Israel nació de la ocupación militar y el robo de tierras ajenas, acompañados de una feroz limpieza étnica que comportó la expulsión de centenares de miles de palestinos de sus poblaciones, de la destrucción de sus aldeas y de matanzas como la de Deir Yassin. Fueron los laboristas judíos del Mapai, con Ben Gurion, quienes […]
Israel nació de la ocupación militar y el robo de tierras ajenas, acompañados de una feroz limpieza étnica que comportó la expulsión de centenares de miles de palestinos de sus poblaciones, de la destrucción de sus aldeas y de matanzas como la de Deir Yassin. Fueron los laboristas judíos del Mapai, con Ben Gurion, quienes expulsaron a los palestinos de su tierra, en 1948, y quienes expropiaron sus propiedades por la fuerza militar. Esa política se mantuvo después, durante dos décadas, procurando hacer irreversible la ocupación, y cuando el Mapai fundó, con otras organizaciones menores, en 1968, el Partido Laborista, sus dirigentes siguieron defendiendo el expolio. Referirse hoy a la invasión de nuevos territorios en 1967, rechazada por la ONU, y reclamar el fin de la ocupación es justo, pero olvida que el origen del conflicto se sitúa en 1948, en la Nakba.
Israel es un Estado colonial, aunque para su creación y justificación posterior se utilizó después el sufrimiento de los judíos perseguidos por el nazismo, como si el horror de Auschwitz disculpase el despojo palestino. La colonización, el apartheid y la represión militar del Tsahal israelí acabaron con los sueños igualitarios de la izquierda israelí, porque el sionismo socialista estaba basado en el expolio palestino. La segunda intifada , los atentados suicidas palestinos, y los constantes asesinatos «selectivos» cometidos por las fuerzas israelíes, inocularon el miedo entre los israelíes: los laboristas perdieron influencia frente a la extrema derecha, que consiguió presentarse como la garantía de la seguridad de Israel. Los acuerdos de Oslo de 1993 fueron ignorados, y el retorno de Netanyahu como primer ministro, en 2009, supuso el fin de las negociaciones con la Autoridad Palestina, convertida además en ejecutora del control y la represión en Cisjordania y Gaza.
El corrupto Netanyahu ha conseguido el apoyo de la mayoría de la población israelí a su política de acoso a los palestinos, de asesinatos selectivos extrajudiciales, y de amenazas a Irán, y que defienda, o acepte, la infame política de segregación, despojo y represión. Desde la operación de castigo contra Gaza en 2014, pasando por la demolición sistemática de viviendas palestinas, y con la constante ampliación de los asentamientos ilegales, el futuro que Israel ofrece a los palestinos es de la expulsión paulatina de sus propias tierras: la desaparición y la muerte. El último episodio de la infamia es la aprobación en la Knéset de la Ley Estado-nación por la que se proclama a Israel «hogar nacional del pueblo judío», declara a Jerusalén capital del país y el calendario judío como el único oficial.
No existe el «proceso de paz»: sólo perdura la limpieza étnica que se inició en 1948. Toda la derecha israelí, e incluso los laboristas y otros grupos abonan la persecución de los grupos políticos y sociales palestinos, y la mayoría de la población israelí no sólo quiere ignorar la segregación, sino que incluso defienden la expulsión de los que siempre han vivido en Israel. Una de las terribles paradojas del Israel de nuestros días es constatar que los descendientes judíos de quienes sufrieron el horror de Auschwitz y de la persecución nazi se han convertido en defensores de la deportación y del apartheid.
La mayor parte de los israelíes no ha querido ver dramáticas escenas como el asesinato por francotiradores del ejército de Fadi Abu Salah, en su silla de ruedas, o el de la enfermera Razan al-Najjar, de 21 años, que recibió un balazo de muerte de otro francotirador mientras atendía a los heridos. Porque, para la gran mayoría de los israelíes, el sufrimiento palestino no existe, o, si existe, es merecido: incluso la Corte Suprema de Israel ha considerado «legal» que el ejército israelí dispare a matar contra manifestantes pacíficos. La franja de Gaza es hoy una cárcel gigantesca, con el agua contaminada y con unas pocas horas de electricidad diarias; ningún palestino puede salir de allí, y un millón de niños están siendo envenenados lentamente por el agua que consumen, debido al bloqueo israelí que impide la entrada de suministros. Académicos israelíes han calificado a Gaza como «el mayor campo de concentración de la historia».
Se han producido protestas por la matanza, como la manifestación en Haifa, el 1 de junio, convocada por Hadash y el Partido Comunista israelí, denunciando los asesinatos y la ocupación militar. Ambas organizaciones defienden el derecho al retorno de los refugiados palestinos expulsados de sus tierras, que, junto con sus descendientes, suman hoy casi cinco millones de personas. El Partido Comunista israelí defiende el fin de la ocupación israelí, una paz justa basada en dos estados, así como los derechos de los refugiados palestinos. Sin embargo, la izquierda es débil en Israel, y la mayoría de la población prefiere tolerar que Israel se haya convertido en un Estado delincuente y criminal, mientras accede a que sus soldados disparen a matar; elige avalar el robo de las tierras palestinas, soportar el veneno y el odio de Netanyahu, y escoge ignorar el drama palestino, aceptando la segregación, viviendo en la mentira y la ponzoña.
Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/netanyahu-el-veneno-de-israel/