Mantener la dignidad mientras se vive en un campamento de refugiados no es labor sencilla. Mis padres lucharon duramente para evitarnos las humillaciones diarias que conlleva la vida en Nuseirat, el campamento de refugiados más grande de Gaza. Sin embargo, cuando cumplí seis años, y entré en la escuela en Nuseirat de UNRWA, no tuve […]
Mantener la dignidad mientras se vive en un campamento de refugiados no es labor sencilla. Mis padres lucharon duramente para evitarnos las humillaciones diarias que conlleva la vida en Nuseirat, el campamento de refugiados más grande de Gaza. Sin embargo, cuando cumplí seis años, y entré en la escuela en Nuseirat de UNRWA, no tuve escapatoria.
No solo era un refugiado en los documentos oficiales de Naciones Unidas, sino también en la práctica, como el resto de mis compañeros.
Ser refugiado de Palestina significa vivir en un limbo perpetuo, incapaz de reclamar lo que se ha perdido, la amada patria, e incapaz de forjar un futuro alternativo y una vida de libertad, justicia y dignidad.
¿Cómo vamos a reconstruir nuestra identidad hecha añicos por décadas de exilio cuando nuestros poderosos verdugos han vinculado nuestra existencia y repatriación a su propia desaparición? Por la lógica israelí, nuestra mera exigencia de que se aplique el derecho al retorno, sancionado internacionalmente, equivale a un llamamiento al genocidio.
Según esa lógica errónea, el hecho de que mi gente viva y se multiplique es una «amenaza demográfica» para Israel. Cuando Israel y sus amigos en distintas partes del mundo sostienen que mi gente es «una invención», no solo están intentando aniquilar nuestra identidad colectiva, sino que están también justificando en sus propias mentes la continua matanza y mutilación de palestinos, sin ningún tipo de consideración moral o ética.
Crecí en Gaza resistiéndome al esfuerzo israelí de borrar a los palestinos. «Ramzy Mohammed Baroud; Refugiado de Palestina», estaba estampado en cada trozo de papel que adquirí desde el día en que abrí mis ojos.
Con un número de refugiados cada vez mayor en un espacio cada vez más reducido como es Gaza, nuestra lengua común estaba dominada por u n vocabulario que cuatro generaciones de refugiados conocen muy bien: soldados asesinos, vallas, aviones de guerra, un sentimiento constante de muerte, hambre, toques de queda militares, resistencia, mártires y UNRWA.
Siempre UNRWA
La Agencia de Naciones Unidas para los refugiados y refugiadas de Palestina en Oriente Medio nos había acompañado en nuestro exilio desde el primer momento. Solo unos meses después de la Nakba, la catastrófica destrucción de la patria palestina y el exilio de unos 750.000 palestinos en 1948, UNRWA se convirtió en sinónimo de éxodo y de nuestra odisea en curso.
Mucho puede decirse sobre las circunstancias que dieron lugar a la creación de UNRWA por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 1949; sobre su funcionamiento, su eficiencia y la eficacia de su labor, que trata de cubrir las necesidades de cinco millones de refugiados. Pero para mi, mi familia y la mayoría de palestinos, UNRWA no era una organización de ayuda o caridad en si misma. Estar registrado como refugiado con UNRWA nos proporcionaba una identidadtemporal que nos permitió navegar 70 años de exilio, vagando sin hogar y sin una hoja de ruta para regresar a lo que fue, durante mil años y más, nuestra histórica patria palestina.
Era como si el sello de «refugiado» en cada uno de los certificados que poseíamos -nacimiento, muerte y todo lo demás entre medio- fuera una brújula que señalaba los lugares de donde veníamos. A mi pueblo destruido de Beit Daras y no al campo de refugiados de Nuseirat; no a Jabaliya, Shati’, Yarmouk o Ein El-Hilweh, sino a los 600 pueblos y aldeas que fueron destruidos durante el asalto sionista a Palestina. UNRWA y su estatus de refugiado era el reconocimiento internacional de nuestros derechos.
Sinceramente, nada de eso me importaba a los seis años. Hacía cola como todos los demás niños y niñas de la escuela; coreaba cualquier eslogan de rutina matutina que nos decían que cantáramos; ocupaba mi lugar detrás del viejo pupitre que tenía las marcas de generaciones de niños y niñas refugiados que grababan sus nombres y referencias a guerras y tragedias pasadas; e hice todo lo que tenía que hacer para ser un buen niño de UNRWA.
Fue en esa escuela de UNRWA donde pinté mi primera bandera palestina y experimenté mi primer ataque del ejército israelí. Mientras los estudiantes, cegados por el gas lacrimógeno y el humo corrían en diferentes direcciones, sin saber cómo llegar a la puerta principal para escapar, recuerdo a los alumnos de sexto grado que volvían a rescatar a los niños más pequeños. Fue entonces cuando vi lo que significa la valentía palestina.
