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Yemen

Muerte en Al Ghayil

Fuentes: The Intercept

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

Mujeres y niños de la aldea yemení recuerdan con horror el «tan exitoso» ataque de las SEAL [fuerzas de operaciones especiales de la Marina de EEUU] de Trump.

Mabjut Ali al Amiri con su hijo de 18 meses, Mohammed, en el pueblo de al Ghayil, provincia de al Bayda, Yemen. La mujer de Mabjut, Fatim Saleh Mohsen, resultó alcanzada en la nuca por los proyectiles lanzados desde un helicóptero cuando escapaba con Mohammed en sus brazos durante el ataque estadounidense del 29 de enero de 2017. También resultó destruido el vehículo que se vislumbra al fondo

El 29 de enero, Sinan al-Ameri, de cinco años, dormía con su madre, su tía y otros doce niños en la habitación de una cabaña de piedra, una construcción típica de las aldeas rurales pobres de las tierras altas del Yemen. Poco después de la una de la madrugada, las mujeres y los niños se despertaron ante el sonido de un tiroteo que había estallado a una distancia de unos cientos de metros. Alrededor de 30 miembros del Equipo nº 6 de las fuerzas de operaciones especiales de la Marina estadounidense estaban asaltando la ladera oriental del remoto asentamiento.

Según los vecinos de la aldea de al Ghayil, en la provincia de al Bayda, Yemen, el primero en morir en el ataque fue Naser al Dhahab, de 13 años. La casa de su tío, el jeque Abdulrauf al Dhahab, y la edificación que se encontraba detrás de ella, el hogar de Abdallah al Amiri, de 65 años, y su hijo Mohammed al Amiri, de 38, parecían ser los objetivos de las fuerzas estadounidenses, que solicitaron apoyo aéreo al verse acorralados en un tiroteo de casi una hora de duración.

Como los SEAL encajaban un duro ataque en las laderas inferiores, los helicópteros de combate se abalanzaron sobre la aldea situada colina de arriba. En lo que semejó una escena de pánico ciego, las aeronaves bombardearon todo el pueblo, alcanzando a más de una docena de edificaciones, arrasando las moradas de piedra donde las familias dormían y aniquilando a más de 120 cabras, ovejas y burros.

Tres proyectiles penetraron por el techo de madera y paja del hogar donde Sinan dormía. Encogida de miedo en un rincón, Fatim Saleh Mohsen, la madre de Sinan, de 30 años, pensó en escapar del bombardeo. Cogió en brazos al bebé de 18 meses y sacó a los aterrados niños por el estrecho pasadizo exterior que discurría entre las encajonadas viviendas, dirigiéndose hacia el espacio abierto. Una semana después, la tía de Sinan, Nadr al-Amiri, lloraba en aquella misma habitación recordando cómo había visto correr a su hermana hacia la oscuridad.

Nesma al Amiri, una anciana matriarca del pueblo que perdió a cuatro familiares en el asalto, describió cómo los helicópteros de combate empezaron a disparar contra todo lo que se movía. Mientras relataba el horror de lo sucedido, Sinan le daba palmaditas en el brazo. «No, no. Las balas venían desde atrás», insistía el niño de cinco años, interrumpiéndola para demostrar cómo le habían disparado a él y a su madre cuando corrían tratando de salvar sus vidas. «Desde aquí hasta aquí», dijo Sinan, poniendo dos dedos en la parte de atrás de su cabeza y dibujando una línea invisible para mostrar la dirección de la bala que le salió por la frente. Su madre cayó al suelo junto a él, sin dejar de abrazar a su hermanito. Sinan continuó corriendo.

Encontraron el cuerpo de su madre, con la cabeza abierta, con las primeras luces del alba. El bebé había resultado herido pero estaba vivo. La madre de Sinan fue una de las al menos seis mujeres asesinadas en el asalto, la primera operación contraterrorista de la administración Trump, que también mató a otros diez niños menores de trece años. «A ella la alcanzó el avión. El avión de EEUU», explicaba Sinan. «Ahora está en el cielo», añadió con una sonrisa tímida, al parecer poco consciente de la enormidad de lo que había presenciado o, hasta el momento, del impacto de su pérdida. «El perro de Trump», declaró Nesma, volviéndose hacia las otras mujeres que estaban en la habitación buscando su conformidad. «Sí, el perro de Trump», asintieron.

