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Discutiendo lo que viene, y lo que hay…

Fuentes: Sin Permiso

Cuba y sus circunstancias: socialismo, mercado y propiedad privada Julio Carranza Motivado por el debate sobre el socialismo, la reforma económica y el problema de la igualdad que muy oportunamente se ha abierto en Cuba me permito escribir de manera muy sintética y con escasez de tiempo algunas consideraciones generales formadas a lo largo de […]

Cuba y sus circunstancias: socialismo, mercado y propiedad privada

Julio Carranza

Motivado por el debate sobre el socialismo, la reforma económica y el problema de la igualdad que muy oportunamente se ha abierto en Cuba me permito escribir de manera muy sintética y con escasez de tiempo algunas consideraciones generales formadas a lo largo de años entre lecturas, investigaciones, especulaciones, discusiones y experiencias vividas en diversos países y contextos.

En un «olvidado» libro que escribimos en 1995[i] (y que es, en mi opinión, lo más importante que aquellos tres autores han escrito sobre la economía cubana) abordábamos este asunto, o sea la inevitable necesidad de diversificar las formas de propiedad y gestión de la economía y a la vez preservar la condición socialista del sistema.

El problema planteado por varios colegas en el intercambio reciente es medular[ii]: la razón de ser de la empresa privada (por mucha responsabilidad social que puedan tener) es la rentabilidad y la acumulación y su impacto sobre el crecimiento de la economía y del empleo depende de esto, lo cual, visto de manera general, conduciría también al crecimiento y concentración de la riqueza y de la propiedad lo que «tropezaría» más tarde o más temprano con la lógica del carácter socialista del sistema; la complejidad del asunto es que ambas cosas serían necesarias hoy para el mejor futuro de Cuba: generar riqueza para lo cual hay que necesariamente diversificar las formas de propiedad y gestión y distribuir con justicia la riqueza lo cual supone mantener el carácter socialista del sistema. Con la economía en las condiciones en que está hoy ningún futuro sería mejor (hay suficientes estadísticas y análisis que abundan en los diversos déficits que afectan a la economía nacional y entrampan su recuperación estratégica).

Ya en aquel texto de 1995, como parte de una propuesta bastante integral de reforma económica, argumentábamos sobre la necesidad de diversificar las formas de propiedad y de gestión, pensamos bastante sobre las implicaciones de este proceso, es más, ese asunto era la esencia de lo que allí proponíamos, o para ser exactos, de lo que proponíamos que se debatiera, la necesidad de hacerlo desde entonces nos parecía obvia.

Claro que han pasado 23 años de su publicación en Cuba y 22 de la publicación de su segunda edición ampliada en varios países, muchas cosas han cambiado en el país y en el mundo y todo debe ser revisado a la luz de hoy, con los datos de la actualidad, sin embargo los planteos esenciales allí expuestos me parece que siguen siendo muy válidos.

Sobre esta cuestión específica y medular de la propiedad privada y el mercado en el socialismo, además de las alternativas fiscales que son las clásicas y que deben garantizar tanto los ajustes distributivos adecuados, como el financiamiento de las políticas sociales y de la inversión pública para el desarrollo estratégico del país, también proponíamos, y esto es fundamental, establecer formas de coinversión y cogestión entre el estado y el sector privado y cooperativo solo a partir de determinados niveles de crecimiento de esas empresas y del carácter del sector en el cual estuvieran operando, esto no le ponía tope a la rentabilidad del sector privado, ni al establecimiento de pequeñas y medianas empresas cooperativas y privadas, ni desincentivaba su inversión, ni condenaba sus ingresos a ser destinados exclusivamente al consumo o al ahorro, puesto que mantenía abierta la puerta a nuevas formas de inversión conjunta, pero sí impedía su control creciente sobre los medios de producción (sobre las diversas formas de coinversión y cogestión público privada hay una extensa y apreciable experiencia en los casos de China y Vietnam que debe ser examinada). Además de que la inversión privada nacional estaría limitada en sectores estratégicos de la economía. En el caso de la inversión extranjera se proponían otros controles diferentes con el mismo objetivo, o sea garantizar niveles adecuados y competitivos de rentabilidad sin enajenar el control sobre los recursos de la nación.

También insistíamos en lo esencial de la reforma de la empresa estatal en el sentido de una mayor autonomía, participación de los trabajadores y descentralización basada en su propia rentabilidad, acompañado de una planificación más indirecta y estratégica compatible con los altos niveles de descentralización que se deben establecer en la economía, manteniendo su carácter directivo solamente para empresas e inversiones de máxima prioridad e impacto estratégico en el desarrollo del país. Nótese que con toda intención digo empresa estatal, no digo empresa socialista, tampoco digo empresa capitalista cuando me refiero las empresas privadas, lo que es capitalista o socialista es el sistema en el cual estas actúan, o ¿acaso a las numerosas empresas estatales o públicas en los países capitalistas se les puede llamar empresas socialistas debido a su carácter estatal?!

En aquel texto decíamos y hoy insisto, en que lo que define a una sociedad socialista no es la supresión del mercado, tampoco la eliminación total de la propiedad privada sobre medios de producción, lo que define al socialismo es la supresión de la hegemonía del capital que es algo diferente. El socialismo, como la historia se ha encargado de demostrar hasta la saciedad, no es la primera sociedad no mercantil, es, quizás, la última de las sociedades mercantiles. Para decirlo con otra palabras: mercado sí, pero regulado, propiedad privada sí pero acotada (no fundamentalmente en su «riqueza» ni en sus alternativas de inversión, si no en su control de los medios de producción).

La discusión es compleja pero necesaria y claro que no son suficientes declaraciones generales para terciar el debate, sino también propuestas específicas basadas en los datos concretos de la realidad acerca de cómo alcanzar los objetivos propuestos, incluso debatir si es posible alcanzarlos en el contexto actual y en qué plazos. Hay bastantes aportes hoy en estos intercambios con consideraciones y debates serios basados en estadísticas comparadas, referencias a textos y a autores fundamentales, consideraciones técnicas, cálculos sobre inversión, productividad, tasas de cambio, equilibrios macroeconómicos, proyecciones, reflexiones críticas sobre experiencias pasadas, análisis de coyunturas, etc. que son muy útiles y deben ser tomadas en consideración porque aportan mucho para el aterrizaje de cursos específicos de acción, me refiero esencialmente a aportes de economistas que con diversidad de puntos de vista se adscriben a una propuesta socialista[iii] Hay también una larga lista de otros autores que abogan y argumentan sobre una restauración capitalista, estos también deben ser considerados en el debate aun cuando no compartamos sus paradigmas y objetivos, muchas veces hacen aportes útiles que debemos incorporar a nuestras reflexiones sobre esta muy compleja realidad. No es la pretensión de este texto entrar ahora en esos detalles más específicos.

