A Leonard Peltier, siux-chippewa, preso político en EE.UU. desde hace 40 años El autoasumido quincuagésimoprimer estado de la Union (lo que llamamos en castellano EE.UU.) está de parabienes. Mediante la penetración ideológica y el éxito práctico de su actividad psicópata, Israel encuentra ahora en EE.UU. una resonancia como nunca antes. Con los efluvios democráticos; igualdad […]
El autoasumido quincuagésimoprimer estado de la Union (lo que llamamos en castellano EE.UU.) está de parabienes.
Mediante la penetración ideológica y el éxito práctico de su actividad psicópata, Israel encuentra ahora en EE.UU. una resonancia como nunca antes.
Con los efluvios democráticos; igualdad de los seres humanos, lucha contra el racismo y otras banderas que los Obama y los Clinton han enarbolado, bien que mesuradamente (siempre dejando «libre» el bracito que tiende a moverse hacia la derecha y hacia arriba, como es proverbial con los policías blancos en procedimientos contra población negra), la política práctica estadounidense engañaba y se autoengañaba. Por eso surgieron tiranteces entre, por ejemplo, John Kerry y los dirigentes sionistas cuando el honesto norteamericano verificaba una vez más la política de los hechos consumados borrando los penosos esfuerzos para alguna tratativa que concediera siquiera una migaja a los palestinos (que era todo lo que Kerry estaba dispuesto a otorgar a un pueblo no-blanco o periférico).
EE.UU. procuraba figurar como mediador, cuando era evidente su parcialidad en favor de Israel, [1] pero las reglas universalistas proclamadas y prácticamente jamás ejercidas por la dirección política de EE.UU. inhabilitaban a sus representantes para una franca coincidencia con la política rapaz, neocolonial, racista, violenta, asfixiante del Estado de Israel sobre sus despojados, la población oriunda palestina.
Es que los fundamentos filosóficos de la «democracia» estadounidense y el estado tribual israelí chocaban entre sí.
No había cómo ligarlos, sin conflicto lógico y ético.
Por cierto la AIPAC y la geopolítica imperial, las coartadas ideológicas made in Huntington, etcétera, facilitaban el trabajo conjunto. Pero siempre con el hiato que marcamos; lógico, ético…
Trumpazo mediante, la ambivalencia de entonces parece totalmente superada. El afianzamiento de la «derecha alternativa», alt-right, crea la comunidad ideológica faltante. Se venía gestando al menos desde 2007, pero hasta ahora no había tomado tanto estado público y, sobre todo, no había sido tan puesta a la luz, como «orden del día». Asimismo, no estaba todavía, tan desarrollada.
En habla inglesa un modismo entiende que el perro mueve la cola porque es más inteligente que ella, pero que si la cola fuera más inteligente, entonces movería al perro. Tenemos entonces que el perro yanqui ha logrado la «proeza» de ser movido por su cola israelí.
Lo cual nos llevaría a investigar qué órgano tiene la cola para lograr semejante control corporal del inmenso mastín planetario.
El actual gabinete israelí (constituido hace un par de años) mostró unos acentos ideológicos de extrema derecha, de racismo, racialismo o etnicismo (elija el lector lo que corresponda) manifiesto. Remito a la rápida recorrida que hiciéramos de tales políticos-funcionarios y sus ideas-fuerza. [2] La realidad del etnicismo sionista siempre estuvo presente y configuró toda su actividad política desde su mismo comienzo, pero algún bando de palomas de los comienzos del Estado de Israel o la alusión a lo socialdemócrata, tan en boga durante la segunda posguerra, llevaba a menudo a pensar que había profundizaciones y debilitamientos en el hecho colonial, [3] que ha sido, empero, la impronta principal del asentamiento judeosionista en Palestina.
Con el último gabinete de Beniamin Netanyahu se cortó esa duplicidad, que era más táctica que real, y entramos en una era de sinceramientos (que quien escribe preferiría fueran sincericidios): la ministra de Justicia (repare el lector el área ministerial) Ayelet Shaked, aboga por el asesinato de las madres palestinas [sic] porque «paren ofidios que atacan su patria«; Naftali Bennet, ministro de Deportes, ha declarado, deportivamente: «He matado a muchos palestinos en mi vida. No hay problema con eso.» Y así por el estilo son las declaraciones de miembros de este flamante gabinete o cofradía de juramentados…
Es que el etnicismo del estado sionista no solo es innegable y patente en los hechos; no sólo matrizò el proyecto sionista desde su origen; empieza a haber quienes lo formulan y reconocen como «lo normal». Ya no es lo militante; es «lo normal». Por eso hablan así, «naturalmente», Shaked, Lieberman, Netanyahu…
Y bien, veamos que empieza a pasar en EE.UU. tras el trumpazo.