Según el secretario de prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, la incursión en al Ghayil «había sido un esfuerzo muy, muy bien pensado y ejecutado», cuya planificación se había iniciado bajo la administración Obama en noviembre de 2016. Aunque Ned Price, exportavoz del Consejo de Seguridad Nacional, y Colin Kahl, asesor de seguridad nacional con el vicepresidente Biden, rechazaron el relato de Spicer, de lo que no hay duda alguna es de que Trump dio la luz verde final en la cena celebrada en la Casa Blanca el 25 de enero. Según dos personas con conocimientos directos, la Casa Blanca no notificó previamente la operación al embajador de EEUU en el Yemen.

En medio de las ruinas de una casa destruida durante el ataque de los SEAL sobre la aldea de al Ghayil el 29 de enero de 2017. (Foto Iona Craig)

Las informaciones obtenidas por The Intercept desde al Ghayil tras el ataque y los relatos proporcionados por los testigos, así como los informes de oficiales militares actuales y anteriores del ejército, desafían muchas de las afirmaciones clave de la administración Trump respecto a la «muy exitosa» operación, desde la descripción de un asalto sobre un recinto fortificado -no hay recintos ni casas amuralladas en el pueblo- a las «grandes cantidades de inteligencia vital» que el presidente dijo haber recogido.

Según un asesor actual de operaciones especiales de EEUU y antiguo alto oficial de operaciones especiales, no era inteligencia lo que el Pentágono buscaba sino a un miembro destacado de al Qaida. El ataque se lanzó en un esfuerzo por capturar o matar a Qassim al Rimi, el líder de al Qaida en la Península Arábiga (AQAP, por sus siglas en inglés), según el mencionado asesor, que pidió mantener el anonimato porque los detalles del ataque son información confidencial.

Los aldeanos entrevistados por The Intercept negaron las afirmaciones de que al Rimi se encontrara en al Ghail, aunque un vecino describió haber visto un todoterreno negro desconocido que llegó a la aldea horas antes del asalto. Seis días después de la operación, los canales de los medios de AQAP publicaron un audio con una declaración de al Rimi burlándose del presidente Trump y del ataque. La Casa Blanca y el ejército han negado que el líder de AQAP fuera el objetivo de la misión, insistiendo en que enviaron a los SEAL a capturar material y dispositivos electrónicos utilizados para conseguir información de inteligencia. Un portavoz del CENTCOM dijo a The Intercept que el ejército no ha determinado aún si al Rimi estaba en al Ghayil cuando llegaron los SEAL.

Aunque algunos de los detalles sobre la misión siguen sin estar claros, el relato aparecido sugiere que la Casa Blanca de Trump está desechando las políticas de la administración Obama que trataban de limitar las víctimas civiles. El cambio -si resultara permanente- aumentaría la probabilidad de muertes de civiles en supuestas misiones de captura o asesinato, como ha sucedido en la incursión del 29 de enero.

El pueblo de al Ghayil en Yemen, donde los SEAL de la Marina, helicópteros de combate y drones lanzaron una operación el 29 de enero pasado (Foto Iona Craig)


 

La misión de enero constituyó la cuarta ocasión en que las fuerzas estadounidenses se involucraban en operaciones terrestres en el Yemen. Aunque ninguno de los ataques anteriores pareció acabar muy victorioso -dos fueron intentos fallidos para liberar a un rehén estadounidense, el fotoperiodista Luke Somers-, no parecieron dejar el mismo rastro de destrucción que la operación en al Ghayil.

El pueblo forma parte de un conjunto de asentamientos conocido como Yakla, en la región tribal de Qayfa, provincia de al Bayda. Un conocimiento básico del entorno político local, junto con la comprensión de los desafíos obvios que plantea la disposición geográfica de al Ghayil, habrían aportado una advertencia importante de que esta última incursión constituía un proyecto muy precario. Los planificadores del ejército estadounidense deberían haber previsto que sus fuerzas iban a enfrentarse no sólo a militantes de al Qaida, sino también a la fuerte resistencia armada de los residentes de al Ghayil y las aldeas vecinas.

