Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Es verdad que el reciente llamamiento del presidente estadounidense Barack Obama a abordar las causas profundas de la violencia, incluyendo las del denominado «Estado Islámico» (EI) y al-Qaida, fue un paso en la buena dirección, pero todavía está muy lejos de asumir responsabilidad alguna en el caos que aflige al Oriente Medio desde la invasión estadounidense de Iraq en 2003.
«La relación es innegable», dijo Obama en el discurso ante el Departamento de Estado del 19 de febrero: «Cuando la gente está oprimida y se le niegan los derechos humanos -especialmente en función de líneas sectarias o étnicas-, cuando se silencia la discrepancia y se alimenta el extremismo violento, se crea un entorno propicio para que los terroristas lo exploten».
Desde luego, tiene razón. En cada una de sus palabras. Sin embargo, el mensaje subyacente está también claro: es culpa de los otros, no es culpa nuestra. Pero eso no es así, y Obama, que en otro tiempo fue muy crítico con la guerra de su predecesor, lo sabe bien.
Sarah Leah Whitson, en un artículo publicado en MSNBC.com, fue más allá. En «Why the fight against ISIS is failing?» [¿Por qué está fracasando la lucha contra el EIIL?], Whitson criticaba la alianza contra el EI por centrar su estrategia en la derrota militar del grupo, sin pensar siquiera en reparar los agravios sufridos por los oprimidos sunníes iraquíes, quienes el pasado año recibieron a los combatientes del EI como «liberadores».
«Pero no olvidemos cómo Iraq llegó a ese punto», escribió, «con la guerra impulsada por EEUU que desplazó a un dictador pero que se convirtió en una ocupación abusiva y una destructiva guerra civil que dejaron más de un millón de muertos».
Casi ha dado en el clavo. Whitson consideraba el hecho de «desplazar a un dictador» como un plus de la guerra de EEUU, como si toda la aventura militar no tuviera nada que ver con derrotar a la dictadura. En realidad, «la abusiva ocupación y destructiva guerra civil» constituyeron una parte importante de la estrategia estadounidense de divide y vencerás. Muchos escriben sobre esto en la medida en que el mismo argumento en realidad es la historia.
Sin embargo, por lo menos, ambos argumentos son un punto significativo de partida desde el pseudointelectualismo que ha ocupado la mayor parte del pensamiento sobre el terrorismo y la violencia en los medios dominantes. No sólo la sabiduría convencional de los medios estadounidenses culpa a las proezas sangrientas del EI en la propia región como si el intervencionismo estadounidense y occidental no fueran, de algún modo, factores a tener en cuenta (en realidad, para ellos la intervención de EEUU es una fuerza del bien, rara vez egoísta y explotadora), sino algo aún peor, no importa cómo desentrañen el argumento, el Islam acaba siendo de alguna forma la raíz de todo mal; un punto de vista reduccionista, absurdo e irresponsable, cuando menos.
También es peligroso, ya que infiere el tipo de conclusiones que apuntan constantemente en dirección a una política exterior autodestructiva del tipo que, para empezar, ha incendiado Oriente Medio.
Pero esa no es su diatriba diaria. La constante inyección de todo tipo de argumentos estrafalarios, como el que aparece en el reciente artículo de Graeme Wood en The Atlantic, tiene como objetivo crear distracciones, culpando a la religión y a sus fanáticos por su visión «apocalíptica» del mundo. Los argumentos de Woods, diseñados para constituir un examen académico metódico e imparcial de las raíces del EI responden, en el mejor de los casos, a una mala interpretación y, en el peor, a toda una serie de falsedades.
«Que el Estado Islámico considere el inminente cumplimiento de la profecía como al menos materia de dogma nos habla del temple de nuestro oponente. Está preparado para jalear su casi autodestrucción y seguir confiando, aunque esté rodeado, de que recibirá el socorro divino si se mantiene fiel al modelo profético», concluía Wood con el tipo de positivismo liberal que resulta tan irritante como el celo religioso.
