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Carta desde el futuro

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¡Os saludo, gentes del año 2001! Están viviendo en el año en que nací; yo cuento ahora cien años, y les escribo desde el año 2101. Estoy haciendo uso de los últimos remanentes de la física avanzada que los científicos desarrollaron durante la era de Uds., para enviarles este mensaje electrónico, que envío al pasado […]

¡Os saludo, gentes del año 2001! Están viviendo en el año en que nací; yo cuento ahora cien años, y les escribo desde el año 2101. Estoy haciendo uso de los últimos remanentes de la física avanzada que los científicos desarrollaron durante la era de Uds., para enviarles este mensaje electrónico, que envío al pasado para que les llegue a sus redes informáticas. Espero que lo reciban, y que les proporcione motivos para detenerse y reflexionar sobre su mundo y las medidas a adoptar teniéndolo en cuenta.

De mí mismo sólo contaré lo que es necesario contar: soy un superviviente. He tenido una suerte extraordinaria en multitud de ocasiones y de muchas maneras, y considero que es una especie de milagro que pueda estar hoy aquí componiendo este mensaje. He pasado gran parte de mi vida intentando labrarme una carrera como historiador, pero las circunstancias de la vida me han obligado a aprender y practicar los oficios de agricultor, forrajeador, guerrillero, ingeniero – y ahora: físico. Mi vida ha sido larga y azarosa … pero no he hecho todos estos esfuerzos para transmitiros esto. Son todos los acontecimientos que he presenciado durante este siglo lo que me siento obligado a contarles de esta forma tan extraordinaria.

Están Uds. viviendo el final de una era. Quizá no lo entiendan. Espero que cuando hayan terminado de leer esta misiva lo entiendan.

Quiero contarles lo que es importante que conozcan, aunque es posible que les parezca que alguna de esta información es difícil de digerir. Les ruego que tengan paciencia conmigo. Soy un hombre viejo, y no me queda tiempo para detalles amables. Si lo que les cuento les resulta increíble, considérenlo como ciencia ficción. Pero por favor: Presten atención. El artilugio comunicativo que estoy usando es bastante inestable y no hay mucha seguridad de cuánto de lo que les cuente consiga alcanzarles. Por favor: pasen esta información a los demás. Probablemente sea el único mensaje de este tipo que reciban jamás.

Como no sé cuánta información voy a poder transmitirles empezaré con los temas más importantes, los que sean de mayor utilidad para que puedan entender hacia dónde se dirige el mundo de Uds.. La energía ha sido el principio organizador central -¿o debería decir desorganizador? – de los siglos diecinueve y veinte. La gente descubrió nuevas fuentes de energía – carbón, y más tarde petróleo – en el siglo diecinueve, y luego inventó todo género de nuevas tecnologías para usar esta energía recién descubierta. El transporte, la manufactura, la agricultura, la iluminación, la calefacción – todos sufrieron una revolución, y los resultados alcanzaron hasta lo más profundo de las vidas de todos en el mundo civilizado. Todo el mundo se volvió profundamente dependiente de nuevos artilugios; de los alimentos traídos de lejos y fertilizados con productos químicos; de medicamentos elaborados mediante síntesis químicas y a partir de procesos industriales dependientes de combustibles fósiles; de la misma idea del crecimiento perpetuo (después de todo, siempre sería posible producir más energía para el transporte y las manufacturas, ¿no?). Pues bien, si los siglos diecinueve y veinte representaron la parte ascendente de la curva de crecimiento, este siglo pasado ha sido la parte descendente – la caída en picado.

Debería haber resultado perfectamente obvio para todo el mundo que las fuentes de energía con las que contaban eran agotables. Sin embargo, de algún modo esta idea nunca penetró muy profundo. Supongo que es porque la gente tiende a acostumbrarse a un determinado estilo de vida, y a partir de ese momento ya no le presta demasiada consideración. Lo mismo pasa hoy también. La gente joven ahora nunca ha conocido ninguna cosa realmente diferente; nuestro estilo de vida les parece de lo más natural -escarbando entre los restos de la civilización industrial en busca de cualquier cosa que pueda tener una utilidad inmediata – como si fuera esta la forma en la que la gente hubiera vivido siempre, como si esta hubiera sido la forma a la que aspirábamos a vivir. Es por eso por lo que siempre me ha atraído la historia, de modo que pudiera obtener alguna perspectiva de las sociedades humanas y cómo cambian con el tiempo. Pero me estoy yendo por las ramas. ¿Dónde me había quedado?

