La pretensión de Carles Puigdemont de ser investido desde Bruselas está tensionando al máximo las relaciones entre las tres formaciones independentistas. Un escenario que busca consolidar la hegemonía postconvergente en el bloque secesionista. En las cuatro últimas consultas electorales, legales e ilegales -el proceso participativo del 9N del 2014, el referéndum del 1-O del 2017, […]
La pretensión de Carles Puigdemont de ser investido desde Bruselas está tensionando al máximo las relaciones entre las tres formaciones independentistas. Un escenario que busca consolidar la hegemonía postconvergente en el bloque secesionista.
En las cuatro últimas consultas electorales, legales e ilegales -el proceso participativo del 9N del 2014, el referéndum del 1-O del 2017, las autonómicas del 27S del 2015 y 22D del 2017- el bloque independentista catalán ha sumado en torno a los dos millones de votos y un 47% de los mismos. Unas cifras que señalan el techo del movimiento secesionista que difícilmente podrá ampliar sus apoyos en el medio plazo.
Aparentemente se trata de un bloque altamente cohesionado, tanto por su composición social que se corresponde a las clases medias, como identitaria en su inmensa mayoría ciudadanos de lengua vehicular catalana. Ahora bien, un examen más atento nos releva las diferencias sociales, territoriales y generacionales que lo atraviesan, expresadas en las opciones políticas de las tres formaciones, PDeCat/Junts per Catalunya, ERC y CUP que lo forman. Justamente, aquí se halla una de las debilidades del movimiento independentista, incapaz de implantarse ni entre la alta burguesía ni entre la clase trabajadora, pues para que su proyecto fuera viable debería disponer de importantes apoyos sociales entre todas las clases sociales que conforman la sociedad capitalista y no solo entre las clases medias.
Desde un punto de vista social, PDeCat/JxCat es la opción de los sectores más acomodados de la clase media, mientras que los votantes de ERC y CUP pertenecen a sus estratos inferiores. Así, en la ciudad de Barcelona, en el distrito de Sarrià-Sant Gervasi, donde reside la burguesía, JxCat obtuvo el 29,4% de los votos, mientras que ERC se quedó en el 12% y la CUP con el 3,3%. Por el contrario, en distritos de la pequeña-burguesía como Sants u Horta-Guinardó, la proporción se invierte, en el primero ERC se impone como primera fuerza política del bloque independentista con el 23%, seguido de JxCat con el 19% y CUP con el 6,1%; en el segundo, también ERC logra la primera posición con el 21,7%, seguido de JxCat con el 15,3% y CUP 5,6%. Esa pauta, aunque con porcentajes inferiores, se repite en un distrito obrero como Nou Barris, donde ERC se impuso en el bloque independentista con el 17,3% de los votos, seguido de JxCat con el 9,2% y CUP con el 5,6%.Un distrito donde la primera fuerza política fue C’s con el 31,2%, seguida del PSC con el 19,2%.
Desde una perspectiva territorial, PDeCat/JxCat vence en las comarcas de la Catalunya interior, mientras ERC logra sus mejores resultados en los municipios de las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona. Así en Vic, JxCat se alzó con el 44,3% de los votos, ERC sólo obtuvo el 23,7% y CUP el 5,85%; en Berga se repite la misma pauta, JxCat logra la primera posición con el 40,9%, seguida de ERC con el 27,8% y CUP con el 8,1%. Por el contrario, en municipios de la Catalunya metropolitana, como Cornellà, ERC resulta la primera fuerza del bloque independentista con el 14,5% seguida de JxCat con el 5,9% y CUP con el 2,9%, en Santa Coloma de Gramenet, se reproduce el mismo comportamiento, ERC es la formación más votada del bloque secesionista con el 13,1% de los sufragios, seguida de JxCat con el 5,4% y CUP con el 2,69%. Aquí debemos observar un paralelismo entre JxCat y CUP que, a diferencia de ERC, obtienen sus mejores resultados en la Catalunya interior y sus peores registros en las áreas metropolitanas. Estos datos apuntan a que la pérdida de votos de la CUP, que ha cedido seis diputados y la mitad de sus apoyos electorales, pasando del 8,2% al 4,4% de los votos, han ido a parar a JxCat y no a ERC como en principio pudiera parecer por su proximidad ideológica en el eje derecha/izquierda.
Desde el punto de vista generacional, los resultados electorales no permiten demostrar de modo tan claro, las opciones de los votantes. Sin embargo, puede afirmarse con bastante solvencia que la mayoría de electores de JxCat pertenecen a la generación de la Transición; es decir, personas que han rebasado los cincuenta años. Los votantes de ERC corresponderían a la generación del pujolismo, que ahora se sitúan en una franja de edad entre los 30 y 40 años, y la mayor parte de los apoyos de la CUP provienen de jóvenes de entre 18 y 30 años.
Así, pues, los retratos-robots de los votantes de las respectivas formaciones independentistas serían los siguientes: los electores del JxCat son personas de la clase media alta, de la Catalunya interior y mayores de 50 años. Los votantes de ERC formarían parte de los estratos medios de esta clase social, residentes municipios de las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona de entre 30 y 40 años. Los electores de la CUP serían jóvenes de entre 18 y 30 años, residentes en localidades de la Catalunya interior.
Hegemonía postconvergente
La campaña apartidista, victimista, populista y legitimista de Carles Puigdemont ha provocado una gran convulsión en el bloque independentista. Todas las encuestas daban por sentado que el 22D se verificaría el sorpasso de ERC en el liderazgo de este espacio político y sin embargo no ha sido así.
