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Los peligros y la promesa de la autodeterminación

Fuentes: ROARmag

Es muy difícil que una lucha que se enmarca en términos «nacionales» no termine dividiendo y venciendo a las clases trabajadoras no solo de Cataluña, sino también, y quizá más, a las del resto de España

Violencia policial contra manifestantes pacíficos en Barcelona; ocupación militar del ejército iraquí en Kirkuk: las instituciones autonómicas y el autogobierno están en grave peligro desde Cataluña hasta Kurdistán. Las imágenes son impactantes y la represión del estado es sin duda repugnante. ¿Cómo llegaron estos conflictos nacionalistas a estar tan polarizados? ¿Qué hizo que la respuesta del estado fuera tan agresiva? ¿Cómo se desarrollarán probablemente estos conflictos? ¿Cuáles son las posibilidades de que se produzca un desenlace emancipador que resulte en una expansión de los derechos?

Ha pasado un siglo desde que Rosa Luxemburgo insistió con acierto en la necesidad de evaluar de forma crítica todas las reivindicaciones relacionadas con principios abstractos y utópicos, como por ejemplo el principio de autodeterminación, en función del impacto concreto que producen sobre las innumerables relaciones de poder tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, las premonitorias advertencias de Luxemburgo fueron silenciadas hace mucho por el triunfo del marxismo-leninismo y por la influencia que este tuvo sobre los planteamientos y horizontes de tantas luchas anticoloniales.

Cuando ya ha pasado casi una generación desde la desaparición del comunismo de estado, y casi sesenta años desde la transición entre colonialismo y neocolonialismo, ya va siendo hora de que hagamos caso a los sabios consejos de la Rosa roja y sintonicemos con los ideales revolucionarios internacionalistas de forma consistente. El alcance mundial de los graves problemas que acucian a la humanidad y amenazan su futuro mismo reclaman formas de resistencia coordinadas a nivel mundial. La presencia mundial de jerarquías «secantes» e injustas y sistemas de dominación (de clase, raza o sexo) profundamente arraigados, significa que, ahora más que nunca, la terrible fórmula de socialismo en un único país no será francamente suficiente. 

Aun así, la «izquierda internacional» sigue estando confundida y atada a dogmas vacíos sobre el principio de autodeterminación que muy a menudo se mistifican en visiones y divisiones del mundo social que están cosificadas, y además son esencialistas y nacionalistas; y  no se da cuenta de que estas visiones casi nunca sirven para proporcionar análisis sobrios e «implacablemente críticos» sobre la dinámica de las movilizaciones y contramovilizaciones que guía determinadas luchas de poder, sobre todo los «proyectos de identidad histórica, y que menos todavía sirven para explicar cómo esos determinados proyectos y luchas de poder están relacionados con las tendencias mundiales en general. 

Basta con contemplar los ejemplos de Cataluña y Kurdistán, que coparon los titulares de los últimos días y semanas, para ver cómo estos dos referéndums de autodeterminación unilaterales y sumamente polémicos, han reflejado, además de agravado, unas dinámicas polarizadoras y una represión ya existentes en ambos casos. La discusión de estos conflictos en los círculos de izquierda, sobre todo en lengua inglesa, ha dejado mucho que desear. 

En ambos casos, hasta los analistas más críticos tienden a someterse al principio sagrado de autodeterminación, y tienden por tanto a evitar evaluar las tácticas separatistas desde un punto de vista «implacablemente crítico» con el impacto que tienen sobre las innumerables relaciones de poder tanto nacionales como internacionales; en ambos casos, las maquinaciones de las élites políticas se han confundido y fusionado con la «voluntad del pueblo»; en ambos casos, se habla de «los catalanes» y «los kurdos» como si fueran una entidad uniforme; en ambos casos, se ignoraron las importantes diferencias y divisiones en el seno, y sobre todo en el contorno, de estas cosificadas «comunidades nacionales», y se ignoran también la confrontación entre proyectos de autodeterminación y las importantes diferencias y divisiones en el seno de sus cosificados oponentes «nacionales». Pero esos no son más que los traicioneros resultados que provoca la cosificación del nacionalismo. 

El conflicto de Cataluña

En el caso de Cataluña, las tácticas y estrategias del partido explícitamente anticapitalista conocido como Candidatura d’Unitat Popular (CUP) han recibido un gran apoyo. Es cierto que el énfasis programático de la CUP por defender el feminismo, la ecología social y la democracia directa son dignos de alabanza, pero ha existido una cierta tendencia a sobreestimar su relativa fuerza dentro de las filas separatistas, y cabe preguntarse si su fe dogmática en la fórmula de «independencia nacional» es el mejor camino para romper con el capitalismo. 