Sí, la crisis de la energía. Bueno, todo comenzó más o menos en el momento en que nací. La gente entonces pensaba que iba a ser breve, que se trataba tan sólo de un problema técnico o político, que pronto todo volvería a la normalidad. No se paraban a pensar que «normal», en un sentido histórico amplio, suponía vivir de la energía solar entrante y del crecimiento vegetativo de la biosfera. Perversamente, pensaban que «normal» significaba poder utilizar la energía fósil como si no existiera el mañana. Y supongo que casi dejó de existir ese mañana. Fue la clásica profecía que se cumple a sí misma – casi.

Primeramente mucha gente pensó que los cortes podrían ser resueltos con «tecnología». Lo cual, retrospectivamente, resulta bastante absurdo. Después de todo, todos sus modernos artefactos habían sido inventados para emplear una abundancia temporal de energía. No producían energía. Si, claro, estaban los reactores nucleares (¡Dios mío, estos chismes resultaron ser una pesadilla!), pero costaban tanta energía de construir y de desmantelar que la energía que producían durante su vida útil apenas la recuperaban, en términos energéticos. Lo mismo sucedía con los paneles fotovoltaicos; parece que nadie se paró nunca a calcular cuánta energía se necesitaba realmente para fabricarlos, empezando por las microplaquetas de silicona que se producen de forma secundaria por la industria informática, e incluyendo la construcción de las propias fábricas. Resultó que la fabricación de los paneles consumía casi tanta energía como la que producían los propios paneles durante su vida útil. Sin embargo, se construyeron unos cuantos – ¡ojalá se hubieran construido más! – y muchos de ellos aún funcionan (son los que ahora mismo están alimentando el artilugio que me permite enviarles esta señal desde el futuro). La energía solar era una buena idea; el principal motivo de su retroceso simplemente fue que era incapaz de satisfacer la voracidad energética de los hábitos de la gente. Al agotarse los combustibles fósiles, ninguna tecnología podría haber mantenido los estilos de vida a los que la gente se había acostumbrado. Sin embargo, tardaron bastante en darse cuenta. Su patética fe en la tecnología resultó tener un carácter religioso, como si sus artilugios fueran objetos votivos que los conectaran con un dios invisible pero omnipotente, capaz de darle la vuelta a las leyes de la termodinámica.

Naturalmente algunos de los primeros efectos de la disminución de la energía tomaron la apariencia de recesiones económicas, seguidas de depresiones sin fin. Los economistas habían estado operando sobre la base de su propia religión – una fe absoluta e inconmovible en el Dios-Mercado; en la ley de la oferta y la demanda. Pensaron que si el petróleo empezaba a acabarse, el precio subiría, ofreciendo incentivos a la investigación de energías alternativas. Pero los economistas nunca se tomaron la molestia de reflexionar a fondo. Si lo hubieran hecho, se habrían dado cuenta de que la reconversión total de la infraestructura energética de una sociedad necesitaría décadas, mientras que pudiera ser que la señal que el precio emitía por la disminución de la energía tardara tan sólo unas semanas o meses antes de que se necesitara el hipotético reemplazo. Más aún, deberían haberse dado cuenta de que para los recursos energéticos de base no existen reemplazos.