Creo que la discusión sobre estas definiciones conceptuales en Cuba son aún más determinantes y sobre todo hoy, pues en ningún caso el país clasificaría en la situación que el pensamiento marxista clásico definía como condiciones para el socialismo (sociedades desarrolladas y sistema internacional) además de que lo que fueron las grandes apuestas de la Revolución al decidir su opción socialista para garantizar su sostenibilidad y desarrollo en el largo plazo, no se cumplieron excepto una, quizás la más importante, aunque no suficiente: la capacidad de resistencia del pueblo cubano (al menos hasta el momento), las demás cuya realización era difícil pero posible vista desde aquellos días ya lejanos y por las cuales se trabajó y se luchó mucho se fueron perdiendo una a una, a saber: a) la expansión y fortalecimiento del campo socialista: que, a pesar de sus contradicciones, parecía su curso natural en la década de los 60 y los 70, sin embargo un par de décadas después este no sólo se debilitó sino que desapareció, su impacto sobre Cuba fue tremendo y no solo en lo económico b) el triunfo de los movimientos revolucionarios en América Latina: que alcanzaron niveles muy altos en importantes países de la región pero que, salvo en Nicaragua, no obtuvieron el triunfo político por el cual luchaban, muchos de ellos no sólo fueron vencidos militarmente, sino que también política e ideológicamente, enfrentados no solamente a las fuerzas reaccionarias locales sino a la «ayuda» militar y de inteligencia de potencias internacionales tanto de Estados Unidos como de Europa e Israel (ver por ejemplo el importante libro de Marie-Monique Robin «Escuadrones de la Muerte: La Escuela Francesa»)[iv] c) El fortalecimiento de una política antiimperialista por parte de los nuevos estados africanos que por una u otra vía recién obtenían su independencia de sus viejas potencias coloniales y de otros que en aquellos años establecías gobiernos progresista , la muy activa e influyente política de Cuba en África, incluidas operaciones militares de gran despliegue como los casos de Etiopía y Angola y los altos niveles de cooperación, demuestran la importancia otorgada por el gobierno cubano a esos procesos, sin embargo de manera relativamente rápida, la dependencia económica, la corrupción y la influencia exterior fueron atando a esos países a la esfera de influencia de Europa y Estados Unidos d)el declinar del poder y la influencia de Estados Unidos para promover e imponer sus intereses a nivel internacional: lo cual parecía también posible en la década de los 60 y primeros 70s con la intensidad que tomaba la lucha progresista por los derechos civiles en ese país, el repudio a la guerra de Vietnam y el final que esta tuvo, la desconexión del dólar del patrón oro, el caso Watergate, etc. sin embargo el curso final de los acontecimientos reforzó la hegemonía mundial de los Estados Unidos por más que se pueda matizar esta afirmación.

A todo esto habría que añadir procesos no conocidos en los 60 y 70, incluso en los 80s: el enorme nivel de influencia y alcance de los medios masivos de comunicación dominados por las grandes empresas de la información bajo control fundamentalmente de Estados Unidos y basados ahora en el avance exponencial de las tecnologías, la integración y el control de los mercados financieros internacionales e incluso el rumbo de las reformas de mercado en países socialistas como China y Vietnam y más recientemente el declinar de la influencia de procesos progresistas en diferentes países de la región, hoy en situaciones muy difíciles como es el caso de Venezuela y Brasil (ambos habían significado una importante alternativa económica para el país). Habría también que añadir el curso, aún incierto y complejo, de la política norteamericana hacia Cuba con las renovadas agresiones impuestas por la administración Trump, y desde el punto de vista interno: la ausencia del liderazgo histórico de la Revolución (el fallecimiento de Fidel Castro y el retiro en abril de 2018 de Raul Castro como Jefe de Estado y de Gobierno), que como quiera que se vea es el ascenso de una nueva generación al máximo poder del Estado, la cual, por razones obvias, no tiene la misma autoridad histórica, ni la influencia, ni las condiciones históricas que la anterior para establecer el consenso nacional en condiciones extremadamente complejas, más aún en una situación en la cual la economía no parece encontrar una ruta de crecimiento suficiente y sostenido, lo cual impacta y en muchos casos hace retroceder el nivel de vida de sectores mayoritarios de la población en un contexto de mayor desigualdad.

A la vez está el problema generacional, más de la mitad de la población cubana nació en las últimas décadas, tienen una experiencia diferente a la que poseen las que le precedieron, las grandes conquistas sociales de la revolución son vividas por estas de manera diferente en comparación con las generaciones que lucharon directamente para alcanzarlas, vivieron además las duras dificultades del período especial y las frustraciones que observaron en sus padres en ese contexto de crisis económica, incluidas las provocadas por las diferentes etapas de las reformas de la economía, el impacto social del turismo, etc. Esas generaciones han estado además bajo nuevas y a veces muy negativas corrientes de información que abundan hoy en el mundo a través de las nuevas tecnologías de la comunicación.

Esa es la generación además que en gran medida está asociada a los nuevos sectores de la economía, no vivieron el pleno empleo de décadas anteriores, no tuvieron los mismos incentivos para ver en sus carreras profesionales una vía esencial para su ascenso y reconocimiento social, en la medida en que el salario se ha deteriorado y sin recuperación adecuada durante las últimas tres décadas.

Gran parte de esa joven generación ha aprendido a buscar sus propias formas de inserción económica, en gran medida asociada a los espacios que ha abierto la reforma en los sectores no estatales, a la vez que ha presionado por ampliar sus márgenes para emplear su talento, creatividad y muy legítimas aspiraciones sin que esto signifique estar a contracorriente, cómo les ocurre con frecuencia debido a la falta de integralidad y de seguridad jurídica que ha caracterizado hasta el momento a la reforma económica en curso.

Es esencial apreciar positivamente esos procesos y conectar a esa juventud con las proyecciones estratégicas del país. Visiones conservadoras y ortodoxas, como las que a veces se observan en estos debates, colocarían a amplios sectores de la población joven en ruta de colisión con las políticas oficiales cuando lo que se debe conseguir es todo lo contrario, hacerlas parte fundamental del país que viene, de la reforma socialista que se debe profundizar y fortalecer. Como he afirmado en otro texto, un proceso de cambios revolucionarios debe construir un nuevo pacto con cada generación, trasladar el mismo pacto, el mismo discurso, las mismas promesas de una generación a otra es un error político de consecuencias peligrosas en él mediano y largo plazo.

De modo que, como consecuencia de todos esos factores enumerados de manera muy rápida, para Cuba (país pequeño, sin grandes recursos naturales y en una posición geográfica muy difícil) el desafío es enorme y en efecto hay que asumir la necesidad impostergable de una reforma económica integral, como de una manera u otra y a diferencia de los años 90 y primeros del 2000, con mayores o menores reservas, viene siendo aceptado en diferentes documentos oficiales sometidos al debate social (no me parece que el concepto más preciso sea actualización, aunque no es su denominación la cuestión esencial).

Ese proceso de cambios debería alcanzar un carácter integral y plantearse: recuperar la economía sobre la base de mayores niveles de eficiencia y la mayor capacidad para producir y distribuir ingresos (reforma empresarial integral, nuevas formas de gestión, mayores espacios e incentivos a las iniciativas y a la innovación y a la inversion, unificación monetaria y cambiaria, equilibrio financiero, recuperación del salario, ajustes fiscales, nuevas políticas sociales más focalizadas, nuevas inserciones internacionales, una más clara estrategia de desarrollo, etc.) a la vez que sostener la soberanía del país, elevar los niveles de participación política y garantizar los niveles más altos posibles, insisto, posibles de igualdad social, pues aspirar a sostener los altos estándares de igualdad que la Revolución alcanzó en el pasado sería hoy un imposible e impediría la rearticulación imprescindible de la economía.

Ya en nota anterior decía que las diferenciaciones en los niveles de ingresos a los que la nueva economía más abierta y descentralizada da lugar deben entenderse como una necesidad (en el sentido filosófico del término) y no como una virtud que deba ser elogiada. La política económica habrá siempre de actuar para reducir esa brecha e impedir que la dinámica del mercado y la acumulación la coloquen en niveles incompatibles con la esencia de un modelo social basado en principios a los cuales no se ha renunciado. No se trata de reproducir políticas del pasado cuyo efecto fue la «igualación hacia abajo» y el consecuente desestimulo a la eficiencia, la productividad, la iniciativa y la innovación, factores claves para la viabilidad de la reforma económica en curso.

