Las políticas desarrolladas hasta el momento para evitar la despoblación han sido insuficientes, cuando no perjudiciales
De pronto han comenzado a sonar todas las alarmas, las proporciones alcanzadas por el fenómeno de la despoblación no dejan indiferente ni a Mariano Rajoy. Así, el acuerdo de mayor trascendencia alcanzado el 17 de enero en la VI Conferencia de Presidentes de Comunidades Autónomas pretende abordar la estrategia frente al llamado «reto demográfico». En consecuencia, el Consejo de Ministros del 28 de enero nombró a la senadora Edelmira Barreira Diz comisionada del Gobierno para tal menester. Eso sí, habrá de concretarse un poco más en qué consistirá la labor de la comisionada, puesto que situar el problema como consecuencia de «un paulatino envejecimiento de nuestra población, con bajas tasas de natalidad y con un saldo vegetativo negativo» pone de manifiesto una frustrante confusión entre el reto demográfico y la despoblación. Tengámoslo claro, el envejecimiento no es despoblación.
«El abandono que más duele es el abandono discursivo», suele decir el escritor Sergio del Molino, autor del sorprendente y exitoso ensayo ‘La España vacía’ (va por la décima edición), un libro que -junto con otros pocos- ha conseguido que por fin se hable de este fenómeno. Todavía no sabemos si hay solución o ya estamos fuera de tiempo, pero al menos se habla de ello. El fenómeno de la despoblación, hasta ahora sólo contemplado a escala local, es uno de los asuntos recurrentes en las agendas informativas de los diarios nacionales, y hasta tiene consideración de apto para ser encajado en horario de ‘prime time’ en la televisión.
Los datos últimos no son ninguna sorpresa, pero sí son esclarecedores y nos acercan a la cruda realidad. La radiografía que nos traslada el informe «Población y despoblación en España 2016», que recientemente fue dado a conocer por la Comisión de Despoblación de la FEMP, nos revela que la mitad de los municipios españoles están ya en riesgo de extinción. En estos momentos, subsisten con menos de mil habitantes 4.995 de los 8.125 municipios que tiene España en total. La inmensa mayoría de esas casi cinco mil localidades sufren el continuo envejecimiento de su censo demográfico y un mínimo o inexistente relevo generacional, con escasas o nulas cifras de natalidad.
Realmente es hora de que nos preguntemos, ¿pero cómo hemos podido llegar a esta situación de sangría demográfica? Dos conclusiones primeras nos salen al paso. Una, que las políticas desarrolladas hasta el momento para evitar la despoblación han sido insuficientes, cuando no perjudiciales en su intento de evitar el problema. Y dos, el medio rural y sus circunstancias (la desertización y el abandono) nunca han constituido una preocupación mayor, es decir, nunca ha sido una cuestión de Estado. Y a la luz de los hechos también cabría añadir que las políticas comunitarias, tras la incorporación de España al mercado común europeo en 1986, tampoco han llegado con acierto y energía a este asunto.
En medio de este estado de las cosas, cuando se escucha al profesor Francisco Burillo, presidente de la asociación Serranía Celtibérica, decir que el problema de la despoblación tiene arreglo aunque éste sea difícil y costoso, sus palabras nos aportan esa medicina tan necesaria mezcla de rigor, optimismo y perseverancia. A fin de cuentas el catedrático de prehistoria de la Universidad de Zaragoza en Teruel es una autoridad en la materia y uno de los inspiradores, junto con la investigadora Pilar Burillo, del concepto de ‘demotanasia’, palabra acuñada para definir «un proceso que tanto por acciones políticas, directas o indirectas, como por omisión de las mismas, está provocando la desaparición lenta y silenciosa de la población de un territorio».
El ejemplo de la Serranía Celtibérica, proyecto e idea alumbrado por Francisco Burillo, nos sirve de referencia avanzada en cuanto a su formulación y propuesta. La Serranía Celtibérica es una interregión conformada por el territorio fronterizo de las comunidades autónomas de Aragón, Castilla La Mancha, Castilla y León, Generalitat Valenciana y La Rioja. En una extensión de 65.825 km2, dos veces más que Bélgica, viven 475.149 habitantes lo que da una densidad de 7,22 hab/km2, frente a los 92 de España. Solo Laponia, en el Polo Norte, se encuentra por debajo de los 8 hab/km2. No obstante, Laponia cuenta con el doble de jóvenes y la mitad de mayores de 65 años que la Serranía Celtibérica, cuya tasa de envejecimiento duplica la media europea.
Escribe Manuel Rivas en un artículo titulado, ‘La desconexión del urogallo’: «Las élites políticas, y las otras, solo saben de la España rural por las cacerías. O por la caza de subvenciones. Ha ido más dinero de fondos europeos para latifundios que para cooperativas o los autónomos del pequeño campesinado». Sirva este duro recordatorio del escritor gallego para impulsar el necesario «análisis fundamentalmente cultural» y «un cambio de mentalidad» que propone Sergio del Molino, el autor de la ‘La España vacía’, antes que «trazar una estrategia o por apuntar un programa de iniciativas para salvar a la España rural».
A lo que se ve, la coordinación de todos los aspectos de este asunto es imprescindible. Pero, ojo, no todo está por hacer. Apunto dos referencias. La Ley 45/07 de Desarrollo Sostenible del Medio Rural, es una propuesta legislativa que fue construida sobre la base de una amplia participación y al servicio del desarrollo sostenible rural. En esa ley que ahora cumple diez años trabajaron personas conocedoras del mundo rural y de las políticas europeas. Cuenta además con el aval y el respaldo del que gozó entre la mayoría de las organizaciones agrarias y sociales.
También quiero recordar el apoyo unánime a la propuesta del diputado de IU Álvaro Sanz. El Congreso de los Diputados en octubre de 2015 instó al Gobierno y a las comunidades implicadas a reconocer la identidad interregional de la Serranía Celtibérica, lo que supondría la recepción de fondos especiales de cohesión junto con la máxima exención fiscal. Además, acordaron que se declarara Serranía Celtibérica como Inversión Territorial Integrada.
Como en tantos otros casos, conocemos el origen del problema y decimos tener voluntad de resolverlo. Instrumentos legales no nos faltan y en cuanto al dinero, ya sabemos que aparece y desaparece allí donde alguien lo decide. Hemos de tener claro que la despoblación es un problema imposible de ser ocultado por más que nuestra decisión sea no hacer nada, pues como dice Rivas «el mapa se llena de deslugares». Pongámonos a ello y hagamos que aparezca ese «cultivo imprescindible» que es la esperanza.
Paloma López. Eurodiputada de Izquierda Unida
Publicado en el Nº 306 de la edición impresa de Mundo Obrero mayo 2017