Los economistas sólo sabían pensar en términos de dinero: las necesidades básicas como el agua y la energía sólo aparecían en sus cálculos en términos de su coste en dinero, lo que hacía que funcionalmente fueran intercambiables por cualquier otra cosa a la que se pudiera poner un precio: naranjas, aviones, diamantes, cartas de póker, cualquier cosa. No obstante, si se analiza a fondo, se ve que los recursos básicos en absoluto eran intercambiables con otros: una vez se acababa el agua, no podías beber cartas de póker, por muy valiosa que fuera tu colección. Tampoco podías comer con las monedas si nadie tenía alimentos que vender. Y así, a partir de un determinado momento, la gente empezó a perder la fe en su dinero. Y a medida que lo iban haciendo, se dio cuenta de que la fe había sido el primer factor que hacía que el dinero tuviera algún valor. Las monedas fueron colapsando, primero en un país, luego en otro. Había inflación, deflación, trueques y pillaje a escalas inimaginables, a medida que iban acabándose las cosas.

En la era en que nací, los comentaristas solían equiparar la economía global con un casino. Unas pocas personas obteniendo trillones de dólares, euros y yenes a través del comercio de monedas, compañías y operaciones a futuro. Ninguna de estas personas hacía realmente nada útil; simplemente realizaba sus apuestas y, en numerosas ocasiones, obtenía ganancias colosales. Si seguías la cadena económica, podías ver que todo el dinero salía de los bolsillos de la gente común … pero esa es otra historia. De todos modos: toda esa actividad económica dependía de la energía, del transporte y las comunicaciones a escala global, y de la fe en las monedas. A principios del siglo veintiuno el casino quebró. Gradualmente empezó a funcionar una nueva metáfora. Del casino global pasamos al rastro municipal.

Disponiendo de año en año de menos energía, y con monedas inestables lastrando las transacciones, la fabricación y el transporte redujeron su escala. Daba igual lo poco que Nike pagara a sus obreros en Indonesia: una vez que el transporte marítimo alcanzó niveles prohibitivos, los beneficios de la globalización de sus operaciones se desvanecieron. Sólo que Nike no podía simplemente empezar a reconstruir sus fábricas en los Estados Unidos, porque llevaban cerradas décadas. Lo mismo sucedió con todos los demás fabricantes de productos textiles, electrónicos, etc. Toda la infraestructura de fabricación local había sido destruida en aras de la globalización, para producir bienes más baratos y beneficios empresariales mayores.

Y ahora reconstruir aquella infraestructura requeriría una ingente inversión financiera y energética – justo cuando el dinero y la energía empezaban a escasear. Las tiendas estaban vacías. La gente no tenía empleo. ¿Cómo iban a sobrevivir? La única forma de hacerlo era reciclando sin cesar todas las cosas usadas que habían sido fabricadas antes de la crisis de la energía. Al principio, después de los shocks iniciales, que vinieron en forma de oleadas, la gente vendía sus cosas en subastas por Internet – cuanto había electricidad. Luego, cuando resultó evidente que la falta de un transporte eficiente hacía problemático el aprovisionamiento de bienes, la gente empezó a comerciar con cosas, arreglándolas, usándolas en la medida de lo posible para salir adelante. La cruel ironía era que la mayoría de sus cosas consistían en coches y artefactos electrónicos, para los que ya nadie tenía uso. ¡Eran inútiles! Cualquiera que tuviera herramientas manuales y supiera usarlas podía considerarse rico. Y así sigue siendo.

La civilización industrial ciertamente había producido muchísimas cosas inútiles durante su breve existencia. Durante los últimos cincuenta o sesenta años, la gente ha empezado a desenterrar cualquier montaña artificial que encontrara, en busca de algo que resultara tener alguna utilidad. ¡Qué montones de basura más horribles! Con todos los respetos, siempre me ha costado entender por qué – e incluso cómo – Uds. podían tomar billones de toneladas de valiosísimos y antiquísimos recursos básicos y convertirlos en montañas de basura maloliente, sin que apenas mediara un período de empleo útil entre ambos! ¿No podrían al menos haber fabricado objetos duraderos y bien diseñados? Debo decir que la calidad de las herramientas, muebles, casas, etc. que hemos heredado de Uds. – y que nos vemos obligados a utilizar, dado que pocos de nosotros podemos permitirnos el lujo de reemplazarlos – es desmoralizadoramente pequeña.