La igualdad social, la libertad, y la dignidad plena del ser humano deben ser el factor esencial en la definición de cualquier propuesta socialista por condicionada que esta esté a las realidades que impone la actual situación de la economía y los mercados internacionales, sin embargo las inevitables diferencias de ingresos, deben asumirse como parte del modelo económico necesario e integrarse a lo común de la dinámica social, pero estas no deben ser extremas ni conducir a exclusiones y marginalidad[v]. La igualdad y la justicia social no se deben remitir solamente a los ingresos monetarios de las personas, el acceso universal y gratuito a la salud, la educación y la seguridad social son conquistas irrenunciables de una alternativa socialista. En esto media la política, que en una perspectiva socialista, no puede reducirse a la buena administración de la economía, aunque tampoco puede ser contraria a esta.

Hacer afirmaciones abstractas, sin atender los datos de la realidad de Cuba y del mundo o declaraciones doctrinarias vacías que apelen a un igualitarismo imposible de sostener, así como considerar que el socialismo, aun el socialismo desarrollado, puede alcanzar la igualdad total es solo un radicalismo fatuo que lejos de contribuir a solucionar los principales problemas de la nación, condena el futuro y cierra la movilidad social a la que legítimamente aspiran las nuevas generaciones. Esto no niega de ninguna manera que la aspiración a los mayores niveles de igualdad posibles sea una preocupación y ocupación permanente de la política y la construcción de valores éticos como la solidaridad un objetivo fundamental de la educación.

La construcción del consenso social, factor imprescindible para una Cuba que aspire a mantener su soberanía frente a enormes desafíos internacionales, supone necesariamente una economía con tasas de crecimiento sostenidas y niveles adecuados de redistribución de la riqueza, que sin ser igualitarios, sean incluyentes y abran diversas oportunidades de desarrollo social a toda la población sobre todo a las nuevas generaciones, ahí debe haber una medición permanente de los diferentes indicadores para medir la igualdad (coeficiente Gini y otros) que permiten observar adecuadamente el proceso y desde el poder político realizar a tiempo las correcciones convenientes y posibles.

Para el gobierno de la nueva generación el reto de lo económico es enorme, pero más complejo aún es el reto de lo político, sin olvidar que ambos están estrechamente ligados[vi].

Ya no es posible la forma de estado teóricamente definida en el pensamiento clásico[vii] y practicada (con muchas insuficiencias) en las experiencias del socialismo histórico, Cuba incluido, que legitimaba un mayor nivel de control y restricción de espacios no ya a los opositores activos del sistema manipulados por poderes e intereses transnacionales y que se asumían siempre como pequeñas minorías, sino a cualquier propuesta o demanda critica por justificada y argumentada que estuviera[viii], lo cual ya no es posible debido a la historia y al dominio casi absoluto en la comunidad internacional de la concepción que vincula casi como un acto de fe la formalidad de la democracia representativa con el respeto a los derechos humanos del individuo, de hecho ya nadie reivindica en la arena internacional (Cuba tampoco a pesar de que ha mantenido la esencia de su sistema político) el viejo y superado concepto (en mi opinión siempre mal entendido y peor implementado) de «la dictadura del proletariado».

Esto no es solo el resultado de la influencia ideológica del capitalismo, sino también de los tremendos errores del socialismo histórico, que lejos de entender la democracia como una conquista de la humanidad, deformada en el capitalismo por la interferencia de los poderes económicos de los sectores dominantes tanto a nivel nacional como internacional, la enfrentó como un rasgo del viejo sistema que se debía superar y en vez de, para rescatar sus contenidos esenciales, despojarla de la influencia determinante de los poderosos intereses específicos que la reducen en gran medida a una formalidad vacía de contenidos (más aún en el mundo subdesarrollado) la sustituyeron por regímenes cerrados donde el poder fue ejercido esencialmente por la burocracia, con lo cual se ocluyó también la consolidación del socialismo mismo, porque su sujeto social, la ciudadanía (y como parte esencial de esta el pueblo trabajador), termina sintiéndose enajenada del poder político que ya solo formalmente le pertenece, el impacto de esto sobre las nuevas generaciones es desbastador, es como el avance de una enfermedad silenciosa cuya consecuencia fatal es «la despolitización» de la juventud[ix], ahora además impactada por la fuerte propaganda política, cultural y comercial de los medios masivos de comunicación que montado en las nuevas tecnologías han derribado todas las fronteras y han puesto a su alcance una audiencia universal.

Esto obliga a enfrentar y resolver también un reto comunicacional que supere el primitivismo, la opacidad y el carácter reactivo, cerrado y defensivo de los sistemas de información pública que ha caracterizado al socialismo histórico, también aquí Cuba incluida.

El socialismo histórico no supo superar con creatividad las restricciones a la cual obligaron los primeros años de guerra directa que de una forma o de otra afectaron a todas las experiencias revolucionarias, tampoco superaron con creatividad las definiciones clásicas que solo delinearon en sus aspectos más esenciales las formas del nuevo estado (aquellas no podían hacer otra cosa, puesto que esa era entonces una experiencia aún por vivir).

Las formas cerradas de gobierno que las agresiones imponían como una necesidad para la defensa ya no sólo del nuevo sistema, sino incluso para la defensa de la soberanía nacional, fueron convertidas con el tiempo en «rasgos definitivos», casi «principios incuestionables» del sistema donde la burocracia, que generaba sus propios intereses, encontró una forma cómoda de gobernar, sin entender que con ello se estaba cerrando el paso al futuro del sistema mismo, las lecciones de la historia son duras, pero o se entienden y se asumen o se condena el porvenir.

Cuba está hoy en esa encrucijada y está además sola. Para decirlo de otra manera, el socialismo del futuro será democrático o no será, pero esto no quiere decir reproducir las deformaciones de la «democracia» de los sistemas políticos capitalistas, sino construir una nueva concepción que se abra a libertades crecientes y a la mayor participación a la vez que preservando la esencia social del sistema.

Es preciso construir una «esfera pública» para la circulación abierta de las ideas, las opiniones, las propuestas y las demandas sociales, sin esta el cuerpo político se debilita y el futuro queda comprometido.

Se puede argumentar que las agresiones no cesan y que los intereses antinacionales, como el dinosaurio de Monterroso, todavía están ahí! y es cierto, pero esta realidad ya hoy no exime la necesidad de superar las torceduras de la historia. Difícil reto, pero hay que asumirlo y también en Cuba, esto por supuesto que hace más complejo la construcción del consenso, el «arte» de la política y la reproducción misma del sistema político, pero a esa ruta no hay alternativa, ya no hay «atajos», creo yo.

La diversificación de la economía, el sector privado, el mercado y la descentralización, imprescindibles hoy, así como su inevitable impacto en diferenciaciones relativas en los niveles de ingresos monetarios de los ciudadanos no impiden per se que el mercado este subordinado a la política y el interés privado al interés público.

Las instituciones, la participación democrática y las regulaciones constitucionales y legales establecidas desde el poder político son los únicos garantes de esa condición. Por ello, el sistema político debe representar la diversidad social a la que la reforma económica da lugar y a la vez la reforma económica por profunda y diversa que deba ser no debe dar lugar a una clase económicamente dominante que adquiera el control de los medios fundamentales de producción y por lo tanto los destinos del país y eso no excluye ni al mercado ni a la empresa privada en el contexto de un sistema y un estado (que no digo solo gobierno) auténticamente socialistas.

