El economista cubano Pedro Monreal (PM) ha publicado varios artículos dedicados a exponer su criterio acerca de los trabajos incluidos en una recopilación de textos sobre las tendencias políticas centristas en Cuba. En su texto más reciente, PM sostiene su análisis en el argumento según el cual los textos de la antología definen el centrismo […]
El economista cubano Pedro Monreal (PM) ha publicado varios artículos dedicados a exponer su criterio acerca de los trabajos incluidos en una recopilación de textos sobre las tendencias políticas centristas en Cuba.
En su texto más reciente, PM sostiene su análisis en el argumento según el cual los textos de la antología definen el centrismo como equivalente a contrarrevolución. A partir de esa afirmación PM precisa la segunda premisa de su análisis definiendo por su parte que es contrarrevolucionario en Cuba postular a) «…la necesidad y/o conveniencia de acabar con el control del poder político por parte del Partido Comunista de Cuba (PCC)» y b) demandar «…que los medios de producción fundamentales no sean de propiedad social. Es decir, cuando una posición política atenta contra cualquiera de los dos pilares de un modelo comunista.»
En párrafo anterior el analista acepta que «pudieran ofrecerse diferentes definiciones» de la posición política contrarrevolucionaria en Cuba. Pero a fin de cuentas se decanta por las dos (a y b) señaladas, y desde allí despliega su tesis apoyado en la premisa mayor, que como vimos, establece que el anticentrismo se limita a denunciar a la contrarrevolución y sólo definida por esos dos rasgos.
De paso, hay que advertir que acudiendo a Lenin y a Gramsci, el autor pretende: a) legitimar y ensalzar las supuestas bondades o la eficacia de las posiciones políticas centristas y b) a la vez reitera la tesis según la cual la distinción de posiciones de izquierda, derecha y sus matices intermedios es inoperante o errónea, tesis muy común también últimamente en el debate de aquellos que se oponen a lo que llaman la radicalidad ortodoxa, u oficial o dogmática.
Se advierte bien claramente que esa tesis, planteada ahistóricamente, sin análisis contextual de cada escenario de la lucha política, pretende prestigiar y colocar las políticas centristas como si existieran en una especie de terra incognita de la política. En la citada carta a su amigo comunista, más adelante el mismo Gramsci utiliza profusamente esas distinciones que son y le resultan inevitables para analizar el campo político italiano y los temas que allí trata. Como también, por sólo mencionar una valoración reciente, Immanuel Wallerstein en su texto Dilemas de la izquierda radical, publicado en La Jornada.
Este aspecto del análisis de PM no merece mayor detenimiento ahora, que la advertencia de la manipulación que contiene para inficionar y contaminar el imaginario político e introducir modos de pensar que conviertan la lucha ideología en un terreno confuso, elástico y líquido, algo muy característico de todo centrismo.
No comentaré extensamente aquí la posición de «centro político» que se le atribuye a Lenin. Es un recurso muy débil y totalmente erróneo por antihistórico el intento de prestigiar u otorgarle pertinencia a esa posición política en las condiciones concretas actuales de Cuba acudiendo a Lenin, pero mucho menos a Gramsci con respecto a aquel. Pero esto merece un comentario.
Casual (¿o quizás premonitoriamente?) releía en estos días Un paso adelante, dos pasos atrás y sólo porque lo reencontré organizando algunos libros. Apenas uno se puede resistir a la angustia que provoca no poder leer o releer un libro valioso que asome a la vista. Y no podía imaginar que alguien trajera a Lenin a colación, insinuando que si alguna vez fuera de «centro» en política, ello podría servirle a los centristas de esta época para tranquilidad de sus almas.
Como se sabe, Lenin hace en ese texto un meticuloso análisis de las actas del II° Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), celebrado en 1903, en Bruselas y, por razones de seguridad, trasladado después a Londres. La primera reacción-placer que nos regala Lenin es disfrutar de su genial exposición analítica y de su estilo polémico, exacto, duro, irónico y directo (entre compañeros de lucha), que hoy levantaría tantos lamentos y victimizaciones entre los moderados que suelen reaccionar con quejas y lamentaciones. Los revelados en las actas de aquel congreso y textos posteriores a que se refiere Lenin , de hecho, son casi la copia y el calco de los recursos defensivos de los supuestos perseguidos o criticados que ahora a veces se leen en Cuba durante las confrontaciones ideológicas. La segunda fue constatar con cierta tristeza racional, o de la razón, (si eso existe, o se puede expresar así) y casi con alguna conmiseración posterior, cómo se intenta de manera tan pedestre y elemental manipular hoy los hechos y los conceptos.
