Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
Nuestro único enemigo es el régimen racista de Israel y tenemos que luchar contra él hasta alcanzar nuestro «momento sudafricano», cuando todo el pueblo de Palestina esté dentro de un solo Estado y goce de igualdad, justicia y dignidad.
Durante las negociaciones secretas de Oslo entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina ( OLP ), el gobierno israelí envió al abogado israelí Joel Singer para formular cien preguntas a los negociadores palestinos. Una de las preguntas que les hizo fue si estarían de acuerdo con que los colonos israelíes permanecieran en sus tierras. La respuesta fue «sí». «No me extrañó que contestaran a mis cien preguntas. Lo que me sorprendió es que no me hicieran ni una sola a mi», dicen que dijo Sinder. Cuando acabó su interrogatorio a los funcionarios palestinos, Singer le dijo al entonces ministro de Exteriores israelí, Shimon Peres: «Señor ministro de Asuntos Exteriores, si no hacemos un trato inmediato con esta gente, es que somos idiotas».
Esta breve anécdota ilustra bien lo que realmente significaban los Acuerdos de Oslo firmados en el césped de la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993. Fue un acuerdo alcanzado entre adversarios desiguales en el que uno se aprovechó de la debilidad del otro para imponer sus exigencias.
La eficacia de los Acuerdos de Oslo estuvo en poner fin a la lucha de la OLP por la liberación de Palestina y en facilitar la ocupación haciéndola menos costosa para el Estado israelí. El establecimiento de la Autoridad Palestina (AP) eximió a Israel de tener que hacerse cargo de las necesidades del pueblo palestino. Asimismo comportó la creación de fuerzas de seguridad palestinas dirigidas por palestinos para vigilar a los propios palestinos y hacerle más fácil a Israel la tarea de controlarlos y reprimir su lucha popular. El estatuto de Jerusalén y el derecho al retorno de los refugiados palestinos quedaron fuera de las negociaciones, lo que permitió a Israel intensificar su control sobre las tierras palestinas ocupadas ilegalmente.
No obstante, el terreno para el desastre de los Acuerdos de Oslo se preparó 15 años antes cuando el presidente egipcio Anwar al Sadat firmó el acuerdo de Camp David con el presidente de la ocupación israelí Menachem Begin el 17 de septiembre de 1978.
Esa fecha marca el comienzo del largo proceso de normalización de relaciones entre Israel y los Estados árabes. Fue entonces cuando los líderes árabes abandonaron las ideas revolucionarias y el tabú de las negociaciones con los israelíes, y optaron por el pragmatismo y el interés propio.
A la OLP no le quedó otra opción que seguir el mismo camino. En este sentido, Oslo nació en Camp David y fueron Estados árabes como Egipto los que lo hicieron fructificar y los que lo mantuvieron vivo una vez firmado. En mayo de 1994, el primer ministro israelí Yitzhak Rabin y el presidente de la OLP, Yaser Arafat, se reunieron en El Cairo para negociar un Acuerdo sobre Gaza y Jericó como parte del proceso de Oslo. Cuentan que cuando Arafat trató de resistirse en la ceremonia de la firma, el sucesor de Sadat, el presidente egipcio Hosni Mubarak , se inclinó y le gritó a la cara «¡Firma, perro!».
Esta es la actitud que varios Estados árabes han mantenido hacia los palestinos y sus dirigentes en las últimas décadas. Revisando las negociaciones de Oslo y de Camp David, uno se da cuenta de que se cumplieron todas las exigencias de Israel y de que sigue siendo el único beneficiado de ambas iniciativas de «paz».
Hoy, el Estado de Israel sigue en constante normalización de relaciones con varios Estados árabes a la vez que consolida su control sobre los territorios palestinos. Sigue afianzando su ocupación al coste más bajo posible con la ayuda de una AP que persiste en su cooperación de seguridad con las autoridades israelíes y estadounidenses.
Israel puede asimismo seguir ampliando con impunidad sus asentamientos en tierras palestinas. El número de colonos en Cisjordania ocupada el año pasado era de 400 mil y sus asentamientos ocupaban el 42% del territorio cisjordano; a principios de la década de 1990 eran alrededor de 100 mil.
A la vez, el gobierno israelí sigue aprobando leyes que discriminan a los no judíos, la última la Ley del Estado-Nación que efectivamente ha proclamado que el Estado de Israel es un Estado judío.
Sin embargo, el peor impacto de Camp David y de los Acuerdos de Oslo ha sido la división y la desesperación que sembraron entre los palestinos. Hoy, el pueblo palestino parece haber perdido su brújula nacional: la relación con los ocupantes ya no es una lucha política por la libertad y la autodeterminación. Se ha instalado también una brecha creciente entre la gente y su dirección política. La elite política palestina ya no puede hablar en nombre de la lucha ni del Estado palestino. Ahora solo le mueve el interés propio y el enriquecimiento personal, y se empecina en preservar el status quo para garantizar su supervivencia política.
Y mientras la elite política palestina se ocupa en sus disputas internas por el poder, Israel sigue creando nuevas realidades sobre el terreno. La reciente demolición del pueblo palestino beduino de Jan al Ahmar ha cristalizado su plan de desconectar por completo Cisjordania de Jerusalén.
Desvanecida la esperanza de un Estado palestino independiente dentro de las fronteras de 1967, ha llegado el momento de que los palestinos aceptemos la realidad de que solo puede haber un Estado entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Hace falta un nuevo enfoque: una lucha pacífica que se centre en los derechos, tal y como ocurrió en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica.
En Gaza ya se intentó extender la lucha popular y no violenta a escazla nacional a través de la Gran Marcha por el Retorno desde marzo, pero las divisiones políticas dentro de la élite política palestina la han perjudicado. La hostilidad entre la AP y Hamas ha impedido que los palestinos extendieran la marcha hacia Cisjordania. Ramala no ha garantizado cobertura política a esta iniciativa pacífica en los foros internacionales ni ha usado su posición internacional para reclamar justicia por los asesinatos de civiles a manos de soldados israelíes. Por el contrario, la AP ha endurecido sus sanciones contra la Franja de Gaza, lo que ha empeorado aún más la situación humanitaria.
La Gran Marcha del Retorno era una oportunidad para establecer un nuevo programa de lucha nacional capaz de inspirar a la población palestina para resistir las consecuencias de los Acuerdos de Oslo. Han sido las divisiones políticas internas las que han truncado esa oportunidad y la han transformado en otro punto de desacuerdo político.
Es hora de dejar de lado las diferencias y centrarse en la lucha que está por venir. Nuestro único enemigo es el régimen racista de Israel y tenemos que luchar contra él hasta alcanzar nuestro «momento sudafricano», cuando todo el pueblo de Palestina esté dentro de un solo Estado y goce de igualdad, justicia y dignidad.
Ahmed Abu Artema, palestino, es periodista y activista.