Anoche regresé al planeta Tierra: a la realidad de un mundo neoliberal. Estuve unos días en ese otro planeta llamado Cuba, justo en octubre, durante los preparativos por la eventual llegada a la isla del huracán Wilma. Cuando partí me llevé las imágenes del presidente Fox en Salamanca diciendo que México no necesitaba ayuda (a […]
Anoche regresé al planeta Tierra: a la realidad de un mundo neoliberal. Estuve unos días en ese otro planeta llamado Cuba, justo en octubre, durante los preparativos por la eventual llegada a la isla del huracán Wilma.
Cuando partí me llevé las imágenes del presidente Fox en Salamanca diciendo que México no necesitaba ayuda (a pesar de que en Chiapas, tras el paso de Stan, muchas personas tenían más de una semana sin recibir del Gobierno ni agua ni alimentos), así como de la ineptitud y la absoluta falta de interés que mostró el presidente Bush hacia la gente de Nueva Orleáns afectada por Katrina.
La primera cosa que noté en Cuba fue que todo el mundo es meteorólogo, pero todo el mundo, lo mismo un taxista que una profesora, campesino o mesera. Si se pregunta a cualquier persona, «¿qué onda con el ciclón?», sin duda recibirá una explicación científica pormenorizada sobre fenómenos anticiclónicos, frentes de alta presión, corrientes del mar, bloques de aire de diferentes temperaturas, etcétera. No tardé mucho en darme cuenta por qué: siempre que se acerca un huracán a la isla, la televisión transmite extensos documentales, casi como si se tratara de un postrado en meteorología, que abordan los más mínimos detalles de los pronósticos con escenarios posibles y potenciales.
¡Guau! Los responsables del contenido en la televisión tratan a la gente como personas inteligentes; nada que se asemeje al trato de idiotas que se estila en la programación en México y Estados Unidos. Hay enorme respeto a la población.
Días antes del esperado Wilma, sintonicé la radio: «Se pide a todos los bomberos voluntarios que se presenten en su puesto para iniciar la evacuación de todas las personas que viven en zonas bajas». Al salir a la calle vi equipos reforzando los postes de luz para evitar que fueran derribados. Almorzando con el encargado de agricultura urbana, que surte de verdura y fruta a los habaneros, me explicó cómo la alcaldía asegura el traslado de las posturas (plántulas producidas en semillero para el trasplante al campo) de hortalizas, como el tomate y el pimentón, a bodegas y lugares protegidos para que los agricultores pueden trasplantar sus siembras el día después del paso del huracán y así perder lo menos posible de su cosecha y ganancia.
A pesar de esta importante previsión, supongo que tendrán pérdidas económicas algunas semanas, pero no hay tal, porque, según se me explica, «cada mes todos pagan una cantidad trivial por el seguro de cosecha, el cual cubre a todos y les permite recuperar sus ingresos e inversiones perdidos» (en otros países lo típico es que el seguro de cosechas, si lo hay, no cubra a más de 10 por ciento de los productores, que suelen ser los más ricos).
Todo el mundo está en la defensa civil. En cada lugar de trabajo hay personas designadas a los preparativos para proteger la planta física de la entidad. En cada cuadra una casa designada para la coordinación de las acciones de defensa civil antes, durante y después de la tormenta. En cada barrio una casa designada como el puesto de mando del barrio. Cada persona tiene su función durante desastres, la ha ensayado, actúa con responsabilidad y los vecinos cooperan.
Decido volver antes de tiempo a México. Aunque estoy en el país más preparado del mundo en materia de desastres naturales, recientemente premiado por la ONU, ¿para qué estar en la tormenta si no es necesario? Pongo la tele antes de salir para el aeropuerto. Explican que ya han evacuado más de medio millón de personas. No las ubican en campamentos bajo lonas, no, sino en universidades e institutos; envían a los estudiantes internados a casa (los que viven en zonas seguras) y utilizan los dormitorios estudiantiles para las familias evacuadas. Ponen las cocinas y cafeterías a trabajar; comida gratis para los evacuados. Por cada 100 familias, un médico evacuado con ellos, viviendo con ellos, atendiéndolos. Evacuaciones especiales para embarazadas, ancianos y niños.
La gente es evacuada con sus electrodomésticos para que no tenga que preocuparse por sus bienes de mayor valor. Y, por increíble que parezca, junto con las personas ¡300 mil animales fueron evacuados! (comparar con el trato a la gente de New Orleáns).Siento que soy astronauta de visita en otro planeta, con una civilización exótica, cuyo gobierno se preocupa por la gente, y donde la vida humana vale más que la propiedad privada. Lamentablemente se me acabó el tiempo y debí volver al planeta Tierra, a la triste civilización (si es que se merece la palabra) de Homo capitalistus. El avión aterrizó en México y despierto del sueño: estoy en el «mundo libre». Oye, ¿libre de qué?