El tamaño de una mentira siempre suele estar condicionado por la medida de la credibilidad de los mentidos. A mayor oreja (y no estoy haciendo un chiste político) mayor falacia. O lo que es lo mismo, que cuanto más desinformada, ingenua y crédula es una sociedad más mentiras y de mayor hondura es capaz de […]
El tamaño de una mentira siempre suele estar condicionado por la medida de la credibilidad de los mentidos. A mayor oreja (y no estoy haciendo un chiste político) mayor falacia. O lo que es lo mismo, que cuanto más desinformada, ingenua y crédula es una sociedad más mentiras y de mayor hondura es capaz de aceptar y creer.
En ese sentido, en una posible Olimpiada de embustes, la sociedad estadounidense se llevaría el medallero completo, además de no dejar un récord por batir.
No por casualidad, y en esto la coincidencia es general, al ciudadano estadounidense común se le tiene por un individuo cuya credulidad oscila entre la estupidez y la complicidad.
Para el tamaño de esa ingenuidad es que en el pasado y en relación a Cuba, publicaciones de la Florida, por ejemplo, han llegado a denunciar siniestros planes de Fidel Castro para entrenar delfines cargados de explosivos y hacerlos estallar entre los bañistas de Miami, o adiestrar serpientes con parecidos fines, o majaderías semejantes.
Supongo que por el natural desprestigio de las fuentes, que hasta la más patética ingenuidad esconde en su trastienda algún rasgo de lucidez, es bueno de vez en cuando cambiar el tercio y que el Departamento de Estado de Falacias contrate los servicios de, por ejemplo, un supuesto cineasta alemán para que, desde Alemania y como quien no quiere la cosa, largue la especie de una trama cubana, no gusanera, en el magnicidio de John F.Kennedy.
No es mi intención perder el tiempo y ocuparme, desde este espacio, en desmentir tan burdas mentiras que, no por casualidad, son reproducidas inmediatamente por todos los medios que el citado departamento tiene a su servicio, fieles practicantes de la filosofía del nazi Goebels en relación a la efectividad de una mentira repetida hasta la saciedad. Más me importa denunciar la existencia de ese departamento y los instrumentos de los que se sirve para que un periódico dominicano, por ejemplo, tan lejano del origen de la infamia, o una revista senegalesa, o un noticiero lapón, escriban y comenten, a veces a ocho columnas, la falacia que, fechada en Alemania y urdida en el Departamento, llega a tan lejanas redacciones disfrazada de «última hora».
Los desmentidos a tan idiota pretensión ni siquiera hay que ir a buscarlos a Cuba. El propio Gobierno de los Estados Unidos, las distintas comisiones que «investigaron» el caso o los tribunales que tuvieron que ver con el mismo, han dado ya sufientes respuestas como para que pueda caber la menor duda sobre la identidad de los criminales. Desde las explicaciones más idiotas: «Kennedy fue asesinado por un hombre perturbado, que actuaba solo y al servicio de nadie», hasta las más verosímiles: «Kennedy fue víctima de un golpe de Estado organizado por los grandes industriales de la guerra con la complicidad de la mafia cubana de Miami», nadie que conserve una neurona, incluso fuera de servicio, va a dar crédito, más de 40 años más tarde, a la tonta calumnia de un bien remunerado director de cine, aunque no tanto por la calidad de sus películas como por los servicios prestados.
Pero si un ciudadano estadounidense, en cualquier caso, tiene la necesidad de descubrir cual de las hipótesis es la real, le recomiendo que reclame la publicación de todos los informes secretos que sobre el asesinato de su presidente esconde su gobierno. Esos papeles que, por decisión del gobierno de su país, no serán desclasificados hasta el año 2029…exactamente 66 años después de que asesinaran a Kennedy, curiosa cifra, y eso, en el caso de que entonces, en el 2029, se considere pertinente.
No es el gobierno de Cuba quien guarda esos documentos, no es Fidel quien niega al pueblo estadounidense su derecho a saber quién mató a su presidente. Es el propio gobierno de los Estados Unidos quien insiste en blanquear una de las páginas más sangrientas, por su repercusión y la calidad de la víctima, de su democrática historia, en la que ya han caído asesinados cuatro presidentes y siempre bajo los mismos supuestos: Abraham Lincoln, asesinado en 1985 por John Wilkes, «un hombre perturbado, que actuaba solo y al servicio de nadie»; James Garfield, asesinado en 1881 por Charles Guiteau, «un hombre perturbado, que actuaba solo y al servicio de nadie»; William McKinley, asesinado en 1901 por Leon Czolgosz, «un hombre perturbado, que actuaba solo y al servicio de nadie»; además del propio Kennedy, asesinado en 1963 por Osvald, «un hombre perturbado, que actuaba solo y al servicio de nadie».
Otros presidentes estadounidenses sobrevivieron a sus atentados, pero también en estos casos, Andrew Jackson en 1835, Franklyn Delano Roossevelt en 1933, Harry Truman en 1950, Gerald Ford en 1975 y Ronald Reagan en 1981, fueron atacados por «un hombre perturbado, que actuaba solo y al servicio de nadie». La misma situación y diagnóstico que se ofreciera en relación a los asesinatos de políticos como Robert Kennedy, defensores de los derechos civiles como Martin L.King, o artistas como John Lennon, asesinados por «un hombre perturbado, que actuaba solo y al servicio de nadie».
¿Es casual tanta coincidencia? ¿Es frecuente tanto perturbado? ¿Se animará el director alemán a dirigir un film sobre el particular? ¿Fueron también los servicios de Fidel los responsables de tantos semejantes antecedentes? ¿Reproducirá también esta simple opinión el periódico dominicano, la revista senegalesa, el noticiero lapón?
[email protected]