Esta zona de al Bayda lleva en guerra más de dos años y medio, y la tribu Qayfa es bien conocida por su destreza en el combate y por su negativa desde hace mucho tiempo a doblegarse ante el Estado. Después de que las fuerzas conjuntas de los rebeldes hutíes del norte del Yemen y los leales en el ejército al expresidente del país, Ali Abdullah Saleh, se hicieran con el control de la capital, Sanaa, en septiembre de 2014, se trasladaron rápidamente al sureste, a la zona de al Bayda. La mayor parte de la tribu Qayfa, incluidos los hombres de Yakla, han estado combatiendo desde entonces a las fuerzas hutíes-Saleh. Arabia Saudí se incorporó a la lucha en marzo de 2015, al frente de una coalición de naciones en una intervención militar y campaña de bombardeos aéreos, con el apoyo de EEUU, para hacer retroceder a los hutíes, a quienes los saudíes consideran como una fuerza apoderada de los iraníes. En teoría, los vecinos de al Ghayil están en el mismo bando que EEUU en una guerra civil que ha provocado más de tres millones de desplazados y arrastrado al país al borde de la hambruna.

Al Ghayil, a sólo unos cuantos kilómetros del territorio controlado por los hutíes/Saleh, estuvo bajo el fuego de los cohetes hutíes en más de una ocasión en las primeras semanas de 2017, dejando la zona de Yakla en alerta máxima a causa de los ataques, y a los vecinos con el miedo constante de perder sus hogares ante una incursión de los hutíes/Saleh. La ciudad más cercana, Rada -donde se ubica el hospital más cercano- se había convertido en una zona peligrosa para la población de Yakla desde que esta cayó bajo control hutíes/Saleh en octubre de 2014.

Cuando los SEAL de la Marina estadounidense volaron a al Ghayil a primeras horas del 29 de enero -eligiendo deliberadamente una noche sin luna-, los hombres armados de la tribu creyeron que habían llegado los hutíes para capturar su pueblo. Una vez iniciado el fuego, algunos de los hombres que corrieron a defender a sus familias y hogares vieron salir láseres de colores de las armas de sus oponentes, lo que les hizo sospechar que podían estar enfrentándose a estadounidenses.

Poco después de que estallara el tiroteo, el suboficial de marina William «Ryan» Owens resultó alcanzado por una bala que le entró por el pecho justo por encima de la placa blindada alcanzándole el corazón, según informó sobre la incursión el exoficial de operaciones especiales. Owens murió poco después de ser alcanzado.

La confusión aumentó cuando los helicópteros de combate se unieron al asalto. Sabiendo que las fuerzas hutíes/Saleh no tienen fuerza aérea, los vecinos pensaron que era la coalición liderada por los saudíes la que les estaba atacando por el aire. No estaban del todo equivocados. Tropas de los Emiratos Árabes Unidos -actores importantes en la lucha de dos años de la coalición contra los hutíes- también tomaron parte en el ataque y es posible que hayan tenido mucho que ver con los helicópteros que dispararon contra los civiles. Hay docenas de bombarderos Apache de los EAU en estos momentos estacionados en las bases militares bajo mando emiratí por todo el Yemen.

El gobierno de los EAU no respondió a las múltiples peticiones de que comentara su papel en el ataque o respondiera a las preguntas acerca de posibles bajas entre su personal.

Según el anterior alto oficial responsable de operaciones especiales de EEUU y un asesor militar actual que recibieron información sobre el ataque, los SEAL descubrieron, en el momento en que llegaron al pueblo, que su operación estaba en peligro. No está aún claro cómo avisaron a los que estaban sobre el terreno, pero un asesor actual del Mando para Operaciones Especiales Conjuntas, que supervisa al equipo 6 de los SEAL, dijo que el mando está investigando si las fuerzas de los EAU implicadas en el ataque revelaron detalles de la misión antes de que los SEAL llegaran a al Ghayil. (Sin embargo, los vecinos del lugar, que están acostumbrados a oír el zumbido de los drones en esa zona remota, dijeron que la noche anterior al ataque, alrededor de las 21,00 horas, percibieron la presencia inusual de helicópteros, un hecho que les llenó de preocupación.)

