Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Parece como si los dirigentes del denominado «Estado Islámico» (EI) estuvieran recibiendo consejos de los principales islamófobos del mundo a fin de demonizar a los musulmanes y estuvieran tratando de vivir cumpliendo las expectativas de organizaciones dedicadas a propagar el odio como la American Freedom Defense Initiative de Pamela Geller, cuyos últimos actos propagandísticos por todo San Francisco comparaban a los musulmanes con los nazis.
Sin embargo, no importa cómo intente uno abordar la aparición del denominado Estado Islámico (EI) en Iraq y Siria, buscando desesperadamente un contexto político o de otro tipo que valide el movimiento como circunstancia histórica explicable, no hay quien pueda encontrar sentido a las cosas.
La conexión occidental
No sólo el EI es, hasta cierto grado, un movimiento ajeno al contexto político más amplio del Oriente Medio, también parece ser un fenómeno parcialmente occidental, un retoño abominable resultado de las aventuras neocoloniales de Occidente en la región, junto con la alienación y demonización de las comunidades musulmanas en las sociedades occidentales.
Por «fenómeno occidental» no estoy tratando de sugerir que el EI es en gran medida una creación de la inteligencia occidental, como muchas teorías de la conspiración han defendido persistentemente. Desde luego que está justificado que uno plantee preguntas acerca de la financiación, el armamento, el comercio del petróleo en el mercado negro y la facilidad con la que muchos miles de combatientes árabes y occidentales han conseguido llegar hasta Siria e Iraq en estos últimos años. Los crímenes perpetrados por el régimen de Asad, su ejército y los aliados durante la larga guerra civil siria, que ya dura cuatro años, junto al insaciable apetito de orquestar un cambio de régimen en Damasco como prioridad suprema, han estado nutriendo, cuando no alentando, las fuerzas anti-Asad de justificados aspirantes a «yihadistas».
Fue bastante revelador el reciente anuncio del ministro de asuntos exteriores turco, Meylut Cavusoglu, del arresto de un espía «que trabajaba para el servicio de inteligencia de un país integrante de la coalición contra el EI» -parece ser que Canadá-, por haber supuestamente ayudado a tres muchachas británicas a unirse al EI. La acusación alimenta un creciente discurso que sitúa al EI dentro del discurso occidental y no del Oriente Medio.
Sin embargo, no es la conspiración per se lo que encuentro intrigante, incluso desconcertante, sino el diálogo en curso, si bien indirecto, entre el EI y Occidente con la participación de supuestos «yihadistas» franceses, británicos y australianos, sus simpatizantes y seguidores por un lado, y varios gobiernos occidentales, sus servicios de inteligencia, los medios de comunicación de la derecha, etc., por el otro.
Gran parte del discurso -en otro tiempo situado dentro de una narrativa consumida por la «Primavera Árabe», las divisiones sectarias y las contrarrevoluciones- se ha trasladado ahora a otra esfera que parece tener poca trascendencia para el Oriente Medio. Con independencia de dónde uno se sitúe sobre cómo Mohammad Emwazi se transformó en el «yihadista John», el debate, curiosamente, no tiene mucho en cuenta su contexto geopolítico. En ese ejemplo concreto, se trata de un problema esencialmente británico que tiene que ver con la alienación, el racismo, la marginación cultural y económica, al igual que los atacantes de Charlie Hebdo «que nacieron, crecieron y se radicalizaron» en Francia, es ante todo un problema francés que tiene que ver con las mismas diferencias socioeconómicas fundamentales.
Las otras «raíces del EI»
El análisis convencional sobre la aparición del EI ya no es suficiente. Rastrear el movimiento hasta octubre de 2006 cuando se estableció el Estado Islámico de Iraq al unirse varios grupos, entre ellos al-Qaida, sugiere simplemente un punto de partida en la discusión y vemos que sus raíces llegan hasta el desmantelamiento del Estado y ejército iraquíes por la Autoridad de la Ocupación Militar de EEUU. Sólo la idea de que la República Árabe de Iraq estuvo dirigida desde el 11 de mayo de 2003 hasta el 28 de junio de 2004 por Lewis Paul Bremer III, es suficiente para delinear una ruptura irremediable en la identidad del país. Bremer y los altos mandos del ejército estadounidense manipularon las vulnerabilidades sectarias de Iraq, y esto unido al inmenso vacío que se produjo en la seguridad motivado al mandar a casa a todo un ejército, marcaron el comienzo de la aparición de numerosos grupos, algunos movimientos de resistencia autóctonos y otras entidades extrañas que buscaron en Iraq un refugio o un grito de guerra.
También desaparecida, de forma conveniente, del comienzo del contexto del «yihadismo» está la asombrosa brutalidad de los gobiernos de dominio chií y de sus milicias por todo Iraq, con total apoyo de EEUU e Irán. Si la guerra de EEUU (1990-91), el bloqueo (1991-2003), la invasión (2003) y la posterior ocupación de Iraq no fueran ya suficientes para radicalizar a toda una generación, entonces, la brutalidad, marginación y constantes ataques contra los sunníes iraquíes en los años posteriores a la invasión de Iraq completaron sin duda el trabajo.
La narrativa de los medios convencionales sobre el EI se centra sobre todo en la politiquería, la división y unidad que se da entre diversos grupos, pero ignora ante todo las razones subyacentes en la existencia de esos grupos.
La expansión del EI en Siria
La guerra civil siria fue otra oportunidad de expansión buscada con éxito por el Estado Islamico de Iraq (EII), cuya capital hasta entonces era Baquba, en Iraq. El EII estaba dirigido por Abu Bakr al-Baghdadi, un actor clave en el establecimiento del Yabhat al-Nusra (Frente al-Nusra). La tan citada ruptura entre al-Bahdadi y el líder de al-Nusra, Mohammed al-Golani, suele referirse como la fase final del brutal ascenso del EI al poder, convirtiéndose entonces en el Estado Islámico para Iraq y Siria (EIIS), antes de recurrir finalmente a la actual designación de simplemente «Estado Islámico» o EI.
