El 26 de febrero están previstos los comicios para elegir a los 290 diputados de la Asamblea Consultiva de Irán (Parlamento). El 11 de febrero la República Islámica celebró el 37 aniversario de la «Revolución». ¿Cómo interpretar lo ocurrido hace más de tres décadas en la potencia persa? «Se le llamó Revolución Islámica pero ninguna […]
El 26 de febrero están previstos los comicios para elegir a los 290 diputados de la Asamblea Consultiva de Irán (Parlamento). El 11 de febrero la República Islámica celebró el 37 aniversario de la «Revolución». ¿Cómo interpretar lo ocurrido hace más de tres décadas en la potencia persa? «Se le llamó Revolución Islámica pero ninguna revolución en el mundo ha sido religiosa…Ni lo será», afirma la politóloga iraní Nazanin Armanian (Shiraz, Irán, 1961) en el Seminari de Formació Política organizado por el Frente Cívico de Valencia y el sindicato Acontracorrent. «Fuimos los 35 millones de habitantes que tenía Irán quienes derrocamos al Sha, pusimos fin a un imperio, a una monarquía de 2.500 años». Además, las fuerzas de izquierda tuvieron un papel relevante en la defenestración de Mohammad Reza Pahlevi en 1979. Pero aquellos hechos no cobran sentido arrumbados en un cajón, como pieza de arqueología, sino que permiten aproximarse a lo que años después ha ocurrido en Iraq, Libia, Siria, Afganistán, Yemen o Mali, lo que Estados Unidos llama el «Gran Oriente Medio», que incluye el norte de África.
La profesora de Relaciones Internacionales en la UNED, investigadora en cuestiones del mundo islámico, geopolítica de Oriente Medio y el Norte de África, así como derechos de las mujeres sostiene que existe un plan general para cambiar las fronteras, no sólo los «regímenes» de la región. Esta es la consecuencia directa del derrumbe de la URSS y de lo que Nazanin Armanian considera «la cuarta reconfiguración del mapa político del mundo». El proceso no ha hecho sino empezar, y la llamada «revolución» iraní de 1979 forma parte de esta secuencia histórica. Para la comprensión cabal de los procesos históricos es importante primero aclarar la mirada. Cuando la escritora y politóloga llegó a España en 1983 se sorprendió de que la izquierda española, europea y latinoamericana fueran «tan maniqueas». Pareciera que cuando Estados Unidos interviene en un país, las fuerzas opositoras pasan a convertirse en progresistas, «y no es así». Incluso «hubo un grupo importante de la izquierda española que apoyó a los talibanes por ser, supuestamente, una fuerza antiimperialista», se lamenta la autora, con Martha Zein, de «Irán. La revolución constante» e «Irak, Afganistán e Irán: 40 respuestas al conflicto en Oriente Próximo». «Llegaron a recurrir a una frase de Lenin, que manipularon, para justificar a una fuerza de extrema derecha religiosa». Se decía que la izquierda tenía que buscar aliados para debilitar al imperialismo…
Con este enfoque, una parte de la izquierda continúa apoyando a la República Islámica de Irán, «pero ni siquiera a la facción de Hasán Rouhaní, el actual presidente, sino al ala más dura de Ahmadineyad, incluidas las fotografías de éste con Hugo Chávez». «¿Cómo es esto posible». La coautora de «El islam sin velo» y «Los kurdos. Kurdistán: el país inexistente» defiende que la izquierda ha de utilizar la dialéctica, la interrelación entre los fenómenos y no el maniqueísmo. ¿Qué relación tiene toda esta reflexión sobre los esquematismos y las simplificaciones con la «revolución» iraní de 1979? «Ésta fue espontánea, no manipulada por Estados Unidos, ahora bien, sí fue canalizada y terminada por esta potencia y sus aliados». Ocurrió lo mismo en Egipto, subraya la politóloga, cuando una revolución espontánea terminó con Mubarak en 2011 y Obama tuvo que cambiar tres veces su posición en 18 días. «Ellos no esperaban el movimiento del pueblo; pero una vez advierten lo que está ocurriendo, tienen tantos medios y la izquierda se halla tan dividida que, lamentablemente, pueden canalizar y abortar las revoluciones». Considera la analista y columnista del diario Público que esto es lo que ha ocurrido con las «primaveras árabes»: «No todas son manipulaciones de Estados Unidos».
