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Arabia Saudita, una ofensiva desesperada

Fuentes: Rebelión

El régimen saudí, la dictadura más antigua y despótica del mundo, aunque oficialmente rige en el poder desde 1932 la familia Saud, lleva sometiendo a sus arbitrios al pueblo que avasalla desde hace bastante más de un siglo. Principal aliado y operador del Washington en la región, es una monarquía absolutista, que ha permitido la […]

El régimen saudí, la dictadura más antigua y despótica del mundo, aunque oficialmente rige en el poder desde 1932 la familia Saud, lleva sometiendo a sus arbitrios al pueblo que avasalla desde hace bastante más de un siglo.

Principal aliado y operador del Washington en la región, es una monarquía absolutista, que ha permitido la subsistencia, permanecía y expansión del enclave sionista en Palestina.

Riad, siempre dispuesto a las «sugerencias» diplomáticas del Pentágono, ha colaborado con sus políticas en la región y mucho más allá de esos límites, cada vez que Estados Unidos se lo ha solicitado. Por caso, el aporte de más de 30 millones de dólares para el financiamiento de la Contra nicaragüense, y mantener vivo el «ánimo» de los mercenarios y terroristas involucrados en la guerra contra la Revolución Sandinista, o bien los aportes al Ordine Nuovo, italiano, responsable del atentado contra la Estación de Bologna en 1985 que dejó 85 muertos.

El régimen saudí ha financiado en el mundo entero y en particular en el mundo musulmán miles de madrassas (escuelas coránicas) y mezquitas, en las que se ha difundido la antojadiza versión wahabita del Corán, el combustible filosófico donde abrevan los movimientos fundamentalistas como el Talibán afgano, y todas las bandas terroristas subsidiarias de al-Qaeda y el Daesh.

Arabia Saudita ha sido responsable fundamental tanto de la tragedia y genocidio en Libia y Siria, y al que hace ya casi dos años está sometiendo al pueblo yemení, con cerca de 15 mil muertos, 50 mil heridos y un sinnúmero de daños colaterales que incluyen 5 millones de desplazados y una crisis humanitaria pavorosa.

Aunque la razón fundamental para que Washington haya mantenido con vida a semejante dictadura desde 1979, es que funge como el contrapeso natural a la República Islámica de Irán, el máximo oponente en la región de las políticas estadounidenses.

Semejante hoja de ruta ha provocado que hasta en Estados Unidos y Europa se haya comenzado a formar tendencias políticas y sociales que, por fin, aunque de manera bastante tenue, «desaprueban» sus políticas.

Para ello, la «famiglia» Saud ha lanzado una ofensiva internacional para lavar su imagen, y eso se traduce como siempre en especulaciones financieras de todo tipo.

El rey Salman ha comenzado a principios de marzo una larga gira por Malasia, Indonesia, Brunéi, Japón, China y Maldivas, que finalizará a finales de mes en Jordania coincidiendo con el comienzo de la Cumbre de la Liga Árabe.

Con un séquito de mil personas y 500 toneladas de equipaje, este viaje es el centro de la ofensiva diplomática, para aliviar la más crítica de las crisis (financiera y política) que ha vivido el régimen, a lo que se suma la creciente presencia iraní en los foros y mercados internacionales y las dudas que todavía acarrean las futuras políticas del presidente norteamericano Donald Trump para la región.

La gira también tiene claro y evidente objetivo comercial, preparar a esos mercados para la venta del 5% de las acciones de Aramco, la compañía nacional de petróleo, una oferta jamás realizada que habla del aprieto económico del reino tras las multimillonarias pérdidas debido a los bajos precios del petróleo de los dos últimos años, la disminución de los requerimientos norteamericanos tras la intensificación en su propio territorio del fracking. Las desorbitadas compras de armamentos, el sustento del terrorismo integrista y la guerra en Yemen.

Hoy los países asiáticos representan el 68% de sus exportaciones de crudo, siendo China y Japón, quienes compran el 35% del total.

El reino Saudita ha entendido que necesita de manera desesperante transformar su economía, para lo que ha creado el proyecto conocido como Visión 2030.

Para alcanzar esas metas debe atraer inversiones, aumentar sus exportaciones y generar alianzas en distintas áreas como recursos humanos, investigación y desarrollo particularmente en nuevas tecnologías, para lo que tanto China y Japón podrán ser socios claves. Al tiempo que el resto de los países visitados por el déspota saudita, Malasia, Indonesia, Brunéi y Maldivas, de mayorías musulmanas, pretende involucrarlos en la alianza militar sunita fundada en 2015, para intervenir en Yemen y el claro objetivo de contener fundamentalmente a Irán, aunque en el discurso oficial sea oponerse al Daesh y al-Qaeda, que por otro lado financia y que jamás atacaron intereses sauditas en ningún lugar del mundo.

Por otra parte, es mucho más que significativo que al momento de que Salman inicia su gira, nada menos que el Ministro de Exteriores, Adel al Jubeir, viajará a Bagdad, la primera visita de un dirigente saudí de alto nivel lo hiciera a Irak tras la ruptura de relaciones por el conflicto de Kuwait en 1990, a pesar de compartir nada menos que 800 kilómetros de frontera.

Sin duda, ese giro en las relaciones se marca en la misma ofensiva contra Teherán, ya que Irak es de mayoría chií, pero con la necesidad de inversiones que tiene podría ser un «detalle» menor para el gobierno del presidente Muhammad Fuad Masum.