Durante la primera semana de cada curso, como si de un ritual se tratase, todos dibujamos la bandera palestina. No era una práctica aprobada por UNRWA, ya que la administración militar israelí de Gaza detenía a niños, imponía importantes multas a los padres y cerraba las escuelas por lo que ellos consideraban un acto ilícito. Ondear o incluso poseer una bandera palestina era un delito en Gaza. Lo hacíamos de todos modos.
Los soldados Israelíes siempre anticipaban nuestro acto colectivo de rebelión y nos esperaban como buitres en las calles. Muchos niños de UNRWA fueron esposados y llevados a las «tiendas» del ejército, un campamento masivo del ejército israelí que separaba Nuseirat del campo de refugiados de Buraij, muchos llorando por sus padres y suplicando misericordia a Dios.
Los israelíes también nos aterrorizaron con sus constantes incursiones en las escuelas de UNRWA. Miles de niños y jóvenes fueron asesinados y heridos en ellas, sobre todo durante la Primera Intifada Palestina de 1987. Nuestras protestas empezaban a menudo en las escuelas de UNRWA y era en esas mismas escuelas donde también nos reuníamos para consolarnos los unos a los otros cuando alguno de nuestro compañeros de clase era herido o asesinado.
No, la guerra israelí no estaba dirigida a UNRWA como un organismo de la ONU, sino como una organización que nos permitió mantener nuestra identidad como refugiados con derechos inalienables, exigiendo justicia y repatriación a nuestros hogares. UNRWA nos alimentó con la esperanza de que un día nos despojáramos de lo que se suponía era una identidad temporal en favor de nuestra verdadera identidad, volviendo a ser nosotros de nuevo, un pueblo palestino, una antigua nación siglos anterior a Israel.
Es en gran parte debido a estas experiencias por lo que UNRWA es una parte esencial de mi identidad como refugiado palestino. Esta relación intrínseca no se basa en los servicios que presta o no UNRWA, sino en los principios políticos y jurídicos en los que se basa su existencia.
Futuro incierto
UNRWA era y sigue siendo esencial e insustituible. Por lo que a Israel respecta, los refugiados estaban destinados a ser «indefinidos», de hecho, ese era el término exacto escrito en el espacio para nacionalidad de mi salvoconducto emitido por Israel. Los fundadores de Israel vislumbraron un futuro en el que los refugiados palestinos acabarían desapareciendo, diluyéndose entre la gran población de Oriente Medio. Setenta años después, los israelíes albergan la misma ilusión.
Ahora, con la ayuda de la administración estadounidense anti-palestina de Donald Trump, están orquestando campañas aún más siniestras para hacer desaparecer a los refugiados palestinos mediante la destrucción de UNRWA y la redefinición de la condición de refugiados de millones de palestinos. Al negarle a UNRWA los fondos que necesita urgentemente, Washington quiere imponer una nueva realidad, en la que ni los derechos humanos, ni el derecho internacional ni la moral tienen ninguna importancia. Lo que sería de los refugiados palestinos no parece importarle lo más mínimo ni a Trump, ni a su yerno y asesor, Jared Kushner, ni al resto de funcionarios estadounidenses.
Los israelíes quieren que los palestinos renuncien a su derecho al retorno p ara conseguir la «paz». La «visión» conjunta israelo-estadounidense para los palestinos significa básicamente la imposición del apartheid. Mi gente nunca aceptará esto.
Todo el dinero en las arcas de Washington no revertirá lo que ahora es una creencia profundamente arraigada en los corazones y las mentes de millones de refugiados en toda Palestina, Oriente Medio y el mundo.
Muchos años después de haber pasado por el sistema educativo de UNRWA, todavía me identifico con el chico de UNRWA que era. A veces me pregunto qué le ha ocurrido a mi antiguo pupitre en mi primera clase de UNRWA. ¿Se ha derrumbado bajo el peso de los años de uso y de las guerras sucesivas?
Si sigue en pie, espero de verdad que mis garabatos sigan ahí. Tallé un mapa de la Palestina histórica, lo rodeé con un anillo de flores y escribí debajo de él: Ramzy Baroud. Palestina. Libertad. Justicia. Resistencia. Raed Muanis. Raed era un amigo mío, un vecino y otro niño de UNRWA, que fue asesinado a tiros por soldados israelíes que lo vieron corriendo con una pequeña bandera palestina.
Ramzy Baroud es un columnista de renombre internacional, consultor de medios de comunicación y autor.
Este artículo apareció en inglés en Al Jazeera el 22 de septiembre de 2018. Ver el artículo original aquí.