Bueno, pido disculpas por estos últimos comentarios. No pretendo ser grosero. En realidad algunas de las herramientas manuales que han quedado son bastante buenas. Pero tienen que entenderme: el estilo industrial de vida al que Uds. se han acostumbrado va a tener terroríficas consecuencias para sus hijos y sus nietos. Vagamente consigo recordar haber visto – cuando era muy joven y tenía quizá cinco o seis años – algunos viejos programas de televisión de la década de 1950: Ozzie and Harriet … Father Knows Best … Lassie. Retrataban un mundo ingenuo, en el que los niños crecían en pequeñas comunidades rodeados de amigos y familiares. Los adultos, que eran amables y sabios, conseguían resolver con facilidad todos los problemas. Todo parecía estable y benigno.

Cuando yo nací ese mundo, si es que alguna vez existió, ya había desaparecido hacía tiempo. En los tiempos en que ya tuve edad suficiente para enterarme de mucho de lo que pasaba por todo el mundo, la sociedad parecía empezar a reventar por sus costuras. Empezó con los apagones eléctricos – al principio era de unas pocas horas. Luego llegó la escasez del gas natural. No sólo fue que pasábamos frío la mayor parte del invierno, es que lo de los apagones empeoró dramáticamente porque gran parte de la electricidad se producía a partir de gas natural. Y luego vino la escasez de petróleo y gasolina. Llegado ese momento – supongo que sería un adolescente por entonces – la economía estaba hecha jirones y en lo político reinaba el caos.

Cuando estaba saliendo de la adolescencia empezó a desarrollarse una determinada actitud, fácil de identificar, entre la gente joven. Era un sentimiento de gran rabia hacia cualquiera que tuviera más de una determinada edad – puede que los treinta o cuarenta años. Los adultos habían consumido tantos recursos – y ahora no quedaba nada para sus propios hijos. Naturalmente, cuando esos adultos habían sido jóvenes se habían limitado a hacer lo que hacía todo el mundo. Les parecía normal talar bosques centenarios para obtener pulpa con la que fabricar guías telefónicas, o consumir hasta el último litro de gasolina para sus derrochadores todoterrenos, o enchufar el aire acondicionado a poco que tuvieran un poco de calor. Para los niños de mi generación todo esto no ocupa más que una nebulosa en su memoria. Lo que nosotros hemos conocido es otra cosa. Nosotros hemos vivido en la oscuridad, con carestía de alimentos y de agua, con saqueos en las calles, con gente pidiendo limosna en las esquinas, con unos fenómenos meteorológicos imprevisibles, con contaminación y basura que ya no podían ser recogidos y ocultados a la vista. Para nosotros, los adultos eran el enemigo.

En algunos lugares, las guerras entre generaciones siguieron en forma de resentimientos encubiertos. En otros hubo ataques aleatorios a gente mayor. En otros, existieron purgas sistemáticas. Me avergüenza reconocer que, aunque no ataqué físicamente a gente mayor, sí participé cuando se les insultaba y avergonzaba públicamente. Esa pobre gente – alguna aún bastante joven, visto desde mi edad actual – estaban tan confundidos y traicionados como nosotros mismos. Ahora sí puedo ponerme en su lugar. Intenten hacer lo mismo: intenten recordar la última vez en que fueron a una tienda a comprar algo y la tienda no lo tenía. (Este pequeño ejercicio mental constituye realmente un desafío para mí, pues hace décadas que no piso realmente una «tienda» que tenga mucho de nada, pero estoy intentando expresarlo en términos que Uds. puedan entender.) ¿Se sintieron frustrados? ¿Se enfadaron pensando: «He recorrido un camino tan largo para esta cosa, y ahora tengo que cruzar la ciudad para ir a otra tienda para conseguirla.»? Bueno, multipliquen esta frustración y esta rabia por cien, o por mil. La gente pasaba a diario por estos trances, para cualquier objeto que necesitaran consumir, cualquier servicio, cualquier necesidad burocrática a la que se hubieran acostumbrado. Más aún, esos adultos habían perdido la mayoría de sus pertenencias al reventar la economía. Y ahora pandillas de jovencitos les robaban lo poco que les quedaba, insultándoles al hacerlo. Debió de ser una experiencia devastadora para ellos. Insoportable.

