Los estudiosos de la obra del artista José Iranzo Almonacid (1931-2006), conocido como «Anzo», subrayan 1967 como un año decisivo. El pintor valenciano hoy no figura en los grandes carteles, pero hace medio siglo participó en la prestigiosa Bienal de Sao Paulo; Y más aún, inició la serie «Aislamientos», un conjunto de obras y grabados […]
Los estudiosos de la obra del artista José Iranzo Almonacid (1931-2006), conocido como «Anzo», subrayan 1967 como un año decisivo. El pintor valenciano hoy no figura en los grandes carteles, pero hace medio siglo participó en la prestigiosa Bienal de Sao Paulo; Y más aún, inició la serie «Aislamientos», un conjunto de obras y grabados que recupera el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) en una exposición que se prolonga hasta el cinco de noviembre. Esta fase de su obra durará algo más de dos décadas, hasta 1985. ¿En qué consiste el giro conceptual que inició entonces? Anzo comienza a pintar lienzos metafísicos, con calles desérticas y espacios urbanos de fantasmagoría. Representa así el pesimismo, la alienación moderna de un individuo incomunicado frente al régimen de dominación. Un óleo sobre lienzo, el «aislamiento» número diez, pone de manifiesto esta idea. Aparece un individuo que, aunque alejado, divisa una acera con las tapaderas de los sumideros abiertas. En otro óleo de 1967 («aislamiento» número cuatro) se aprecia a un personaje que, desbordado por el tamaño de la gran vía urbana, camina solo por los adoquines. La crítica aplaudió la originalidad de esta forma de existencialismo pictórico.
La muestra del IVAM en colaboración con la Fundación Anzo consta de 80 pinturas, serigrafías, documentos de archivo, libros y películas documentales. Pero el recorrido de Anzo no se inicia con los «aislamientos». Superada la etapa de formación, José Iranzo Almonacid es uno de los fundadores del grupo Estampa Popular en Valencia, integrado por artistas plásticos de ideología antifranquista; entre otros, Andreu Alfaro, Rafael Solbes, Manolo Valdés y Joan Antoni Toledo. Anzo abandonó pronto el grupo, aunque la crítica considera que éste le dejó una intensa huella. Muchos de los artistas también formaron parte de los célebres Equipo Crónica y Equipo Realidad. Utilizaron la sátira política en la crítica al franquismo, lo que incluía señalar las contradicciones en la naciente sociedad de consumo española. A esta época corresponden obras como «Vida amb nina» (1965), donde enfrenta el busto de una muñeca de juguete a una nevera llena de refrescos; «Senyoret, compre’m este rameiet» (1965), «També a ells els agrada tricotar» (1965), «El bes» (1966) o «El sant» (1966). En casi todos los casos, se trata de un óleo y esmalte sobre lienzo y tabla.
La fase que comienza un año después -los «aislamientos»- se caracteriza por el uso de nuevos materiales, poco habituales en la época: fotolitos, aceros pulidos, plásticos, rodamientos y hasta representaciones de circuitos de computadora. Con estos ingredientes, el artista valenciano se adentra en un debate recurrente en los años 60 y 70 del siglo XX: la expansión de los espacios alienantes, claustrofóbicos y distópicos. Según los paneles de la exposición del IVAM, «la soledad humana en un mundo tecnificado y masificado». La idea cristaliza en el «aislamiento» 12, uno de los mejores ejemplos para entender la crítica que plantea el artista. En la pintura aparece un caminante, anónimo y solitario, que transita por una avenida. Él es pequeño, sobre todo si se compara con las tres moles de acero y cristal, las torres Trade de Barcelona: cuatro edificios de oficinas construidos entre 1966 y 1968, a la manera de los enormes rascacielos de Chicago y Nueva York. «Este icono de la arquitectura franquista opera como un gran espacio de deshumanización», señala el comisario de la exposición, Joan Ramon Escrivà.
La muestra recoge junto a la mencionada pintura una reflexión del filósofo de la Escuela de Frankfurt, Herbert Marcuse: «Una ausencia de libertad cómoda, suave, razonable y democrática, señal del progreso técnico, prevalece en la sociedad industrial avanzada. ¿Qué podría ser, en realidad, más racional que la supresión de la personalidad en el proceso de mecanización?» Del mismo modo, un ejemplar de la revista «Novática», de 1974, incluye el siguiente anuncio: «Es imposible en un anuncio exponer las ventajas de los multiprocesadores NCR». Se intenta persuadir al lector de que si se pone en contacto con esta empresa, podrá beneficiarse hoy de la tecnología del futuro. Varios titulares de la revista «Triunfo», de 1965, ahondan en el problema. «La civilización de los ordenadores», afirma uno de los textos expuestos en las vitrinas. Califica a las computadoras como «indispensables», pero además de una esperanza constituyen una amenaza.