Notas:

[i] Julio Carranza, Luis Gutierrez, Pedro Monreal: Cuba: La reestructuración de la economía (Una propuesta para el debate). Libro Edit. C. Sociales, Cuba 1995; Edit. IEPALA, España 1996; Edit. Nueva Sociedad, Venezuela 1997; Edit. Alerce, Chile 1997; Edit. Institute of Latin American Studies. London University, Inglaterra 1997 (dos ediciones)

[ii] Ver notas de J. Gómez Barata: De Adam Smith a Marino Murillo: La Riqueza de las Naciones en Moncada 5 de junio 2017, H. Perez, comentario al texto de Gómez Barata, P. Monreal: Desarrollo, pobreza y normas sociales en blog El estado como tal, 31 mayo 2017, Ricardo Torres, Riqueza, propiedad y otros males en Progreso Semanal 6 de junio 2017, etc.

[iii] Ver diversos textos de destacados economistas como por ejemplo J. Triana, H. Perez, P. Monreal, J. L. Rodriguez, M. Figueras, F. Vascos, J. Diaz Vázquez, etc.

[iv] Marie-Monique Robin «Escuadrones de la Muerte: La Escuela Francesa» Editorial: SUDAMERICANA 2005

[v] Ver Julio Carranza «Dinamizar el cambio y retener los mayores niveles de justicia e igualdad social posibles» en Cuba Posible 7 de junio 2015

[vi] Ver la notable entrevista realizada a Juan Valdés Paz «El socialismo no puede posponer la democracia que ha prometido» en Catalejo, 15 de abril 2016.

[vii] Sobre esto hay varios textos fundamentales, pero por su carácter sintético recomiendo repasar la carta de K. Marx a J. Weydemeyer del 5 de marzo 1852 en K. Marx Obras Escogidas, en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1974, t. I.

[viii] Recordar las advertencias de Rosa Luxemburgo sobre las negativas restricciones de la libertad por parte del nuevo estado revolucionario, ella no negaban la fuerte defensa del nuevo sistema frente a la amenazas de la poderosa reacción interna e internacional, pero señalaba que en nombre de esa defensa no se podían cerrar las libertades del individuo y los colectivos aun cuando estas no coincidieran con la política oficial: «el socialismo, según su naturaleza, no se deja otorgar, imponer por Ucase. Tiene como condición una serie de medidas por la fuerza – contra la propiedad privada, etc. Lo negativo, la reducción, se puede decretar; la construcción, lo positivo, no. Tierra nueva. Miles de problemas. Sólo la experiencia es capaz de corregir y abrir nuevos caminos. es capaz de corregir y abrir nuevos caminos. Solamente la vida desenfrenada, desbordante cae en miles de nuevas formas, improvisaciones, recibe fuerza creadora, se corrige ella misma todas sus equivocaciones. La vida pública de los estados con libertad restringida es justamente por eso tan indigente, tan pobre, tan esquemática, tan infecunda, porque a través de la exclusión de la democracia se cortan las fuentes vitales de toda la riqueza espiritual y del progreso.» Luxemburg, Rosa. «Sobre la revolución rusa» en: OC, tomo 4, p. 360

[ix] Ver la interesante reflexión de Carlitos en «No hay tercera vía, hay participación o habrá despolitización» en blog A mano y sin permiso, 3 de junio 2017

Cuba probable: La transición socialista y el nuevo gobierno

Rafael Hernández

En la noche del 19 de abril de 2018, se anunció una lluvia de estrellas. Para los astrónomos, que estudian el cielo, este fenómeno no encierra ningún misterio, pues se trata del rastro dejado por la estela del cometa Halley en nuestro sistema solar. Aunque resulta absolutamente predecible, cuando esta lluvia alcance su clímax, será única, distinta a cualquiera anterior, e irrepetible como evento cósmico. Es decir, imposible de anticipar en todas sus luces y variaciones. Este acontecimiento comparte algunos rasgos con los cambios que ya vienen desarrollándose en Cuba en 2017-2018.

De entrada, ciertas preguntas y predicciones sobre las elecciones y el nuevo gobierno cubano parecen flotar en una especie de ingravidez propia del espacio exterior.

¿Podrá estar listo «un nuevo presidente que no se apellide Castro» ante una situación tan peligrosa? ¿Qué podrá hacer frente a esa «tormenta perfecta de desafíos -empezando por los vientos huracanados de Trump»? (Whitefield y Gámez, 2017) ¿Quién es «ese burócrata del Partido» [Miguel Díaz-Canel] del que nadie sabe nada? (Erikson, 2017) ¿Cuáles serán «los valores e intereses del equipo que apunta a tomar las riendas del Estado cubano»? (López-Levy, 2018) ¿Qué podrá pasar con este candidato a presidente «sin apoyo dentro del PCC ni entre los militares»? (Suchlicki, 2017) ¿Qué podrá decidir este nuevo presidente que seguro tendrá a «Raúl y al resto del clan Castro encima de él»? (Hare, 2017) ¿Es «concebible que un futuro conflicto entre el partido y el Ejército pudiera producir un terremoto político, que en teoría generaría una transición política hacia la democracia»? (Corrales y Loxton, 2018).

Su capacidad de pronóstico rebasa a la de los astrónomos: esta «sucesión autoritaria», que priva de «legitimidad interna y externa al nuevo mandatario», lo condenaría a ser un simple engranaje de la «inmutabilidad política», o sea, a paralizar las reformas y dejar todo está (Rojas, 2018).

Sin espacio para discutir estas tesis casi astrológicas, este artículo se limita a examinar la significación e implicaciones de un acontecimiento previsible -el cambio de gobierno–, como parte de un proceso político -la transición– que ni empieza ni termina el 19 de abril de 2018, y cuyas consecuencias rebasan a los oráculos ideológicos de los dos lados. Se dirige a examinarlo desde la estructura y composición reales del sistema político y sus instituciones de poder principales, las existentes como legado de una etapa que culmina.

Algunos comentaristas parecen olvidar que los políticos actúan dentro de circunstancias que no eligen ni controlan absolutamente. Esta premisa elemental de ciencia política, ¿se cumple en «un sistema autoritario», unipartidista, expuesto a una nueva relación people to people con EEUU y a la hostilidad de su gobierno, en medio de un «relevo generacional» de la clase política, que requiere preservar la estabilidad como requisito fundamental? Para no deslizarse por la pendiente de una incógnita Cuba posible, se requieren evidencias y datos, que permitan acercarse a una más tangible Cuba probable.

Desde ese contexto, se podría discutir con más claridad las cuestiones relevantes para el futuro inmediato de la política nacional y el desarrollo del modelo socialista cubano.

¿Qué Asamblea Nacional del Poder Popular?

El perfil demográfico de esta ANPP muestra una representación más que proporcional (según el Censo) de mujeres (53,22 %), negros y mestizos (40,66%) y graduados universitarios (86%). Más de la mitad está compuesta por nuevos diputados; un poco menos de la tercera parte está siendo reelegida por segunda vez; una quinta parte ha estado en la Asamblea al menos desde 2008. Entre esos diputados, 98% son militantes del PCC o la UJC.

La presencia de diputados que realmente viven y trabajan en los municipios, considerando todos los trabajadores estatales (dirigentes y militares incluidos), los órganos del PP (consejos de administración y municipales), cooperativistas agrícolas y «trabajadores por cuenta propia», conforman una gran mayoría de 62,6 %.