Ahora que yo mismo soy un anciano, me siento más tolerante hacia la gente. Todos estamos intentando sobrevivir, haciéndolo lo mejor que podemos.

Supongo que sentirán Uds. curiosidad acerca de lo que ha pasado durante este último siglo – política, guerras, revoluciones, etc. Bueno, les cuento lo que sé, pero hay muchas cosas que desconozco. Durante los últimos sesenta años no hemos tenido nada parecido a una red global de comunicaciones, tal como existía antes. Hay amplias partes del mundo de las que no sé prácticamente nada. Pero les contaré lo que sé.

Como podrán imaginar, cuando la escasez de recursos energéticos golpeó a los Estados Unidos y la economía empezó a caer en picado (es curioso que aún use esa expresión: sólo los más viejos entre nosotros, como yo mismo, han visto nunca caer en picado un avión o tan sólo volar), la gente empezó a enfadarse y a buscar un culpable a quien echar las culpas. Naturalmente, el gobierno no quiso ser el culpable, de modo que los bastardos que estaban en el poder (lo siento, sigo sin tener ninguna simpatía hacia ellos) hicieron lo que los líderes políticos siempre han hecho: crearon a un enemigo exterior. Enviaron barcos de guerra, bombarderos, misiles y tanques al otro lado del océano con propósitos de lo más siniestros. A la gente le decían que lo hacían para proteger su «Estilo de Vida Americano». Bueno, no existía nada sobre la tierra que pudiera conseguirlo. ¡Era el «Estilo de Vida Americano» lo que constituía el problema!

Los generales consiguieron matar unos pocos millones de personas. De hecho pueden haber sido decenas o cientos de millones; los informativos nunca fueron muy claros al respecto, ya que estaban censurados por los militares. Había protestas contra la guerra en las calles, y persecuciones de gente que protestaba contra la guerra – a algunos de ellos los detuvieron y los metieron en campos de concentración. El gobierno se volvió totalmente fascista en sus métodos hacia el final. Existían levantamientos locales, que eran sofocados brutalmente. Pero no sirvió de nada. Las guerras tan solo agotaron los escasos recursos que quedaban, y después de cinco años terribles, el gobierno central simplemente se fue a pique. Se le acabó la gasolina, por así decirlo.

Hablando de acontecimientos políticos, vale la pena mencionar que en los primeros años de recortes, las filosofías políticas existentes tenían pocas cosas que ofrecer que realmente fueran útiles. La derecha se dedicaba totalmente a proteger a los ricos de ser avergonzados en público, y a desviar todo el sufrimiento hacia la gente pobre y los chivos expiatorios extranjeros: árabes, coreanos del norte, etc. Mientras, la izquierda estaba tan acostumbrada a combatir las pequeñas mezquindades empresariales, que no era capaz de darse cuenta del hecho de que los problemas a los que se enfrentaba ahora la sociedad no podían ser resueltos mediante la redistribución económica. Personalmente, y como historiador, tiendo a tener más simpatía por la izquierda, porque pienso que la acumulación de riqueza que se estaba produciendo era simplemente obscena. Sospecho que gran parte de sufrimiento podría haberse evitado si toda esa riqueza se hubiera repartido desde el principio, se podría pensar que una vez se les parara los pies a todas las grandes corporaciones y los plutócratas billionarios aligeraran lastre, todo iba a ir bien. Pues bueno, no había manera de que todo fuera a ir bien, era imposible.

De modo que aquí tenían estas dos facciones políticas combatiéndose a muerte, culpándose mutuamente, mientras todos a su alrededor se morían de hambre o se volvían locos. Lo que la gente realmente necesitaba era un poco de información básica y consejos de sentido común, alguien que le dijera la verdad, que su estilo de vida se estaba acabando – y que le ofreciera unas pocas estrategias de supervivencia colectiva inteligentes.