En la misma dirección de reposicionamiento iniciada por el régimen, el poderoso príncipe heredero y Ministro de Defensa Mohammed bin Salman, el martes último se reunió en la Casa Blanca con el presidente Trump, lo que se consideró «un punto de inflexión» tras las tensiones de los últimos años con la administración Obama. En la reunión se mencionó la cuestión iraní como punto de coincidencia de ambos gobiernos.

La salvaje frontera sur

Tras la visita oficial a Riad, del Jefe de Estado Mayor del Ejército pakistaní (COAS), el general Javed Qamar Bajwa, Islamabad se comprometió a enviar una brigada de tropas de combate, unos 3 mil hombres, a la frontera sur de Arabia Saudita con Yemen, donde desde hace dos años Riad libra una encarnizada guerra contra los hutíes, un grupo político compuesto por la mayoría zaidís, una variante chií, junto a los sectores más pobres de la comunidad suní. Aunque se desconoce el nivel de apoyo dado por Teherán, el respaldado de Irán es incuestionable. Muchos de los combatientes hutíes han sido entrenados por la poderosa y mítica guerrilla chií libanesa Hezbollah y hombres de la Guardia Revolucionaria de Irán. Los hutíes cuentan con los misiles de combustible sólido iraníes Zelzal-3 -superficie-superficie, aunque ellos insisten que son de fabricación local.

Las autoridades pakistaníes han reiterado el compromiso de brindar seguridad y protección de las Mezquitas Sagradas y la integridad territorial del reino. Tras los duros golpes dados contra el reino por los hutíes en estos últimos meses con misiles transfronterizos.

Un misil mató a cerca de 80 soldados en una base conjunta saudita y de los Emiratos Árabes Unidos en la isla de Zuqar en el Mar Rojo el 31 de enero. En febrero último, la comandancia hutíes informó haber alcanzado con varios «misiles balísticos de precisión a larga distancia» un campamento militar cercano a al-Mazahimiyah, localidad próxima a Riad, aunque los saudíes han negaron ese ataque.

La creciente efectividad de la resistencia yemení en su territorio y en territorio saudita es lo que apuró al régimen a recolectar más apoyo internacional.

El general Bajwa, junto a su par saudita el jefe de estado mayor de las fuerzas saudíes, el general Abdul Rehman bin Saleh al-Bunyan, discutieron sobre la cooperación militar y la seguridad regional, para acordar finalmente el envío de tropas.

Hace dos años, antes del inicio de la agresión saudita, el Parlamento pakistaní se había negado a participar de la coalición sunita encabezada por Riad, fundamentalmente por los temores a que dicha participación exacerbe, todavía más, los ánimos de la comunidad chií que representa el 20% de los 190 millones de pakistaníes.

La situación interna de Pakistán puede tender a complejizarse ya que a pesar de que el Primer ministro pakistaní Nawaz Sharif, literalmente, le debe la vida al reino saudí quienes lo salvaron de ser ejecutado en 1999, tras el golpe del general Pervez Musharraf, la actual cúpula del ejército no está de acuerdo en intervenir en la guerra contra Yemen, ya que se niegan a distraer recursos y hombres de la lucha contra el integrismo armado y la siempre caliente frontera con la Cachemira hindú.

La pretensión saudita es que los efectivos enviados por Islamabad no intervengan en territorio yemení, pero sí que refuercen la frontera sur.

La tropa paquistaní solo intervendrá en caso de amenazas a la seguridad interna o a ataques extremistas.

La intervención de efectivos pakistaníes en el reino no es nueva, en el asalto a la gran mezquita de la Meca en 1979, el entonces presidente, el general Muhammad Zia-ul-Haq, a pedido del rey Fahd, dispuso del envio de una brigada blindada de élite para participar en la recuperación de lo que representa el sitio más sagrado del islam.

Además, cerca de 2 mil efectivos pakistaníes entrenan y asesoran a personal militar saudí, desde hace años.

En 2015, poco antes del inicio del conflicto en Yemen, Riad había ofrecido al ex jefe del Ejército de Pakistán, Raheel Sharif, la jefatura de Alianza Militar Islámica (IMA) compuesta por 34 países de mayoría sunita, liderada por Arabia Saudita.

Un factor clave para el cambio de posición de Islamabad es su dependencia económica de Arabia Saudita. Varios millones pakistaníes que trabajan en el reino envían a anualmente a su país cientos de millones de dólares, que ayudan a paliar la crónica crisis económica.

Pakistán y el Reino Saudita se necesitan, más allá de los arsenales nucleares de Islamabad y contar con el quinto ejército más grande del mundo, junto a un fuerte nacionalismo, que se fundamenta en su conciencia islámica, siempre acuciado por el latente conflicto con la India y provincias secesionistas como Beluchistán, contar con un socio extremadamente rico, con una misma identidad religiosa, le aporta un aire financiero que no siempre tiene.

No por nada Pakistán fue una de las primeras naciones islámicas en admitir sin restricciones la fundación de infinidad de madrassas wahabitas, por parte del reino, que han sido finalmente, las abastecedoras de hombres para las bandas terroristas desde el Talibán en adelante, que operan en toda la región.

La desesperada ofensiva saudita en el plano militar encuentra en Pakistán el mejor refugio, para sus pretensiones de regir el mundo árabe.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.