Según fuentes oficiales, el conjunto de los trabajadores no estatales (incluyendo cooperativistas agrícolas, artistas y otros que reciben ingresos no provenientes de un salario) asciende a 29 % de la fuerza laboral (ONEI, 2016). Sin embargo, su presencia en la ANPP no llega al 7 %. En el caso de los «trabajadores por cuenta propia» (con licencias para ejercer una lista de empleos del sector privado), apenas alcanza 0,5 % de la ANPP, lo que expresa una extrema subrepresentación. A pesar de la política declarada de incentivar a las cooperativas como modalidad de trabajo no estatal, en tanto forma de organización y propiedad social sobre medios no fundamentales de producción, la representación de las cooperativas no agrícolas es nula.

En el sector de la cultura, la presencia de artistas y escritores sin cargos de dirección en el momento de la elección es muy escasa. Aunque hay más científicos en esta ANPP, los únicos diputados que pueden haber realizado estudios en el campo de las ciencias sociales son unos pocos docentes universitarios. Ninguno de los centros de investigación (los llamados think tanks) de las universidades, el sector de la ciencias sociales, la cultura, las relaciones exteriores, etc. ocupa ningún escaño.

¿Qué significa esta Asamblea en el reflejo del contexto político específico del próximo gobierno en términos de representación/renovación/continuidad?

Si se comparara -como veremos más adelante– con otras instituciones de poder político –el Consejo de Ministros y el CC del PCC–, esta Asamblea los rebasa en participación de mujeres, negros y mestizos, y graduados universitarios.

Ahora bien, la estructura de mayorías y minorías descrita arriba no solo permite medir su representatividad y diversidad, sino estimar su potencial dinámica, en caso de que la ANPP se convirtiera en una institución determinante en el funcionamiento del sistema político cubano, en los términos previstos por la Constitución vigente. Para cumplirlos bastaría que se dedicara a debatir y promulgar sistemáticamente las leyes, ejercer la más alta fiscalización sobre los órganos del Estado y del Gobierno, incluida la eventual revocación de decretos-leyes y de miembros de los consejos de Estado y Ministros, a discutir y acordar el sistema monetario, los lineamientos de la política interna y exterior, extendiera a más de tres días los dos períodos ordinarios de sesiones al año (cuya frecuencia establece la Constitución, pero no su duración), a convocar sesiones extraordinaria cuando lo solicitara la tercera parte de los diputados, así como revisar y proponer enmiendas al orden constitucional (Constitución, Art. 75 y 78).

Cultura y constitución del liderazgo institucional: el legado político de Raúl Castro

Algunos estudiosos han reseñado el papel de Raúl Castro como arquitecto de la seguridad y defensa de Cuba en más de medio siglo (Klepak, 2012); otros como el autor del «ciclo pragmático más profundo de reformas económicas» (Mesa Lago, 2012). Algunos más han llegado a imaginarlo como una especie de Deng Xiao Ping tropical, cuyo proyecto de liberalización bien inspirado hacia una economía de mercado se ha atascado, de modo «completamente decepcionante» (Feinberg, 2017).

En el breve espacio de este texto, me concentraré en dos aspectos de su legado. El primero es el significado de su liderazgo en la introducción de concepciones y prácticas dirigidas a naturalizar las reformas, convertir la consulta con los ciudadanos en una práctica regular y promover que las instituciones establecidas funcionen de manera democrática plena. El segundo es la regeneración de la dirigencia y su nueva matriz, lo que algunos identifican como el «relevo generacional» y otros como «la transición a un gobierno post-Castro».

Hacia un socialismo democrático

En los debates del VII Congreso del PCC (2016), se reportó el intercambio entre un veterano dirigente del Partido y un delegado más joven en torno a la conveniencia de incorporar en los documentos la idea de «nuestra democracia socialista» (Granma, 2016). Aunque la posición del veterano prevaleció en el debate -«el concepto de democracia junto al de socialismo refleja una corriente vergonzante del socialismo»–, los documentos oficiales finales sobre el nuevo socialismo hicieron explícitas no solo las cualidades de próspero y sustentable, sino la de democrático.

Los millones de cubanos que debatieron o conocieron los documentos de los congresos VI (2011) y VII, y de la Conferencia (2012) del PCC pueden dar fe de que estos reflejan un socialismo diferente al que se defendió en Cuba hasta entonces. Quien los revise bien difícilmente podría entenderlos como el camino hacia un «modelo neopatrimonial chino-vietnamita» (Bye, 2017) o socialdemócrata. En ese nuevo socialismo en construcción, basado no solo en fórmulas económicas, las nuevas ideas y estilos políticos tienen la marca de origen de Raúl Castro. Entender sus discursos y decisiones permitirían formarse una idea precisa.

Unos días antes de asumir el gobierno de manera inesperada, Raúl había declarado que «la especial confianza que otorga el pueblo al líder fundador de una Revolución, no se transmite, como si se tratara de una herencia, a quienes ocupen en el futuro los principales cargos de dirección del país» (Castro, 2006)[1], anticipando que el consenso instantáneo de que gozaba el fundador ya no sería una premisa, y en lo adelante habría que fomentarlo. Su contribución a la renovación del ideario socialista empezó por naturalizar la discrepancia, y considerarla parte orgánica de un nuevo consenso. Basta advertir cuántas expresiones de disentimiento identificadas como «contra» a fines de los 80 e inicios de los 90 se ubican hoy «dentro» del discurso socialista en el conjunto de la sociedad –aunque algunos todavía se resistan a verlo así.

A pesar de que algunos dirigentes han repetido que los cambios se limitan a modernizar el modelo económico, dejando intacta «la parte política», los discursos de Raúl han propuesto un socialismo basado en nuevas mentalidades y prácticas, incluyendo la política económica. Estas incluyen la necesidad de «dialogar con los ciudadanos», consultarles las principales políticas, emplazar a la burocracia resistente al cambio, la ineptitud del sistema de medios de difusión, los estilos anquilosados de educación política y trabajo ideológico -lo que él ha llamado «la vieja mentalidad».

Su desempeño desde los años 60 a cargo de la defensa y la seguridad no anunciaba que «nuestro peor enemigo no es el imperialismo» ni sus aliados en la isla, sino «nuestros propios errores», las «visiones estrechas y excluyentes». Su imagen de militar tampoco anticipaba al defensor de un sistema descentralizado, la toma de decisiones colegiada, el derecho a discrepar «del que no se debe privar a nadie», «el debate sin ataduras a dogmas y esquemas inviables», la erradicación del «secretismo informativo en todo lo que define el curso político y económico de la nación», de la «barrera psicológica formada por el inmovilismo, la indiferencia,» que impide «transformar conceptos erróneos e insostenibles acerca del socialismo», la mala copia de «otras experiencias socialistas», y al mismo tiempo la necesidad de «no ignorar incluso las positivas de los capitalistas.»

En su énfasis sobre la democracia, ha afirmado que para seguir teniendo un partido único, tiene que ser «el Partido de la Nación Cubana,» «el más democrático,» «dar el ejemplo en sus propias filas,» ser capaz de «promover la mayor democracia en nuestra sociedad», lo que «contribuirá a superar actitudes simuladoras y oportunistas surgidas al amparo de la falsa unanimidad y el formalismo.» Se trata de «acostumbrarnos a decirnos las verdades de frente, discrepar y discutir, incluso ante lo que digan los jefes» y «desterrar la mentira y el engaño en la conducta de los cuadros, de cualquier nivel.»