Nazanin Armanian se muestra partidaria de analizar cada caso concreto: en Siria y Libia, sí ha habido conspiraciones, pero no para derrocar a los presidentes Bashar Al-Ásad y Gadafi, sino para desmontar los estados siro y libio. En cambio, Túnez, Bahrein y Egipto son ejemplos de revoluciones populares abortadas. «Lo mismo ocurrió con Irán», compara la investigadora. En este país, que compartía frontera con la URSS, se produjo el primer ensayo para la implantación de una República Islámica en 1979, en el contexto de la «guerra fría». La analista recuerda un hecho capital: la primera característica de los islamistas es el anticomunismo.
Cuando se desmoronó el régimen del Sha Reza Pahlevi, quien reinó en Irán entre 1941 y 1979, Estados Unidos no tenía a mano generales al estilo de Pinochet o Videla para sustituir a su aliado, y mantener así las estructuras de poder. Recurrieron así al islamismo, su aliado tradicional. «Occidente ha creado, organizado y armado al fundamentalismo islámico -sea ISIS, los talibanes o los grupos yihadistas- desde hace casi 40 años», concluye la politóloga, que recuerda las fotografías del presidente Reagan reunido en el Despacho Oval con los muyahidines que habían de enfrentarse a los comunistas afganos. De hecho, Afganistan es otro «punto caliente», posiblemente uno de los países más relevantes del planeta desde un punto de vista estratégico. Comparte frontera con Pakistán, Irán y China, pero también con el el espacio exsoviético (Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) que Putin está reuniendo bajo su control. Ésta es la razón por la que Estados Unidos y la OTAN invadieron Afganistán en 2001. «Hace siete años que Obama lleva diciendo que abandonarán el país, pero no lo harán, los planes de retirada son mentira».
En Irán, ¿podía considerarse al ayatolá Jomeini un «revolucionario»? Llegó de Francia, durante la presidencia de Giscard d’Estaign, en un vuelo de Air France. Mientras, en Irán se levantaban las masas. «Nunca a Jomeini se le debería considerar progresista, pero los medios de comunicación fabrican líderes para las revoluciones espontáneas». Y sacan del foco y las primeras planas a las fuerzas transformadoras. En un contexto, finales de los años 70, en que Irán era un país capital para Estados Unidos y sus aliados por los 1.500 kilómetros de frontera con la Unión Soviética, por contar con las mayores reservas de gas natural del planeta y las cuartas de petróleo.
Además, los comunistas iraníes tenían una fuerza significativa (apenas se recuerda en los medios occidentales que en la actual provincia de Guilán se erigió en 1920 una república socialista soviética). Estados Unidos entendió que la región podía escapar a su control y temía que, teniendo como aliados a Irán y Afganistán, la URSS tuviera acceso al Golfo Pérsico, por donde hoy transitan 20 millones de barriles de petróleo diarios. La estrategia norteamericana consistió en diseñar un «cinturón» en torno a la URSS apoyándose en la extrema derecha religiosa. Irán pasó en 1979 de ser una monarquía a una República Islámica. «En Afganistán llevaron a los muyahidines, yihadistas que constituyeron después el embrión de Al Qaeda y crecieron como Estado Islámico; son los mismos grupos, pero cambian de nombre dependiendo del escenario», apunta Armanian. «Finalmente derrocaron al gobierno comunista de Afganistán, que pasó de República Democrática a República Islámica». El «cinturón» que rodeaba la Unión Soviética con fuerzas ultras de carácter religioso se completó con la designación de un papa polaco, Juan Pablo II, como jefe de la iglesia católica en 1978. Polonia era en la época el eslabón más débil del espacio soviético.