Según los residentes locales, algunos hombres de las aldeas vecinas cogieron sus armas y corrieron para ayudar a sus vecinos a defenderse cuando escucharon cómo se desplegaban los sonidos de la batalla. Mohammed Ali al Taysi, del cercano pueblo de Husun, en Tuyus, se precipitó sobre su maltrecho todoterreno, atravesando en la oscuridad el cauce seco de un río para alcanzar al Ghayil desde el norte. Pero justo un poco antes de llegar al pueblo, un helicóptero voló bajo por encima de su cabeza, lanzando disparos de advertencia sobre el suelo a ambos lados de su vehículo. Al Taysi saltó fuera, disparando su rifle hacia el Apache antes de que se perdiera en la noche. Otros hombres armados que se encontraban más cerca del pueblo descendieron a pie por la ladera de la montaña para apoyar a los miembros de la tribu de al Ghayil, que disponían de la ventaja de hallarse en las zonas altas del lado oeste del pueblo. Los SEAL habían llegado desde las tierras bajas al norte, acercándose a los hogares de Abdulrauf al Dhahab y Mohammed al Amiri desde las laderas orientales de abajo.

Según los testigos, el fuego se intensificó rápidamente alrededor de la casa de al Dhahab, deteniendo el avance de los SEAL. Como las fuerzas estadounidenses luchaban desde los terrenos de abajo y cada vez descendían más hombres por la ladera de la montaña para unirse al tiroteo, los bombardeos aéreos destruyeron la casa de Mohammed al Amiri que estaba en la colina de arriba, matando a tres de sus niños, de 4, 5 y 7 años, y, al parecer, destruyendo cualquier posibilidad de recuperar ordenadores portátiles, discos duros u otro material de inteligencia que hubiera dentro sin tener que hurgar en la oscuridad entre los montones de escombros.

Con un SEAL de la Marina muerto y otros dos gravemente heridos, las fuerzas de operaciones especiales empezaron a retirarse. Pero antes de marcharse, según los testigos locales, el MV-22 Osprey utilizado para sacar a los soldados en retirada hizo un aterrizaje de emergencia, obligando a otro avión a aterrizar para sacar a los pilotos. Los ataques aéreos destruyeron después deliberadamente el Osprey abandonado.

El tiroteo había durado casi una hora. Pasaría otra hora o más antes de que los cielos se quedaran en silencio y el sonido de helicópteros, aviones y drones se desvaneciera. Fue con la luz del amanecer cuando empezó a revelarse la masacre, se contaron los desaparecidos y se identificaron los niños muertos. El humo se arremolinaba en el aire desde los tejados que aún ardían y la carcasa aún incendiada del Osprey en la distancia.

Mapa de la aldea de al Ghayil, en la provincia de al Bayda (Yemen). (The Intercept)

Esta no era la primera vez que los habitantes de la remota zona de Yakla perdían a miembros de sus familias a causa de un ataque estadounidense. En diciembre de 2013, un ataque de dron sobre un convoy de boda mató a doce civiles. El novio, Abdallah al Amiri, sobrevivió al ataque. Pero el 29 de enero, el hombre de 65 años fue asesinado cuando se encontraba desarmado junto a su casa durante el bombardeo. Una foto publicada en Internet poco después de la incursión mostraba su cuerpo yaciendo sobre la arena rocosa, con la cabeza empapada en sangre y una mano sujetando una antorcha.

Las secuelas de la destrucción del ataque dejó a los aldeanos tratando de entender qué era lo que los estadounidenses habían intentado conseguir. Abdulrauf, cuya casa parecía haber sido uno de los objetivos, no era ajeno a los intentos estadounidenses de asesinarle. Fue el blanco aparente de al menos tres ataques aéreos distintos entre 2011 y 2013 en la provincia de al Bayda, incluyendo uno en septiembre de 2012 que mató a doce civiles; entre los muertos, una mujer embarazada y tres niños.

Tras las muertes, Abdulrauf recurrió a las familias de las víctimas para contratar a abogados internacionales que llevaran sus casos ante los tribunales en EEUU. Dos de los hermanos de Abdulrauf fueron también asesinados en ataques de drones estadounidenses cuando EEUU se involucró en una larga y sangrienta contienda que había dividido a la familia de 18 hermanos entre los que se alineaban junto a al Qaida y los que estaban con el Estado.