La candidatura de JxCat, donde el PDeCat estuvo prácticamente desaparecido, ha activado el impulso a la unidad patriótica contra el Estado español tan querido al nacionalismo catalán desde los tiempos del Memorial de Greuges, la Solidaritat Catalana, la Assemblea de Catalunya o la Crida a la Solidaritat y que ahora intenta remedar la ANC. También, ha precipitado la función política y simbólica de la presidencia de la Generalitat como núcleo duro de las instituciones de autogobierno, de Macià a Companys, de Tarradellas a Pujol. Esta conjunción de factores ha propiciado que tanto potenciales electores de ERC como de la CUP acabasen apoyando la lista de Puigdemont.
La victoria de Puigdemont ha revelado el carácter hegemónico del nacionalismo burgués representando en su día por CiU y ahora por JxCat y la relación de subordinación de ERC, pero también de modo más matizado de la CUP, en el movimiento nacionalista. Además, ha mostrado el férreo control del aparato postconvergente en las comarcas de la Catalunya interior.
En los primeros comicios autonómicos en 1980, ERC tuvo la llave de la gobernabilidad y la posibilidad de formar un tripartito de izquierdas con PSC y PSUC, pero se decantó por Jordi Pujol. Una elección que le condenó a la inoperancia política, al favorecer las mayorías absolutas de CiU, hasta el Congreso de Lleida (1989), cuando bajo el liderazgo de Àngel Colom el partido modificó sus estatutos para abandonar el republicanismo federal, apostar decididamente por la independencia y aglutinar a amplios sectores de la juventud nacionalista criada bajo el pujolismo. ERC pareció romper con la relación, digamos edípica, con CiU en 2003 cuando, al contrario que en 1980, se decantó por un tripartito de izquierdas bajo la presidencia de Pasqual Maragall, en respuesta a los pactos de CiU con el PP y al alud de casos de corrupción convergente.
Tras la caída del segundo tripartito de izquierdas, presidido por José Montilla y arrastrado por el fiasco de la reforma del Estatut, se produce el giro soberanista de Convergència y ERC retornó al frente nacionalista, bajo el liderato de Oriol Junqueras. Después de las autonómicas del 25 de noviembre 2012, Junqueras compartió la posición contradictoria de jefe de la oposición y principal socio parlamentario del ejecutivo monocolor presidido por Artur Mas. En las «plebiscitarias» del 2015, ERC tenía todas las perspectivas de alzarse como la fuerza más votada del país y, en cualquier caso, la primera del bloque soberanista. Sin embargo acabó plegándose a las presiones de ANC y Òmnium Cultural para concurrir en la candidatura conjunta de Junts pel Sí que, aunque encabezada por Raül Romeva, procedente de ICV, proyectó a Artur Mas como el candidato a la presidencia real de la Generalitat. En las pasadas elecciones, con Junqueras en la cárcel, la dirección del partido asumió el relato legitimista de JxCat, como se puso de manifiesto en la manifestación en Bruselas, un acto de campaña de Puigdemont, verificando el adagio según el cual el electorado prefiere el original a la copia. Si durante el ascenso del proceso soberanista el original independentista fue ERC, ahora la lista de Puigdemont ha conseguido invertir los papeles.
En principio, la CUP se proyectaba como la fuerza más hostil al nacionalismo burgués representado por CiU/PDeCat/JxCat. De este modo, consiguió vetar a Artur Mas y comprometer la presidencia de Puigdemont al negarse a apoyar los Presupuestos y forzando una moción de confianza. No obstante, progresivamente, a lo largo de la legislatura se convirtió en un socio fiel de Junts pel Sí, mostrando su subordinación estratégica al bloque liderado por el nacionalismo burgués. Prueba de ello es la oferta de JxCat de ceder a la CUP una de sus dos plazas en la mesa del Parlament.
La pretensión de Puigdemont de ser investido telemáticamente o por delegación ha puesto a prueba la cohesión del bloque independentista, pero también las relaciones entre el PDeCat y los partidarios de Puigdemont. Quizás más que buscar la efectiva investidura de Puigdemont, reglamentariamente inviable, se persigue por un lado prolongar el conflicto con el Estado español y por otro, aposentar la hegemonía de JxCat en el bloque secesionista arrastrando a ERC y CUP hacia sus posiciones legitimistas y maximalistas. De este modo, se cerraría el paso a las veleidades de ERC de orientarse hacia acuerdos de izquierdas con los Comunes, pero también desactivar al sector institucional del PDeCat, representado por Artur Mas y Andreu Mas-Colell, debilitado por la sentencia del Palau de la Música, partidario de evitar los choques frontales con el Estado a fin de encarrilar una legislatura larga, a la vista del fracaso de la vía unilateral, donde las fuerzas nacionalistas recuperen el control de la Generalitat y abran un periodo de acumulación de fuerzas para ampliar la base social del independentismo y superar la barrera del 50% de los votos.
El movimiento independentista nos ha acostumbrado a resolver sus contradicciones políticas al filo de la navaja. Así ocurrió con la renuncia de Mas, que evitó en el último momento la repetición de las elecciones en el 2015, o ahora con las vacilaciones de Puigdemont respecto a la convocatoria electoral bajo la amenaza del 155. Por ello, hasta el último instante no se despejará la incógnita de si Puigdemont pretende realmente forzar su investidura para abortar la legislatura con una crisis institucional de gran envergadura que conduciría a repetir las elecciones y prolongar el 155 o se trata de una maniobra para blindar su hegemonía en el bloque independentista frente a las veleidades de ERC.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/sociologia-independentista-hegemonia-politica/