En aquella ocasión Lenin celebraba el paso adelante que significaba la posible unificación y consolidación en un Partido de la dispersión organizativa que existía en el campo de la lucha política e ideológica, formada hasta ese momento por diversos grupos, círculos y tendencias, y lamentaba los dos pasos atrás por la escisión sobrevenida entre los mencheviques (minoría, en ruso) y los bolcheviques (mayoría). Lenin demuestra con meticuloso rigor la postura oportunista y girondina de los primeros, (son sus expresiones), frente al jacobinismo radical de los segundos. Allí, entre esas posturas se delineó claramente lo que se denominaba en aquella cultura política «la charca», (en Alemania, «el pantano») es decir, el centro político con respecto a los temas que se discutían y en el contexto específico en que ello se manifestó.
No se puede ni pretender, así sea un acotado comentario en este medio que exige la mayor brevedad posible, y con respecto a un texto que se debe disfrutar directamente. Es muy conveniente, como aconsejaba el Che, leer hasta el último papelito escrito por aquel genio. Pero como se intenta escamotear qué significa ocupar el centro político en distintos contextos y circunstancias históricas al afirmarse con ligereza, sin mayor precisión, que Lenin dijo «alguna vez» que «era de centro», debe disculparse que al menos se recuerde que la división se manifestó en aquel Congreso entre algunas propuestas de Lenin, apoyado inicialmente en algunos temas también por Plejanov , de un lado, y los anti-iskristas, en el otro polo, apoyados por los del «centro». Y, vacilando entre ellos, unas veces de parte de unos, y otras a favor del contrario, los que Lenin llamó los vacilantes, el centro, o «la charca» (*).
A nadie se le ocurriría, o se le debiera ocurrir (¡pero por lo visto, sí!) comparar a «la charca» de aquel momento, o de momentos posteriores de la historia del partido bolchevique, con nuestra charca actual. Entre otras razones por el «detalle» difícilmente despreciable de que entonces se enfrentaban visiones, propuestas, diferencias, entre camaradas, entre concepciones y personalidades que discutían temas específicos para lograr un objetivo común, es decir, el derrocamiento del zarismo: discutían la estructura organizativa, programática e ideológica de un partido para acompañar y guiar la lucha obrera contra el zarismo y encabezar y conducir la revolución. Ni la valoración citada de Gramsci es pertinente en los actuales contextos donde los polos con respecto a los cuales se sitúa la concepción centrista no son posiciones de matices o antagonismos entre compañeros de lucha, sino de fondo, y esencialmente, entre el socialismo y el capitalismo. (El estudio detallado del escenario actual del debate sería muy útil que se hiciera por especialistas competentes para deslindar matices y posiciones que no se pueden reducir a la propuesta simplista, antonómica y maniquea de Monreal.)
Cuando mucho después la socialdemocracia europea devino esa «ruedecilla» más y funcional al capitalismo, cooptada por el parlamentarismo burgués y traicionando a la causa obrera, (término este, el entrecomillado aquí, que usa con sabrosa ironía Lenin), aquel centro ya devendría una significación política concreta cualitativa y funcionalmente distinta al centro que se formó durante aquel Congreso, centro del que Lenin, por cierto, no formaba filas, y que no se puede confundir al muy distinto al papel de Lenin como dirigente que se esfuerza por construir la unidad alrededor de las fuerzas dispuestas a la lucha en aquellos tiempos. El tema, entre otros, con respecto a los cuales se definió el centro en aquel momento del II Congreso fueron el centralismo democrático como principio organizativo del Partido, propuesto por Lenin, y el autonomismo o federalismo político y organizativo defendido por los opositores que deseaban mantener la existencia independiente de los círculos o grupos de lucha. Aquellos eran los polos, sobre todo con respecto a un elemento organizativo, y es en relación a ese aspecto y otros que surgieron con él relacionado, que se situaba el centro, la «charca», que como siempre, depende para ser definido y localizado por los elementos claramente opuestos con respecto al cual se sitúa. El centro está condenado a la movilidad porque se define con respecto a cómo se sitúan sus extremos, de ellos depende, y por esa razón le caracteriza la vacilación y, al final, la selección de una de las posiciones en debate y la acción, si es que no se retira de la lucha y la causa que declara defender. Lo curioso es que en múltiples ejemplos conocidos – y en aquella ocasión también – opta por el lado derecho, oportunista o girondino, como demuestra Lenin que ocurrió en aquel evento.