Mohamed Ghilan, un erudito de la ley islámica, diseccionó el argumento de Wood con integridad basándose en un conocimiento real y auténtico tanto del Islam como de la región de Oriente Medio. «El análisis de lo que el EI es y de lo que quiere, considerando al Islam como fuente causal de su comportamiento, no sólo es erróneo sino también perjudicial», escribió.
«Así se oscurecen las causas fundamentales por las que tenemos un EI, una al-Qaida, un Ansar Bayt al-Madis y cualquiera de los otros grupos que han surgido y siguen surgiendo. Crea mayor confusión y contribuye a un creciente sentimiento islamófobo en Occidente. Y cuando encima se le da la apariencia de rigor académico, consigue todo esto de forma bastante perniciosa».
En efecto, persiste la enfermedad milenaria de escribir de forma deficiente sobre la compleja e intrincada realidad del Oriente Medio, incluso 25 años después de la absoluta implicación militar estadounidense en la región.
Desde la primera guerra de Iraq (1990-91) hasta ahora, los intelectuales y periodistas de los medios dominantes de EEUU se niegan a aceptar la más patente de las verdades respecto a las raíces de la crisis actual: que una intervención militar no es una virtud, que la guerra engendra caos y violencia; que las invasiones militares no son ningún presagio de democracia estable, sino que favorecen políticas desesperadamente violentas que sólo buscan vencer sin importar el coste.
Sin embargo, esa misma admisión provino del ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, quien, en virtud de su anterior puesto debería haber sido capaz de evaluar la relación entre la guerra de EEUU contra Iraq y las actuales turbulencias. Aunque culpó con razón a las potencias regionales de exacerbar el conflicto, asignó la culpa a quien realmente le pertenece: la guerra y la invasión de Iraq y la forma en la que ocupación fue manejada a continuación. «Estaba en contra de esa invasión y mis temores estaban bien fundados. El desmantelamiento del ejército iraquí lanzó a la calle a cientos cuando no miles de disgustados soldados y agentes de policía», dijo.
Esa fue, en efecto, la columna vertebral de la inicial resistencia interna en Iraq, que obligó a EEUU a cambiar de estrategia encendiendo el polvorín del sectarismo. La esperanza entonces se cifró en que los «disgustados soldados» de la resistencia iraquí se consumirían en el infierno de una guerra civil que implicó a la resistencia de base sunní contra las milicias de base chií, quienes a su vez trabajaban para o estaban aliadas con EEUU y el gobierno chií impuesto por EEUU en Bagdad.
«El intento de crear una democracia sin las instituciones existentes dio lugar a gobiernos sectarios corruptos», dijo Annan. Que para Annan la guerra y la invasión primero, seguidas por la mala gestión sectaria de Iraq también por parte de los estadounidenses, supone una admisión de hechos de la que raramente se hacen eco las autoridades y medios estadounidenses como se demuestra por la obstinadamente deficiente cobertura de los medios.
Por un lado, es extraño que trate de ignorar las fallas existentes en las sociedades de Oriente Medio respecto al permanente sectarismo, fundamentalismo en gestación, conflictos no resueltos y desde luego, el monstruo del autoritarismo y la corrupción. Nada de esto debería ignorarse, si pensamos que todavía es posible un futuro en paz. Por otra parte, el argumento que busca desesperadamente toda posible excusa -desde culpar al Islam y a sus creyentes de algún extraño Apocalipsis a todo lo demás excepto a EEUU y sus aliados- es un pobre intento de escapar de una moral pesada pero también de una política responsable.
El peligro de ese argumento yace en el hecho de que a sus promotores no les importa ver otra guerra más del estilo de la que asoló Oriente Medio hace una década, la que trajo a al-Qaida a la región y orquestó la aparición del EI y el baño de sangre que la siguió.
Ramzy Baroud –ramzybaroud.net– es doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor-jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de los medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, Londres).