Mucho de lo que ha sucedido durante el siglo pasado es lo que cabía esperar de acuerdo con las previsiones de los científicos de Uds.: hemos visto cambios climáticos dramáticos, extinción de especies, y terribles epidemias, tal como los ecologistas del final del siglo anterior habían advertido. No pienso que esto sea motivo de satisfacción para los descendientes de esos ecologistas. Conseguir decir «ya os lo dije» es un consuelo bastante lamentable en esta situación. Los tigres y las ballenas han desaparecido, y probablemente decenas de miles de otras especies; pero nuestra falta de comunicaciones globales fiables hace que sea difícil que alguien sepa qué especies y dónde. Para mí, las aves canoras son un recuerdo grato pero lejano. Supongo que mis colegas en China y en Africa tendrán largas listas. El cambio climático ha sido un problema real para el cultivo de alimentos, e incluso simplemente para sobrevivir. Nunca sabes de un año para otro qué bandadas de insectos conocidos o desconocidos van a aparecer. Es mucho peor que un desastre; es una amenaza a la vida. Y éste es sólo uno de los factores que han llevado a la dramática reducción de la población humana en este último siglo.

Mucha gente lo llama La Gran Extinción (The Die Off). Otros lo llaman «La Gran Poda», «La Purificación», o «La Gran Limpieza». Algunos términos son más amables que otros, pero en realidad no hay formas amables de describir los actuales acontecimientos – las guerras, epidemias y hambrunas.

Los alimentos y el agua han constituído importantes factores en todo esto. El agua fresca y limpia lleva décadas siendo escasa. Una de las formas de hacer que la gente joven se enfade conmigo es contarles historias de cómo en los viejos tiempos la gente usaba millones de millones de litros de agua para sus céspedes. Cuando les describo cómo funcionaban los retretes, simplemente no lo pueden soportar. Algunos piensan que me lo invento. En estos días el agua es un asunto serio. Si la desperdicias, puede que muera alguna persona.

Hace ya décadas que la gente empezó – por pura necesidad – a aprender a cultivar su propia comida. No todo el mundo tuvo éxito, y hubo mucha hambre. Una de las cosas más frustrantes era la falta de buenas semillas. Muy poca gente entendía algo de ahorrar las semillas de una campaña para otra, de modo que los stocks de semillas existentes se agotaron rápidamente. También existía el gran problema de las modernas variedades híbridas: pocas de las hortalizas de invernadero plantadas producirían buenas semillas para el año siguiente. Las plantas de diseño genético era incluso peores, causando todo tipo de problemas ecológicos cuyas consecuencias aún seguimos padeciendo, en especial la muerte de abejas y otros insectos beneficiosos. Las semillas de alimentos bien polinizados son como oro en paño para nosotros.

He viajado a pie y a caballo cuando era más joven, en la década de los cincuenta y los sesenta, y preparamos algunos informes para el mundo exterior. Desde lo que yo he visto y oído, parece que gente de diferentes sitios lo ha conseguido por vías diferentes, y con diversos grados de éxito. Irónicamente, quizá, la gente indígena que más se ha visto perseguida por la civilización probablemente sea la que lo esté haciendo mejor. Aún conservaban gran cantidad de conocimientos de cómo vivir en el campo en la simplicidad.

En algunos sitios, la gente está conviviendo en comunidades rurales improvisadas; otra gente está intentando sobrevivir en lo que queda de los grandes centros urbanos, rompiendo el hormigón y cultivando lo que pueden al tiempo que reciclan y comercian toda la vieja basura que quedó atrás cuando la gente huyó de las ciudades en los años veinte. Como historiador una de mis mayores frustraciones es la rápida desaparición del conocimiento. Uds. tenían la manía de meter la información más importante en medios de almacenamiento electrónico y papel tratado al ácido – que se están desintegrando rápidamente. Para la mayor parte tenemos fotografías, con imágenes que se van desvaneciendo, libros aleatorios, y revistas destrozadas.