No es posible ceder a la tentación de extenderse en las sugerencias que para hoy emanan de aquellos sucesos analizados minuciosamente por Lenin, muchos de ellos tan actuales en nuestras circunstancias. Sólo apunto que hay, por ejemplo, una asombrosa similitud entre los argumentos esgrimidos por la «charca» y los oportunistas de entonces, y los que hoy leemos entre algunos de nuestros centristas. Precisamente porque las posiciones vacilantes gozan de cierta universalidad e invariantes cuando tratan de establecer equidistancias y Lenin las revela genialmente en su análisis. Aunque debe notarse con claridad que ahora no se puede establecer ni siquiera similitud entre las posiciones que entonces se oponían entre sí con las que hoy definen una posición de centro político. Porque aquel se daba en el seno de un proyecto común, y además, no sólo por la obvia verdad de Perogrullo de que son eventos tan distintos en épocas tan diferentes, sino porque ahora la posición centrista no se manifiesta como alternativas o matices en el seno de un proyecto, del proyecto de la Revolución Socialista, aunque algunos lo afirmen o quieran sugerirlo, o parecerlo.
Un aspecto de aquel debate, era por ejemplo, a quiénes admitir en el Partido, qué relación debía tener este con el campesinado en la llamada cuestión agraria, si debían admitirse los círculos con autonomía política, cómo debían estar compuestos los órganos del partido, etc. En cambio, ahora el núcleo duro del centrismo radica en proponer el pluripartidismo bajo el manto de la democracia y contra el «totalitarismo» político, con la divisa de ser una izquierda, cuando lo proclaman, ideológicamente moderada, defender la transición, pero no la del socialismo, sino la de un «régimen» totalitario a uno «democrático», etc., y por esa razón es que reciben el apoyo y beneplácito de personas y organizaciones que no pretenden esconder, como los centristas, su clara oposición al gobierno, al estado y la Revolución cubanas. Es un sueño de la Razón evocar aquel centrismo, del cual Lenin no era parte, en nombre del actual.
El centrismo hoy suele esconderse detrás de una reivindicación de la democracia y del autogobierno obrero. Un argumento que aparece en los textos de los fundadores de Cuba Posible y ocasionalmente esgrimido por otros, y que de manera explícita aparece en aquella declaración en la que sus directores solicitan ser enjuiciados, es el derecho que todo cubano tiene a expresar sus opiniones sobre el destino de Cuba. Ese derecho no se pone en duda, y a nadie se le pregunta su filiación ideológica para ello. La trampa es que en realidad lo que se exige es el derecho de las diferentes tendencias ideológicas a participar en la disputa del poder y sin que nos importen sus vínculos organizativos y logísticos con entidades foráneas. De allí surge la «necesidad» de restituir el multipartidismo, que es la base programática de Cuba Posible.
La historia es la señora que siempre tiene la última palabra. Con el tiempo se reveló en los hechos duros y tenaces que el centro político, – como muchas veces se advierte en la «antología» aunque sin pruritos ni métodos o aspiraciones académicas-, deviene siempre funcional al capitalismo. Su objetivo en Cuba no remite ni se identifica como mera opción contrarrevolucionaria. Anticentrismo no equivale fundamentalmente a una denuncia de la contrarrevolución, sino a la revelación y denuncia de opciones y conceptos que son funcionales al capitalismo mientras postula que sus propuestas deben conducir a la verdadera República democrática, y esto último es lo importante, y es su rasgo esencial y, por lo tanto está excluido por Monreal de su propuesta clasificatoria del centrismo=contrarrevolución y contrarrevolución definida del modo como vimos más arriba. El anticentrismo es anticapitalista y antimperialista, antineoliberal y antieconomicista, pero sólo por eso, en principio y a partir de allí, opuesto a la contrarrevolución, en cuanto la contrarrevolución no puede ser anticapitalista, antimperialista y antineoliberal. Si el Partido pierde el poder político a Cuba no le espera otro destino que ser deglutida por el imperialismo estadounidense. Es por esto último que se define lo contrarrevolucionario, en las concretas condiciones actuales. La definición destacada en negrita es la que desea escamotear la reducción que consiste en sostener que sólo la disputa del poder político partidista y el rechazo de la propiedad social estatal sean los rasgos que definirían a la contrarrevolución y por lo tanto al centrismo. Y no es así, porque en ocasiones se manifiesta y mimetiza como todo contrario: al centrismo sin máscaras, y al solapado que no se reconoce como tal, lo podemos encontrar aceptando la legitimidad de la Revolución, como Obama, y también la existencia de la propiedad social y estatal, junto a otras modalidades de propiedad. Necesita de ello, es parte de su táctica. Su perfil o retrato político no se agota en la simple y engañosa