Que sostiene, por ejemplo, Richard Spencer, CEO del NATIONAL POLICY INSTITUTE, un think tank de la derecha-derecha, la que ahora se está aglutinando en la alt right. Quiere crear un etno-estado que aparte a las minorías… [4] Lissardy le pregunta si piensa plasmar ese etno-estado ahora, en «el crisol de razas» [una de las tantas mentiras, mejor dicho semiverdades y por lo mismo semimentiras, acerca de EE.UU.].
Spencer contesta con cierto realismo:
«Lo que espero para el futuro sería la creación de un etno-estado que sirva para toda la gente europea que protegería a su civilización, sí.
¿Y cómo haría eso?
No lo sé, no sé cómo va a desplegarse la historia. Es un ideal que espero que tengamos, que nos motive.»
El CEO del Instituto de Política Nacional distingue el movimiento del que se conside-ra expresión o vehículo (el de la recuperación del poder perdido de la raza blanca) de Trump y su triunfo.
Cuando Lissardy le pone varios ejemplos de coincidencia de la política del NPI con el nazismo, no exento de lógica aclara que las ideas de reafirmación de la raza blanca no son exclusivas del nazismo. [5]
Spencer aclara a lo largo de la entrevista: «La victoria de Trump no era el objetivo final del alt-right«.
Spencer abunda en su racialismo, etnicismo o racismo… «La raza es un concepto coherente. No es un problema determinar la realidad biológica de la raza.
Lissardy tercia: ¿Y si un hispano o afroestadounidense quisiera ser parte de ese estado, lo aceptaría?
Simplemente no puede.»
Sin aventurarnos, por ahora, en incursiones orgánicas o anatómicas, empieza a ser referencial conocer el ímpetu de la alt-right estadounidense, y su matriz.
Procuremos enhebrar la ideología hoy triunfante en EE.UU. con la vigente desde hace tiempo pero hoy más que nunca a la ofensiva en Israel, y que se expresa en el gabinete actual que glosáramos al principio de esta nota.
El concepto de etno-sociedad es lo principal. Fundante y común.
Tiene, empero, algunas dificultades, que a mi modo de ver son menores: 1) la pretensión no-satelitaria de Spencer y su alt right respecto del nuevo presidente; 2) el dérive nazi que es precisamente el origen del largo reportaje de la BBC a Richard Spencer, por su estentóreo grito de «Heil Trump!» [6]
Pero veamos un poco más el origen de la Alt Right. Este movimiento de reciente y creciente protagonismo se inicia a mediados de 2007, en el verano israelí cuando Andrew Breitbart y Larry Solov, dos judíos estadounidenses (¿o tal vez estadounidenses judíos?) fundan un sitio-e «a favor de la libertad y pro-israelí sin tener que andar pidiendo disculpas (por ello).» [7] Estamos hablando de Breitbart News, el sitio-e a cargo de Stephen Bannon, el brazo derecho del presidente Trump.
Que el invento comunicacional de Solov y Breitbart no sea una cadena de transmisión de la campaña presidencial de Trump habla en favor de un interés propio. Que no nació como una máquina electoral; viene a reforzarla.
El inconveniente de la confusión con lo nazi es sorteable; en pura lógica, la derecha, la derecha más radical no tiene por qué ser nazi… por la sencilla razón que lo antecedió… y lo sobrevivió. Es el nazismo lo accidental. Esta precisión, rigurosamente histórica, choca con la versión judeosionista que entiende que el nazismo es el non plus ultra del mal en la Tierra; el Mal absoluto, incomparable. [8] Como podría haber sido en su momento, el Ku-Klux-Klan (desde donde Trump tiene también algunos apoyos). Para desfacer este entuerto, consideramos que la alianza EE.UU.-Israel puede operar milagros…
La forma en que Breitbart dice desmarcarse del racismo es peculiar: «Facts aren’t racist. Censorship is oppression.» Los hechos no son racistas. La censura [sí] es opresión. Una falsa oposición en donde el primer término no expresa nada. Porque los hechos pueden expresar actos racistas (o no). Pero la formulación deja ver la incomodidad que sienten los racistas ante el reconocimiento de serlo. El racismo tiene, como verticalismo, autoritario, burocracia, burócrata, mala prensa. Aunque esos rasgos estén presentes en enorme cantidad de individuos, sobre todo con poder.
De este análisis comparativo, lo que me parece medular es el abordaje o la llegada, ahora explícita, gozosa, a la noción de etnoestado por parte de la creaneoteca yanqui (no todos, claro y afortunadamente, pero parece que sí un sector significativo), concepto liminar del sionismo con el cual ha procurado presentarse este movimiento político-ideológico que instrumenta su nosística como si fuera religioso y que, ha formado, históricamente el grueso, amplio grosor, de la población judía en Israel.