Los documentos políticos del gobierno tampoco son intocables. «El programa de la revolución se debe actualizar cada cinco años para que responda siempre a los verdaderos intereses del pueblo». No debe leerse como «una obra totalmente terminada ni con un prisma estático o dogmático», sino «una guía para continuar avanzando en las reformas del sistema», incluyendo la conceptualización sobre el socialismo mismo. «Así se asegurará también el permanente perfeccionamiento y profundización de la democracia socialista.»

Muchas de esas ideas y políticas no han llegado aún a legislarse. La agenda de proyectos de ley anunciados, pero pendientes, abarca la estructura y poderes de los municipios, las pequeñas y medianas empresas, el sistema electoral, las empresas del sector público, la política de comunicación, otro código de familia. Se requiere además actualizar una legislación envejecida sobre asociaciones, cultos religiosos, y otros temas. La VIII Legislatura acordó designar una comisión para estudiar una nueva reforma constitucional, que debería impulsar, debatir y aprobar una Asamblea Nacional cuya actividad legislativa llegara a rebasar la de los consejos de Estado y de Ministros.

La nueva dirigencia política: ¿una matriz?

El rejuvenecimiento del liderazgo está en el núcleo duro del legado de Raúl. Él mismo ha puesto sobre la mesa una norma sin precedentes («limitar a un máximo de dos periodos consecutivos de cinco años el desempeño de los cargos políticos y estatales principales»), que debe esperar por una reforma constitucional para hacerse firme. Si en lugar de declararlos una mayoría de «octogenarios» (Bye, 2017), se mira detenidamente a la dirección del gobierno y el Partido del periodo de Raúl, se verá que ese «traspaso intergeneracional del poder» (López-Levy, 2018) ya había empezado y avanzado desde hace años.

Según un estudio de hace cuatro años (Hernández, 2014), la edad del Consejo de Ministros y el Comité Central del PCC era de 58 años. Esta coincidía con la titulada «generación escondida», llamada así por comentaristas de la política cubana como el ex-policía y politólogo aficionado Mario Conde (Padura, 2013, p. 24).[2] Curiosamente, esta «generación escondida» había empezado a reemplazar en los hechos a la clase política «histórica», y lo estaba haciendo mucho antes de lo vaticinado.

El CC del PCC elegido en el VI Congreso (2011) había reducido su edad promedio a 57 -y seguiría bajando hasta 54 en 2016. Ya en 2014, el 80 % de los 15 presidentes de asambleas provinciales del Poder popular tenía menos de 50. Y ninguno de los 167 secretarios municipales del PCC, salvo uno, pasaba de lo que en Cuba se suele llamar «la media rueda» (50 años) (Hernandez, loc.cit.).

En cuanto a la dirigencia a nivel nacional, las edades en el Consejo de Ministros de Raúl iban de 50 a 87, pero ya más de la mitad de estos estaba por debajo de la línea de 60 años. O sea, que la supuesta «generación escondida» ha sido parte del gobierno en los últimos diez años, y debe seguir en el Comité Central del PCC por lo menos hasta el próximo congreso en 2021.

¿Quiénes son esos más altos dirigentes cubanos? El Buró Político del PCC salido del VII Congreso (17 miembros) ha sido el primero donde los cargos por perfil profesional (9) -defensa, economía, diplomacia, salud pública, ciencia y técnica-rebasan al número de dirigentes políticos de carrera (8). Entre esos cuadros políticos, 5 han dirigido en las provincias, y 3 ingresaron al BP bajo el mando de Raúl. Este patrón que encamina a dirigentes provinciales del PCC y el Poder Popular hacia el más alto nivel nacional también resulta parte de su legado.

En cuanto a los ministerios y organismos centrales, la mayoría (2/3) de las principales áreas de origen de sus máximos dirigentes son la economía estatal, la dirigencia partidaria y las fuerzas armadas –22% del Consejo cada una. En cuanto al perfil profesional, la especialidad de mayor frecuencia -incluido el primer vicepresidente– es ingeniería (9). Entre economistas e ingenieros se concentra el 44 % del gabinete.

Fuente: cálculo de autor, sobre datos en http://www.parlamentocubano.cu/index.php/consejo-de-ministros/

El estilo de liderazgo de esta mayoría del gabinete de Raúl –cuyo primer vice ha sido un ingeniero electrónico durante cinco años– se orienta hacia un modelo sistémico, basado en control de indicadores, chequeo de flujo, y una lógica que prioriza la eficiencia. En esta razón ingeniera, diferente a la del puesto de mando militar, o al espíritu guerrillero predominante en etapas anteriores, radican sus mayores potencialidades –y también el sesgo tecnocrático presente en algunas de sus formulaciones.

En cuanto a diversidad de género y color de la piel, la tabla anterior muestra que la tercera parte del Consejo de Ministros han sido mujeres -representación superior a gabinetes anteriores, aunque todavía insuficiente. En el Buró Político, donde también son minoría, las mujeres han pasado de cero o una, a 4 (25 %). Los no blancos ese alto mando del PCC representan 35 %.

Por demás, la política de rejuvenecimiento en curso ha llevado a que la edad promedio de los dirigentes máximos del PCC en cada una de las 15 provincias y el municipio especial Isla de la Juventud haya descendido a 52 (2018) –cinco años más joven que la del vicepresidente Díaz-Canel. Según datos oficiales recientes, la edad promedio de la nueva ANPP se redujo en cinco años respecto a la de la VIII Legislatura (Granma, 2018) –es decir, de 54 a 49.

La cuestión de «los militares».

Algunos de los observadores mencionados al principio de este artículo dan por sentado que el área política más incierta y problemática en la transición al nuevo gobierno es la marcada por las «nuevas relaciones» entre «los militares» y los «civiles». Esta incógnita parte de asumir que el de Raúl es «un gobierno de militares», para preguntarse luego si un presidente civil va a estar en desventaja ante ese «estamento» de poder dentro del sistema cubano.

Un poco de perspectiva histórica permitiría apreciar el significado real de esta cuestión.

Cuando se mira la foto del primer CC del PCC, fundado en octubre de 1965, se puede observar que 70 de sus cien miembros visten de verde olivo. Para quien ignore la historia de la revolución, ese uniforme puede producir la ilusión óptica de que todos esos militares tienen un mismo código genético político. A diferencia de Charles de Gaulle, Dwight Eisenhower, Juan Domingo Perón o Gamal Abdel Nasser, los que integraron el liderazgo revolucionario, combatieron en la Sierra (los frentes guerrilleros) y en el Llano (las organizaciones clandestinas), y ocuparon las principales responsabilidades al frente del nuevo estado, incluidas tareas en las fuerzas armadas y la seguridad, no se educaron en colegios militares ni pasaron de generales a líderes políticos. Caracterizar a Fidel Castro como militar resulta simplista; lo mismo que reducir la contribución del Che Guevara al socialismo cubano a su rol como guerrillero.

La mayoría del liderazgo que ha integrado la llamada «generación histórica» responde a estas características. Las FAR representaron, desde los años 60 y siguientes, una puerta giratoria con las instituciones de la revolución, el Estado y el PCC. Prácticamente todos los ministerios -educación, construcción, industria azucarera, transporte, comunicaciones, pesca, agricultura, etc.– fueron dirigidos entonces por oficiales de las FAR -algunos retirados, otros en activo–. Entre los años 70 y 90, miembros del secretariado del Partido –a cargo de las relaciones internacionales o el sector ideológico–, presidentes de la Asamblea Nacional, fiscales generales o directivos de la Academia de Ciencias tuvieron (o mantuvieron) grados militares. Algunos autores han identificado con el concepto del «soldado cívico» a esta condición híbrida de la dirigencia cubana (Domínguez, 1978).