Aunque Abdulelah al Dhahab, un hermano que sobrevivió al ataque de enero pero que perdió a su hijo de doce años, negó que Abdulrauf perteneciera a al Qaida, los vínculos entre la familia y la insurgencia de al Qaida en el Yemen abarcan también lazos maritales. Anwar al Awlaki, propagandista de al Qaida y ciudadano estadounidense, estaba casado con la hermana de Abdulrauf. La hija de Awlaki, Nawar, de 8 años, estaba en la casa de al Dhahab la noche del ataque. Murió desangrada tras recibir un disparo en el cuello; era la segunda de los niños de Awlaki asesinada por EEUU desde la propia muerte de este, causada por un ataque con drones en septiembre de 2011. Su hijo mayor, Abdulrahman, de 16 años, nacido en Denver, fue asesinado por otro dron estadounidense dos semanas después de su padre.

Tras el inicio de la guerra civil en marzo de 2015, Abdulrauf jugó un papel destacado en el liderazgo de la autodenominada «resistencia» de las milicias armadas locales leales a la coalición dirigida por los saudíes, combatiendo en el bando progubernamental del presidente yemení en el exilio, Abdu Rabbu Mansur Hadi, que contaba con el reconocimiento internacional. Como destacada personalidad de la tribu Qayfa, Abdulrauf era un líder muy respetado de la resistencia. El día anterior al ataque de enero, se encontraba repartiendo los salarios a los combatientes progobierno, tras haber recogido el dinero en la base más cercana de la coalición saudí, en la vecina provincia de Marib.

Aunque los ataques con drones estadounidenses mataron a una sucesión de importantes líderes de AQAP en los primeros seis meses de 2015, los bombardeos aéreos y terrestres durante los quince años anteriores estuvieron plagados de una inteligencia muy deficiente y numerosas víctimas civiles. Los supervivientes de la operación de al Ghayil se quedaron especulando sobre las razones por las que las fuerzas de operaciones especiales dirigidas por los estadounidense asaltaban su pueblo como «si se dispusieran a matar a Osama bin Laden», como señaló uno de los vecinos, desconcertado ante el hecho de que EEUU pensara que estaba yendo tras el líder del Estado Islámico en vez de un militante de al Qaida, al parecer de bajo nivel, del mismo nombre, Abubakr al Baghdadi, que murió en el ataque. «O quizá a los estadounidenses les engañaron para que mataran a Abdulrauf, el principal combatiente en Qayfa, a fin de ayudar a los hutíes y Saleh», fue la conjetura de un combatiente tribal antihutí.

En el Yemen, en al menos una ocasión, el régimen del entonces presidente Saleh facilitó a EEUU inteligencia falsa. En mayo de 2010, eso provocó el asesinato por error del vicegobernador de Marib en un ataque con drones. Como dijo un anónimo oficial estadounidense, posteriormente citado: «Creemos que nos la jugaron«.

Aunque los planes para la operación en Yakla empezaron hace muchos meses, la casa de Abdulrauf en al Gayil se había construido hacía poco tiempo. Las modernas paredes de hormigón y las ventanas de PVC destacaban entre las sencillas cabañas de piedra que dominaban el resto del pueblo. El líder tribal había estado viviendo en una tienda en la colina rocosa después de que las fuerzas hutíes/Saleh destruyeran la casa de la familia Dhahab en el pueblo de al Manasa en el otoño de 2014.

Un vecino, que pidió que no se le identificara por temor a represalias, afirmó que el hogar de Mohammed al Amiri era utilizado como casa de huéspedes por los militantes de al-Qaida que estaban de paso, hombres agresivos a los que el resto de los campesinos evitaban. Para llegar a la casa de Mohammed, los SEAL tuvieron que atravesar la casa al Dhahab, donde Abdulrauf, su hermano Sultan y sus huéspedes mantenían una reunión nocturna con otro líder tribal, el octogenario Saif Mohammed al Yawfi, que también murió en el ataque. El testigo afirmó que la reunión que tenía lugar en la casa de al Dhahab intentaba resolver un problema relacionado con uno de los familiares de Saif, que había sido arrestado por militantes vinculados con la casa de huéspedes, así como organizar la distribución de pagos en efectivo por parte de la coalición saudí apoyada por EEUU a los combatientes de la resistencia antihutí.

Los vecinos de la aldea especulaban acerca del objetivo exacto del ataque del 29 de enero. ¿Era la casa de Abdulrauf y la tienda situada junta a ella el objetivo? ¿Creían los militares estadounidenses que Qasim al Rimi, el líder de AQAP, estaba dentro de la casa? ¿O era la siguiente vivienda sobre lo alto de la colina, el hogar de Mohammed al Amiri, lo que los SEAL de la Marina trataban de atacar? Otros aventuraron que una mujer, Arwa al Baghdadi, podía haber tenido un papel destacado en las motivaciones de ese ataque.