En plena época de incertidumbre, la citada publicación de izquierdas recogía un informe del escritor y periodista Jean Francis Held, de titular elocuente: «Una amenaza del futuro. El fin de la vida privada». Sostiene que ante los «viejos» sistemas de investigación, el ser humano tenía posibilidad de defenderse, pero no ocurre lo mismo con el megacomputador; «Objetivo, glacial y sin fallos de memoria», el individuo sometido a esta máquina perderá el control sobre su vida. En los «aislamientos» de finales de los años 60 e inicios de los 70, elaborados con técnicas mixtas (por ejemplo, acero con chorro de arena y esmalte acrílico), José Iranzo Almonacid expresa todas estas inquietudes. Lo hace en las obras artísticas (más depuradas en los años 70), pero también en los textos: «Padece aislamiento el encargado de las computadoras, el que no encuentra quién escuche sus problemas, el que se siente un ser anónimo al cruzar la calle entre una inmensa masa que camina ingobernable». Además el artista aborda el significado de la oficina, que considera otro «lugar de alienación y control del ser humano», explica el comisario de la exposición. Y las metáforas del círculo y el laberinto, donde se halla recluido el individuo en el actual sistema de producción y consumo. Esta realidad se plasma en composiciones grises, planas y frías.
El pintor participa en numerosísimas exposiciones y muestras durante estos años. La muestra del IVAM se detiene en una de las primeras, la Bienal de Venecia de 1968, a la que Anzo fue invitado. Durante más de cien días, los alumnos de la Escuela de Bellas Artes ocuparon las calles y las aulas. El artista presentó en la Bienal una decena de obras sobre su gran preocupación: la soledad individual ante el avance del progreso tecnológico. Refuerzan este punto de vista algunos libros recogidos en la exposición: «Vigilar y castigar», de Foucault; «Ideología, praxis y mito de la tecnocracia», de Juan Vallet de Goytisolo; y un texto de Siegfried Kracauer, «Los empleados». El cine también aporta argumentos similares. Un fragmento de la película «Playtime» (1967), del realizador Jacques Tati, narra la peripecia del señor Hulot por un edificio de oficinas, donde los empleados -estandarizados y debidamente uniformados- desarrollan mecánicamente sus rutinas. El filme «Mechanical Principies», de Ralph Steiner encuentra un hueco en la muestra, al igual que el vídeo de una rata aprisionada en un engranaje circular que rueda sin pausa. «Es el aislamiento de los integrados; es la soledad de los engranajes de las piezas que funcionan al unísono con las restantes del mecanismo», subraya José Iranzo Almonacid. Así, individuos eficientes controlan al prójimo mientras son objeto de control. «Archivan, registran, clasifican e incluso a veces deciden algo».
La cuestión tenía vigencia en la época. De ahí la floración de novelas que seguían el precedente de los clásicos: «1984», de Orwell; «Un mundo feliz», de Huxley; «Farenheit 451», de Ray Bradbury; o «Nosotros», de Yevgeni Zamiatin, entre otros. La exposición del IVAM incluye los ecos que esta literatura encontró en el estado español, desde la mitad de los años 60, en novelistas como Miguel Espinosa («Escuela de mandarines»), Juan José Plans («Paraíso final»), Antonio Burgos («El contrabandista de pájaros»), Miguel Delibes («Parábola del náufrago»), Enrique Jarnés, Jorge Ferrer-Vidal («Los papeles de Ludwig Jäger) o Manuel García-Viñó. El cine español de los años 60 y 70 también se hace eco de la angustia por una sociedad deshumanizada. Dos de los ejemplos fueron «El asfalto» (1966), de Narciso Ibáñez Serrador; y «La cabina» (1972), de Antonio Mercero. En esta película José Luis López Vázquez queda enclaustrado en una cabina telefónica de la vía pública, que opera como metáfora. A partir de 1985, y hasta 1993, Anza desarrolló una nueva fase de su obra, que los críticos han llamado de «Geometría Lírica». Además trabajó las piezas escultóricas y el arte monumental en los espacios públicos.
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