Hablamos de los intelectuales de la izquierda europea que con inefable candor a miles de kilómetros de distancia de distancia predican las extraordinarias recetas que convertirían lo bueno en lo sublime, sin caer en lo ridículo.Nuestro fiel amigo, Javier Mestre, con el más limpio espíritu quijotesco, no lo dudo, en su artículo de Rebelión titulado […]
Hablamos de los intelectuales de la izquierda europea que con inefable candor a miles de kilómetros de distancia de distancia predican las extraordinarias recetas que convertirían lo bueno en lo sublime, sin caer en lo ridículo.Nuestro fiel amigo, Javier Mestre, con el más limpio espíritu quijotesco, no lo dudo, en su artículo de Rebelión titulado «Anécdotas y reflexiones para defender la Revolución no solo por sus logros», cita una fábula sobre Gotama, el Buda en versión libre de Manel Franquesa, subdirector de LA VERITAT, diario renacentista de Castelldefels (Catalunya), que le viene como anillo al dedo. Me refiero al segmento final que reza: «Pero tampoco nosotros,… tenemos mucho que decir.»
Confío que nuestro sincero amigo, sepa interpretar mis palabras -sobre todo las que faltan- sin la animadversión que puede generar la disidencia en los espíritus poco elevados y simples.
El enjundioso artículo de referencia, después merecidas loas al proceso revolucionario cubano -que no podían faltar- e innumerables anécdotas que pudo recoger el periodista durante su grata estancia en nuestro país, en escuetos renglones, con el inconfundible empaque de las declaraciones magistrales desvela parte de su esencia:
De hecho, muchos de los problemas de Cuba tienen que ver con el empeño de su Gobierno en sostener un sistema económico que tiene como prioridad la generalización de una vida digna para todos, toditos, todos los cubanos y cubanas sin distinción. En el contexto económico mundial, eso es algo terriblemente ineficiente, insostenible,…»
O sea, que el compañero Javier Mestre acaba de decirnos con el total desenfado -obviemos el tono un tanto jocoso del «toditos«, al fin y al cabo, José Martí, en su monumental ensayo Nuestra América dejó bien claro hace muchos años que «La República se levanta con todos o muere la República»-, que únicamente puede encontrar raíces en la gran amistad que nos profesa y al espíritu eminentemente constructivo que lo inspira que : «muchos de los problemas de Cuba tienen que ver con el empeño de su Gobierno en sostener un sistema económico…»
Tal falacia en la que ingenuamente ha caído nuestro noble y culto amigo -que, dicho sea de paso, emplea con envidiable destreza los más preciados recursos periodísticos en el trabajo que nos ocupa, acreditándose como un articulista de primera línea-, hace que me decepcione. Indudablemente ha caído en una trampa: la de empeñarse él -junto a muchos otros ideólogos e intelectuales de vaya usted a saber cuántos puntos cardinales: sur, norte, centro o derecha- en decir que el Gobierno en nuestro país, con una incompresible tozudez, se obstina en imponer un modelo económico al pueblo cubano. No se ofenda, si acometo ahora la evangélica tarea de adoctrinarlo un poco en cuestiones políticas elementales -después de todo, usted se regodeó en hacerlo con las cinco o seis compañeras de la farmacia «todas sentadas sin hacer nada en la trastienda», las que parece no hicieron gala de una sólida formación ideológica, recuerde que «El pueblo que habita en la Cuba socialista no es lo unánime que quisiéramos», pero al menos le espetaron aquello de que: «…desde que tenemos los acuerdos con China, ya no hay ningún problema con los medicamentos.», ya que después de todo ¿para qué andarse con análisis autocríticos ante un periodista extranjero que ellas no conocen y que quién sabe que intenciones tiene?. El pueblo de Cuba es el que se empeña en defender su revolución y su sistema social porque le proporciona libertad, igualdad en la medida de lo posible en las situaciones actuales, educación, niveles elevados de salud, derecho al trabajo y una distribución equitativa de los recursos naturales del país; su gobierno no es corrupto, no hay mendigos en las calles y todo lo demás que usted sabe y que en la mejor parte de su artículo expone brillantemente. Espero que sepa disculpar mi insistencia en el catecismo revolucionario cuando le digo que en Cuba en lo que se trata de de defender el Socialismo, el Pueblo y el Gobierno son una misma cosa y así ha quedado plasmado para siempre en el orden jurídico y legislativo mediante las disposiciones correspondientes de la Asamblea Nacional del Poder Popular, que haciendo un ejercicio soberano, acaso -eso usted lo sabe bien- prácticamente único en el mundo por la condición democrática de nuestro sistema de gobierno. Querido amigo, solo le pido un ápice más de su paciencia, porque ya estoy a punto de concluir la infausta tarea de emprender el adoctrinamiento de un comunista convencido y leal a todos los cubanos, pero son aspectos capitales para poder entender, aunque sea en algo, la situación cubana de la actualidad. Lo único que es algo terriblemente ineficiente, insostenible,…» es el propio «contexto económico mundial» como usted lo califica. Yo sugeriría el apelativo de orden económico internacional. Eso ha sido suficientemente fundamentado por nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro y el Presidente Hugo Chávez y en ello hacen énfasis prácticamente en todos sus discursos. La humanidad está en un grave peligro, y su propia supervivencia como especie -usted debería saberlo-; lo riesgos de contaminación atmosférica y de agotamiento de sus recursos energéticos naturales son un peligro real, causado por ese orden económico internacional, que pende sobre el género humano. Es por eso que hay que transformarlo -en vez del sistema económico cubano; y porque es injusto y cruel. Ese es un deber no solo imperativo y necesario, sino imprescindible e impostergable porque se trata de un problema de vida o muerte, no solo para los países del Tercer Mundo, sino para todos los habitantes del Planeta. ¿Y es a ese orden económico al que usted pretende que nos integremos so pena de perecer en el naufragio de la economía del país?. Querido compañero: ¿Usted no ha oído hablar del ALBA?, por si acaso desentraño, para usted, los enigmas de esa abreviatura: significa, Alternativa Bolivariana para las Américas. A ese sí que nos vamos a integrar y, de hecho, los primeros pasos han tenido mucho éxito. Le recuerdo que son Venezuela y Cuba los países que alcanzarán, de acuerdo a todas las expectativas de los expertos, el mayor crecimiento económico en Latinoamérica. La cifra registrada en nuestro país de aproximadamente un 7% de crecimiento en el primer semestre de este año, así lo demuestra. ¡Es que todo estos datos son sobradamente conocidos y han sido divulgados convenientemente por nuestros medios de difusión! ¿Cómo un avezado reportero no puede percatarse de estas cosas y comete estos burdos deslices?
