Dentro del gran proyecto geoestratégico de Estados Unidos para recolonizar América Latina y la enorme fuente de recursos que significa «asegurar» esta región, uno de los objetivos precisados, es junto con el petróleo, minerales y otros, apoderarse de las más grandes reservas de agua potable en el mundo que atesora nuestro continente.
Existe un trazo despiadado en este aspecto dentro del esquema de la Guerra de Baja Intensidad (GBI) que se aplica en forma sistemática, con nuevos agregados a los planes y planteos originales a medida que la dinámica cambia en la región.
De esto se trata todo el entramado del Plan Colombia, con añadidos como el Andina, y complementarios como el Plan Puebla-Panamá. Estos trazados que datan de los años 90, después de los Documentos Santa Fe I y II -diseñados para el ex presidente Ronald Reagan en los 80, fijando los cambios y objetivos en la política exterior estadounidense- tomaron vuelo con el Documento IV de Santa Fe, para los años 2000 y mostraron claramente de qué se trata el proyecto de recolonización de América.
De la misma manera, el nuevo mapa de la expansión militar estadounidense en la región determina los puntos neurálgicos del «control» de las fuentes de recursos estratégicos. Un ejemplo de ello lo dan la serie de bases «pinzas» establecidas alrededor de Colombia, con la ocupación cada vez más extendida de territorio ecuatoriano en un trazo que une a la estratégica Base de la isla ecuatoriana de Manta con las nuevas posiciones de tropas militares de Estados Unidos en ese país y en territorio colombiano, especialmente en la frontera colombo-venezolana.
Esto va extendiendo no sólo el control de los llamados bolsos petroleros de estos países andinos, sino también el gran objetivo de Estados Unidos: el apoderamiento y control de la Amazonia, con el establecimiento de bases fronterizas, que significará también el control de la poderosa red de ríos y reservas subterráneas de agua en todo el continente.
Si se estudian detenidamente tanto el Plan Colombia como el Puebla- Panamá, se verá que apuntan al control de todos los grandes ríos y comunicaciones fluviales -sumado a cuanto recurso estratégico quede a mano- desde el norte de México hasta el extremo sur de Argentina. En nuestro país, la mayor reserva de agua potable subterránea del mundo, el Acuífero Guaraní, que abarca además a varios países en una extendida serie de fronteras comunes, es uno de los principales ejes para el establecimiento de una base militar, o de inteligencia en la Zona de la Triple Frontera (Puerto Iguazú de Argentina, Ciudad del Este en Paraguay y Foz Iguazú en Brasil).
Para esto se vale Washington, con el especial apoyo del gobierno derechista de Israel, de un argumento tan falso, como los utilizados para la invasión y ocupación de Irak. Desde mitad de los 90, apoyados por el presidente Carlos Menem, los servicios de inteligencia argentinos y el entonces ministro del Interior Carlos Corach- el hombre que más colaboró a conformar los acuerdos antiterroristas regionales demandados por Washington y la CIA- comenzó a armarse la campaña para convertir a la Triple Frontera en otro «eje del mal».
A pesar de que EE.UU. tenía como socio privilegiado al dictador paraguayo Alfredo Stroessner (1954-1989), y toleró el enorme contrabando y tráfico realizado por este y sus hombres en la Triple Frontera, además de utilizar el lugar para el paso de armas destinadas a Irán dentro del escándalo «Irán-contras», repentinamente se decidió convertir a esa zona en un supuesto nido de células terroristas islámicas. Aún no habían sucedido los atentados de las Torres Gemelas de septiembre del 2001 en EE.UU., cuando ya esa zona era señalada como una base de Hammas y de Hezbollah, la organización que lucha en el norte de Líbano contra la ocupación israelí.
Nadie, en su más primitivo razonamiento, podría siquiera pensar que un terrorista islámico buscara refugio en ese agujero del mundo, supervigilado por diversos servicios de inteligencia, que además utilizaron al lugar para negocios sucios.
En los «archivos del horror», descubiertos en Paraguay a fines de 1992, sobre la dictadura de Stroessner y el llamado Operativo Cóndor, aparecen también datos sobre el tráfico de armas, y el intercambio con drogas, para los fondos destinados a la «contra» nicaragüense, el cuerpo mercenario de Estados Unidos en su guerra sucia contra la Nicaragua sandinista en los años 80.
Así, una serie de documentos estadounidenses afirmaban que las células terroristas islámicas de Ciudad del Este, eran una de las principales amenazas de seguridad que EE.UU. debía atender. Más de un centenar de documentos del FBI y la CIA a los que se unió también la agencia antidrogas DEA, fueron llevados ante los congresistas para lograr apoyo a sus pretensiones de instalar tropas en esa zona. En año el 2003, el jefe de la Administración del Control de Drogas, Asa Hutchinson, aseguró que la Triple Frontera continuaba siendo un refugio de terroristas y que esto demostraba la facilidad con que se podían infiltrar en distintos países.
La revista Military Review y la inteligencia de EE.UU., a inicios del 2003 afirmaron que este tipo de presión en el caso de la Triple Frontera era «la línea» a seguir para que los países de la región se alinearan con la política antiterrorista de Estados Unidos. Los últimos informes determinaban que en la Triple Frontera existían células dormidas de Al Qaeda.
La persecución se lanzó sobre miles de familias árabes que viven en Ciudad del Este y que conforma una de las más antiguas comunidades de Sudamérica, privadas de enviar ahora algo de dinero a sus familias. La sugerencia de la inteligencia israelí fue que se bloqueara toda posibilidad de envío a familiares, conformándose así otra de las injusticias y violaciones humanitarias en el mundo actual.
La presión sobre la región se acentuó cuando los satélites estadounidenses mostraron la enorme extensión del Acuífero Guaraní. El problema del agua potable se agudizó con el huracán neoliberal, cuando las empresas privatizadas, junto con la apropiación de los principales recursos latinoamericanos, provocaron también el mayor proceso de degradación ambiental que augura una tragedia para la humanidad. En EE.UU. el agua potable es un botín preciado a lograr utilizando los medios que sean necesarios, incluyendo la guerra.
América Latina no puede menos que mirarse en el espejo de África, uno de los continentes más ricos en recursos, cuyo territorio fue desertificado por el colonialismo europeo. La invasión a Irak también significó el apoderamiento no sólo de los más grandes recursos petroleros, sino también de reservas de agua, importantes ríos y recursos hidráulicos en ese país, objetivos preciados de su principal aliado en la zona: Israel.
Ahora agua y guerra se unen en otra tragedia de la humanidad. Y Sudamérica está en la mira.