Algunos de nuestros jóvenes miran los anuncios en las viejas revistas y tratan de imaginar cómo habrá sido la fica en un mundo de aviones, electricidad y coches deportivos. ¡Debe de haber sido Utopía, el paraíso! Otros de nosotros no tenemos una visión tan optimista del pasado. Supongo que es parte de mi trabajo como historiador: recordar a todo el mundo que las imágenes de los anuncios eran sólo una cara de la historia; era la otra cara de la historia – la galopante explotación de la naturaleza y de la gente, la ceguera ante las consecuencias – lo que condujo a los horrores del siglo pasado.

Uds. seguramente se asombrarán de que les traiga alguna buena noticia, algo positivo acerca del futuro de su mundo. Bueno, como pasa con la mayoría de las cosas, depende de la perspectiva que adopten. Muchos de los supervivientes aprendieron valiosas lecciones. Aprendieron qué es importante en esta vida, y qué no. Aprendieron a atesorar buen suelo, semillas viables, agua limpia, aire sin contaminar, y amigos con los que poder contar. Aprendieron cómo es importante hacerse cargo de la propia vida, antes que esperar que se haga cargo cualquier gobierno o empresa. Ahora ya no existen «empleos», de modo que el tiempo de la gente depende de sí misma. Ahora piensan más por sí mismos. En parte a resultas de ello, las viejas religiones han sido dejadas de lado en gran parte, y la gente ha redescubierto la espiritualidad en la naturaleza y en sus comunidades locales. Los niños hoy están ansiosos por aprender y crear su propia cultura. Los traumas del colapso de la civilización industrial son cosas del pasado; eso ahora es historia. Ha comenzado un nuevo día.

¿Podéis cambiar el futuro? No lo sé. Hay todo tipo de contradicciones lógicas inherentes a esa pregunta. Yo mismo apenas acierto a comprender los principios de la física que me están permitiendo transmitirles esta señal. Es posible que a partir de la lectura de esta carta puedan hacer algo que habría cambiado mi mundo. Es posible que puedan salvar un bosque o una especie, o conserven alguna vieja reliquia en forma de semilla, o que contribuyan a prepararse Uds. y el resto de la población para los recortes de energía que les esperan. Mi vida podría haber cambiado a resultas de ello. Entonces, supongo que esta carta cambiaría, adoptarían medidas diferentes. Habríamos establecido algún tipo de bucle cósmico entre el pasado y el futuro. Es una cuestión muy interesante, digna de reflexión.

Hablando de la física, quizá debería mencionar que he llegado a aceptar una visión de la historia basada en lo que he leído sobre la teoría del caos. Según dicha teoría, en los sistemas caóticos, pequeños cambios en las condiciones iniciales pueden llevar a grandes cambios en los resultados. Pues bien, la sociedad y la historia del hombre son sistemas caóticos. Si bien lo que la mayoría de la gente hace está determinado por circunstancias materiales, sigue existiendo un margen de maniobra y lo que hagan puede producir una diferencia significativa en la tendencia descendente. Retrospectivamente parece que la supervivencia humana en el siglo veintiuno dependía de una multiplicidad de pequeños esfuerzos, aparentemente insignificantes, realizados por individuos y grupos marginales en el siglo veinte. El movimiento anti-nuclear, el movimiento conservacionista, el movimiento en contra de la biotecnología, los movimientos en favor de los alimentos y la agricultura orgánicos, los movimientos de la resistencia de los pueblos indígenas, las pequeñas organizaciones dedicadas a la recogida de semillas – todos ellos han tenido un profundo y positivo impacto sobre los acontecimientos posteriores.

Supongo, hablando en términos lógicos, que si Uds. fueran a cambiar la red de causalidades que ha llevado a mi existencia actual, es posible que algunos acontecimientos pudieran impedir mi presencia aquí. En tal caso, esta carta ¡constituiría la nota de suicidio más extraña de toda la historia! Pero ese es un riesgo que estoy dispuesto a correr. ¡Hagan lo que puedan! Y mientras están en ello ¡por favor, trátense con respeto y amabilidad! ¡No dejen de tener en cuenta a nadie, ni a nada!