Naturalmente, hace tiempo que las FAR se profesionalizaron. Y aunque el liderazgo de los ministerios de la defensa y la seguridad sigue estando en manos de oficiales «históricos», ya profesionalizados, ninguno de los actuales jefes de los tres ejércitos bajó de la Sierra ni combatió en el Llano, sino se formaron en academias militares y en las guerras africanas.

La presencia de cuadros militares en tareas de la economía nacional, y de las FAR como institución dedicada a asegurar no solo «los cañones», sino «los frijoles», tuvo un nuevo giro desde la crisis del Periodo especial. Pero adjudicarle al «legado normativo de Raúl Castro el control militar de la economía» y considerar que «el régimen en Cuba seguirá acorralado por la familia Castro y el Ejército» (Corrales y Loxton, 2018) resulta una tesis difícil de demostrar con números y hechos.

Ante todo, ¿en qué medida el gobierno de Raúl como presidente incorporó realmente a una cantidad apreciable de oficiales retirados o en activo? Ya el último Buró Político (BP) elegido bajo la dirección de Fidel en 1997, incluía a 7 militares, sin contar al Segundo secretario del PCC, Raúl. En el elegido por el VII Congreso (2016) quedaban solo 4, y ninguno incorporado bajo el gobierno de Raúl.

Los ministros provenientes de las instituciones armadas en ese gobierno, aparte de él mismo, y los encargados del MINFAR y el MININT, se reducen a dos vices, un secretario, y dos ministerios económicos -Industria y Transporte. Ramiro Valdés, aunque viste de uniforme, dejó de desempeñar tareas relacionadas con la seguridad hace más de treinta años (1961-1968 y 1979-1985), y se ha ocupado de otros sectores (construcción, electrónica, comunicaciones), como sigue hasta ahora. Sin contarlo a él y a Raúl, los militares en activo o retirados serían apenas 19 % del CM -contra una mayoría de 44 % de ingenieros y economista. En cuanto a los puestos principales a cargo de la economía nacional, la cuenta es clara: 4 de los 6 vices del gabinete, y 13 de los 15 ministerios económicos han sido dirigidos por civiles -no identificables con el «soldado cívico» ni la «generación histórica».

Analizar el espacio real -a veces sobreestimado– que las empresas de las FAR ocupan en la proyección del desarrollo económico cubano actual rebasaría la extensión de este artículo y su foco principal. En todo caso, sí convendría considerar que el reconocimiento a la capacidad empresarial de las instituciones militares en su participación dentro del actual sector público cubano implicaría verlas como parte integral del nuevo modelo socialista. Aunque algunos economistas no parecen compartirlo del todo, la propia evaluación sobre la eficacia y la eficiencia empresariales en el socialismo exige una perspectiva no meramente corporativa o tecnocrática, que incluya entre los índices de eficiencia la aplicación de prácticas sustentables, nivel de retribución y participación de los trabajadores, probidad en el manejo de los recursos, protección ambiental e interacción comunitaria. La capacidad de todas las corporaciones estatales para comunicarse y cooperar con actores sociales diversos, trabajadores y ciudadanos en general –lo que suele llamarse responsabilidad social empresarial- tendría que servir como vara de medir la gestión de «la empresa socialista» tanto de las militares como de las civiles.

Las cifras y comentarios anteriores no se dirigen a disminuir el papel de los militares en un gobierno encabezado por un General Presidente (que seguirá siendo el Secretario general del Partido), sino a analizarlo en sus atributos políticos. Se trata de colocar ese rol en perspectiva, a las instituciones armadas como segmentos de un Estado y de estructuras de poder más complejas, cuyas políticas dependen hoy menos de habilidades militares clásicas, como el mando único, el principio de verticalidad y obediencia, la concentración de decisiones en el estado mayor, el avance mediante campañas, la concentración de fuerzas en dirección al golpe principal, o la conquista de objetivos estratégicos pagando incluso costos muy altos si así se determina. O para el caso que nos ocupa, de habilidades gerenciales adquiridas, tangentes en cierta medida con las anteriores.

Dada la sociedad cubana actual, su contexto histórico, y los desafíos del desarrollo, esas políticas (económicas incluidas) se relacionan menos con técnicas de gerencia y habilidades de gestión, y más con capacidad para aplicar el conocimiento a la innovación, transparencia informativa, descentralización no limitada a desconcentrar las decisiones, evaluación informada de los problemas, transformación del sector estatal hacia una mayor autonomía y horizontalidad de sus instituciones, valoración de impactos sociales y políticos en sectores sociales en desventaja, extensión del sector no estatal y papel de los nuevos sujetos económicos, funcionamiento eficaz de la ley y participación ciudadana real.

En estas y otras capacidades se probará realmente el nuevo gobierno.

Consideraciones finales: ¿cuáles preguntas?

A lo largo de casi 59 años, desde que «las guerrillas bajaron de la Sierra», la capacidad del orden político cubano de reproducirse mediante el cambio es la clave de su estabilidad. Entre el socialismo de los 60, el de 1970-90, y el que sufrió los embates de la crisis llamada Periodo especial, ocurrieron cambios de fondo, que produjeron más de un reordenamiento del sistema institucional, modificaron los contenidos ideológicos del comunismo cubano, integraron a generaciones que no estuvieron en la Sierra (o el Llano), y se constituyeron sobre una sociedad multigeneracional y cada vez más diferenciada en su estructura socioeconómica.

A partir de los 90, esas críticas y discrepancias, perceptibles alto y claro en una esfera pública cada vez más autónoma, obtuvieron carta de naturalización «dentro» del sistema, también a oídos de líderes viejos y nuevos.

A pesar de cambios palpables, sin embargo, varios años después de haberle transferido el mando a Raúl, algunos expertos afirmaban que Fidel seguía gobernando, pues «eso decía todo el mundo en Cuba». Aunque las políticas y el estilo de liderazgo de Raúl resultan bien diferentes, aún algunos declaran hoy que «el modelo carismático de Fidel» siguió vigente en la presidencia de Raúl.

Esa misma inercia mental que impregna las visiones sobre la política cubana determina que el nuevo gobierno sea considerado por algunos, aun antes de tomar posesión, como impedido genéticamente de actuar por sí mismo. La ineptitud para apreciar los cambios políticos reales refleja también un lastre ideológico que no deja ver lo que no responda a un paradigma prefijado. Paradójicamente, este lastre funciona igual en ambos extremos del espectro ideológico –ciegamente en contra o en pro. En efecto, cuando se dice que «no habrá cambio político mientras no exista un sistema multipartido y elecciones presidenciales directas», los dos extremos coinciden en afirmar la «inmutabilidad» política -de un lado, como maligna; del otro, como virtuosa.

Las preguntas cubanas de fondo sobre el nuevo gobierno se colocan más allá de esta ecuación binaria. ¿Puede una Asamblea Nacional con un 98 % de militantes del PCC y la UJC interpelar a los ministros, cuestionar su gestión y removerlos cuando haga falta -según norma la Constitución cubana actual y ocurre en otros sistemas socialistas (como Vietnam)? ¿Es la diversidad y el debate de ideas dentro del Partido, las instituciones representativas del Poder popular, las organizaciones e instituciones del sistema, un síntoma de división y debilidad política -o todo lo contrario? ¿Se necesita «un partido de acero» o uno que demuestre «sentido del momento histórico», «cambie todo lo que deba ser cambiado», capaz de liderar «con inteligencia y realismo»? (F. Castro, 2000).