antinomia reductora centrismo = contrarrevolución. Las plataformas y determinadas personalidades que aúpan y difunden el centrismo no quieren pasar por contarrevolucionarias, (de lo contrario no podrían confundir y pedir un lugar legítimo en el debate cubano), siendo sutilmente procapitalistas no porque apoyen los crímenes de ese sistema, (no faltara más), sino porque ponen sus esperanzas de solución en ese sistema o en una combinación imposible entre él y el socialismo, a la vez que descreen profundamente en el marxismo y arrastran a otros o se han dejado arrastrar por el descrédito sembrado con respecto al socialismo. Es por eso que el centrista rechaza los métodos frontalmente mercenarios de aquellos que son directamente pagados al cash por embajadas y gobiernos. Pero también es por ello que dirigen cuanta crítica pueden tratar de fundamentar, no desde y para continuar la transición hacia el socialismo, no para argumentar la importancia de la unidad en torno al Partido, nunca se lee esa expresión en un verdadero centrista, sino toda su acción teórica pretende, supuestamente, democratizar, horizontalizar, consensuar, desestatizar, persuadir, lograr un amplio despliegue de la propiedad privada, pero regulada por el estado, etc. Por su lenguaje, sus medios, las sedes de sus reuniones y sus amigos los conoceréis. Leed el amplio análisis leninista y veréis qué asombrosos paralelos se pueden encontrar entre los términos y los argumentos cuando se trata de aparentar que no se defiende ni una posición ni otra en un tema en que sólo se puede optar con coherencia por una de ellas.
Más evidentemente contrarrevolucionario es- aunque fuera sólo desde el punto de vista ético-, beneficiarse, bajo el pretexto de la objetividad académica, del financiamiento facilitado por organizaciones que son notoriamente enemigas de la Revolución Cubana y enemigas de todo gobierno o política que surja en cualquier rincón del planeta que atente contra los intereses del capitalismo. Cuando ello ocurre, hay, además de procapitalismo, potencialmente o no, verdadera contrarrevolución aunque se proclame estar del lado de los obreros y de la democracia .
Injerencia, y contrarrevolucionaria, es pretender influir en la política cubana y dictar normas a su futura Constitución desde foros convocados y sostenidos por la NED. En mi opinión, un centrista convencido, por ejemplo, de que el estado puede regular la depredación capitalista, o que sostenga la sincera esperanza de que puede existir el capitalismo de rostro humano, y que espere que al menos atempere su salvajismo, puede, al defender esa convicción, no hacer contrarrevolución militante, efectiva y directa. Pero un centrista o no, que haga propuestas en el debate cubano y sostenga su actividad o asista a eventos financiados por órganos foráneos de probada vocación contrarrevolucionaria y proimperialista, ya adquiere un carácter en ese caso bien diferente y de todos los rasgos esenciales al centrismo puede definirse por contrarrevolucionario porque se pone al servicio, deséelo o no, del imperialismo.
Por último, si nos atenemos a la metodología de PM, una organización como Cuba Posible podría calificarse de contrarrevolucionaria, al menos claramente con respecto a la primera condición y de modo nada ambiguo. La condición a) de PM define como contrarrevolucionario, recordemos, aquel que «postula la necesidad y/o conveniencia de acabar con el control del poder político por parte del Partido Comunista de Cuba (PCC).» Pues bien, por medio de su director, ya sea postura personal, ya sea objetivo de la entidad, o de sólo algunos de los que allí publican, CP se ha declarado partidaria del pluripartidismo, trabajar por la transición de «régimen» en Cuba, intensificar sus vínculos extranjeros e, incluso, no desecha la intención de organizarse en un partido político para la disputa del poder si ello fuera necesario. Además, en varios escritos publicados allí se propone que el Partido Comunista sea un partido más entre otros. Y en otros textos, aunque a veces no se declara abiertamente, se cuestiona que la propiedad estatal sea una forma de expresarse y protegerse la propiedad social y los intereses comunes de los cubanos. ¿Hacen falta otros argumentos que los mismos declarados por sus mismos voceros? Creo que, al menos, no con respecto a la taxonomía de Pedro Monreal.
(*) Que Lenin define como aquellos «elementos inconstantes que vacilan entre los que luchan». «Entre los círculos y organizaciones de lucha contra el zarismo que acudieron al II Congreso, el grupo socialdemócrata «Yuzhni Rabochi» (El Obrero del Sur), a la vez que sostenía su acción en principios que entonces se podrían considerar de izquierda- énfasis en la lucha política para derrocar al zarismo, condena del terrorismo como método de lucha, extensión el movimiento revolucionario de masas, al mismo tiempo que estos rasgos, sobreestimaba el papel de la burquesía liberal y menospreciaba el papel del campesinado.»