Me lo dijo un amigo mientras circulábamos en coche por las calles de La Habana hace unos días : «Vienen de Venezuela cada semana en avión. Son unos cien o ciento cincuenta, cada uno acompañado por un familiar. Vienen para curarse, y se van por el mismo avión, ya curados, los que llegaron las semanas […]
Me lo dijo un amigo mientras circulábamos en coche por las calles de La Habana hace unos días : «Vienen de Venezuela cada semana en avión. Son unos cien o ciento cincuenta, cada uno acompañado por un familiar. Vienen para curarse, y se van por el mismo avión, ya curados, los que llegaron las semanas anteriores.» » A curarse de qué?» le pregunté. «Son ciegos. Los operan, y recobran la vista.»
No me lo podía creer. «Pero como es que nunca he oído hablar de eso?» «Bueno, ya sabes – me dijo – de aquí solo se comentan las malas noticias.» El amigo que me hablaba no tenía nada de oficial pero podía estar equivocado. Decidí indagar por mi cuenta. Me resultaba extraño que una información tan espectacular no circulase más. Empecé a interrogar a gente bien informada, y también a algún amigo venezolano. Todos me lo confirmaron.
«Hasta ahora – me dijo un profesional que estaba participando en el proyecto – preferíamos que no se le diese demasiada publicidad. Había un proceso electoral en Venezuela, el referendo revocatorio, y no queríamos que se pudiese pensar que esto se hacía con intenciones electorales. Hubieran acusado a Cuba de entrometerse, de manera indirecta, en aquel proceso. Por eso, sin que fuera un secreto, tampoco se anunció a bombo y platillo. Pero ya no, desde el 15 de agosto y la victoria indiscutible de Chávez, la información circula sobre lo que llamamos el Plan Milagro. Se han publicado reportajes y hasta se ha realizado un documental.»
Poco a poco obtuve casi todos los detalles de esta admirable operación. En el marco de los acuerdos entre Caracas y La Habana, Cuba ha enviado a Venezuela varios miles de médicos que se han instalado en las zonas más humildes, esas favelas en las que viven gentes hasta ahora marginadas y que carecían de los servicios públicos mas elementales. Ahí, barrio adentro, donde casi ningún médico venezolano quería ir, han instalado pequeños dispensarios, provistos de lo necesario para dar los primeros auxilios y cuidar las enfermedades más corrientes. Estos galenos-misioneros cobran el mismo sueldo (modesto) que cobrarían en Cuba y viven en el mismo barrio con sus pacientes. Con frecuencia detectan enfermedades graves de la pobreza que ellos con sus pocos recursos no pueden tratar, y envían al paciente hacia algún hospital.
Entre estos enfermos, muchos padecen enfermedades de los ojos y se han quedado ciegos. Pero son ciegos por pobres, porque en la mayoría de los casos su ceguera se cura con facilidad. Por ejemplo cuando padecen de cataratas. Y como en Cuba hay equipos muy especializados que operan en diez minutos esa afección, se decidió enviar a los pacientes, acompañados de un familiar, a La Habana para ser operados. Todo gratuito.
Ya son más de cinco mil las personas que, de este modo, han vivido un milagro y recuperado en un santiamén la vista después de decenios de oscuridad. La lista de los casos más llamativos hace saltar las lagrimas, como la historia de ese hombre que llevaba mas de treinta años ciego y que cuando le retiraron las vendas vio a su esposa, con la que tenía cinco hijos, por primera vez. O esa señora, ciega durante veintiocho años, que por fin pudo ver a sus hijos y a sus nietos. O ese niño Samuel, operado de catarata congénita, que pudo por fin ver a su madre. Las anécdotas son miles, emocionantes y milagreras como un relato neorrealista. O como todo trayecto que va de la ciega oscuridad a la luz.