La IX Legislatura, que acompañará al nuevo gobierno, y cuya edad promedio es 8 años menor que la del nuevo presidente, podría empezar a ejercer esas atribuciones constitucionales, aunque fuera de modo paulatino, a lo largo de su naciente mandato. Solo eso ya marcaría una renovación de fondo en el funcionamiento del sistema político, y en la dirección del discurso de Raúl Castro durante su presidencia.

El legado de Raúl es importante porque abarca ideas sobre un socialismo sustentable, próspero y democrático, legitimadas por el sello de la «generación histórica». También lo es porque incluye políticas ya acordadas y anunciadas, en algunos casos, hace dos años o más. Se trata de acabar de aplicarlas, para lo cual el apoyo que el nuevo gobierno reciba de Raúl al frente del PCC resulta crucial.

Sería contradictorio suponer que este pusiera cortapisas a su propio legado, incluido el relevo de un presidente capaz de desempeñarse con efectividad y obtener su propio reconocimiento. Se trata de su transición, la concebida por él para asegurar la continuidad renovada del socialismo cubano. Suponer lo opuesto, sería tan contradictorio como que Fidel, al pasarle el mando, se hubiera dedicado a no dejarlo tomar sus propias decisiones o a no apoyarlas.

Los retos del nuevo gobierno son conocidos. El primero de una larga lista, en términos de los trabajadores, es restablecer el poder adquisitivo del salario en un mercado de oferta y demanda, privado y estatal, con precios muy por encima del salario promedio. Pero también dispone de fortalezas, que pueden aprovecharse a fondo.

El nuevo presidente dirigirá una sociedad cuya fuerza laboral tiene casi 30 % de graduados universitarios, más que representados en la ANPP, el CC y el Buró Político del PCC; una clase política ampliamente renovada en cada una de sus instituciones; y liderazgos provinciales jóvenes, donde hay figuras capaces, con autoridad política y moral, y apoyo popular. Incorporarlos al nuevo gobierno aplicaría la lección de Raúl sobre la prueba local de los dirigentes políticos, ilustrada en el caso de Díaz-Canel. Entre esos que dirigen el Poder popular y el Partido en las provincias, se incluyen mujeres, que podrían elevarse al nuevo Consejo de Ministros –donde ahora solo son 30 %– ya que representan la mayoría absoluta de los profesionales del país.

¿Cuál es la composición del Consejo de Estado que eligió la Asamblea? Pero sobre todo, del Consejo de Ministros que el presidente le propondrá en el periodo de sesiones de julio próximo.¿Cuáles los orígenes y experiencia de sus miembros? ¿En qué medida se distinguirá del gobierno de Raúl? Aunque algunos expertos y reporteros no reconozcan sus nombres, es probable que la mayoría del nuevo gobierno esté formada por figuras políticas y técnicos menores de 57 (la edad de Díaz-Canel), pero no outsiders del sistema. O sea, educados y criados en las mismas instituciones, promovidos según sus reglas de mérito, y expuestos a los debates y problemas de los últimos 10-20 años -no egresados de otras escuelas o familias políticas. Su selección podría estar más guiada por la representación de sectores, instituciones y tendencias dentro de ese socialismo cubano actual -en lugar de un gabinete compartido casi totalmente por figuras del partido, contribuyentes y seguidores del candidato vencedor, como ocurriría después de las elecciones (democráticas, claro) en otros lares.

Algunos observadores han imaginado una regla que supuestamente predetermina al vicepresidente como próximo presidente (Rojas, 2018). Sin embargo, vaticinar que el vice en 2018 será el presidente dentro de cinco años carece de fundamento. De cualquier manera, tratándose del «número dos» del gobierno, y su eventual reemplazo, no carece de importancia. El elegido, Salvador Valdés Mesa, es un veterano dirigente sindical y ex-ministro del Trabajo, negro, miembro del Buró Político del PCC -como Díaz-Canel–, que pronto cumplirá 73 años.

En cuanto a la composición de la actual dirección del PCC, este Comité Central deberá permanecer hasta 2021. Sin embargo, los miembros del Secretariado y los del Buró Político pueden renovarse cada vez que el CC del PCC lo acuerde (Estatutos, art. 47). Durante el mandato de Raúl como Primer Secretario del PCC, por ejemplo, se produjeron altas y bajas en ambos órganos, que no coincidieron siempre con los congresos partidarios. Así que no existe regla que determine la permanencia inamovible de ningún miembro, incluidos los actuales «históricos», en el BP.

Por último, está el tema de «los militares» y su papel en un gobierno presidido por «un civil». Ante todo, es útil aclarar que las trincheras ideológicas o burocráticas resistentes a los cambios y su implementación no están uniformadas. Confundir el «núcleo duro de la ideología» y la renuencia a las reformas con «los militares» revela poca familiaridad con la dinámica cubana de los últimos diez años.

Tampoco está en la idiosincrasia de esas instituciones militares disponer de feudos de acumulación privada, colocar o descolocar presidentes y gobiernos locales, participar de redes de negocios o contubernio con el crimen organizado, y sacarlas tropas a la calle con vehículos blindados a reprimir manifestaciones -como ocurre en otros países de la región y del mundo gobernados por «civiles».

Suponer que tienen intereses corporativos propios al punto de desencadenar pugnas «inter-elites» en torno al poder político, que puedan poner en peligro la unidad del gobierno en un momento complejo, exponer la estabilidad del país y la seguridad nacional, ofreciendo un flanco a la intervención directa o encubierta de los EEUU, resulta incongruente con la preservación del sistema, con su formación profesional y cultura institucional, e incluso con sus roles asignados en áreas del sector estatal.

Como muchos cubanos saben, el nuevo presidente ha sido alguna vez profesor universitario, aprecia el valor del conocimiento para construir políticas públicas ilustradas, sabe cómo comunicarse eficazmente con la gente de la calle, así como con intelectuales, periodistas y funcionarios del Partido. Su reto mayor no radica en entenderse con los militares, sino en lograr que el sesgo tecnocrático y la lógica eficientista de los ingenieros y economistas que constituyen la mayoría del actual gobierno no marquen la proyección del nuevo. Esta es una oportunidad quizás única para renovar el estilo político gubernamental, dejar atrás definitivamente el del puesto de mando y la guerrilla, y hacer uso extensivo de todas las tecnologías de la información y de la comunicación, para algo tan vital como compenetrarse con la gente y sus problemas; dejar atrás imágenes de los dirigentes como instructores políticos o tecnócratas, y ejercer un rol más cercano al de pedagogos capaces de escuchar y dialogar, conseguir la participación de los trabajadores en la solución de los problemas, clave para articular un nuevo consenso.

En el fondo, el desafío que se le presenta a este nuevo gobierno es el de una transformación cultural en el estilo de hacer política en Cuba.

Referencias

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Por Cuba. Elecciones generales 2017-2018. SUPLEMENTO ESPECIAL. Jueves 1-martes 13, Febrero del 2018 (serie). www.granma.cu

Notas:

[1] En lo adelante, las citas textuales entrecomilladas de Raúl corresponden a discursos públicos pronunciados entre 2006 y 2016.

[2] Con esta metáfora (que algunos lectores de novelas han tomado como un concepto explicativo de la sociedad cubana actual) se identifica a la generación que fue demasiado joven para acceder a la movilidad ascendente de los 60 y 70, y aunque luego asumió arduas tareas (como la guerra de Angola), habría tenido la supuesta fatalidad de resultar muy vieja para relevar a la «generación histórica», al final de los años de presidencia de Raúl Castro.

http://laperspectives.blogspot.fr/2018/04/exclusive-cuba-probable-la-tra…