo que nos debiera hacer reflexionar desde que lugar estamos entendiendo la idea de migración, la cual si bien ha sido estudiada históricamente por diversas disciplinas y enfoques (sociológicos, económicos, demográficos), buena parte de ellas siguen estando amarradas a miradas eurocéntricas y antropocéntricas, que imposibilitan una concepción del mundo integrada entre humanos y no humanos, así como de ontologías relacionales que dejen atrás la dicotomía cultura-naturaleza.
No es casualidad por tanto que los estudios sobre migraciones internacionales vean al clima como algo por fuera de lo social, desde una ontología naturalista que se reproduce en el mundo académico. Además de entender nociones como territorio y comunidad, como meros espacios e instancias de interacción y organización entre seres humanos. En consecuencia, lo que hacen finalmente es reforzar epistemologías que no van más allá de los derechos humanos, los cuales si bien son fundamentales, claramente no son suficientes para el escenario socioambiental actual.
Ante esto, que se hace interesante repensar los procesos migratorios actuales, desde epistemologías nómadas, que pueda hacerse cargo de un momento histórico, en donde los desplazamientos de los seres humanos son cada vez más causados por la crisis civilizatoria actual, la cual de continuar con el sistema de vida imperial actual, centrado en el consumo ilimitado de mercancías, se proyecta que para el 2050 habrán 1000 millones de migrantes socioclimáticos en todo el planeta. Esto sumado al desarrollo de la manipulación del clima, a través de la geoingeniería, la cual se ha convertido en una nueva forma de seguir colonizando los ecosistemas, al manipular sus ciclos, sin importarle las consecuencias catastróficas que puede tener aquello para todas y todos.
No obstante, antes de plantear un giro ontológico para entender la migración, habría que preguntarse desde que cuando y como los seres humanos se han ido desplazando de manera masiva, así como cuales han sido las consecuencias y el impacto en los territorios de aquellos procesos. Solo de esa manera podremos ver la migración como un proceso conectado con los territorios, desantropologizanado de esa forma las miradas de muchos investigadores de las ciencias sociales que ven a lo medioambiental como una mera dimensión y al clima como un ámbito de estudios y de intervención de las llamadas ciencias naturales.
Para responder aquello, habría que señalar que los procesos migratorios a lo largo de la historia de los seres humanos han sido una constante a lo largo de los milenios y son parte constitutiva de su evolución con el tiempo. Se calcula arqueológicamente que desde hace 65.000 mil años atrás, proviniendo de la actual África, fue el momento cuando los seres humanos comenzaron a desplazarse masivamente de manera de habitar el planeta por completo. De ahí que pude ser visto como el comienzo de un proceso clave en términos relacionales de la especie humana, ya que es cuando el Homo Sapiens comienza a vincularse con diversos territorios y ecosistemas para su reproducción durante el final del periodo paleolítico y/o holoceno.
Sin embargo, no sería hasta el periodo neolítico, desde hace 10.000 años atrás, que los seres humanos a través de la agricultura y la ganadería, sentaría las bases de las grandes civilizaciones de lo que hoy conocemos como Antropoceno. En otras palabras, es cuando los seres humanos dejan de ser nómadas (cazadores-recolectores) y pasan a asentarse y controlar los territorios por medio de la construcción de diferentes estructuras de poder (religioso, estatal, monárquico), las cuales se han sostenido por siglos.
Además de ser un momento histórico que generaría las condiciones para construir diferentes dominios de poder de ciertos grupos humanos sobre los territorios, a través de jerarquías dadas por el antropocentrismo, etnocentrismo, especismo, sexismo, adultocentrismo, capitalismo, racismo, las cuales servirían para justificar la discriminación, la persecución y hasta el exterminio del otro u otra (genocidio-ecocidio), a partir de estructuras patriarcales, coloniales y de clase, las cuales no serían más que formas de relacionarnos centradas en el miedo, la desconfianza y el control.
Con el paso de los siglos, estas jerarquizas se iría profundizando, a través de un uso de los territorios cada vez más instrumental y despegado a este, llegando a su punto más alto con la conquista de Abya Yala en 1492, y que sería el comienzo de una acumulación de riqueza natural nunca antes vista, a través de la construcción de un sistema mundo moderno capitalista extractivista, que dejó a la civilización occidental como la destinada a llevar la salvación, el progreso y el desarrollo a todos los habitantes del planeta, sin importar en los más mínimo otras formas de concebir el tiempo y el espacio de otros pueblos, generando así desplazamientos forzados de muchas poblaciones para tener que sobrevivir.
Asimismo, la construcción de una civilización industrial desde occidente y los procesos de urbanización, se han presentado desde las distintas derechas como izquierdas en el mundo, como los únicos modelos a seguir para todo el planeta, descuidando completamente los impactos en los ecosistemas que se hacen explícitos hoy en día con el Antropoceno (huella de carbono, huella hídrica), expropiando de esa forma los ciclos de la vida con tal de seguir profundizando la idea del tren del progreso. La dicotomía campo-ciudad por tanto no es más que una forma colonial de entender el mundo, la cual que busca despoblar de vida humana y no humana en las zonas rurales, con tal de seguir explotándola sin límites.
De ahí que la migración no deba ser vista antropocéntricamente y tenga que hacer un giro ecoterritorial que permita no solo resistir al extractivismo imperante, sino conectar experiencias de vida sustentables y relacionales. Los seres humanos no estamos solos y nunca lo hemos estado históricamente, por lo que los desplazamientos son siempre en los territorios y no por fuera de ellos, más allá que los estudios sobre migraciones internacionales continúen poniendo a lo político y económico como dimensiones separadas de lo mal llamado medioambiental. Además de ver al migrante como meros objetos de estudios o receptores de intervenciones.
Por tanto, la idea de epistemologías nómadas puede ser vista como una forma de ver y convivir con el mundo de manera situada e interconectada a través de los territorios, y no desde los mercados, como la globalización neoliberal ha impuesto por 40 años, en donde sus efectos en el planeta están a la vista, así como también la aparición de un nuevo discurso negacionista proveniente de la ultra derecha mundial, ciega a las catástrofes socioambientales actuales y explícitamente xenófoba con ciertos grupos inferiorizados históricamente por el poder occidental (negros, árabes, indígenas, latinos, chinos)
Por último, impulsar epistemologías nómadas, nos sirve para recalcar que todos finalmente somos migrantes, por lo que más que apelar por un cosmopolitismo derecha liberal individuocéntrico o una izquierda progresista internacionalista estadocéntrica, ambas desterritorizalizadas finalmente, lo que hay que hacer es rescatar y conectar variadas experiencias de lucha por de parte de distintas organizaciones que están construyendo mundos distintos (ecofeministas, agroecológicos, interculturales, queer, decoloniales, anticoloniales, comunitarios, antipsiquiátricos) los cuales más que una opción son una necesidad en el mundo actual y del futuro próximo que se asoma no muy alentador si seguimos haciendo más de lo mismo.
Sociólogo / Editor Observatorio Plurinacional de Aguas
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