Arwa al Baghdadi, según sus propias publicaciones en las redes sociales, fue hecha prisionera en 2010 y torturada por las autoridades saudíes después de que las fuerzas de seguridad mataran a su hermano. Al parecer fue posteriormente utilizada como moneda de cambio en la liberación, en 2015, de un diplomático saudí que había sido secuestrado por AQAP en Aden tres años antes (las autoridades saudíes dicen que no existía tal conexión). Arwa al Baghdadi, que huyó al Yemen tras ser liberada de la cárcel, murió en el ataque junto con su hijo Osama y otro hermano, Abubakr al Baghdadi. Su cuñada, que estaba embarazada, recibió un disparo en el estómago. La bala que alcanzó el estómago de su madre, rozó al feto, que murió tras una cesárea urgente realizada en el hospital 26 de septiembre, a cinco horas de distancia en la vecina provincia de Marib.

Muchos de los residentes de al Ghayil negaron la presencia de militantes de al Qaida esa noche en la aldea noche. El comunicado de al Rimi tras el ataque ofreció condolencias a las familias de los asesinados, y junto a los canales de propaganda de AQAP, enumeró a 14 hombres entre los muertos, aunque al Rimi no hizo alusión alguna a que se tratara de miembros de AQAP. (Ocho de esos nombres no estaban incluidos en la cifra de víctimas que los aldeanos proporcionaron a The Intercept, ya que no eran conocidos de los residentes locales. Los familiares negaron las declaraciones de que los seis hombres restantes fueran miembros de AQAP.)

En el contexto actual de la guerra civil del Yemen, AQAP ha tratado de enmarcar el conflicto como lucha sectaria contra los hutíes chiíes. En esa narrativa, AQAP describe regularmente a todos los opositores a los hutíes como «hermanos» sunníes o «uno de nosotros», como parte de una estrategia para crear a largo plazo una mezcla más fluida con la población y las tribus locales.

En medio de los escombros de las casas destruidas por el ataque de los SEAL de la Marina estadounidense en el pueblo de al Ghayil el 29 de enero de 2017. (Foto: Iona Craig)

La única prueba conocida hasta ahora para apoyar la afirmación de Sean Spicer de que «el objetivo del ataque fue conseguir información de inteligencia y eso es lo que conseguimos», fue un video publicado por el Mando Central de EEUU el 3 de febrero. El CENTCOM presentó el video como confirmación del «valioso» material recogido durante el ataque, etiquetando el mismo como «plan de AQAP para atacar a Occidente». Pero quedó rápidamente desmontado cuando se descubrió de que la grabación era de hace diez años -antes de la aparición de AQAP en Yemen- y que estaba fácilmente disponible online. El gobierno de EEUU tendrá aún que fabricar cualquier otra prueba sobre la inteligencia recolectada en el ataque.

Hay otros detalles sospechosos en la versión estadounidense de los acontecimientos. Días después del ataque, el Pentágono afirmó que las mujeres asesinadas iban armadas y que lucharon contra las fuerzas de operaciones especiales de EEUU desde «posiciones preestablecidas». Sin embargo, todos los testigos del ataque entrevistados por The Intercept en al Ghayil negaron con firmeza esta acusación, citando una cultura que considera la perspectiva de las mujeres combatiendo, como Nesma al Amiri señaló, como «eib» -vergonzoso y deshonroso-, indicando la imposibilidad práctica de que hubiera mujeres que disparaban sus rifles mientras aferraban a sus bebés. Un portavoz del CENTCOM se negó a proporcionar más detalles que apoyaran su afirmación sobre tales mujeres combatientes.

Sin embargo, los nombres de los muertos que los aldeanos dieron a The Intercept no incluyeron a una mujer que sí aparecía en los canales de los medios de AQAP. Propagandistas y simpatizantes de los militantes afirmaron que una mujer desconocida «luchó contra ellos con su propia arma», con una afirmación adicional de que Arwa, la exprisionera de los saudíes, había lanzado una granada que mató a un soldado estadounidense, afirmaciones firmemente negadas por Abdulelah al Dhahab, que sobrevivió al prolongado tiroteo alrededor de la casa de su hermano. El jeque Aziz al Amiri, el jefe del clan al Amiri, perdió veinte miembros de su amplia familia, seis de ellos niños, el menor de sólo tres meses de edad. «Mataban a todo aquel que intentaba escapar», dijo once días más tarde, erguido sobre la colina junto a su hogar.