Esta dogmática fórmula ha llevado a la CUP, como era de esperar, a formar una coalición con fuerzas secesionistas cleptócratas y burguesas, que quedó legitimada durante una asamblea interna que aprobó su apoyo tras una milagrosa votación de 1515 contra 1515. En ese contexto, la CUP, posteriormente, se vio obligada a votar a favor de los presupuestos autonómicos de austeridad de 2015. En consecuencia, la insistencia de la CUP por proclamar de manera urgente la secesión unilateral no ha tenido mucho éxito entre los habitantes del antiguo cinturón industrial.

De hecho, demasiado poco se ha dicho acerca de los límites del proyecto secesionista para atraer a más personas dentro de Cataluña o del impacto que ha provocado sobre los términos generales de oposición política en el resto de España. Para empezar, como resaltó con razón Antonio Santamaría, si observamos las tasas de participación de los diferentes municipios, queda claro cuáles son los límites del atractivo que despierta el proyecto secesionista entre las clases trabajadoras de Cataluña. Por ejemplo, en Santa Coloma de Gramanet, una emblemática ciudad del cinturón industrial, la tasa de participación en el referéndum fue inferior al 18% del censo electoral, mientras que en la emblemática y rica ciudad de Sant Cugat del Vallès, en cambio, la tasa de participación superó el 54%.

Para colmo, la polarización en torno a la «cuestión nacional» ha servido para legitimar las políticas de austeridad y para que los corruptos y demagogos políticos a ambos lados del Ebro sigan sin asumir su responsabilidad. Asimismo, también ha servido para cambiar el planteamiento del debate que los indignados obligaron a incluir en la agenda política, según el cual el principal antagonismo respondía a una cuestión de clases, a una lucha entre los que tienen y los que no, en lugar de representar un conflicto entre territorios o una lucha entre «naciones». Si tenemos en cuenta la particular constelación de relaciones sociales que existen en la península ibérica, es muy difícil que una lucha que se enmarca principalmente en términos «nacionales», no termine dividiendo y venciendo, como ya ha sucedido, a las clases trabajadoras no solo de Cataluña, sino también, y quizá más, a las del resto de España.

Si consideramos el saldo final tanto de la fuerza legal como de la fuerza bruta, veremos que la independencia unilateral de Cataluña es poco menos que un sueño inalcanzable; ya que siempre será necesario llevar a cabo algún tipo de negociación con las fuerzas políticas de Madrid si la empresa separatista quiere tener éxito. En ese sentido, la orientación ideológica del bloque hegemónico nacional con el que los potenciales separatistas tendrán que negociar es ligeramente relevante. De ahí que, aunque solo fuera por una cuestión de interés propio, cabría esperar que el bloque separatista estuviera trabajando para reforzar las perspectivas y la voz de la izquierda española en su conjunto. Pero, en cambio, sus tácticas separatistas unilaterales han acabado beneficiando a la derecha española.

Eso no significa que la izquierda española esté libre de culpa. El «cretinismo parlamentario» y el oportunismo de Podemos, y, en menor medida, de algunas de las plataformas municipales (por apropiarse, usurpar y como poco desautorizar las exigencias de las bases y la lógica de la democracia directa del movimiento indignado) han limitado sin duda el atractivo y potencial de su proyecto antihegemónico de nueva (nueva) izquierda y, en consecuencia, han contribuido a allanar el camino para que el conflicto de clases sea sustituido por un conflicto nacional, con visos de que la oposición se polarizará no a favor y en contra de las políticas de austeridad, sino a favor y en contra del conocido como procés

Pablo Iglesias y sobre todo Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona y líder de los Comuns, se han esforzado por mantener una postura de calculada ambigüedad que mantuviera abierta la posibilidad de encontrar una «tercera vía» entre la separación unilateral y la cada vez mayor represión estatal. Sin embargo, esos intentos corren el riesgo de quedar silenciados por las constantes olas de confrontación y división que generan los nacionalismos catalán y español. 

Mientras tanto, los quebrados «socialdemócratas» neoliberales del PSOE han cerrado filas en torno a las medidas de represión y a la escalada autoritaria de las autoridades españolas. El año pasado, el PSOE mismo estuvo asolado por los conflictos, y el actual líder Pedro Sánchez, que ya fue depuesto en una ocasión, pero que ahora está de regreso, parece ligeramente más propenso a llegar a acuerdos y compromisos que sus enemigos dentro del partido, los cuales, desde las páginas de El País, han preferido imitar el lenguaje beligerante de la derecha española y hablar de un supuesto «golpe» catalán, y también se esfuerzan por legitimar, aplaudir, y hasta negar, la represión estatal y la violencia policial. 

Thomas Jeffrey Miley es profesor de Sociología Política en la Universidad de Cambridge. Es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Yale. Su investigación se centra en los nacionalismos, las políticas lingüísticas, la inmigración y la teoría democrática.

Este texto está publicado en ROARmag.