¿Qué podemos decir, desde la agroecologia -política-, de este país, nuestro país, en proceso de re-invención? Que ni los gobernantes ni la Unión Europea han decidido tomar parte a favor de la agroecología salvo para integrar ese discurso en la lógica de mercados verdes, economías circulares o economías más eficientes. Tampoco hay mucha alegría con […]
¿Qué podemos decir, desde la agroecologia -política-, de este país, nuestro país, en proceso de re-invención? Que ni los gobernantes ni la Unión Europea han decidido tomar parte a favor de la agroecología salvo para integrar ese discurso en la lógica de mercados verdes, economías circulares o economías más eficientes. Tampoco hay mucha alegría con los programas de nuevas proclamas políticas -caso de Podemos-. Otra cosa parecen los programas, aún por aterrizar, de las candidaturas municipalistas. En ellas se puede observar cómo se recogen recomendaciones emanadas de diferentes redes que apuestan por la soberanía alimentaria y la agroecología en este país.
La respuesta desde una agroecología -política- es, por estos lares, pequeña pero emergente. De ahí en parte la escasez de debates sobre políticas públicas, aunque todo se andará. No están los tiempos para pensar que las estrategias de re-localización no van a ser un aldabonazo necesario en nuestras vidas. Se avecinan escenarios de empeoramiento de las crisis y de sus dramas humanos, ligados al capitalismo especulativo y a deudocracia, al no reconocimiento de los límites ambientales, a la desafección frente a los desmanes autoritarios de ‘nuestros’ caciques frente a la relocalización de procesos -ventas y privatizaciones favorables a las transnacionales energéticas y alimentarias, Ley Montoro, apoyo a la gran superficie de producción y distribución-, etc. En estos tiempos, sin embargo, dicha agroecología -necesariamente política- se expresa a través de multitud de iniciativas. Ahí está, como más reciente, la explosión de grupos de consumo locales que, tamizados por la cultura democratizadora del 15M, habrían pasado de unos miles a llegar a 80.000 participantes que se mueven semanal o quincenalmente por favorecer, alimentaria y políticamente, el despegue de una agroecología en sus platos y en sus territorios. Diversas localidades y comarcas, presionados por productores locales, están abriendo eco-mercados -ferias o mercados puntuales- o mercados sociales -que se adentran en terrenos de otros servicios-. La agricultura urbana es un hecho y un factor de concienciación clave para repensar nuestra alimentación y nuestros territorios4. La desafección alimentaria, el desapego institucional y rebelde en torno a cómo comemos y qué papel están jugando los Estados, está latente: importantes sectores, a veces mayoritarios en función del tema y la pregunta, manifiestan que las instituciones públicas no están garantizando la llegada de alimentos saludables, con sabores variados. Valga como ejemplo, una encuesta del CIS que, al poco de acontecer la crisis llamada «de las vacas locas», mostraba que 4 de cada 5 personas pensaban que aquello se volvería a repetir. Y la legitimidad es la base del poder, junto con la sanción y la construcción de un software/hardware propicios, como ocurre con el actual régimen agroalimentario globalizado.
Otra cosa es que un municipalismo democrático y transformador puede ayudar a cerrar circuitos desde abajo. Es decir, impulsar formas institucionales descentralizadoras del poder y relocalizadoras en lo que se refiere a los manejos de bienes comunes como la diversidad, el agua, los paisajes, etc. Aplicando el principio de co-rresponsabilidad social desde abajo, que abraza y avanza hacia procesos de democratización radical -autogestión, autogobiernos de territorios-, en cooperación -ahora sí- con formas de democracia participativa -co-gestoras-. Y en ese camino, habrían de encontrarse articulaciones y resonancias en otras luchas, en otras economías que hablan también lenguajes de lo común, de lo sustentable, de lo solidario, desde territorios entrelazados, pero nunca sometidos a lógicas de homogeneización o depredación: soberanías en la salud, soberanías en el uso y acceso a tecnologías -digitales-, derecho a la ciudad y al ‘transporte libre’, soberanías de comunidades originarias sobre sus territorios, democratización de la economía, remunicipalización de servicios, etc.
En cualquier caso, la agroecología -política- seguirá siendo un campo de disputas existenciales, comunitarias y sociales a la búsqueda de sociedades que puedan preguntarse y decidir cómo alimentarse y cómo adaptarse a una transición inaplazable. Quienes incorporamos el apellido «político» a la agroecología lo hacemos para no olvidar los conflictos sociales que ocasiona el sistema agroalimentario y evitar circunscribir la transición agroecológica a la realización de programas institucionales públicos. Las instituciones básicas para una soberanía alimentaria vienen, han venido y vendrán de redes sociales y comunitarias que se deletrean, en mayúscula, a través de tres C: Cooperación desde abajo -democratización- y Cuidados frente a nuestras vulnerabilidades -ecosistemas, necesidades humanas- y desde Circuitos cortos alimentarios y energéticos -relocalización-. Para saber si una propuesta o una política concreta se adhiere a una transición realmente agroecológica -democratizadora del sistema agroalimentario- tendríamos que preguntarnos en qué medida acogen esas 3 C como origen y destino de su acción. Sólo así podremos hacer realidad la máxima de que la comida sea nuestra medicina, por un lado; y por otro, que la agroecología -política- realmente ponga las bases para un cambio global de las injustas e insustentables estructuras de poder.
Ángel Calle Collado. Integrante del ISEC, Universidad de Córdoba.