Uno de los tópicos que la politóloga se esfuerza en desmontar es el de una supuesta religiosidad inherente a las sociedades de Oriente Medio. Si así fuera, Palestina no habría contado con un líder tan influyente como Yasir Arafat, ni con «dictadores laicos» como Sadam Husein o Muamar el Gadafi. «En Libia hoy existen varios califatos, en Irak una república islámica y en Siria, el último país laico de Oriente Medio, seguramente acaben instalando a los Hermanos Musulmanes», subraya la investigadora. Además, la evolución de los diferentes países, sobre todo si tienen carácter «estratégico», como Siria o Irán, no obedece únicamente a factores «nacionales». Nazanin Armanian traza en rojo un rectángulo sobre la región de Eurasia: «Aquí se halla cerca del 70% de las reservas mundiales de gas y petróleo, por eso en esta zona se concentran las guerras». A ello hay que agregar otros factores, como que los pozos de crudo de Arabia Saudí «están secándose». «Por eso necesitan el petróleo de Irak, donde se dice que hay una guerra civil pero no es cierto; tampoco lo es en Siria». En Oriente Medio se da, a grandes rasgos, un conflicto regional e internacional por los recursos naturales. «Las guerras tampoco son religiosas, sino políticas y económicas, sobre todo cuando están implicados Estados Unidos, Rusia, Irán, Arabia Saudí y el resto de actores», explica la analista.
Pero con independencia de la geopolítica, los medios ofrecen generalmente una visión estereotipada de la realidad iraní. Los «regímenes» religiosos son de naturaleza totalitaria: reglamentan el pensamiento, la libertad de asociación, la posibilidad de crear partidos y concurrir a unas elecciones e incluso el color de los vestidos. Esto ocurre hoy en Irán. Según Nazanin Armanian, «desde los tres años te ponen en policía armado dentro de la cabeza y te amenazan con ir al fuego eterno». Pero también recuerda que Irán fue uno de los primeros países en prohibir el velo (lo hizo Reza Sha, monarca de Persia entre 1925 y 1935), también en contar con mujeres al frente de los ministerios, como Farrojru Parsa, responsable de Educación en los años 60 (del siglo XX) y ejecutada por los ayatolás. Y con líderes feministas de relevancia en Oriente Medio, por ejemplo, Maryam Firuz, quien antes de fallecer en 2008 fue condenada a la pena capital por el sha, permaneció durante siete años en las prisiones de la República Islámica y otros 13 en arresto domiciliario. La politóloga continúa desmontando la galería de lugares comunes que asocia Irán al «integrismo» religioso: «El Sha no mató a Jomeini, lo mandó al exilio, pero en cambio no tuvo piedad con los comunistas, anarquistas y trotskistas: en el país existía toda esta amplia gama de la izquierda».
El presidente Mosaddeq, primer ministro de Irán entre 1951 y 1953, ocupa un lugar notable en la historia contemporánea del país. Fue derrocado por la CIA después de que nacionalizara el petróleo, que hasta entonces controlaba la Anglo-Iranian Oil Company. «Ahora con los acuerdos comerciales tras el levantamiento de las sanciones estamos poniendo en venta otra vez el país», recuerda la analista. En los años 60 podían verse en el país películas que la dictadura de Franco prohibía en España. Nazanin Armanian justifica sus explicaciones con fotografías: la celebración del Primero de Mayo en 1951 en Irán, al igual que en Europa una década después; o la selección femenina disputando un partido de fútbol contra Holanda en el mundial de 1974. Las explicaciones de la politóloga preceden a la proyección de «Persépolis», un filme de animación francés de 2007 dirigido por Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi, que se basa en la biografía de ésta (directora y guionista de la película). La protagonista vive la tiranía del sha, la opresión de los ayatolás, la realidad del exilio e incluso la guerra con Irak en la década de los 80. A pesar de todo, decide volver al país con su familia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.