Tras la división, «algunas estimaciones sugieren que alrededor del 65% de los elementos de Yabhat al-Nusra declararon rápidamente su lealtad hacia el EIIS. La mayoría de ellos eran yihadistas no sirios», informaba al-Safir, del Líbano.
Dejando a un lado la politiquería de los militantes, unos hechos tan masivamente destructivos y altamente organizados no surgen en el vacío y no operan con independencia de las muchas plataformas existentes que ayudan a que se generen, se armen y se mantengan. Por ejemplo, sobre al acceso del EI a las refinerías de petróleo, no conocemos nada de cómo pudo llegar a controlar esas riquezas. Para obtener fondos de las formas económicas existentes, el EI necesitó acceder a un complejo aparato económico que implicaba a otros países, mercados regionales e internacionales. Es decir, el EI existe porque hay quien está invirtiendo en esa existencia, y la tan publicitada coalición anti-EI ha hecho evidentemente muy poco para enfrentar esa realidad.
Arrogancia intelectual y debate musulmán occidental
Es especialmente interesante lo rápidamente que cambia el punto focal del debate, desde todo lo relacionado con Siria e Iraq hasta llegar a la discusión que en Occidente se ha centrado en los yihadistas de origen occidental que parecen haberse retirado de la región de Oriente Medio y de sus conflictos y prioridades políticas.
En una carta firmada por más de cien eruditos musulmanes que se publicó el pasado septiembre, teólogos y clérigos de todo el mundo musulmán repudiaban con toda justicia al EI y a sus sangrientas ambiciones por antiislámicos. En efecto, las tácticas de guerra del EI son el reverso de las normas de la guerra en el Islam, pero han sido una bendición para quienes han hecho carreras triunfantes a costa de vituperar al Islam y defender políticas exteriores que predican un temor irracional hacia los musulmanes. Pero especialmente interesante fue el énfasis que ponía la carta, en su versión árabe, en la falta de dominio de la lengua árabe por parte del EI, eficiencia que es un requisito indispensable para elaborar normas legales islámicas y fatwas.
«¿Quién os dio autoridad sobre la ummah [comunidad musulmana]?», preguntaba la carta. «Un grupo de unos pocos miles se nombran a sí mismos gobernantes de más de un billón y medio de musulmanes. Esta actitud se basa en una lógica circular corrupta que dice: ‘Sólo nosotros somos musulmanes y decidimos quién es el califa, hemos elegido a uno y por tanto quien no acepte a nuestro califa no es musulmán'».
La carta se enfrenta a la arrogancia intelectual del EI, que se basa sobre todo en un conocimiento erróneo del Islam que rara vez se ha engendrado en la región misma. Pero esa arrogancia intelectual que ha llevado a los asesinos de tanta gente inocente y autores de otros delitos abominables como la legalización de la esclavitud -para satisfacción de los numerosos islamófobos que pululan por el paisaje intelectual occidental-, se sitúa en gran medida en un contexto político y cultural diferente no perteneciente al Oriente Medio.
El debate alrededor del Islam empezó a hacer furor tras los ataques del 11-S, en parte porque de esos ataques se culpó a los musulmanes, permitiendo así que los políticos desviaran la atención de otros problemas y redujeran las discusiones al centrarlas en una determinada religión y en un pretendido «choque de civilizaciones». A pesar de las seguridades ofrecidas por los dirigentes occidentales de que las guerras encabezadas por EEUU en los países musulmanes no iban contra el Islam, el Islam sigue siendo el punto crucial del discurso intelectual colindante con la «cruzada» militar declarada por George W. Bush, empezando por la primera bomba arrojada sobre Afganistán en 2001.
Ese discurso está demasiado implicado como para que se mencione tan sólo de pasada porque es un elemento esencial en la historia del EI, que implica varias escuelas de pensamiento, incluida una modalidad de «liberales» musulmanes, utilizada convenientemente para yuxtaponerla con el grupo de «extremistas». Sin embargo, entre los apologistas y los denominados yihadistas, el auténtico debate sobre el Islam auspiciado por eruditos musulmanes no cooptados sigue desaparecido.
Ese vacío intelectual es más peligroso de lo que pueda parecer. No hay duda de que mientras la batalla sigue librándose en la región del Oriente Medio, el mismo discurso está siendo cada vez más manipulado y convirtiéndose en el discurso de Occidente. Por esto es por lo que el EI está expresándose en inglés, porque todo su lenguaje está lleno de auténticos acentos, métodos y mensajes occidentales, e incluso los monos naranja de los rehenes tienen que ver con otro contexto sociopolítico y cultural.
Es extraño, aunque revelador, cómo una discusión que se inició con las revueltas a favor de la libertad y la igualdad en los países árabes se haya quedado reducida a lo referido al resurgimiento islámico: musulmanes occidentales liberales versus extremistas, yihadistas como John y «espías» occidentales reclutando jóvenes musulmanes occidentales para escapar de la marginación en sus propias comunidades. Sin embargo, en vez de servir como llamada de atención y necesidad urgente de introspección para Occidente, lo que hay es una terca insistencia en utilizar el EI como trampolín para un mayor intervencionismo en Oriente Medio, alimentando así el ciclo de la violencia sin querer ver ni enfrentar sus raíces.
Ramzy Baroud – ramzybaroud.net – es doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor-jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de los medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, Londres).
Fuente: http://ramzybaroud.net/islamic-state-as-a-western-phenomenon-reimagining-the-is-debate/