El Che es referencia inevitable en la vida de un revolucionario. Ha sido una constante en mi vida desde que con 16 años cayó en mis manos El camino del fuego de Orlando Borrego. Desde entonces intento -fallidamente- seguir ese camino de esfuerzo que trazó. Tanto buscar en su vida me llevó al héroe, al […]
El Che es referencia inevitable en la vida de un revolucionario. Ha sido una constante en mi vida desde que con 16 años cayó en mis manos El camino del fuego de Orlando Borrego. Desde entonces intento -fallidamente- seguir ese camino de esfuerzo que trazó.
Tanto buscar en su vida me llevó al héroe, al guerrillero, al ministro, al comandante y al teórico. Tantas dimensiones de un mismo hombre hacen difícil llegar a conocer que el Che era todo eso y mucho más. ¿Cuánto escapa ante mis ojos y los de quienes, por desconocimiento, lo convierten en piedra?
Recientemente he recibido acusaciones por especular lo peligroso y subversivo que puede ser el Che -o un espíritu como el suyo- en cualquier sociedad. Quizá lo que me faltó mientras exponía esa idea, fue mostrar lo que realmente era ese pequeño motor que echaba a andar al impresionante guerrillero.
Son muy conocidas las anécdotas de su vida, pero quiero detenerme en algunas que muestran la presencia en él de una palabra: amor. Muchos citan esa frase donde afirma: «Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor». Según me cuentan, por un segundo provocó casi la risa de un auditorio, hasta que muchos comenzaron a reflexionar ante semejante cosa ¿Cómo podía un hombre tan recto pensar de esa manera?
Lo cierto es que al Che lo que lo movía era sin dudas un inmenso amor, deseos de hacer de esta tierra un lugar mejor. Eso lo llevó consigo toda su vida, no solo en un proyecto de construcción social, sino en cada instante.
Una vez cuando niño, cuenta su padre que casi cae del techo intentando salvar a un pajarito que no podía volar. Aquel revolucionario en potencia de apenas pocos años no podía permitir que un ser vivo sufriera. Su amor a los animales, sin embargo, no cayó en las vacuidades y ecologismos sin sentido que ponen la vida animal por delante de la humana. Cuando tuvo que sacrificar alguno -o dejar que otros lo hicieran- para que su tropa se alimentara o sobreviviera, lo hizo, comprendiendo el valor de la vida humana.
Otra fase es el amor a sus padres, en especial, a Celia de la Serna. Cuando estaba en el Congo recibió la noticia de su muerte. Escribió en su diario que era el día más triste de su vida. También resalta, ese tan perdido relato titulado La piedra, donde sentencia: »Sólo sé que tengo una necesidad física de que aparezca mi madre y yo recline mi cabeza en su regazo magro y ella me diga: «mi viejo», con una ternura seca y plena y sentir en el pelo su mano desmañada, acariciándome a saltos…» Dicen, que fue una de las pocas veces que lo vieron llorando en vida.
Era un gran amigo. Los fuertes regaños a los subordinados y los enfrentamientos producto de la seriedad que exigía su responsabilidad, y su decisión de asumir las órdenes de ocupar nuevos puestos, sus fuertes críticas a revolucionarios como Pablo Neruda, lo hacía parecer ante los ojos de quienes no lo comprendían como un amargado sin amigos. No hay nada más incierto, sin hacer mención de todos aquellos que lo querían y admiraban, él profesaba un inmenso cariño a sus compañeros. Prueba de eso es la anécdota de su tristeza ante la noticia de la muerte de Camilo o las notas del diario de Bolivia ante la de compañeros.
No puede dejarse pasar por alto el gran vínculo sentimental que lo unía a su esposa. Afirmó, que dos cosas personales llevaba consigo al Congo, y una era un pañuelo de su querida esposa, a la cual va dirigida esa carta titulada Mi única en el mundo.
Después de ver todo eso no dejo de pensar en que detrás de ese gran ser político, se escondía un hombre de buenos sentimientos, que comenzaban en la propia cotidianidad. Esa es una de las más importantes enseñanzas que dejó el Che, ser buena persona. Tal vez no sea exactamente lo mismo que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro, pero si aporta mucho. El reformador social, debe sentir un inmenso amor por la familia, los amigos, la naturaleza.
Por ahí se empieza a ser revolucionario, por la vida cotidiana y no por atracción hacia determinado ideal político. Creo que muchos se llaman «revolucionarios» y son más de lo segundo, seguidores de una idea política, como quien se hace fan de un artista. Quizá sea eso lo que marcó esa brecha entre el Che y todos los demás, es decir, hay una la diferencia entre un hombre que sentía el dolor ajeno y los adeptos de una doctrina. Parece que sí es el amor la verdadera fuerza que mueve.
A una persona que centra ese sentimiento en los de más atrás en la estructura social, no se le puede convencer con razones de obediencia de que «eso es lo que está establecido». Por eso, Che era tan crítico con la burocracia y los serviles asalariados. Por eso sigue siendo altamente subversivo.
Fuente: http://jovencuba.com/2018/07/06/che-el-amor-y-la-subversion/