En respuesta a los hallazgos de The Intercept, Hina Shamsi, directora del Proyecto de Seguridad Nacional de la Unión de Libertades Civiles Americana, pidió una investigación completa sobre el ataque que incluyera la base legal para la operación, la idoneidad de la inteligencia previa, qué tipo de precauciones se adoptaron y por qué estas fracasaron.

«Cada nueva revelación sobre esta operación trágica resulta dolorosa y terrible», dijo Shamsi. «Incluso en conflictos armados reconocidos, hay normas contra la matanza de civiles que hay que respetar, e incluso bajo la imperfecta política de fuerza letal de la administración Obama, que hasta donde sabemos sigue en vigor, hay restricciones que deberían haber impedido o al menos minimizado la muerte de civiles».

La pasada semana, la Casa Blanca anunció que el Pentágono iba a realizar tres revisiones del ataque para examinar la muerte de Owens, la pérdida del Osprey y las víctimas civiles.

Durante su primer discurso en el Congreso el 28 de febrero, el presidente Trump señaló que Owens murió como «un guerrero y un héroe», motivando una ovación en pie a la viuda del SEAL de la Marina, Carryn Owens. Pero Trump no hizo mención alguna de los familiares de la mujer y los niños que murieron esa noche.

Cuando el zumbido de los drones regresó a Yakla dos días después de la operación, la aldea de al Ghayil estaba prácticamente desierta. Las familias, que pocas razones tenían para permanecer allí después de que su ganado hubiera sido aniquilado, huyeron ante el temor de que se produjeran más ataques y la inminente aparición del enemigo tras la muerte de Abdulrauf al Dhahab, el adversario más importante entre los Qayfa de las fuerzas hutíes/Saleh. La mayoría de los hombres, mujeres y niños que sobrevivieron están ahora indefinidamente desplazados.

Un mes después, la pasada semana, en medio de un repunte sin precedentes de la actividad militar estadounidense en el Yemen, los helicópteros y los drones volvieron a Yakla. Aviones Apache descendieron el 2 de marzo antes del amanecer sobre al Ghayil, perpetrando un «bombardeo indiscriminado», según el jeque Aziz al Amiri, uno de los pocos residentes que se había quedado en el pueblo. Posteriormente, ese mismo día, el Pentágono asumió la responsabilidad de más de 20 ataques aéreos llevados a cabo en las primeras horas de la mañana en tres provincias yemeníes, incluida al Bayda.

El 3 de marzo, a primera hora, helicópteros de combate y drones volvieron una vez más. Un ataque aéreo, al parecer contra Abdulelah, el hermano superviviente de Abdulrauf al Dhahab, lanzó varias bombas que cayeron junto a la puerta de su casa, matando a tres miembros de su extensa familia procedentes de su pueblo natal, al Manasa. A última hora de la noche, Abdulelah fue al parecer de nuevo el objetivo del ataque de un dron que mató a los cuatro hombres que viajaban con él en un coche en la provincia de Marib. No está claro si Abdulelah pudo sobrevivir. Al menos seis de las casas de al Ghayil resultaron alcanzadas esa misma noche por el fuego de otro helicóptero. Con el pueblo bajo ataque por tercera noche consecutiva el 5 de marzo, el jeque Aziz y su familia escaparon finalmente; ahora viven bajo los árboles a varias millas de distancia. Menos de 24 horas después, otro ataque de un dron mató a otros dos niños más, dos hermanos de 10 y 12 años.

El portavoz del Pentágono, el capitán Jeff Davis, dijo en un comunicado que los ataques contra AQAP se habían llevado a cabo en colaboración con el gobierno del Yemen y que se habían coordinado con el presidente Hadi. También murieron varios combatientes de la resistencia antihutí en las líneas del frente de la guerra civil, no lejos de Yakla, según vecinos de al Bayda. Al día siguiente, Davis dijo a los informadores que se habían realizado nuevos ataques en las primeras horas del viernes, lo que da un total de más de 30 ataques en menos de 36 horas, superando los 32 confirmados ataques estadounidenses con drones durante todo el año pasado en Yemen.