El mismo Ariel Sharon decía décadas atrás: «Dejen que yo haga el trabajo sucio; dejen que con mi cañón y mi napalm quite a los indios las ganas de arrancar las cabelleras de nuestros hijos» (Ariel, 1982). Repare el lector que esos «pensamientos» son del mismo año en que Israel dispone el asesinato masivo, el genocidio en suma, de palestinos (miles de asesinados) en los campamentos de Sabra y Shatila, en El Líbano. [9]
Es patente la identificación de Israel con EE.UU. que campea en la odiosa imagen. [10] Sharon, además, siempre insistía en el papel decisivo de Israel y su dirección en el gobierno efectivo de EE.UU. Solía decir: -‘hacen lo que nosotros queremos.’ Y mirado históricamente, no se puede negar su verismo.
Estos dos elementos, la identificación con EE.UU. y la relación de dependencia de los dirigentes (mayoritarios) de EE.UU. para con Israel son el humus sobre el cual se ha forjado ahora la alt-right en Israel para actuar en EE.UU.
¿Seguirá tolerando la ONU la excepcionalidad israelí (que no hace sino confirmar la excepcionalidad bíblica, basada en la confusión entre relatos míticos e históricos)?; ¿podrá sobrevenir un rechazo de la poblac¡ón estadounidense laica y racional que haga saltar el tablero vigente con el libreto en manos de sionistas (ya sea judíos o cristianos)?, ¿asumirá el Reino Unido su responsabilidad histórica por la dosis de maltrato, represión y muerte que ha arrojado sobre la población palestina desde hace prácticamente un siglo? (Corbyn y un ala laborista parecen haber entendido este horror histórico, pero no se ve cercano el momento de una revisión más nacional); o por el contrario ¿la ofensiva racista (pero bienpensante) seguirá acumulando poder luego del colapso soviético, la crisis de los «estados de bienestar» y la profundización de las dificultades ecológicas planetarias?
Difícil pronosticar, por no decir absurdo, cuando nos consta que lo futuro es incognoscible.
Pero registramos la tensión. Porque al mismo tiempo que la globocleptocolonización avanza rauda y financierizadamente destruyendo conocimientos ancestrales de la humanidad, también es cierto que nosotros los humanos no paramos de pensar y de conocer.
Y que, por ejemplo, el genocidio de las naciones de Abya Yala es cada vez más inocultable y difícil de llevar adelante (aunque se sigue haciendo, amparado en odiosas inercias). Y el despojo de la población palestina, que sigue a pasos agigantados, resulta por su parte, cada vez más inocultable.
Cada vez hay más estudiosos, aquí y allá, que están develando estos procesos.
Así que la derecha estará de parabienes. Pero las verdades son tercas.
[1] Nasser Aruri, palestino y docente de Ciencias Políticas en la Universidad de Massachusetts, EE.UU., califica a la mediación norteamericana en las «mesas de negociación» palestino-israelíes con el título de un libro suyo, «El mediador deshonesto» (editado en castellano, Editorial Canaán, Buenos Aires).
[2] «¿Sensibilidad repentina o cómo esquivar responsabilidad ante lo indefendible?», difundido en wordpress.revistafuturos.noblogs, rebelión.org, kaosenlared, entre otros.
[3] Los esquematismos periodísticos nos «enseñaron» que David Ben Gurion era socialdemócrata y que Shimon Peres era «paloma». Léase sobre sus verdaderas actuaciones con historiadores veraces, como I. Pappe…
[4] Entrevista de Gerardo Lissardy, «Un momento de exuberancia, BBC Mundo, NY, 24/11/2016.
[5] Más bien al contrario: en los comienzos del nazismo, Hitler se consideró alumno, seguidor, admirador de los racistas anglonorteamericanos. Habría que investigar si el intento de coincidir con el Reino Unido, todavía en pie con el frustrado desembarco de Rudolf Hess en Inglaterra, en 1940, no expresaba todavía esa sed de alianza con «los otros amos» del mundo…
[6] Trump salió de inmediato a desmarcarse de semejante socio.
[7] https://en.wikipedia.org/wiki/Breitbart_News.
[8] Al respecto Zygmunt Bauman, judío, ha escrito: «El Holocausto no fue la antítesis de la civilización moderna y de todo lo que ésta representa […] el Holocausto podría haber descubierto un rostro oculto de la sociedad moderna, un rostro distinto del que ya conocemos y admiramos […]», Modernidad y holocausto, 2006.
[9] Que la mano de obra haya sido «cristiana» no le quita responsabilidad al Estado de Israel.
[10] Con un remate falso, además, como era previsible dados los clisés usados. Porque los principales «coleccionistas» de cabelleras no eran «los indios», como se suele presentar en la literatura del Far West, sino los blancos que cobraban recompensas por la cantidad de cabelleras indias presentadas. En una sociedad de largas distancias y medios precarios, la cabellera arrancada era garantía de nativo asesinado.
Blog del autor: http://revistafuturos.noblogs.org
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.