¡Caramba amigo Mestre! usted me asombra. Ese sí que fue un «verdadero lapsus», no el que usted «respira» entre «la generación heroica que derrotó a EEUU y Batista y que aún dirige en gran medida la Revolución, y sus nietos, los jóvenes nacidos y criados en la Cuba socialista.» Acaso, si en lugar de «respirar» hubiera utilizado otros sentidos, que los seres humanos tenemos más desarrollados, como son la vista y el oído, hubiera podido apreciar el apoyo irrestricto, enfático y apasionado de la juventud cubana y de todo nuestro pueblo a Fidel, a la Revolución y al Socialismo que se expresó durante las más recientes Marchas Combatientes. No me tome a mal, compañero Mestre, sólo trato de proporcionarle algunos argumentos para que pueda continuar, como hasta ahora, su indeclinable, benefactora y honesta obra en defensa de la Revolución Cubana.
Refiriéndose a «los jóvenes nacidos y criados en la Cuba Socialista», nos aconseja doctamente el amigo Mestre: «Éstos necesitan un mayor protagonismo, sentir que tienen mucho más que decir en los procesos de planificación revolucionaria. Sin duda, ser escuchado, sentirse dirigente, protagonista, fortalece el ánimo y la capacidad de lucha y sacrificio. Una disquisición sobre los diferentes modelos de democracia y de participación gubernativa nos llevaría mucho tiempo, y además, no lo necesitamos porque el compañero Mestre nos muestra en su artículo que tiene muy claras las ideas en cuanto a la colosal mentira que encierran los modelos supuestamente democráticos como los de su país. Amigo, lo único que puedo decirle es que el sistema cubano es el más democrático y participativo del mundo, el Partido Comunista de Cuba no elige los candidatos a delegados a la Asamblea General del Poder Popular, es el pueblo, entre los que figuran los jóvenes. En las esferas más altas de dirección del país figuran destacadamente, compañeros que pueden ser incluidos en la categoría de «los jóvenes nacidos y criados en la Cuba Socialista», Amigo mío, dejemos esto.
Lo que me resta es sugerirle que medite profundamente sobre lo que le digo, en vez de sentirse ofendido. Sus condiciones revolucionarias le permitirán entonces comprender, que quizás se ha formado ciertas opiniones un tanto a la ligera, con demasiada rapidez. Eso suele ocurrir; por una rara coincidencia del destino nos sucede con cierta frecuencia cuando algunos extranjeros visitan el país quince o veinte días, otros un mes o dos meses; algunos lo visitan durante años, con su cámara fotográfica a cuestas igual que usted, y poco a poco van sufriendo la imperceptible metamorfosis que los lleva, de turistas simpáticos y curiosos a entendidos en la materia. En los corrillos de sus países, madrileños por poner un ejemplo, comienzan a ganarse el mote de expertos en asuntos cubanos; hasta ahí todo va bien. Pero llega un día en que no pueden sustraerse al influjo misterioso de blandir una pluma, sin calcular las responsabilidades que ello conlleva, y acto seguido después de desplegar varios análisis a la ligera -por no decir poco originales, manidos y gastados con el acre olor gorbachoviano de la Glasnost- acometen ufanos la erudita tarea de recetar soluciones a todos los problemas. Todo ello dicho sea de paso, con la mejor intención del mundo -de esa, sí,… de la que está empedrado el camino del infierno.
Por eso admiro tanto a un estudioso del país chino, que después de permanecer durante más de veinte años en China, profundizando en las más complejas cuestiones políticas, económicas, culturales y sociales; el día de su despedida, convocó al cuerpo diplomático acreditado en esa nación y después de autografiar a cada uno de ellos un ejemplar de un libro que contenía los resultados y las conclusiones de más de dos décadas de intenso trabajo, les entregó a todos un enorme volumen cuyas páginas estaban en blanco, mientras les decía: ¡esto es lo que yo sé de este gran país!.
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