Aunque Davis afirmó que «las fuerzas de EEUU continuarán atacando las instalaciones y militantes de AQAP para desbaratar las tramas de la organización terrorista y, en última instancia, proteger las vidas estadounidenses», NBC News informó que los ataques formaban también parte de las «nuevas directrices» para perseguir de forma agresiva a los clanes de Dhahab y Qayfa, citando una alta fuente de la inteligencia militar.

Aunque la incursión de Yakla se produjo al parecer bajo las directrices de la política presidencial establecidas bajo la administración Obama -estándares utilizados una y otra vez para defender el programa de drones de EEUU-, los nuevos desarrollos de la pasada semana indican que la administración Trump no va a respetar la condición de tener la «casi certeza» de que en las operaciones no mueran, ni resulten heridos, civiles.

Un funcionario de defensa afirmó para el Washington Post que al ejército se le había concedido una autoridad temporal para considerar determinadas zonas del Yemen como «zonas de hostilidad activa». Ese cambio, aunque acorta el proceso de aprobación para la acción militar y pone de hecho a EEUU en pie de guerra en cualquier zona del Yemen, es poco probable que sea revelado por el ejército, señalaba Cori Crider, una abogada de la organización internacional de derechos humanos Reprieve, que ha representado a las víctimas yemeníes de los ataques con drones. Esa autoridad tiene un umbral inferior: Las muertes de civiles tienen que ser «proporcionadas» en vez de evitadas con «casi certeza», como establecía la anterior administración para el uso de fuerza letal «fuera de las zonas de hostilidad activa».

«Esto significa que se han arrojado por la ventana todos esos tan cacareados ‘estándares’ que la administración Obama decía estar utilizando para minimizar las víctimas civiles en los ataques con drones en el Yemen», dijo Crider.

En un comunicado de prensa del 3 de marzo, Davis dijo a los periodistas que la autoridad legal para emprender el ataque de enero y los ataques recientes «se había delegado por el presidente, a través del secretario de defensa,» en el Mando Central de EEUU. Pero cuando The Intercept contactó con el Pentágono, este no pudo clarificar si se consideraba que al Ghayil estaba fuera de las zonas de hostilidades activas durante la fallida incursión.

En al Bayda, algunos perciben que los continuados bombardeos aéreos están ayudando a Saleh y a los hutíes, a quienes el mes pasado Spicer mezcló con Irán, acusándoles de atacar un navío de la Marina estadounidense frente a la costa occidental del mar Rojo en el Yemen. Los hutíes habían alcanzado de hecho una fragata saudí.

Mientras tanto, los aldeanos de al Ghayil no están exigiendo los niveles tribales habituales de indemnización para las familias de las víctimas. Pocos de ellos querían que se les citara efectuando tal reclamación, y todos expresaron el mismo sentimiento poco menos de dos semanas después del ataque: en esta ocasión quieren venganza, no un pago.

Mientras el presidente Trump continúa tildando de éxito la misión, refiriendo la cita de la pasada semana del secretario de defensa James Mattis en el Congreso de que la inteligencia recogida «llevará a nuevas victorias en el futuro contra nuestro enemigo», en Yakla, el resultado más claro parece ampliar la lista de adversarios de EEUU más allá de al Qaida.

Mohammed al Taysi, el miembro de la tribu que intentó unirse a la lucha en al Ghayil, lo expresó de forma sucinta cuando nos separábamos saliendo de Yakla al atardecer. «Si vuelven», dijo, refiriéndose a los SEAL, «díganles que se traigan sus cascos. Desde este mismo momento estamos ya preparados para luchar contra los estadounidenses y ese perro de Trump».


N. de la T.:

Este informe apareció publicado el 9 de marzo de 2017.

Iona Craig es una periodista independiente británico-irlandesa. Con anterioridad, desde 2010 a 2015, desempeñó el puesto de corresponsal del The Times (de Londres) en el Yemen. Sus trabajos se han publicado asimismo en el Irish Times, Los Angeles Times, Al Jazzera America, BBC y otros medios. En 2014, ganó el premio más prestigioso al periodismo de investigación del Reino Unido, el Martha Gellhorn, por sus informaciones sobre la guerra encubierta de EEUU en el Yemen.

Fuente: https://theintercept.com/2017/03/09/women-and-children-in-yemeni-village-recall-horror-of-trumps-highly-successful-seal-raid/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.